miércoles, 26 de junio de 2019

La espedicion a Cerro de Pasco

["Combate de Sangra", de Walterio Millar]

Episodios del Combate de Cuevas.

No hace mucho tiempo, una gran noticia preocupaba sobre manera la escitable poblacion de Lima; se insistia por repetidas comunicaciones que la espedicion que mandaba el comandante Letelier, y que operaba en Cerro de Pasco, habia sido destrozada en su totalidad por una fuerte montonera, a su regreso a Lima.

Esta noticia, por otra parte, no sorprendia al publico peruano, que ha dias esperaba, momento a momento, la destruccion de la Division Letelier.

Además, muchos eran los iniciados en los prolijios preparativos que se hacian en Canta, pueblo célebre en los anales del Perú por sus montoneros o salteadores, que continuamente exijian del Gobierno de Lima fuertes refuerzos de tropa, organizada para ofender el comercio de Cerro de Pasco i la salida de sus valiosos productos.

Canta, por su situacion i fáciles jornadas a Cuevas, punto obligado del camino de Cerro de Pasco al Ferrocarril de la Oroya, ha sido centro de numerosas montoneras; su fácil defensa hace peligroso espedicionar sobre él, i sabemos tambien que una vez en el pueblo no encontraríamos enemigos: o se oculan o huyen.

Letelier, en posesion de todos estos antecedentes, creyó buena medida de seguridad colocar un destacamento en Cuevas, que guarneciendo este paso, le permitiese una fácil i segura retirada con su tropa, que, obligada a una larga i penosa marcha, no podia hacer muchas veces jornadas estratéjicas, consultando a su vez el descanso del soldado.

Hizo comunicar su órden al teniente coronel de guardias nacionales señor Mendez, que con un destacamento guarnecia a Casapalca, poblacion a dos leguas al Oriente de Chicla, última estacion de la parte concluida del Ferrocarril de la Oroya.

El señor Mendez confió esta importante comision al conocido capitan Araneda, que no hacia mucho habia llegado a Casapalca con 80 buines, en refuerzo de la espedicion Letelier, para llenar las bajas que los montoneros i las enfermedades hiciesen en sus filas.

Araneda se puso en marcha a Cuevas, distante siete leguas de difíciles caminos. Una vez ahí, tomó las medidas de seguridad que consigna en su parte.

A la 1 P. M. del dia 26 de junio, sus reducidas fuerzas fueron cercadas por una montonera cuyo número se hace subir hasta 700 hombres, cifra que no tiene nada de raro conociendo la poblacion i los recursos del territorio en que se habia formado. Ya se ha dicho por voces suficientemente autorizadas, que estos lugares ocupan la zona mas rica del Perú, i seguirá siendo, miéntras no se ocupen militarmente con espediciones organizadas como la del comandante Letelier, el centro de una gran resistencia i una amenaza constante para el comercio al interior. Estos lugares tambien son hoi el refujio obligado de numerosos soldados, que ayer sirvieron en los ejércitos del Perú, i hoi viven del robo i del pillaje. En su apostura i movimientos militares, conocieron los defensores del paso de Cuevas i de Sangra que tenian al frente, mas bien que una montonera, un batallon bien organizado; llevaban buen traje militar la mayor parte de ellos, i hacian sus movimientos al toque de corneta. Pero nuestros buines no se intimidaron con esto i se dispusieron a vender mui caras sus vidas.

Por sus condiciones, el destacamento de Sangra era el destinado a servir de centro de resistencia, i el capitan Araneda mandó uno en seguida de otro, hasta tres propios para que el destacamento de Cuevas se le replegase; los dos primeros fueron muertos, llegando a su destino solo el tercero; pero apesar de los grandes esfuerzos, el destacamento de Cuevas fué rechazado repetidas veces, no consiguiendo unirse a sus compañeros; la mayor parte de sus soldados fueron muertos, otros emprendieron su retirada hasta Casapalca a llevar la noticia del ataque, i otros consiguieron ocultarse, no desconfiando en que refuerzos nuestros les permitieran corren en ausilio de sus compañeros cercados en las casas de Sangra.

Los nuestros en este punto no desmayaron un solo instante; obligados a permanecer dentro de las casas, contestaban con un acertado fuego el nutridísimo que se les hacia desde afuera.

Mantenian las puertas i ventanas bastante abiertas para dominar al enemigo i no dejar creer a éste que se encontraban intimidados. Estos, obligados por sus jefes, estrechaban algunas veces su distancia hasta llegar a las puertas i ventanas, pero caian víctimas de su arrojo, i sus compañeros retrocedian. Intentaban entónces incendiar la casa, comunicando fuego a las puertas i ventanas, ocultándose cuidadosamente detrás de las paredes; pero atemorizados de presentar su cuerpo a las balas, no conseguian con facilidad el logro de su intento. Algunos mas osados subieron al techo, queriendo arrancar la cubierta de lata de las casas e incendiar las vigas; pero nuestros soldados, sintiendo el paso de ellos, por el movimiento de las planchas, hacian sus certeros disparos que obligaban al enemigo a descender.

Por momentos éstos suspendian su ataque i se empeñaban sus jefes, sobre todo uno a quien llamaban su coronel, que no sabemos si pertenecerá al ejercito peruano, en convencer a los nuestros, sobre todo al capitan Araneda, que los mandaba, que toda resistencia era completamente inútil, que no podian esperar refuerzos de ninguna clase, que se rindiesen i se les salvaba la vida, ofreciéndoles toda clase de garantías; pero el valiente capitan Araneda no vaciló un solo instante, i con solo siete hombres hábiles para empuñar el rifle, redoblaba su vijilancia i continuaba sin interrumpir sus disparos; a la intimacion cariñosa, digámoslo así, de rendicion, contestaba con el toque, a sangre i fuego, de cala-cuerda, que redoblaba el coraje en los suyos. Estos, por su órden, no hablaban una palabra, temiendo que sus voces indicasen al enemigo la exigüidad de su número. No salia de la casa otro ruido que el toque de cala-cuerda, el estruendo de las certeras balas, dirijidas por bravos veteranos, i las órdenes del capitan Araneda. Para engañar sobre su numero a los de afuera, daba órdenes como si mandase a un grueso peloton, distribuia a voces su tropa, es decir, sus siete soldados, ordenando que se colocasen solo de a 15 en cada una de las puertas i ventanas, que eran cuatro, i apostando una reserva en un rincon bien resguardado. Viendo que sus municiones durarian poco mas, a pesar de que economizaban los tiros de sus cananas, único deposito. Araneda exijia a grandes voces precauciones de sus soldados, porque un descuido cualquiera haria saltar las cajas de municiones.

Esta actitud heróica, resuelta, intimidaba al enemigo; esto i el saber que de Casapalca se dirijia un piquete de 80 hombres, en ausilio del capitan Araneda, los hizo suspender su ataque, despues de mas de 12 horas de rudo i feroz combate.

Araneda habia cumplido con su consigna de defenderse a todo trance en este punto, i los montoneros i el Perú comprendian una vez mas la heroicidad de los defensores de Chile.

Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia Tomo V, Imprenta i Lib. Americana de Federico T. Lathrop, Valparaiso, 1888, P. 479.

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