[Estatua de Bernardo O´Higgins en la Alameda de las Delicias en 1904]
AL PUEBLO DE SANTIAGO.
El combate naval de Iquique i sus resultados a la vez que dolorosos grandes e inmortales para Chile, señala la hora en que la patria entera debe ponerse de pié.
El ejemplo de sublime heroísmo que nos han dado los inmortales tripulantes de la Esmeralda i de la Covadonga, exije de todos los chilenos la abnegación mas sin límites para consumar pronto la obra tan gloriosamente comenzada.
Con este fin, los ciudadanos abajo suscritos i reunidos en la primera hora de la noche, invitan al pueblo de Santiago a un gran meeting patriótico que tendrá lugar al pié de la estatua de O'Higgins, mañana a la una del dia, con el objeto de dar impulso i propender a la organización de socorros para las viudas i los huérfanos, para la organización de nuevos batallones de línea i de guardias nacionales, i para acordar una manifestación digna de los héroes que han dado un dia de gloria a su patria.—B. Vicuña Mackenna.—José Rafael Echeverría.—Manuel Renjifo.—Luis Aldunate.—Jovino Novoa.—Adolfo lbanez.—Francisco Subercaseaux.—Carlos Walker M.— Pedro Montt.—Rafael Larrain.—Gaspar Toro.—Melchor Concha i Toro.—Demetrio Lastarria.—Enrique Barros.—Nemecio Vicuña.—Carlos Varas.—Carlos A. Roger.—Félix Echeverría.—Aurelio Lastarria.— Victorino Garrido.—Federico Valdés Vicuña.— José María Díaz.—Nicolás Peña Vicuña.—Luis Figueroa.—Luis Montt.
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GRAN MEETING.
A la una se celebró un gran meeting patriótico al pié de la estatua de O'Higgins.
A las doce i media del dia, la bandera con que San Martin el 12 de Febrero de 1818 proclamó en la plaza de Santiago la independencia de Chile, fué sacada de la Municipalidad i se llevó al lugar del meeting custodiada por una.escolta de bomberos armados.
En el meeting habría unas diez mil personas.
Presidió el señor don Rafael Larrain Moxó, quien descubriéndose i con voz grave i conmovida dijo: «En nombre de Arturo Prat i sus gloriosos compañeros se abre la sesión.»
Inmediatamente en medio de incesantes aclamaciones el señor Vicuña Mackenna pronunció el siguiente discurso:
«Compatriotas:
Quisiera esta vez, bajo este espléndido cielo que en este dia ha alumbrado en la América tantos heroísmos, quisiera que un tímpano de bronce se anidara en mi garganta para que mi voz fuera oída, como la campana de una gran nación que corre en tropel a la batalla, en todos los confines de Chile del Loa hasta Magallanes.
Quisiera que mis ecos tuvieran la santa unción del sacerdote, las lágrimas de todas las madres, los sollozos de la Vírjen para consagrar, eterna i bendita la memoria de los que han perecido por la patria alzando al cielo luminosa hoguera o cayendo, el acero en la mano, sobre el pítente enemigo, lo que es mil veces mas glorioso que el estéril heroísmo de las llamas.
Quisiera que todas nuestras catedrales i los mas humildes santuarios cubrieran sus bóvedas con enlutadas vestiduras i abrieran sus puertas a la plegaria de espiacion i de ofrenda que la gratitud i amor deben a los que sucumben como sucumbieron los tripulantes de nuestra vieja i gloriosa capitana.
Quisiera que todas las madres que la fecundidad haya bendecido, en estas horas pusieran a sus hijas en la pila del cristiano ese nombre tres veces santo i tres veces querido Esmeralda!
Quisiera que el Gobierno de la República, por petición espresa i solemne del pueblo, hiciera esculpir en letras de oro ese nombre, de eterna fama entre las naciones, en la popa de la nave capitana que lleva hoi el de su primer captor, consumando de esa suerte no postumo despojo sino una restitución de histórica gloria. Porque el verdadero nombre de los héroes no es el de su raza sino el de sus hazañas.
Quisiera por lo mismo que el nombre de ARTURO PRAT figurara para siempre en el rol de nuestra marina de guerra como el de aquel soldado, príncipe de Auvernia,—«primer granadero de la Francia»—que pasó, durante un siglo después de muerto, la revista de su rejimiento al pié de la bandera.
Ciudadanos:
En uno de los sitios públicos de Amberes he visto la estatua de un heroico huérfano que en la guerra de 1830 voló en la escalda de la cañonera que mandaba antes de arrear la bandera de la Béljica libre, confiada a su infantil pujanza.
I nosotros, compatriotas, no tendremos un trozo de mármol de nuestras canteras, una efijie de bronce fundida de cañones enemigos, para consagrar la proeza de Iquique, digna de la antigüedad?
Sí, señores!
Manos piadosas, corazones movidos a augusto respeto recojerán pronto sobre las aguas enemigas las astillas de la nave gloriosa, i con ellas labraremos siquiera digno trofeo i digna tumba a los manes de sus tripulantes caídos con la muerte de los bravos i de los mártires.
Porque es preciso que sepáis, conciudadanos, que esa es la divisa de todas las naves que con las banderas de Chile al tope surcan a estas horas las aguas del Pacífico. Tengo la confidencia de almas heroicas; i llegada es ya la hora en que la América sepa que lo que han consumado los marinos de Chile a la vista de millares de sus enemigos, no es solo un arranque imprevisto de magnánimos corazones, sino un pacto sublime i cumplido.
I ese pacto austero de los hombres de la mar, retenedlo bien, señores, será mañana la única divisa del ejército de tierra.
En esta guerra, como en las guerras que hicieron nuestros mayores, no quedará ninguna bandera en manos de naciones enemigas... Ni los marinos ni los soldados chilenos han aprendido todavía el arte cómodo de izar al tope «bandera de parlamento.»
Pero entretanto i en medio de ejemplos de tan levantada virtud ¿qué haremos nosotros para ponernos a su altura?
Ciudadanos:
Vosotros los que no tenéis sino vuestra sangre que ofrecer en aras de la patria, corred desde aquí mismo a los cuarteles a inscribiros bajo las banderas. La patria necesita de todos sus hijos para dar pronto i glorioso acabo a la lucha que se inicia.
A las armas, chilenos, a las armas! en la ciudad i en la aldea, en el palacio i en la choza. A las armas! a las armas!
I los que no tengan la envidiable dicha de marchar envueltos en los pliegues de la bandera tricolor, que ocurran sin demora a las maestranzas, a los hospitales de sangre, a los asilos, a los sitios en que se recojan ofrendas amplias o humildes para el desamparo de la viuda, para el hambre de hijos de los héroes...
I cuando el país entero haya hecho todo eso, entonces, compatriotas, pero solo entonces esos mudos emblemas de nuestras viejas glorias que embellecen i coronan esta ancha avenida triunfal—O'Higgins, Carrera, San Martin—dejarán su helada i silenciosa vestidura, i alzando su voz i su brazo de bronce del fondo de los mármoles i de los siglos, bendecirán a la América, puestos de rodillas, declarando a las edades que sus nietos de Chile fueron dignos de sus abuelos.»
Tan pronto como concluyó el señor Vicuña Mackenna, se presentó el señor Carlos A. Roger, i con un parte que en esos instantes acababa de recibir, manifestando que no era conocido sino la mitad del heroísmo de los chilenos en Iquique, esclamó:—«Prat ha muerto sobre la cubierta del Huáscar!» Un ¡hurra! inmenso atronó el aire.
Hablaron en seguida los señores Valdes Vicuña, Préndez i Tagle Arrate, todos en el sentido de impulsar al pais a la acción de tomar las armas en los cuarteles, de centralizar bajo una sola dirección los socorros a las viudas i huérfanos de la guerra. Para este efecto se circulaban listas de la Sociedad Protectora que fueron suscritas por centenares de firmas.
Se propuso también con entusiasmo la erección de un monumento al capitán Prat i sus valientes compañeros.
En estos mismos momentos se entregó al señor Vicuña Mackenna el siguiente telegrama que fué recibido con grandes aclamaciones:
«San Fernando, Mayo 25—A la 1.5 P. M.—Señor Benjamín Vicuña Mackenna.—El infrascrito, a nombre de los vecinos de esta ciudad, suplica a Vd. se sirva hacer presente a la comisión encargada para elevar un monumento por suscricion popular al denodado comandante Prat i a sus compañeros de heroísmo, que el pueblo de San Fernando ofrece desde luego todo el mármol nacional de Regolemo que sea necesario para dicho monumento. Comunico igualmente a Vd. que hoi mismo comienza a recojerse erogaciones a favor de las familias de los héroes de la Esmeralda~—Dios guarde a Vd.—MANUEL J . SOFFIA.
Después el Presidente propuso el nombramiento de la comision encargada del monumento, que quedó compuesta de la manera siguiente:
Presidente.—Rafael Larrain Moxó.
Vocal.— Manuel Renjifo.
» Jovino Novoa.
» Benjamín Vicuña Mackenna.
» Zenon Freiré.
» Nicanor Plaza.
Secretarios.—Macario Ossa.
Federico Valdes Vicuña.
En estas circunstancias se notó en uno de los numerosos carros atestados de jente, que se veian obligados a detenerse, a don Manuel Vicuña, repatriado del Perú, i el público pidió que hablara, lo que hizo con la mayor enerjía, pidiendoque el pueblo corriera a las armas i se diese el golpe definitivo a los cobardes enemigos de la República.
En estos momentos se oyó una banda que tocaba el himno de Yungai, i se anunció la presencia de la Ilustre Municipalidad, presidida por el Intendente i custodiada por la brigada del Santa Lucía. La Municipalidad traia a su cabeza la gloriosa bandera de la jura de la independencia, que se conserva desde 1818. Cargaba la bandera el señor alcalde don Guillermo Mackenna.
Fué ésta pasada al señor Vicuña Mackenna, quien batiéndola al aire en medio de un inmenso e indescriptible entusiasmo, pronunció mas o menos las siguientes palabras:
Este es, señores, el glorioso trofeo de la patria con el cual el invicto jeneral San Martin, tomándolo en sus propias manos i paseándolo por los cuatro ángulos de un anfiteatro erijido en la plaza de Santiago, declaró el 12 de Febrero de 1818 la independencia de Chile con estas palabras grandes i majestuosas como los Andes: «Chile libre e independiente por la voluntad de Dios i el valor de sus hijos.»
Descubrámonos, señores, delante de esta venerada reliquia i adoptémosla como guia en nuestras futuras batallas. Que la Ilustre Municipalidad de Santiago se comprometa a enviar con ella una comisión de su seno, cuando después de nuestros soldados, los lejiladores incorporen definitivamente al pais los territorios que ha redimido dé la barbarie i del ocio el noble trabajo del chileno.
I si es preciso, digámoslo sin jactancia, i al contrarío, con el austerio sentimiento del deber después de titánicos esfuerzos, que esta misma bandera ondee algún dia, señores, en las altivas torres de la Catedral de Lima, a cuya sombra debemos dictar la paz a nuetros injustos e ingratos provocadores.
En esta parte el entusiasmo del pueblo llegó a su colmo, i no se oian sino gritos: A las armas! A la guerra! Viva el capitán heroico de la Esmeralda! Viva el capitán de fragata Condell!!
El señor don Luis Montt leyó por último las conclusiones del meeting, reducidas a los puntos siguientes:
1.° Que la patria debería adoptar por una lei nacional a los hijos i a las viudas de los heroicos muertos en el combate de Iquique;
2.° Que el deber de todos los ciudadanos de todas edades i condiciones en Santiago como en toda la República, era el de inscribirse inmediatamente en los cuerpos de la guardia nacional i del ejército; i
3.° Que el pais debe constituir a la cabeza de sus municipios «Socidades protectoras, conforme a la organizada últimamente en la capital, que centralice i dirija todos los esfuerzos dirijidos a favorecer a las víctimas de la guerra, bajo la base de una módica suscricion mensual i de las erogaciones jenerosas de los ciudadanos, como se estaba observando en esos precisos momentos.
Las conclusiones del meeting fueron recibidas con calurosas manifestaciones de adhesión, i aquél se dispersó, dirigiéndose la inmensa concurrencia hacia la plaza escoltando a la Municipalidad i su gloriosa insignia.
El meeting patriótico no ha podido tener un resultado práctico mas espléndido. Llegan a varios miles las suscriciones recojidas.
Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos
oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra
que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo
documentos inéditos de importancia Tomo I, Imprenta del Progreso, Antigua Seccion de Obras i Encuadernacion del Mercurio, Valparaiso, 1884, P. 293.
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