viernes, 14 de junio de 2019

Proclamas del pueblo de Antofagasta al ejercito chileno.

 
[Antofagasta en un grabado realizado por el británico T. Taylor en 1876, y que representa una vista parcial del Muelle e industrias del salitre en el borde costero de la ciudad]

El pueblo de Antofagasta, por el órgano de su representación local, saluda en la partida al brillante ejército de Chile.

En este momento solemne en que toda la República contempla conmovida a sus hijos predilectos hacerse al mar en demanda de la victoria, este pueblo testigo inmediato y más afortunado, cree tener un doble título para dirigiros una palabra de simpatía: Antofagasta que no dejó jamás de ser chileno, reúne en sí todos los motivos, todas las fases, todas las afecciones y caracteres que distinguen a Chile en la presente guerra.

Este pueblo, dando vida al desierto, parece haber concentrado la savia del genio emprendedor chileno. Benévolo y justo, ha sido en estas playas el digno representante del carácter nacional. Jamás pueblo alguno dio una prueba mayor de acatamiento a la soberanía de otra nación, como él que durante ocho años ha sufrido, obedeciendo y respetando el despotismo odioso y despreciable de un puñado de porque mediaba para ello el compromiso sagrado de un pacto. Sobre su cabeza iba dirigido el golpe de codicia que al fin puso la espada en manos de la República.

El saludó la bandera del 14 de Febrero cuando abordasteis esta tierra chilena, de que Chile, se había desprendido en aras de una fraternal cordialidad.

Él os ha hospedado en su seno, os ha visto hacer el aprendizaje de las armas, siendo testigo de vuestra moralidad, disciplina y cultura. Ha engrosado vuestras filas, compartiendo alguna vez con vosotros los peligros y entusiasmos de la lucha.

Por último, ha aprendido a amaros, y viéndolos partir, siente la necesidad de dirigiros una palabra salida de su corazón.

¡Salud, hermosas legiones de la patria!

La República, en sus mejores días, en sus luchas gigantescas, jamás vio sobre su suelo ni sobre sus bajeles un ejército más numeroso, más imponente, más brillante que el que ahora llevan entre sus manos aprisionada la victoria, como lleva en su pecho el profundo sentimiento de la justicia de su causa. A su cabeza va la ciencia y el talento, el valor y la abnegación.

El grandioso espectáculo de su marcha, su resuelta apostura y hasta la alegría que anima los juveniles rostros de sus soldados, tienen una elocuencia irresistible que parece decir:

¡Atrás odio salvaje! ¡Atrás pérfida asechanza! ¡Atrás insensatos provocadores!

¡Dad paso al trabajo, al derecho, a la civilización!

¡Nobles soldados del ejército de Chile! Recibid los votos del pueblo que al veros partir, el aliento suspenso y el alma enternecida, os bendice y saluda, batiendo en alto el hermoso tricolor chileno.

Que mantengáis inmaculada la blanca estrella de la República y tornéis pronto ceñidos de laureles a vuestros hogares, son los votos ardientes del pueblo de Antofagasta.  Nicanor Zenteno, gobernador.- Matías Rojas D.- Telésforo Mandiola.- Nicanor Correa de Saa, alcaldes municipales.

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(De "El Pueblo Chileno" de Antofagasta.)

La mano encallecida por el combo y la barreta, por el arado y el remo: todos, mineros, agricultores y marinos, han cambiado llenos de decisión y virilidad el instrumento del trabajo de la civilización, por ese otro que destruye en vez de crear, que mata y que aniquila: por el fusil y la espada.

Desde el año 38, solo la bandera de paz y de trabajo ondeaba en nuestros puertos, en la punta de los mástiles de las naves, o en el asta de bandera de nuestros hogares: solo se forjaban instrumentos de labor y civilización en nuestros talleres; y las escuelas repletas de niños que entonaban en sus cánticos himnos a la paz y al progreso, eran el emblema vivo y real de nuestros hábitos pacíficos en el presente y de nuestras aspiraciones de fraternidad y de progreso para el porvenir.

Ha cesado la lucha sangrienta,
Ya es hermano el que ayer invasor.

He ahí lo que la voz de la nación cantaba en el himno dedicado a la patria al día siguiente de haber conquistado nuestra soberanía o independencia por medio de cruentas y terribles campañas.

Hoy todo cambia: solo se oye el tambor y el clarín guerrero que nos llaman a la victoria o la muerte.

¡Si! vencer o morir es nuestro lema, y cuando la perfidia, la traición, la cobardía y el insulto hacen desenvainar la espada vengadora de Chile, caiga la sangre que va a derramarse sobre los que nos provocan y no vuelva la espada a la vaina sino con la victoria.

Adiós ¡oh patria! Prepara los laureles que han de ceñir la frente de tus valerosos hijos; soldados hoy, ciudadanos ayer, volverán mañana a sus hogares después de vengada la afrenta y redimido el ultraje.

El ejército se pone en marcha. Como decía César, podemos también decir, que nuestros soldados llevan con ellos a Chile y a su fortuna.

Volveremos cuando no haya nada por vengar; si no volvemos, caigan sobre nuestras tumbas las silenciosas lágrimas de nuestras esposas, de nuestras amantes o de nuestros hijos, que no habrá hombres que lloren por nosotros, pues si no vencemos, todos perecerán con nosotros.

Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia Tomo II, Imprenta i Lib. Americana de Federico T. Lathrop, Valparaiso, 1885, P. 119.

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