domingo, 7 de junio de 2020

Las primeras horas del 7 de junio de 1880, y el inicio del Asalto y Toma del Morro, por Nicanor Molinare

 
[El Asalto y Toma del Morro de Arica]
 
En el campo chileno, en verdad, la mayoría dormía a pierna tendida; semi enterraditos en la suelta arena nuestros hombres reponían con el sueño las fuerzas perdidas en el día y de la que tanta necesidad iban a tener.
 
Sólo un hombre no durmió, no pegó los ojos: don Pedro Lagos, que veló la noche entera, que pasó conversando, charlando con sus ayudantes a la vez que vigilando a sus tropas.
 
En los días de acción, de batalla, Lagos se transformaba.
 
“Sus arreos eran las armas. Su descanso el pelear!"
 
Así, más o menos a las 5 de la alborada del 7 de junio, quizás minutos antes, llamó don Pedro Lagos, el Ayudante general del general en jefe, único dirigente y responsable del Asalto y toma de Arica, que se ejecutó según plan formado por él únicamente, y personalmente por Lagos dirigido, a su ayudante capitán don Belisario Campo, hoy general retirado del Ejército y le dijo:
 
"Ordene Ud. al comandante Castro cargue sobre el Ciudadela con su regimiento y me da cuenta de la conducta del comandante".
 
Como se ve, el coronel Lagos, no temía por la conducta del 3º de línea, ni de los señores don José Antonio Gutiérrez y Federico Castro; pero cauteloso, conocedor de los quilates guerreros del primer jefe, de don Ricardo Castro, ordenaba a su ayudante vigilase a don Ricardo y le diese cuenta.
 
El capitán Campo, saltó de su caballo, y loma abajo se dirigió en busca del jefe del 3º de línea, de don Ricardo Castro. Y mientras, don Beli, el Huaso Campo, como en todo el campamento, en el ejército y en la marina se denominaba al capitán Campo, baja la loma, llega a la hondonada, sube el repecho y encumbra la cima del mogote, en cuya occidental falda se encuentran los niños del 3º, asistamos nosotros a otra curiosa escena que entre los jefes del Tres se desarrollaba.
 
En columna cerrada por compañías, hemos ya varias veces repetido, se encuentra el 3º de línea; son ya las cinco de la mañana; las estrellas principian a perder su brillo y su dulce titilar disminuye rápidamente; huye la pavorosa noche y la aurora quiere asomar al oriente; hacía el norte, y por todas partes, se aproxima la dulce claridad del día. Estamos en el preciso momento en que va ya a nacer el 7 de junio.
 
Y este es precisamente el momento en que, el comandante don Ricardo Castro, debe iniciar el movimiento y emprender el ataque; y sin embargo, don Ricardo, aún no se mueve, ni piensa en lanzar a su bravo regimiento al asalto.
 
Don Federico Castro, sargento mayor del cuerpo que manda el primer batallón, se dirige con don José Antonio Gutiérrez donde su comandante y le dicen: “que la hora del combate ha llegado, que si no da la orden de atacar, la luz del día va a descubrir su presencia al enemigo y el ataque se frustrará".
 
Don Ricardo Castro declara que aún no es tiempo de hacerlo, que esperen; y disculpa su miedo, su absoluta falta de civismo con que aún no es tiempo!
 
En ese preciso y solemne momento, en que los bravos comandantes don José Antonio Gutiérrez y don Federico Castro, piden a su jefe dé la orden de marchar, llega el ayudante Campo, del coronel Lagos y ordena al comandante don Ricardo Castro, cargue con su regimiento, en cuyas filas ya todos saben, que su jefe se quiere quedar atrás en la hora suprema del sacrificio.
 
Y don R. Castro elude al ayudante de Lagos el cumplimiento de la terminante y severa orden que se le da.
 
El mayor don Federico Castro, con rabia concentrada y con severa calma exclama: "Señores, la responsabilidad del ataque no son sólo suyas, yo también tengo que responder de mi regimiento y de mi nombre, yo no espero más, yo ataco!"
 
E incontinente se puso al frente de su tropa y cargó.
 
El comandante don Ricardo Castro no desplegó sus labios: el miedo sucio, cerval lo dominó por completo.
 
Fue inútil que don José Antonio Gutiérrez, que Campo y don Gregorio Silva le increparan su conducta, porque don Ricardo Castro no desplegó sus labios ni dio tampoco a Gutiérrez orden de partir.
 
“No sea Ud. cobarde, so... exclamó el capitán Campo, cargue, no enlode sus galones, agregó Campo.
Don José Antonio Gutiérrez miro con desprecio a su comandante y partió de trote con el 2º batallón y con Campo que ya no abandonó al 3º en el ataque al Ciudadela.
 
En esos momentos aún no aclaraba bien; serían las 5:20 minutos de esa alba y serena mañana del 7 de junio de 1880.
 
Unámonos a don Federico Castro y a su primer batallón; pidámosle un puesto histórico a su lado.
 
El 3º estaba en la faldita de la loma; el mayor don F. Castro con voz seca ordenó al capitán don Pedro Antonio Urzúa: despliegue su guerrilla y al trote, ligero sobre el Ciudadela.

Urzúa y sus oficiales con rapidez asombrosa y como en doctrinal ejercicio ejecutó aquel movimiento y se lanzó cerro abajo al trote; llegó al fondo de la arenisca y suelta hondonada y con paso firme principió a trepar la ladera del frente en cuya cumbre estaba el Ciudadela. Alientan a los niños de la 1ª del 1º José Ignacio López, Meyer y Silva Olivares.
 
Al capitán Urzúa le sigue el Paisano Fredes con Salvador Urrutia, Emilio Merino, P. N. Wolleter y Juvenal Barique a paso de carga también imitan el movimiento de la 1ª del 1º.
 
Las compañías del primer batallón del Tres, en mucho menos tiempo del que gastamos en describirlo están todas en el terreno, adentro de la zona de ataque, próximas al fuego que aún no rompe el Ciudadela.
 
Ricardo Serrano que es impetuoso, valiente y que tiene siempre en la mente a su hermano Ignacio, a quien no sólo trata de imitar sino de sobrepujar; y Tristán Chacón, el inolvidable Chaquet, chico de cuerpo y con alientos asombrosos de gigante, toman con sus unidades sus puestos de combate a retaguardia de Urzúa y de Fredes.
 
El primer batallón con su mayor don Federico Castro está ya en el terreno; sus guerrillas, conservan las distancias tácticas, y aquella rápida y silenciosa maniobra la ejecutan esos soldados con la frialdad que imprime a sus movimientos la tropa de línea veterana y bien instruida; que para faena tal, don Ricardo Castro, era número uno, así como para luchar, cero!
 
El primer batallón cargaba sobre el flanco sur y el costado oriente del Ciudadela; ese fue el objetivo que vio con la aurora del 7 de junio el batallón de don Federico Castro, que tenía a su frente.
 
Don José Antonio Gutiérrez, como hemos narrado, sólo para salvar a su comandante había, por instantes, retardado su avance; que emprendió con la altivez que le acompañó toda su existencia, sin miedo ni trepidación.
 
Gutiérrez, dejando sólo y a retaguardia al comandante don R. Castro y a su ayudante, avanzó con el 2º batallón del denodado Tres, no a retaguardia del mayor don Federico Castro, sino que oblicuando sobre su izquierda, cargó con rabia y al trote sobre el poniente del poderoso Ciudadela.
 
Marcos José Arce y el cirujano Wolleter, cariñoso apodo del capitán Rodolfo Wolleter, salvaron impávidos y en perfecto orden el espacio que tenían que recorrer para iniciar la subida del montículo en que se asentaba el Ciudadela.
 
Con Wolleter van el teniente don Adolfo González, y los subtenientes don Ricardo Jara Ugarte, don Ramón Giménez Saavedra y don Emilio Bonilla, que cuidan a su tropa y mantienen con severa altivez el buen nombre del regimiento.

Wolleter llega al fondo de la lomada y al trepar la ladera del poniente hace un pequeño alto, descansa un momento su gente, toma apenas un respiro y sigue en demanda de su objetivo.
 
Gutiérrez que tiene plena confianza en su capitán ayudante don Gregorio Silva le entrega la 3ª y 4ª compañías del 2º batallón, con orden de, al trote y siempre oblicuando, tome la retaguardia del fuerte para cortar la retirada al enemigo y que nadie escape.
 
Don Gregorio se pone al frente de las compañías nombradas, y ayudado eficaz y valientemente por Guzmán y Novoa Faez, con Luis Felipe Camus, Ismael Santiago Larena, Quiterio Riveros y Orellana despliega sus guerrillas con rabiosa ligereza y se lanza oblicuando, dejando a su derecha a las seis compañías de la vanguardia, sobre la retaguardia del fuerte enemigo.
 
Y ya tenemos al 3º en la zona de ataque; las primeras hileras están muy cerca del Ciudadela y aún el enemigo no respira, no siente a la muerte que cautelosamente lo acecha!
 
De súbito los tercerinos divisan allá, al sur poniente, sobre su izquierda, en la cima de la montaña, como pegado al cielo, aún está oscuro, brillar una luz, y luego otra, otra y otra; y cien mil relámpagos alumbran la atmósfera, la tierra, la montaña y el mar!
 
Es el fuerte Este, que ha sentido al 4º de línea que se le viene encima y rompe sus fuegos.
 
Son las 5:30 de esa inmortal mañana, de aquel lunes 7 de junio de 1880, en que con sangre y con las afiladas bayonetas del 3º y 4º de línea, se inscribió el "Estado Civil de Arica" en el protocolo del notariado chileno, que nadie puede negar y sobre el que no cabe litigio, porque Chile, no lo acepta.
 
En el preciso, en el mismo instante, a la vanguardia del primer batallón del 3º un centinela peruano le da ¡El quien vive! con voz que repercute en el silencio de la dormida noche.
 
Los hombres del Tres al ver primero los destellos de luz de que damos cuenta, y luego oír el estruendo horrísono de las grandes piezas enemigas que retumbaron en aquellas quebradas, como ecos doloridos de la desgracia de aquel tradicional y enemigo pueblo, hicieron un alto y un grandioso ¡Viva Chile! Viva Chile! Viva, viva! resonó magnífico, potente, majestuoso y soberano.
Fuente: Molinare, Nicanor, Asalto y toma de Arica : 7 de junio de 1880, Impr. de "El Diario Ilustrado, Santiago de Chile, 1911, P. 75.

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