lunes, 1 de junio de 2020

Las defensas peruanas de Arica, por Nicanor Molinare

 [Fotografia del Morro de Arica en el Siglo XIX]
Al iniciarse la guerra, el Estado Mayor peruano, creyendo segura la victoria de los aliados, no pensó sino en fortificar a Arica cuanto a puerto; no había para que tomar en cuenta la defensa terrestre; Chile, si bien es cierto, había ocupado a Antofagasta, tendría que ser vencido forzosamente en esas playas, y su ejército, copado por la armada perú-boliviana de Tarapacá.

Jamás se invadiría a Arica, ni mucho menos a Tacna; ni para que imaginar el desembarco de Pisagua; ni el asalto y toma de Arica del modo que se efectuó.

De ahí que los primeros trabajos de fortificación y de defensa, se hicieran exclusivamente teniendo presente la defensa marítima.

En mayo de 1879, según el plan acordado en Lima, fondeaba en Arica el monitor "Manco Capac", a ordenes del comandante Castillo, y junto con el coronel de artillería Panizo y el comandante de Ingenieros don Teobaldo Eléspuru, e inmediatamente, en el terreno, hicieron los primeros reconocimientos a objeto de iniciar las fortificaciones necesarias para poner al puerto en estado de buena defensa.

Para respeto de nuestra escuadra y trabajar tranquilamente, se trajo a remolque del Callao al citado y famoso "Manco Capac"; monitor blindado con rieles y montado por dos cañones de a 500, tipo de 1867, de bala esférica y ánima lisa; que jugó sus piezas en varias ocasiones, matando por desgracia uno de aquellos inmensos proyectiles, el 27 de febrero de 1880, al indomable Thompson, capitán del "Huáscar", que en abierta lid quiso apoderarse de aquel cetáceo de hierro.

¡Que sólo al peso de tanto metal podía arrancarse la vida a un hombre de los alientos del héroe de Abtao y primer comandante chileno de la "Covadonga", a Manuel Thompson!

Eléspuru, que era como ingeniero el alma de la comisión de defensa, aconsejó: artillar el Morro y defender la playa que queda al norte, en una extensión hasta de tres kilómetros, por medio de fuertes rasantes con cañones colocados a lo largo.

El campo de tiro de estos castillos sería el mar y también el de tierra, para el norte. Más tarde, cuando la pujanza de nuestras armas venció al enemigo de Pisagua, Tarapacá, y los fuertes del norte que tenían el 7 de junio de 1880, es decir, con campos de tiros al mar, al norte y al noroeste; barriendo con sus fuegos la línea férrea.


Se acordó levantar tres baterías, ubicadas como se ha dicho, en los terrenos bajos de la parte norte de la ciudad, cerca de la playa y en un espacio de tres kilómetros más o menos, porque esa era la distancia que había del muelle al fuerte Santa Rosa, que quedaba en el extremo norte.

El San José se edificó cerca del pueblo, artillándose con dos buenos cañones Parrott de a 150; a continuación, es decir al medio, se colocó el Dos de Mayo, armado con un cañón Voruz, de procedencia francesa, fundido en Nantes el año 1864 y del calibre de 250 libras y ánima lisa.

Cerrando el flanco derecho del puerto y siempre hacía el norte, lo repetimos, se encontraba el Santa Rosa, con otra pieza Voruz francesa, gemela a la del Dos de Mayo.

Estas baterías contaban también con algunas piezas más de pequeño calibre y tenían casas matas, buenos polvorines, cuarteles, fosos y todas fueron perfectamente minadas en previsión, primeramente de un desembarco y más tarde para evitar un ataque terrestre.

Una red eléctrica unía las minas de cada batería con la plaza, es decir, con la Ambulancia, en la que flameaba la bandera de la Cruz Roja; bajo cuya protección, como veremos en seguida, el Estado Mayor peruano de Bolognesi había colocado para mejor proceder el centro eléctrico, la dirección de los terribles volcanes que poblaban aquella plaza; artera medida que fue la causa inmediata de la horrible matanza de aquel día, en que la felonía peruana recibió el más justo de los castigos.

Y antes que abandonemos la llanura y trepemos los abruptos y areniscos repechos de El Morro, y de los cerros que por el oriente y noreste circundan la plaza, agregaremos que la previsión peruana en los últimos días de su autoridad, minaron también las orillas, los bajos y pasos más frecuentados del río Lluta, especialmente en la parte que queda al poniente del puente de la línea férrea de Tacna a Arica de Chacalluta; ya veremos como se descubrieron esas minas, la captura de sus ingenieros y la importancia que tuvo esa feliz operación para los nuestros.

Y para completar la defensa marítima, Panizo, Eléspuru y Castillo, acordaron, como primera medida, artillar El Morro.

Es necesario haber visitado alguna vez Arica y sobre todo su Morro, para comprender como el Perú, estando en guerra con Chile, disponiendo éste de una magnífica armada, pudo desde mayo de 1879, artillar aquella posición, a vista y paciencia del almirante chileno, sin que nadie jamás se opusiese a aquella fortificación.

Es necesario haber visto, lo repetimos, los nueve grandes cañones de a 250, 100 y 70, que coronaban aquella fortaleza; enormes, voluminosos, inmensos, para darse cuenta de la criminal desidia del almirante Williams R., que nada hizo para impedir se fortificase esa posición, que costó la vida de Thompson, San Martín, Chacón, Goycolea y de centenares de chilenos más, sacrificados en el asalto y en otras funciones de guerra, que se habrían evitado por cualquier otro almirante de nuestra armada, impidiendo el acarreo tranquilo que desde el Callao se hizo de todo aquel gran material de guerra.

Eléspuru y los suyos construyeron en el Morro mismo, a la orilla del mar, las baterías necesarias para montar nueve magníficas piezas. Ahí se colocaron 6 cañones Voruz de a 100 y un Vavasseur de a 250.

Se levantaron galpones, cuarteles, casas matas y habitaciones para los artilleros y para los jefes y oficiales; se acopió una inmensa cantidad de munición de cañón y rifle; se minó admirablemente el Morro, estableciendo en medio de la gran plazoleta que queda en el extremo poniente una Santa Bárbara especial subterránea, en donde se guardaba la dinamita, y que el día del asalto no estalló porque el comandante Latorre, último jefe de la plaza, lo impidió oportunamente, como lo narraremos más adelante.

Fortificado el frente de aquel soberbio macizo que da al mar y asegurada así su defensa marítima, la Comisión peruana procedió a levantar los fuertes Este, Ciudadela y Morro Gordo; y a ubicar las dieciocho trincheras que defendían la posición peruana por el este, sur y este y noreste, y que, en el día del asalto, jugaron el más importante papel.

Es indudable que aquellos tres jefes enemigos, estudiaron bien el terreno; porque la colocación dada a aquellos reductos y trincheras a todo el mundo satisfizo, y porque sus fuegos y campos de tiro, fueron perfectamente elegidos; lo que faltó para evitar la derrota, en la enemiga guarnición, fue corazón en sus jefes y mayor vigilancia en el comando.

El Morro, como se ve en el grabado que publicamos, tiene la forma de un largo cetáceo, cuya cabeza, quedando en su extremo poniente lista para zambullirse en el inmenso mar, testigo mudo del denuedo de los hijos de Chile en el memorable 7 de junio de 1880, extiende suavemente su cuerpo hacia el oriente, la región del sol, en una extensión de poco más de tres kilómetros.

En el medio se alza una pequeña prominencia; ahí quedó enclavado el fuerte o fortín "Morro Gordo" o Cerro Gordo construido con sacos, bien fosado, en forma de media luna y convenientemente artillado.

Más a retaguardia, es decir, más al oriente, y cargándose un poquito al sur, si se quiere, se colocó encima de la montaña que suavemente termina en El Morro mismo, El Fuerte Este, el del 4º de línea, y que fue el primer punto que atacó aquel veterano regimiento, cuna gloriosa del aguerrido y heroico San Martín, su jefe, muerto ilustre de aquella legendaria jornada.

El Este, estratégicamente colocado, dominaba con sus fuegos circulares lo mismo el oriente que el lejano Morro.

Dominando el valle de Azapa y muy especialmente, como quien dice, la puerta de entrada de ese valle; y en un cerrito, monculito o mogote colocado en la falda de la montada, que tiene por su parte nororiente un bajo que se prolonga unos 600 metros hacía el este, en que se levanta otra prominencia o lomada, se edificó El Fuerte Ciudadela, que atacó el primer batallón del 3º de línea, del bravo mayor don Federico Castro; y donde grabaron sus nombres en la historia, escrita con su sangre y con letras de oro, el capitán Chacón y el impávido y heroico subteniente Poblete. El chino Poblete, hijo del pueblo, que laminó su partida de bautismo levantando su humilde estirpe, si ello puede caber en nuestras democracias, mucho más alto que los descendientes de nuestros marqueses, que para serlo pagaron en buenas onzas peluconas sus rancios abolengos, sin servir ni al rey ni a Chile!

Para terminar este plan de defensa, se cubrió con 18 trincheras o reductos de sacos de arena, con fosos en forma de medias lunas el espacio comprendido entre la plaza del Morro y el fuerte de Cerro o Morro Gordo, hábilmente ubicadas, y en forma que se defendían unas de otras, permitiendo a su vez romper simultáneamente sus fuegos sobre su frente, es decir, el oriente.

Los fuertes del Este y Ciudadela de norte a sur, distancian entre sí unos 400 a 450 metros, eran cuadrados, y como se ha dicho, con buenas murallas formadas por sacos o bolsas de arena.

La artillería del Este, consistía en tres cañones Voruz franceses, como los de la playa, del calibre de 100 libras y bala esférica; el Ciudadela contaba también con tres piezas de grueso calibre y dos Parrott de a 30 y un Voruz de a 70.

Todos los fuertes, trincheras y reductos tenían su Santa Bárbara repleta de municiones de cañón y rifle, en prodigiosa abundancia.

Esta fue la labor de la Comisión de fortificación primera, la de Panizo, Castillo y Eléspuru; trabajos que más tarde completo el coronel Bolognesi, ayudado por todos los jefes de su Estado Mayor y especialmente por el capitán Moore, de la Independencia, y por los señores Espinosa, Inclán, Latorre, Alfonso Ugarte, Sáens Peña, Zavala, etc.; y por el ingeniero don Teodoro Elmore, profesional serio y estudioso, a quien personalmente conocimos en 1880, prisionero en San Bernardo; donde se hizo notar por la austeridad de su vida y por su actitud circunspecta y laboriosa.

Elmore, apoyado por Bolognesi y sus compañeros, cambió, digamos así, el aspecto de las fortificaciones ariqueñas; bajo su inteligente dirección el campo de tiro de los fuertes de la orilla del mar, los de Ciudadela, Este, Morro Gordo, etc., se hizo circular, con excepción del San José y las baterías del Morro mismo, uno de cuyos grandes cañones abocó, sin embargo, hacia el oriente, para defender Morro Gordo, Este y Ciudadela.

Elmore minó todas las fortificaciones, minó todo Arica; convirtió la plaza en un volcán, que obediente, debía estallar ante la mano de aquel ingeniero que al oprimir un botón eléctrico haría saltar por los aires: El Morro, Ciudadela, el Este, San José, Santa Rosa y la ciudad!

La red eléctrica de Elmore quedó inutilizada en gran parte el día del asalto, no, porque fallara su instalación, sino porque falló el corazón y porque, seamos francos, faltó Elmore, para ejecutar aquel heroico y terrible sacrificio!

En el Morro y en todos los fuertes, flotaban libres al viento, magníficas banderas peruanas, que arrancadas de sus astas a punta de bayoneta, enriquecieron nuestros museos, desde el 7 de junio de 1880.

La que ondeaba en El Morro, y que era la mejor y más hermosa, estaba colocada en un alto y magnífico mástil, situado cerca de la orilla y un poco hacia la ciudad, vecino a un senderito que conducía al pueblo. Ya veremos la importancia que tomó ese lugar, casi al terminar el combate.

Fuente: Molinare, Nicanor, Asalto y toma de Arica : 7 de junio de 1880, Impr. de "El Diario Ilustrado, Santiago de Chile, 1911, P. 15.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario