jueves, 25 de junio de 2020

La Toma de Arica (Editorial de El Mercurio del 10 de Junio de 1880.)

 ["Asalto y Toma del Morro de Arica" obra de Cipriano Ubiergo]

El indescriptible entusiasmo con que ha sido recibida la nueva de la toma de Arica bastaria, cuando otras pruebas no hubiera, para acreditar a los ojos del estranjero i a los nuestros propios toda la vehemencia i pureza del amor que profesamos a la patria.

¡Qué loca alegría la de ese pobre pueblo, cuya existencia es una labor desesperante, una cadena interminable de privaciones i sufrimientos!

Pero ¿qué son los sinsabores de una suerte ingrata para quien, como él, ama tanto a Chile, a este Chile que en su espíritu aparece como un paraiso, como la obra mas acabada i perfecta que formó Dios?


El secreto de nuestro poder, de nuestros triunfos militares, de muchos de los portentosos adelantos materiales que hemos alcanzado está, es preciso repetirlo hasta el cansancio, en esas masas que, semejantes a las olas de nuestro mar, ya nos amedrentan con sus rujidos, ya nos consuelan con su pacífica corriente, pero que siempre arrastran consigo la sávia de la vida al cuerpo social.

El Perú debe conocer ahora esto i conocer tambien que sus desastres los debe principalmente a la índole de su pueblo, que no le permite ni sobreponerse a sus vicios hereditarios, ni defender su autonomía como la defienden los pueblos fuertes.

Las palabras que se atribuyen a Montero, aun siendo apócrifas, deben estar en breve, si es que no están ya, en la conciencia de todos los peruanos.

¿Cómo resistir ya, deben decirse, si la cólera del cielo nos condena a sucumbir en todos los combates?

Hasta el heroismo con que han perecido los defensores de Arica es una razon mas para justificar su desaliento.

¿Cuántos son allí los que se les asemejan?

Montero, huyendo cobardemente ántes de perdida la batalla de Tacna, abandonando a Moore i Bolognesi el puesto que a él, i nadie mas que a él correspondia, es la personificacion del Perú, que en la hora del peligro olvida sus fanfarronadas para poner a salvo su mísera existencia.

Ya hemos dicho repetidas veces que en nuestro concepto el Dictador Piérola, una vez que conozca en todos sus detalles la manera cómo se han conducido los ejércitos en que cifraba su última esperanza, pedirá la paz, valiéndose de algun medio que escuse la inconsecuencia del hecho con sus anteriores palabras. En esta idea persistimos siempre, i por lo mismo conviene que el Gobierno se apresure en continuar la campaña para que concluya pronto i como debe concluir.

No es a nosotros a quienes toca hacer proposiciones de paz sino aceptarlas en caso de que sean ventajosas. La rendicion de Lima por nuestro ejército seria imponer la paz, i ella nos daria el resultado que queremos sin hacer el sacrificio ni de una palabra incompatible con la grandeza de nuestros triunfos i de nuestro orgullo.

Ir a la paz de otra manera seria una vergüenza que el país no podria soportar i por la cual pediria cuenta a sus gobernantes.

¿I no tendrian razon para preguntarles si todos los sacrificios que ha hecho en defensa del honor nacional merecian tan villana correspondencia?

Que la guerra concluya lo mas pronto posible es el deseo de todos; pero no vaya por esto a creerse que preferimos hacer una paz indigna a continuar en guerra por todo un siglo.

En esta intelijencia deben estar nuestros estadistas, nuestros representantes del pueblo, para no tentar ninguna proposicion que pugne con este irrevocable propósito.

Si álguien, llevado de un espíritu que no nos atrevemos a calificar, se ha atrevido a pedir al Congreso que manifieste al Ejecutivo su deseo de que haga proposiciones de paz al Dictador Piérola por medio de una nacion amiga, eso no debe tomarse en cuenta, pues no puede haber sido sino un arranque de jenialidad, una ocurrencia de las muchas que suelen venirse a la lengua en momentos de no saber qué hacer ni qué decir.

Nuestros conductores deben saber mejor que nosotros lo que la nacion quiere i lo que a la nacion le conviene. De consiguiente, tenemos fe en que su decision sea obra de razon i acatamiento a la voluntad nacional.

No puede ser de otra suerte. Un Gobierno que acaba de recojer el premio mas espléndido de sus afanes i desvelos, está obligado, i no como quiera, a hacerse digno de su gloria, que no es otra que la gloria del país.

Continuaríamos en otras consideraciones por el estilo si el deber de enviar un entusiasta voto de gracia a nuestro valeroso ejército por su última gloriosísima hazaña no viniese a hacernos pensar esclusivamente en él i a pedir para él la recompensa que merece.

La toma de Arica es una accion de guerra asombrosa; intrepidez sin igual, habilidad suma han representado allí el papel que les correspondia, i sin alardear de conocimientos estratéjicos ni cosa parecida. I entiéndase que esa plaza tuvo defensores heróicos que prefirieron morir a rendirse como es costumbre entre sus paisanos.

Para Chile, que tiene un Prat, un Serrano, un Thompson, un Ramirez i tantos otros en el Panteon de su historia, no habria sido raro aumentar el catálogo de sus héroes con hombres como Bolognesi i Moore; pero para el Perú que tiene a Prado, Montero, Buendía, García i García, Lopez Lavalle, etc., etc., la muerte de los defensores de Arica es un timbre de honor, tanto mas apreciable cuanto que es único.

Sin embargo, es preciso reconocerlo, porque la gloria no tiene patria ni reconoce causa. I al hacerlo así, creemos interpretar los deseos de los vencedores de Arica, que dirán: "Esos muertos fueron dignos de nuestro brazo."

Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia Tomo III, Imprenta i Lib. Americana de Federico T. Lathrop, Valparaiso, 1886, P. 220.

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