miércoles, 3 de junio de 2020

Guarnicion y oficialidad peruana de la defensa de Arica, por Nicanor Molinare


[Fotografía de escenificación de la histórica “Respuesta” del Coronel Bolognesi junto con sus oficiales]

He aquí ahora la tropa que guarnecía a Arica; su calidad, distribución, armamento, vituallas y jefes que mandaban aquella hueste condenada a morir "por sentencia decretada por nosotros mismos y escrita por nuestra propia mano", según la gráfica expresión del Comandante don Roque Sáens Peña, redactada en 3 de julio de 1905, en comunicación hecha a un amigo suyo, y cuyo original tenemos aquí sobre nuestra mesa de labor.

Mas, antes de detallar la guarnición ariqueña advertiremos que Arica está unida a Tacna por una línea férrea, que en su trayecto recorre 63 kilómetros, con un paradero o estación, "El Hospicio", esta línea fue construida por su concesionario Mr. José Hegau, que inició los trabajos en 1851 y la inauguró en 1854.

Unos cuatro o cinco kilómetros al norte de Arica la vía cruza el río Lluta o Azufre por el puente de Chacalluta, llamándose así desde el puente hacia arriba, y con el de Lluta desde el mismo puente hacia el mar.

El terreno que se extiende entre el Lluta, el mar, los cerros del Oriente y la población es fertilísimo; fertilidad que aumenta prodigiosamente cuando los años son de buenas camanchacas.

Pero, si aquel terreno es feraz, mucho más y fuera de toda ponderación, es el valle de Azapa, cuya quebrada desemboca en la misma ciudad.

Azapa, es un oasis, que deja atrás todo lo imaginable; y si sus legumbres son magníficas, sus frutas son exquisitas; la palta, naranjas, tunas o trigos, chungos, camotes, plátanos, chirimoyas, etc., no dejan nada que desear al paladar más delicado.

Lluta, es lugar de pastos naturales y también artificiales; cerca del puente del ferrocarril al lado del poniente, en aquellos años, existían unas casitas y sus campos vecinos un tanto vegosos dieron muy buen alimento a la caballada nuestra; en una de esas casas, fue tomado prisionero el ingeniero don Teodoro Elmore, y su compañero Ureta; pero no adelantemos la narración.

Los valles de Lluta y de Azapa, hay que advertir, que tienen caminos especiales que los comunican con las alturas que dominan la ciudad, el puerto y "El Morro" por el oriente; por esas sendas el Ejército chileno que dejaba los vagones del ferrocarril un poco antes del puente de Chacalluta, tranquila y cómodamente tomó las posiciones necesarias, aconsejadas por la estrategia, "y elegidas por don Pedro Lagos", para dar el asalto en el momento y tiempo oportuno.

El 5 de junio, dos días antes del ataque y toma de Arica, se pasó como de costumbre, por el Coronel Graduado y Jefe del detall ariqueño don Manuel C. de La Torre, el estado diario de fuerza efectiva y disponible. Ese documento, que cayó en manos de los vencedores, acusa la presencia en la plaza de 1.859 hombres, contados desde, Bolognesi, su Jefe, al último soldado.

Las 1.859 plazas eran la fuerza efectiva; los hombres de pelea, los que defendieron y sucumbieron el 7 de junio de 1880 en Arica, no eran sino 1.653 soldados de capitán a corneta; de ellos quedaron muertos en el campo, es decir, en el Morro y sus laderas, en los reductos, en el Ciudadela, Cerro Gordo, etc., en el pueblo y sus alrededores, 884 hombres con Bolognesi a su cabeza, sin contar buen número de heridos y el resto rendido y prisionero.

La cifra de los muertos anotada, es el testimonio más elocuente que la historia puede aducir en pro de nuestra raza; que no perdona, hiere, mata y destruye cuanto a su paso encuentra, cuando el enemigo desleal y artero hace uso inmoderado de los ardides de la guerra, como en Arica, en que echó mano hasta el santo y hospitalario lugar de la Cruz Roja para ubicar el centro eléctrico de sus minas; o como en Miraflores, en que rompiendo sorpresivamente un armisticio, sin reparar en la fe pactada, pero en conformidad a la fe peruana, inicia sus fuegos violando las leyes internacionales que rigen a las naciones civilizadas.

Pero, ya saben los peruanos como se defiende Chile, como se baten sus hijos y como, en lagos de sangre, convierten los campos de batalla cuando con felonía se les ataca.

Estudien el pasado, mediten en el presente, y obren con cuidado en el porvenir los dirigentes del Rimac.

Estudiando minuciosamente datos que desde los ya, por desgracia, lejanos días de la campaña guardábamos; leyendo ávidamente todo lo que impreso existe sobre esta magnífica acción de guerra; conversando con muchos de los sobrevivientes y leyendo sus diarios; charlando, plano en mano, en amistosa reunión y recordando con precisión íntimos detalles; leyendo apuntes tomados por Elmore, Espinosa y otros jefes y oficiales peruanos prisioneros en San Bernardo en 1880; y, sobre todo, teniendo a la vista los partes oficiales chilenos, y los únicos que existen peruanos, firmados por don Roque Sáens Peña, don Manuel C. de La Torre y don Manuel I. Espinosa, jefes del Iquique, de la plaza y del Morro, hemos podido reconstituir no sólo las fuerzas enemigas, sino escribir y narrar en la forma que lo hacemos, este episodio de la guerra del Pacífico, página inmortal, dictada por el heroico coronel don Pedro Lagos y escrita con la sangre de los soldados de mi patria!

El coronel don Francisco Bolognesi, veterano por su edad y sus campañas, mandaba la Plaza Fuerte de Arica, en calidad de comandante en jefe. Y desde el 26 de mayo su comando fue absolutamente independiente y sin sujeción a nadie; en consecuencia, Bolognesi era el único árbitro de los destinos de Arica.

A su lado, como ayudantes de la jefatura, se encontraban los capitanes don Ricardo Iturbe, don Exequiel Vela y don Enrique Valdés, y el teniente don José P. Valdivia.

El teniente coronel don Manuel C. de La Torre, tenía a su cargo el detall de la guarnición y de toda la plaza; en su pesada labor durante los días del bloqueo y en el del combate y la pelea, lo acompañaron el sargento mayor don Miguel Barrios, el capitán don Darío Eyzaguirre y siete ayudantes más, cuyos nombres, por desgracia, hemos perdido.

La guarnición enemiga estaba compuesta por las divisiones 7ª y 8ª del ejército perú-boliviano, sin que en sus filas campease cuerpo ninguno perteneciente a Bolivia; sólo tenemos noticias del cirujano boliviano doctor don Juan Kid, como presente en la acción del 7 de junio, tomado prisionero por nuestras fuerzas; que prestó oportunos e inteligentes servicios médicos a los heridos y muy especialmente a los del 3º de línea, en cuyas filas dejó imperecederos recuerdos por su bondadoso carácter, discreción y laboriosidad.

El coronel don José Joaquín Inclán, comandaba a la 7ª División, teniendo por jefe del detall a don Ricardo O'Donovan y de ayudante al capitán don Luis Benavides.

Pasaban revista en la 7ª División, en la de Inclán, los batallones Artesanos de Tacna número 29, el Granaderos de id. número 31 y el Cazadores de Piérola, llamado también de Puno.

Mandaban al Artesanos de Tacna el Coronel don Marcelino Varela; siendo su segundo el Teniente Coronel Graduado don Francisco Chocano; y sargento mayor don Armando Blondel.

Las compañías del Artesanos las acaudillaban los capitanes don Ignacio del Castillo, don Olegario Tulio Rospigliosi, don Juan Cáceres, don José Morales Aillón y el graduado de mayor don Rubén Rivas.

Tenientes y subtenientes de este batallón fueron los señores Domingo Velasco, Juan de Dios Soto, Manuel A. Costavitarte, Manuel Acevedo, José Escobar, Manuel Belaúnde, y otros, cuyos nombres, se nos escapan.

El bravo entre los bravos, el Coronel don Justo Arias Asajues, estaba al frente del Batallón Granaderos de Tacna; Arias cayó al pie de la bandera peruana en el Fuerte Ciudadela, defendiendo su puesto sin desfallecimientos, ni cobardía.

De este cuerpo no recordamos otros oficiales que a los señores don Manuel Lira y don Manuel Emilio Barredo; capitán el primero y subteniente el último; creemos que fueron los únicos del Granaderos de Tacna que escaparon en el Ciudadela; los demás siguieron la huella de su ilustre jefe el Coronel Arias.

Por desgracia, para el Perú, no todos los defensores de Arica cumplieron con su deber, porque sabido es que, el Coronel Belaúnde, el Sargento Mayor don Manuel Revollar y el capitán don Pedro Hume, Comandante, segundo y capitán del Cazadores de Piérola, desertaron cobarde e ignominiosamente, abandonando la plaza y escapando como pudieron del puesto del sacrificio y del honor, que voluntariamente habían buscado.

Al frente de la 8ª División se encontraba el Coronel, don Alfonso Ugarte, fue uno de los jefes peruanos más entusiastas y patriotas que rindieran su vida en Arica.

Como jefe del detall de esta división encontramos al Coronel don Mariano E. Bustamante, que pagó también como Ugarte, su tributo a la patria en el 7 de junio; entre los ayudantes de la 8ª figuraba el Sargento Mayor don José Pozo.

Componían la División Ugarte dos cuerpos, el Iquique y el Tarapacá; ambos formados en la salitrera provincia de este nombre, y mediante el entusiasmo de sus jefes primitivos y organizadores, don Alfonso Ugarte ya nombrado, y el Coronel Auduvire, que murió en la jornada del 27 de noviembre de 1879; siendo nombrado Comandante en su lugar, y en el mismo campo de batalla, el Teniente Coronel argentino, don Roque Sáenz Peña, hoy Presidente de la vecina República Andina.

Elevado Ugarte, a jefe de la 8ª División, tomó el comando del Tarapacá el teniente Coronel don Ramón A. Zavala, compartiendo la jefatura con don Benigno Cornejo y don Gerónimo Salamanca, que hacían de segundo y tercer jefes.

En el Tarapacá, cuerpo veterano fogueado, lo repetimos, en la batalla del mismo nombre, figuraban los capitanes señores José Chocano, Evaristo Candiote, Antonio Lobats, José Chacón y Evaristo Peñaranda.

Ayudantes del comandante Zavala, que murió en la acción, y que lo acompañaron en aquella jornada eran don Trinidad Olate y don Benigno Vargas.

El cuerpo de tenientes y subtenientes lo componían don Oscar Navarro, don Marcos Gómez y don Manuel Llosa, figurando entre los últimos los señores Cristián Hencke, César A. Montalván, Domingo Martínez, Luis Cossio y Gaspar Loayza.

Muerto, como dijimos, en la acción de Tarapacá el coronel Audivire, se le dio la jefatura del Iquique, durante la acción, a don Roque Sáenz Peña, ayudante de campo del Cuartel General peruano; colocación que el comandante argentino sirvió hasta el 7 de junio de 1880, en que herido en el brazo derecho, se entregó prisionero, en el Morro, a uno de los capitanes del 4º de línea, a don Ricardo Silva Arriagada.

Sáenz Peña, que bien se condujo en la jornada de Tarapacá, en Arica, según el testimonio de su feliz vencedor, peleó bizarramente; y en la desgracia, cuando se rindió, soportó con rara llaneza y firme tranquilidad las angustias de aquel terrible momento.

Cuatro jefes tenía el Iquique: don Roque Sáenz Peña, don Isidoro Salazar, que pereció en el combate, y los señores don Lorenzo Infantas y don Manuel M. Zevallos.

Capitaneaban las compañías de aquel cuerpo veterano don Benigno Campos, que rindió la vida defendiendo su bandera, y los señores Víctor B. Ocampo, Manuel Vargas, Federico Flores Elena, Guillermo Bello e Isidoro Rebollat, que escaparon de la matanza tomados prisioneros, siendo conducidos a San Bernardo.

En el cuerpo de tenientes pasaban revista don Ernesto y don Manuel Anduvire, don Manuel E. Márquez, don Avelino León y Agustín Soto, que ilesos salieron de aquella acción en que pocos fueron los que tal suerte tuvieron.

Del Iquique no entró al fuego sino el medio batallón de la derecha; de ahí que llegaran a Chile prisioneros los subtenientes Germán Ceballos, Federico Flores, Ricardo Salazar, Emilio Roberts, Augusto Smith, Manuel Ramírez, Juan Maldonado, Cipriano Plato y Manuel Lagos.

Independientes de las divisiones 7ª y 8ª y bajo diferente jefatura, estaban las tropas del Morro y de los fuertes Este, Ciudadela, Cerro Gordo, reductos y trincheras ubicadas entre las baterías del Morro mismo y los castillos del oriente y los del norte, es decir, el San José, Dos de Mayo y Santa Rosa.

El infeliz cuanto desgraciado capitán de la "Independencia", don Guillermo Moore, que perdió aquel poderoso barco por inepto, por no conocer su casa, las costas de la más rica provincia del viejo Perú, que no murió como un héroe, teniendo de segundo al capitán de corbeta don Manuel I. Espinosa, que había sido subdirector de la Escuela Náutica del Callao, mandaban la artillería de los fuertes y tenían el comando inmediato de los cañones del Morro y de ese reducto.

En verdad, Moore y Espinosa eran los jefes del centro y corazón de aquellos orgullosos bastiones en cuya cima y sobre el norte, muy cerca de su orilla, flameó solitario y envanecido el pendón incásico, desde abril de 1879 hasta la mañana del inmortal 7 de junio de 1880, en que fue arriado para siempre de aquella plaza que se creía inexpugnable.

Moore, tenía también a su lado y bajo sus ordenes, a los capitanes don Cleto Martínez y don Adolfo Kingt, que sellaron con la muerte, su reputación y fama de soldados.

A Daniel Nieto, buen artillero y mozo de corazón, que llevaba bien sus charreteras de capitán, lo mismo que a Juan García Zegarra y Ricardo Pimentel, les cupo en suerte defender también aquellas baterías, en que campeaban los tenientes señores Tomás Otoya, que sucumbió en el asalto; Guillermo Gamboni, teniente 1º de Marina; Emilio Espinosa, Pedro Portillo, Emilio de Los Ríos, que obtuvo honrosa herida; M. Antonio Díaz, Manuel J. Romero, Juan W. Prieto, y Toribio Trelles y Francisco de P. Ramírez, que fueron recogidos del campo gravemente heridos. Como agregado peleó en esta acción el teniente 2º don Manuel Gómez.

El subteniente Francisco Alan, fallecido en este día, pertenecía a la dotación del Morro; y con él los señores Manuel Antonio del Pozo, Manuel A. Portocarrero, Gavino Molina, Ruperto Ordenes, Jenaro Aumente y Emilio Brito Alarcón; juventud que durante meses vivió muellemente en la hermosa e higiénica San Bernardo, porque toda ella, menos Alan, que quedó allá, en el grandioso Morro, se rindió, ante la brava pujanza de los soldados del 4º!

El fuerte Este, el que atacó San Martín y sus valientes cuartinos tenía por jefe al teniente coronel don Medardo Cornejo; entre sus oficiales recordamos al capitán don Felipe J. Rospigliosi, que de los demás subalternos de este reducto, no hemos podido encontrar huellas.

Lo único que podemos aseverar es que Cornejo tenía a sus ordenes dos jefes, veintidós oficiales y noventa y dos individuos de tropa, armados de Chassepots, fuera de los artilleros que servían las piezas.

En las trincheras y demás reductos del Morro se repartió tropa de infantería; y en los tres fuertes del plan, en los del norte, ahí se colocó a última hora al coronel Alfonso Ugarte, con el Iquique y Tarapacá para reforzar a los 252 hombres que guarnecían esas posiciones.

El teniente coronel don Juan Pablo Aillon con los sargentos mayores Augusto Soto y N. García Goitisolo, tenían a su cargo los fuertes de que nos ocupamos, con el capitán don Manuel Macías y los tenientes y subtenientes señores Mariano Salcedo, Luis E. González, Andrés Medina, Enrique Cuadro, Manuel Rivadeneira y Francisco Seguín.

Don Juan Francisco Ortiz cargaba los galones de subteniente y también alcanzaban ese mismo empleo don Baldomero Pardo de Zela, don José Lagunas y don Samuel Cosio.

Al "Manco Capac" lo montaba el capitán de fragata don José Sánchez Lagomarsino, que tenía como segundo al de corbeta don Rómulo G. Tizon, amigo nuestro, a quien conocimos cuando niño en Valparaíso, a bordo de la "Independencia", de quien era guardiamarina en 1868.

Eduardo Raigada ejercía de capitán de puerto; y en la Maestranza, Parque y Hospitales se encontraban el mayor don José María Prado, el capitán de corbeta don Germán Paz, el teniente don Mariano Méndez y el contralor don Claudio Estrada.

Posiblemente, muchos oficiales podrán faltar en esta mal hilvanada relación; no es nuestra la culpa si hemos cometido omisiones, porque los documentos que poseemos no anotan más.

Hay que confesar que el armamento de los 1.653 defensores de Arica era heterogéneo y también de mala calidad; así, los 391 hombres del Artesanos de Tacna tenían rifles Peabody; los Granaderos cargaban Remington y llegaban a 218 individuos de tropa.

Chassepots, fusil francés, antiguo y de mala calidad, usaba el resto de la guarnición, es decir, los batallones Tarapacá e Iquique, cuyo efectivo el día del combate llegaba a 216 y 302 soldados; el Piérola, que tenía 198 hombres, tenía también el mismo fusil.

En el fuerte Este habían 92 plazas, 160 en el Morro y 76 en los del norte con el mismo famoso rifle francés, modelo 1870.

Pero, así como aceptamos la mala calidad del armamento, debemos también declarar que la munición era abundantísima; el parque quedó repleto.

Pólvora de cañón, dinamita, proyectiles para los grandes cañones Vavasseur, Voruz y Parrott tenía la plaza y para mucho tiempo.

El material eléctrico era asimismo de buena calidad, y su instalación bien hecha; si el resultado no fue más eficaz, si no estallaron todas las minas y polvorazos, fue únicamente porque falló el corazón y no hubo coraje, ni valor suficiente de parte de los dirigentes, para hacer volar toda aquella formidable y bien minada fortaleza.

Si todos los jefes de Arica hubieran sido como don Justo Arias, si todos hubieran tenido su coraje, su denuedo, Arica habría sido un volcán, que al reventar sublimando a sus defensores, habría asombrado al mundo, muriendo como soldados, causando a Chile horrorosas bajas y entregando al enemigo ruinas, desolación y miserias!

Fuente: Molinare, Nicanor, Asalto y toma de Arica : 7 de junio de 1880, Impr. de "El Diario Ilustrado, Santiago de Chile, 1911, P. 19.

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