martes, 2 de junio de 2020

La captura de Teodoro Elmore, por Nicanor Molinare

[Fotografía del ingeniero peruano, Teodoro Elmore]
 
En la mañana del miércoles 2 de junio, después de diana el alférez de Cazadores a Caballo, don Rafael Avaria, recibió orden para reconocer unas casitas que existían al lado sur poniente del puente de Chacalluta; y también para limpiar de enemigos los hermosos y abundantes pastizales de esa región; medida, que se imponía, a fin de aprovechar esos potreros para que forrajearan nuestras estropeadas caballadas.
 
Avaria, buen oficial, formado en las filas de Cazadores teniendo por jefes a J. Rafael Vargas, a Alzérreca y a otros diligentes capitanes; formado en la vieja escuela del inflexible y caballeroso Baquedano, tan pronto recibió la orden, montó a caballo, se puso en marcha y penetró al río por la parte norponiente del puente; hizo alto para dar de beber a sus caballos en medio del paso y a medida que éstos apagaban su sed, continuó su camino en dirección a la orilla sur del río.
 
Cuando efectuaba esta operación, la tropa de Avaria, naturalmente perdió su formación; porque los caballos y sus jinetes buscando mejor agua se atroparon. Divisado a la distancia aquel piquete, tuvo que verse más atropado aún; y como los encargados de vigilar y defender ese punto, no estaban ahí cerca, sino a respetable distancia, creyendo a la caballería chilena en medio de las minas jugaron sus baterías; y una, dos, tres, terríficas detonaciones, seguidas de una lluvia de piedras, agua, arena, barro y espeso humo, atronó el espacio y sembró el desconcierto y el espanto entre nuestros jinetes, que sorprendidos, no pudieron por más que hicieron, sujetar sus corceles.
 
Avaria y sus hombres se desorganizaron por breves instantes; pero rehechos, tomaron inmediatamente el campo, en la izquierda del río; y allí pudieron comprobar, que la aleve y traidora celada, no había causado ninguna baja en sus filas; y comprendiendo, el alférez Avaria, que los autores de aquella felonía, no podrían estar lejos de aquel lugar avanzó en busca de ellos.
 
Los Cazadores poco tardaron en encontrarlos; tras breve y corta casería y después de unos cuantos disparos, Avaria y sus jinetes tomaban prisioneros a dos jóvenes oficiales enemigos; que al ser interrogados por el alférez chileno, declararon ser ellos los encargados de la colocación de las minas y los que habían hecho estallar las del río.
 
Uno de ellos había sido herido de bala en una pierna; se llamaba Ureta, se había educado en Chile; y en los Padres Franceses había sido compañero de aula con el ayudante del coronel Lagos, don Belisario Campo; el otro era, ni más ni menos, que el ingeniero en jefe de las fortificaciones de la plaza; el autor y factotum de cuanta mina, torpedo y Santa Bárbara existía; el creador de los volcanes de Arica, el ingeniero don Teodoro Elmore.
 
La captura no podía ser mejor ni más buena.
 
Momentos después de ser tomados prisioneros, Elmore y Ureta, fueron conducidos al campamento chileno de Lluta; y en cuanto el coronel Lagos, se bajó del convoy que lo conducía de Tacna con su reserva, en esa mañana el jefe del campamento comandante don Juan Rafael Vargas, le dio cuenta de lo ocurrido; y le presentó a Elmore en su calidad de Ingeniero en jefe de las fortificaciones ariqueñas.
 
Lagos conversó ligeramente con el prisionero; llamó a su ayudante, capitán de caballería don Belisario Campo, retirado hoy del servicio como general de la nación; charló brevemente con él y le entregó a Elmore.
 
Nosotros, unidos por íntima y vieja amistad con don Belisario Campo, desde años antes del 79, lazo que perdura hasta el presente, sin que jamás durante las vicisitudes de nuestra accidentada existencia, se haya por ningún motivo enfriado, esa unión, cien veces hemos oído narrar al capitán, mayor, coronel y hoy general Campo, este episodio, siempre del mismo modo, con la misma sincera verdad y sencillez con que hoy lo contamos, a los que nos hagan el honor de leernos.
 
El coronel Lagos, decíamos, entregó a Elmore al capitán don Belisario Campo; éste a su vez tomó cuatro soldados de Cazadores a Caballo; hizo montar a su prisionero en un excelente animal, y a buen paso y sin trepidar, se dirigió hacia el sur; atravesó el río por el mismo lugar en que lo había efectuado Avaria, llevando por guía al autor de aquel inicuo atentado, y se internó resueltamente en el magnífico y espléndido gramal que se extiende al sur del Lluta.

Elmore, momentos antes de separarse de don Pedro, había sabido por su compañero Ureta quien era el capitán Campo; y por la entrevista brevísima que el coronel tuvo con su ayudante, dándose cuenta cabal de la importancia que para él, Elmore, tenía aquel viaje, emprendido tan a la ligera, después de lo ocurrido en la mañana, por orden de un jefe de la calidad y fama de Lagos, y entregado a un ayudante como el capitán don Belisario Campo.

Elmore, Campo y su escolta, caminaron buen trecho, casi sin cambiar palabra; dejaron atrás el casco de Wateree y sin preocuparse de nada, ni de nadie, siguieron adelante en su silenciosa excursión; ni Campo ni su acompañante cambiaban en el inter una sola palabra; aquella marcha no podía ser alegre, ni expansiva; al fin, el ingeniero peruano, que conocía a palmo aquellos parajes, exclamó: "Nos pueden pajarear, capitán; hay que hacer alto".
 
Expresión muy de aquella tierra, que traducida en buen romance, quiere decir: "Nos pueden cazar como a pájaros".
 
En realidad de verdad, estaban ya casi a tiro de rifle del primer fuerte enemigo, de los del norte.
 
"No le importe a usted nada, mi amigo, todo eso; que lo que yo necesito de usted es que, estando bien cerca de las posiciones enemigas, me de usted todos los datos necesarios sobre las fortificaciones de la plaza, reductos, minas, hilos eléctricos y sus baterías", contestó Campo.

Elmore se negó a dar los datos que se le pedían, y asilándose en el derecho internacional, alegó que eso no podía exigirse honrada e hidalgamente a un prisionero de guerra; declaró al capitán Campo, que por nada de este mundo daría los datos que se le exigían; que a un oficial de honor, a un caballero, no podía hacérsele proposiciones de esa especie.
 
Campo le cortó la oración replicando: "Tengo orden de obtener esos datos de usted; ellos deben de ser absolutamente verídicos y precisos, respondiendo con su vida de su exactitud. Tiene usted cinco minutos para contestar; evite todo discurso y palabrería".
 
Y sacando su reloj, agregó:
 
"Lo único que en su obsequio puedo hacer, es dar orden a mis cazadores que en lugar de recibir usted un tiro, se le peguen en la cabeza, simultáneamente, dos. Cuente usted ya los cinco minutos".
 
Transcurrió un minuto, que fue un siglo para aquellos hombres, especialmente para el infeliz y desgraciado Elmore, que con una sangre fría pasmosa exclamó: "Sea, daré capitán, los datos que usted quiere".
 
"Está bien, dijo Campo; dibuje usted aquí, en mi cartera, los planos de los fuertes de Arica completos; señale todas sus minas; sea usted verídico, porque el día del asalto, si sus noticias fallan, será usted muerto sin piedad".

Elmore obedeció; y con la ligereza del profesional inteligente, que sabe bien su oficio y conoce a fondo el terreno en que opera, dibujó en la cartera del capitán Campo el plano justo, exacto de los baluartes de Arica, con todos los detalles e indicaciones del caso.
 
Terminado aquel notable episodio del cortísimo asedio de Arica, que nadie interrumpió, y en que no hubo más testigos que los cuatro cazadores que sirvieron de escolta a Campo y Elmore, torcieron bridas, dieron la grupa a los bastiones ariqueños, y a buen paso tornaron hacía Chacalluta, al campamento del coronel Lagos.
 
Fuente: Molinare, Nicanor, Asalto y toma de Arica : 7 de junio de 1880, Impr. de "El Diario Ilustrado, Santiago de Chile, 1911, P. 37.

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