viernes, 26 de junio de 2020

Combate de Sangra y la resistencia de los buines, por Benjamin Vicuña Mackenna

[Oleo del pintor Nicolás Guzmán Bustamante, c. 1887. Cuadro Colección Pinacoteca del Museo de la Escuela Militar del Libertador Bernardo O'Higgins, Santiago, Chile]

Comprendió entónces el impertérrito Araneda que se hallaba solo i sin esperanzas. Pero era cuestion de deber, es decir, de morir como chilenos, porque el saber morir es tambien parte esencial de la vida del soldado: i tranquilamente se resolvió a morir, como habian muerto Prat, Serrano i Aldea... los semidioses.

Doce soldados ennegrecidos por el humo lo rodeaban todavía a manera de fantasma, i los heridos se arrastraban por el suelo clamoreando con desesperadas voces, pidiendo agua i venganza, desacíendose de los muertos que en el estrecho recinto formaban ya un monton...


El cuadro era terrible, pero la resolucion de todos i de cada uno, incluso los dos niños de la compañia, el corneta i el esclavo redimido, parecia inquebrantable.

Al cuartel! muchachos, gritóles entónces con voz enronquecida su valeroso jefe, i desalojando las pircas i los ranchos, i llevando cada sobreviviente su rifle en una mano i un compañero herido apoyado en su brazo libre, los doce retrocedieron unos cuantos pasos i se encerraron en el galpon de calamina como dentro de una tumba. «Acosados entónces, dice el parte de los peruanos datado en Canta el 28 de Junio, por nuestros fuegos, abandonaron sus trincheras refujiándose en las habitaciones de la casa, por cuyas puertas disparaban sin cesar sobre nosotros, obligándonos a incendiar la techumbre que era de paja, para rendirlos.»

Orgullosos los asaltantes con su éxito, i creyendo terminada la jornada, tocaron en esos momentos alto al fuego, i acercándose a los parapetos comenzaron a intimar rendicion a los postreros buines, miéntras los mas cobardes de entre ellos se cebaban en los heridos que por su postracion no habian podido retirarse. A uno de éstos, llamado Pedro Cáceres, le machacaron el cráneo a culatazos, i en seguida a manera del cruel Boves de Venezuela, le cortaron una oreja para pónersela de escarapela en su kepís... Los que esta felonía ejecutaban eran indios, porque el bravo soldado, que conservaba todavía sus sentidos i se finjia muerto, no entendia la algarabía de su lengua cuando le despojaban de sus prendas, especialmente de su corbata azul, distintivo del Buin en la campaña. El heróico pilon así ultimado, era natural de las provincias del sur, madera de roble pellin con corteza de hombre; i a la manera de los robles que el leñador ha incendiado despues de troncharlos i que mas tarde echan brotes i reverdecen, así sobrevivió...

Entre tanto los guerrilleros de Canta festejaban ya su victoria, i encaramados sobre los maderos del campanario que habia resistido a las llamas, repicaban su victoria a fuer de indios. De cuando en cuando oíanse gritos de ¡ríndanse chilenos! I como si la bravura tuviera un iman misterioso e irresistible aun para las manadas de salvajes, escuchábanse mezclados con esclamaciones de ¡viva el Perú! los gritos de ¡viva Chile! ¡viva el Buin! lanzados por los propios triunfadores.

El coronel Vento, hombre al parecer de ánimo levantado i patriótica resolucion, puesto que habia hecho incendiar su propia heredad, aprovechó aquella corta tregua de la victoria; i con voz tranquila, i dándose claramente a reconocer por su nombre i por su grado, invitó al denodado capitan chillanejo a rendirse.«Capitan, díjole repetidas veces con el tono de una simple conversacion, pues los combatientes, como en el famoso armisticio de Miraflores, estaban al alcance de la voz i aun de los puños—capitan, usted ha cumplido ya con su deber, ríndase que tiene la vida salva i todo jénero de garantías...»

Reinaba en ese momento sepulcral silencio, el silencio de quien espera luctuosa respuesta; de suerte que cuando el subteniente Guzman, reunido ya al sarjento Blanco, descendia hácia Cuevas, creyeron ambos que todo habia concluido, i que sus denodados compañeros habian perecido hasta el último carbonizados por las llamas.

El indomable Araneda hallábase entretanto demasiado irritado o demasiado ronco para contestar de viva voz, i haciendo silenciosamente señas al corneta de órdenes, ordenó sonar el toque de a degüello por única respuesta...

Heróico capitan chileno, salud a tí en nombre de la patria, del ejército i del Buin!

La brega comenzó entónces mucho mas cruda i mas terrible porque, como en el combate de Iquique, era a toca-penoles.

El capitan Araneda habia dividido sus doce hombres en grupos a fin de defender las dos puertas i las dos ventanas que del galpon de calamina abrian sobre el camino real, i léjos de cerrarlas, como lo habria ejecutado aun el mas bravo, ordenó mantenerlas de par en par abiertas. Un oficial mandaba cada grupo en la ancha tronera, i el corneta i su infantil compañero se batian como los veteranos, rifle en mano. Los heridos se perfilaban para mejor morir a lo largo de la pared, i de aquellos labios amoratados i secos no se escapaba siquiera una queja para no desanimar a los que todavía peleaban.

Un tierno detalle.

Los mas de aquellos infelices pedian agua, i no la había; pero de improviso, el capitan Araneda se acerca a un rincon del aposento en que acostumbraba dormir el inmolado sarjento Bisibinger, i notó que al pié de una pequeña estampa de la Vírjen habia un jarro de lata que ostentaba uno o dos marchitos claveles silvestres de la sierra, homenaje de la fé que ora el heroismo que calla. El jarro contenía un poco de agua, i sirvió para humedecer las fauces de los mas estenuados por la agonía i el cansancio. ¿I por ventura, de este sencillo episodio, los cronistas antiguos no habrian sacado pábulo apropiado i verdadero para entretejer la leyenda de sus renombrados milagros en las viejas guerras?

El combate continuaba entretanto sin reposo. Los peruanos rodeaban el galpon que tenian por suyo, i envalentonándose los unos a los otros, se lanzaron por cuadrillas espesas a las puertas. Pero allí los detenia i los amontonaba el plomo implacable de los doce buines que con sus oficiales eran 15 i con los niños 17.

Comenzaba entónces para los asaltantes la faena de retirar sus muertos i sus heridos, i esta operacion se repetia hora tras hora, sin que se notara desfallecimiento en los de adentro. A cada intimacion de rendicion el corneta Avila (que águila debió llamarse), empuñaba su clarin a una señal de su jefe, i el toque de cala-cuerda, grato al chileno, resonando entre aquellos agrestes picos habria parecido la palabra de Chile que llevaba en el fornido pico de los cóndores, fuera diciendo a sus émulos:No me vencereis!

Fuente: Vicuña Mackenna, Benjamín, Sangra: la jornada heroica: (26 de junio de 1881), Santiago: L. A. Lagunas M., 1915, P. 22.

1 comentario:

  1. Que inmenso orgullo escuchar leer este que habla de la estirpe de estos soldados ,me pregunto si ante el llamado de la Patria seremos dignos de ellos ¿ que se dirán ? ¿seremos dignos de su herencia ? Honor y gloria a ellos...Honor y gloria .Mi hermano Ivan Olmos ya fallecido fue soldado del Buín y era tan orgulloso de ello.

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