[Hacienda de Sangra en la actualidad. Fotografia de Mauricio Pelayo Gonzalez]
Hacia entretanto una semana que el capitan Araneda se hallaba acantonado en Sangra con su pequeño destacamento i la division Letelier no llegaba. Era el Domingo 26 de Junio, dia de solaz, dia de descuido i nada parecia anunciar próxima novedad de guerra entre aquellos agrestes, olvidados, eternamente silenciosos desfiladeros. A la pregunta de los centinelas, los raros viajantes que por allí pasaban, respondian con voz trémula que eran jente de paz i que nada sabian, por lo mismo, de las cosas de la guerra.
A
virtud de esta misma confianza, el capitan de la guarnicion de Sangra
habia despachado aquella mañana mui de madrugada hácia las dereceras de
Canta una partida de cuatro soldados, un cabo i un arriero, al mando del
jóven sarjento don Zacarías Bisibinger, hermano de un capitan del Buin
del mismo apellido suizo o aleman, con el objeto de procurarse algunos
víveres que comenzaban a escasear, cuando de repente apareció en el
patio del caserío, empapada de sudor i jadeante la mula que montaba el
arriero i que ahora llegaba sin su inmolado jinete, como para dar
intelijente aviso de la celada en que habia caido.
Noticiados
en efecto, el 24 de Junio, por uno de sus espías, los jefes militares
de Canta i entre estos el coronel Vento, el coronel Antay i el
sub-prefecto de aquella provincia andina don Emilio Fuentes,de la
ocupacion de Sangra por un corto destacamento chiIeno, habian partido en
número de varios centenares en la tarde de ese mismo dia o en la mañana
del siguiente, resueltos a asestar golpe de rnuerte i seguro a aquel
puñado de odiados invasores. La circunstancia de ser buines, era un peligro, pero ¿no era tambien una tentacion?
Traian
probablemente los jefes de Canta ánimo de librar el asalto a media
noche para mejor lograrlo, pero la súbita e inesperada presencia del
destacamento de Bisibinger que iba hácia ellos, evitó aquel riesgo para
los nuestros a costa del sacrificio de sus esploradores. Hasta hoi nada
se ha sabido de la suerte de aquellos desgraciados, escepto por la
singular aparicion de la fiel mula chilena en el patio del caserío de
Sangra.
Cuando
esto sucedia era la una de la tarde del Domingo 26 de Junio (1881), i
al instante mismo el jóven capitan chileno comprendio que iba a ser
envuelto i atacado por fuerzas diez o doce veces superiores. De otra
manera, bien lo sabia él, los peruanos de Chorrillos no habrian marchado
de dia claro a1 encuentro de los buines.
Con
la separacion del pequeño destacamento del sarjento Bisibinger, la
fuerza de combate de Sangra habia quedado reducida a 46 hombres, i los
asaltantes pasaban de 600.
Arrojándose
de asalto sobre la asémila tan a tiempo aparecida, corrió el jefe del
destacamento a la primera eminencia en que se hallaba apostado un
centinela, a fin de contar al enemigo i allí se persuadió que, para
cumplir su deber de soldado chileno, no le quedaba sino un camino que
elegir:—el de morir matando.
I esto fué lo que, regresando de prisa a su cuartel, comenzó a poner por obra.
Fuente: Vicuña Mackenna, Benjamín, Sangra: la jornada heroica: (26 de junio de 1881), Santiago: L. A. Lagunas M., 1915, P. 16.
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