domingo, 31 de mayo de 2020

Cartas del Guardia-Marina Vicente Zegers Recasens en cautiverio sobre el Combate Naval de Iquique

 [Fotografia de Vicente Zegers]

Iquique, Mayo 23 de 1879.

Señor don José Zegers.

Querido papá:

Habiendo obtenido permiso del señor jeneral Buendia para escribir, aprovecho esta ocasión para relatarle a la lijera lo sucedido el 21 del presente, esperando que esto sea suficiente para sacar de dudas a usted i a mis queridos hermanos.

El 17 salió la escuadra, quedando aquí para sostener el bloqueo la Covadonga i nosotros. Continuamos sin novedad hasta la mañana del 21, en que avistamos por el Norte dos humos que resultaron ser los blindados peruanos Huáscar e Independencia. Inmediatamente nosotros nos preparamos para el combate, el que principió a las 8.45A. M. i terminó a la 1.35. Durante él agotamos casi todos nuestros proyectiles, i por fin fuimos echados a pique al tercer espolonazo del Huáscar, sumerjiéndose nuestra querida Esmeralda con su bandera izada al pico. La mayor parte de la tripulación pereció al pié de sus cañones; otra parte se ahogó, i solo cincuenta hemos salvado de los 200 que íbamos a bordo. Entre las víctimas tenemos que lamentara nuestro valiente comandante Prat, que fué el primero en saltar al abordaje. El teniente Serrano, mi profesor, también murió herido por una bala de rifle al abordar el Huáscar. Un compañero mió, Riquelme, i todos los injenieros fueron muertos por los proyectiles del enemigo.

Al hundirse el buque quedamos flotando los que habíamos salvado de las balas, los que fuimos recojidos i hechos prisioneros a bordo del Huáscar. Al presente estamos entierra como prisioneros de guerra.

Dé mil recuerdos de mi parte a todos mis queridos hermanos, a quienes siento mucho no poder escribir.

Salude también á Carlos, Cabieses, familia de Carlos, Celia B., Délano i demás parientes i usted reciba un fuerte abrazo de su mas amante hijo que desea verlo pronto.

J. VICENTE ZEGERS RECASENS.
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Iquique, Mayo 28 de 1879.

Señor don José Zegers.—Valparaíso.

Querido papá:

No sé si esta carta pueda llegar a sus manos; sin embargo confio en ello, i deseando que usted esté al cabo de lo realmente sucedido el 21 del presente, trataré de hacerle una descripción del desigual combate habido entre el blindado peruano Huáscar i nuestra débil pero gloriosa corbeta Esmeralda. Es natural que no relate muchos de los incidentes de esta horrible trajedia: mas ello es natural, debido en parte al olvido i en parte a lo sensible que me es relatar escenas terribles que es necesario verlas para comprenderlas; sin embargo, trataré de ser lo mas esplícito posible, i espero que usted quedará satisfecho con mi relación.

Como le he dicho en mis cartas anteriores, con motivo de la salida de la escuadra quedamos como sostenedores del bloqueo el Covadonga i nosotros. Vivíamos tranquilos cumpliendo nuestro cometido i sin sospechar siquiera una sorpresa por parte del enemigo, cuando en la mañana del miércoles 21 avistamos por el Norte dos buques que resultaron ser los blindados peruanos Huáscar e Independencia. Inmediatamente avisado nuestro querido comandante de la proximidad del enemigo, ordenó tocar jenerala con una calma digna de todo elojio.

Era natural que al ver nuestra jente la inmensa superioridad del enemigo hubiera desmayado o perdido su entusiasmo. Sin embargo, no sucedió así, i al oirse el toque del corneta todo el mundo corrió a sus puestos, con la sonrisa en los labios, la esperanza en el corazón i con el placer que se esperimenta al defender la patria querida.

Mientras esto sucedía a bordo, la Covadonga se alistaba en son de combate i se ponía en movimiento.

Casi al mismo tiempo el comandante nuestro tocó el botón de la máquina para hacer nosotros lo mismo; mas aun no habia dado dos vueltas el hélice, cuando una de nuestras calderas se rompió, quedando en consecuencia con una i con un anclar de dos millas. La situación no podia ser mas difícil; mas nadie parecia comprenderla, pues solo so veia en los semblantes el entusiasmo i el deseo de combatir.

Eran las 8.40 i el Covadonga, pasaba inmediato a nosotros, cuando el Huáscar hizo su primer disparo, el cual cayó exactamente entre la proa de aquel i la pope de nosotros. En aquel instante se sintió un unísono viva a Chile lanzado por las tripulaciones de ambos buques, i poco después el comandante, poniéndose al habla con el capitán Condell, jefe del Covadonga,, le ordenaba conservarse en fondo, manifestando así su plan, que era interponerse entre los fuegos del enemigo i la población para que los proyectiles de aquel fueran a herir a ésta.

Apenas habian pasado algunos instantes cuando el Covadonga rasgó el aire con su primer disparo, el que fué saludado con un ¡¡hurra!! jeneral. En aquel momento el combate era sostenido por nuestros buques i el Huáscar; la Independencia avanzaba sin hacer todavía uso de sus cañones. Poco se demoró la Esmeralda en seguir el ejemplo de su compañera, pues una descarga hecha por la batería de estribor hizo conocer al enemigo que abordo todos estaban resueltos a morir antes que rendirse. Vino a fortalecer el propósito de nuestros tripulantes la voz del comandante, que se espresó en estos términos:

«Muchachos: la contienda es desigual, pero ánimo i valor. Hasta el presente ningun buque chileno ha arriado jamas su bandera; espero, pues, que no sea esta la ocasión de hacerlo. Por mi parte yo os aseguro que mientras viva tal cosa no sucederá, i después que yo falte, quedan mis oficiales, que sabrán cumplir con su deber.»

Al mismo tiempo se sacó la gorra i prorumpió en un ¡viva Chile! que fué varias veces repetido por nuestra jente llena de entusiasmo.

Seria necesario que usted se hubiera hallado antes en un caso semejante para comprender el entusiasmo que es capaz de despertar un viva a la patria, lanzado por un jefe querido, en aquellos supremos instantes. Le aseguro que a muchos les vi las lágrimas en los ojos.

Serian cerca de las nueve cuando la Independencia empezó a ayudar al Huáscar en su obra de esterminio! Los proyectiles llovían, pero hasta aquel instante a nadie herían, i un humo intenso cubría el lugar del combate. La Covadonga, allegada siempre a la orilla, trataba de dar vuelta a la isla para pasar al otro lado i dividir así el combate entre buque i buque, lo que consiguió seguida de cerca por la Independencia. Causaba no sé qué impresión ver a aquel enorme e imponente blindado combatiendo con nuestra pequeña cañonera. Combatían dos cañones de a 70 contra uno de a 300, ocho de 150 i 18 de a 70. Por nuestra parte seguíamos batiéndonos con el Huáscar, i mientras las balitas de nuestros pequeños cañones rebotaban en el costado de éste sin dejar ni aun el rastro, los proyectiles que él nos lanzaba pasaban mas o menos cerca, perdiéndose inmediatos a la población. En aquellos instantes nos batiamos por defender la honra de nuestra nación i cumplir como buenos, mas nos hallábamos completamente seguros de que aquel combate entre fuerzas tan inmensamente desiguales no podría terminar sino con el esterminio de nuestro querido i glorioso buque.

Nos habíamos acercado mucho a tierra i nos creíamos seguros de los espolonazos, cuando una lluvia de balas de cañón i rifle lanzadas desde tierra nos hizo comprender que nos batiamos con dos enemigos, los blindados i el ejército, quienes nos tomaban entre dos fuegos.

La primera sangre que corrió fué causada por estos disparos: una de las granadas dio en el estómago a uno de los sirvientes de un cañón, matándolo en el acto, i otra hirió en un brazo a un muchacho, que al ver correr su propia sangre gritó: ¡Viva Chile! Pocos momentos después i casi a las dos horas de combate, el Huáscar nos acertaba su primer balazo, el cual, penetrando por babor, salió por estribor, llevándole la pierna a uno, abriendo un agujero como de un metro cuadrado i declarando un pequeño incendio que fué sofocado a tiempo por la jente destinada a ese objeto.

Como continuaran hostilizándonos desde tierra, hicimos sobre ellos cinco disparos de cañón, al mismo tiempo qu elos rifleros hacían un fuego graneado sin interrupción, que era también contestado, causando bajas entre nuestras jentes. Yo me hallaba próximo a la amurada de estribor junto con el teniente Uribe, cuando una granada dio en ella, abriándola, lanzando lejos el cabillero e hiriendo a un sirviente del cañón en que yo estaba. En estos momentos se acercó a mí el teniente Serrano i me dijo:—«Vamos a la cámara a tomar la última copa.» Lo seguí, i allí, después de darme un abrazo, me dijo algunas palabras que indicaban lo resuelto que se encontraba para todo.

Sabia por la escotilla a cubierta, impresionado por sus palabras, cuando encontré a un mecánico que también me abrazó, diciéndome:—«Señor Zegers, adiós! no hai que darse hasta el último!» Le aseguro, querido papá, que aquellas escenas eran de partir el alma a cualquiera. Me causaban no sé qué impresión ver la firmeza con que esperaban la muerte todos aquellos hombres que sin esperanza se batían por defender la patria, dejando algunos esposas i otros madres completamente abandonadas. Le aseguro que mientras viva nunca olvidaré las palabras de Serrano, una de las personas a quien debo mas.

Cuando salí a cubierta, el combate se encontraba en lomas recio. La Esmeralda por librarse de los fuegos de tierra se habia hecho un poco mas al Norte, lo que hacia que el Huáscar le disparara sin cesar, causando los mas terribles estragos. No se veia ni atendía a heridos, porque solo se encontraban cuerpos mutilados sin señales de vida. Yo me dirijí a un cañón e hice varios disparos hasta que el cabo me dijo:—«Señor, déme a mí la rabiza porque hasta aquí no he tirado casi nada.» Se la di, i me fui a otro cañón de popa que pronto quedó fuera de combate.

Me dirijí de nuevo a proa, i al pasar por el cañón que habia ocupado antes, vi en cubierta el cadáver mutilado del cabo que me habia pedido la rabiza: una granada del Huáscar le habia volado la cabeza i parte de los hombros, no dejando sino restos cauterizados que humeaban todavía.

Seguí mi camino a proa, i allí encontré a mi compañero Riquelme que con un valor digno de todo elojio disparaba sin cesar. Me dio la mano i me dijo:—«Si la suerte nos es adversa a uno de los dos, espero que ambos sabremos cumplir como amigos i compañeros.» Agregó algunas otras palabras i continuó con su tarea después que yo le hube prometido cumplir con lo que me pedia.

Subí al castillo, donde me refresqué con un poco de agua con coñac que tenia el teniente Uribe i en seguida me fui de nuevo a popa, donde me ocupé en disparar con varios cañones.

Hasta aquel momento no habia perecido ningún oficial i a todos los veia en sus puestos, hasta algunos oficiales mayores que, como el contador, se ocupaban en ayudar a animar la jente con su palabra.

El señor comandante con su acostumbrada calma seguía dando órdenes, que eran inmediatamente cumplidas, escepto las que se referian a la máquina, pues ésta apenas se movia. En su rostro no se veia sino la serenidad i el buen tino, junto con el deseo de morir con honra antes que rendirse.

Eran las doce, i parece que el enemigo se hallaba disgustado de nuestra resistencia, pues deseando concluir pronto, viró un poco i nos puso su proa perpendicular a nuestro costado, dando al mismo tiempo toda la fuerza a su máquina, demostrando así su deseo de hacernos rendir o partirnos en dos. Al ver esto la jente, en lugar de abandonar sus puestos i buscar su salvación, cargó inmediamente la artillería i esperó en esta posición.

En este momento yo me hallaba a proa. El enemigo se encontraba ya cerca cuando se sintió una descarga terrible producida por nuestros cañones, que concentrados dispararon sobre el enemigo sin causar mas que rasguños.

Al mismo tiempo los rifleros de las cofas hacian sobre la cubierta un fuego graneado que no hacia gran daño, pues casi todo el mundo se ocultaba abajo.

Pocos instantes después i a pesar de habernos movido lo que la máquina nos permitía, sentimos un choque horrible que el Huáscar daba a la Esmeralda en la parte de popa, a babor. Al mismo tiempo el comandante gritó: ¡Al abordaje, muchachos! precipitándose él el primero sobre la cubierta del enemigo; mas desgraciadamente la voz no fué bien oida i el Huáscar mandó atrás. Se desprendió inmediatamente, no alcanzando a pasar nadie mas que él i el sarjento de la guarnición que era el que estaba mas inmediato. Usted puede comprender cuál seria la situación de nuestro bravo comandante al verse acompañado de un solo hombre sobre la cubierta del Huáscar. Los que lo vieron de cerca dicen que, poniéndose pálido i demostrando en los ojos el fuego patrio que lo animaba, se adelantó seguro hacia la torre del comandante, ¡Dios sabe con que objeto! mas desgraciadamente no pudo realizar su deseo, porque en aquel mismo instante recibió un balazo en la cabeza que lo dejó muerto sobre cubierta.

Mientras tanto el sarjento habia recibido diez o doce balazos, i sentado sobre una bita, se balanceaba profiriendo palabras entrecortadas. En esta posición fué como lo tomaron prisionero.

Debo hacer constar aquí un hecho que nos cansó en el entrepuente numerosas bajas. Al dar el Huáscar su espolonazo, disparó a boca de jarro los dos cañones de su torre, cuyos proyectiles fueron a penetrar en el entrepuente causando los mas horribles estragos.

Era cosa que partía el alma ver los restos humanos que por todas partes cubrían la cubierta de este departamento. Mientras el Huáscar se retiraba, nuestra jente acudía de nuevo a los cañones i rompía otra vez el fuego con mas viveza que nunca. Sabíamos que nuestros proyectiles no debían causar daño al enemigo, mas nos consolaba el pensar que ellos eran suficientes para demostrar que la tripulación de la Esmeralda sabia defenderse hasta el último momento, salvando así ilesas las gloriosas tradiciones del buque que pisaba.

Al ver el teniente 1.° señor Uribe que el comandante habia faltado, se fué de proa a popa a ocupar su puesto, i mandando llamar al injeniero 1.°, le ordenó que tuviera las válvulas listas para echar el buque a pique tan pronto como se le ordenase. Venia yo de popa cuando encontré al teniente Serrano, quien me dijo: «Tengo que comunicarte una gran desgracia: ¡nuestro comandante ha muerto!» No sé realmente lo que pasó por mí al oír aquella noticia; pero ella me hizo comprender que era necesario perecer como él antes que arriar nuestro glorioso pabellón, que orgulloso flameaba en el pico de mesana.

Comuniqué yo esta triste noticia a mi compañero Riquelme, que fué el primero que encontré haciendo de cabo de un cañón, i fué tal su exaltación al oirme, que saltando del castillo a cubierta, gritó:—«¡Muchachos! nuestro comandante ha muerto! corramos, que es necesario vengarlo!» Al oir nuestra jente aquellas palabras, se conocia que palpitaba de entusiasmo a la sola idea de saltar al abordaje sobre la cubierta del Huáscar.

Serian las 12.30 i el enemigo como a 300 metros continuaba sus disparos sin interrupción, causándonos inmensas bajas con cada una de sus granadas. Usted comprende que a esa distancia era imposible errar tiro. Mientras tanto, se alistaba para darnos la segunda embestida, i al mismo tiempo nosotros gobernábamos para evitarla; pero desgraciadamente el buque apenas se movía i el segundo choque tuvo lugar diez veces mas terrible que el primero, disparándonos como en aquella las dos piezas de su torre. Al juntarse los dos buques, el teniente Serrano, revólver i espada en mano, gritó ¡al abordaje! i ia jente se lanzó al castillo con este objeto; mas el comandante Grau, que tal vez preveía esto, hizo inmediatamente atrás; solo alcanzó a saltar Serrano acompañado de doce valientes mas. Yo los vi cuando avanzaban por el castillo del Huáscar, bajando enseguida a la cubierta i acercándose a la torre al pié de la cual recibió el teniente Serrano un balazo que lo tendió en cubierta, alcanzando a decir a los que tenia al lado:«¡Yo muero! pero no hai que darse, muchachos!»

Los valientes trataron de cumplir con esta orden, pero o fueron muertos a bala o quedaron sin cartuchos que poder disparar.

Ametralladoras situadas a popa barrían con todos.

La Esmeralda, que había recibido sin gran daño el primer espolonazo, sufrió inmensamente con el segundo, empezando a hacer agua por la proa, lo que hizo que se anegara la Santa-Bárbara i apagaran los fuegos de la máquina. Casi a un mismo tiempo subieron sobre cubierta el condestable i el injeniero 1.°, ambos a avisar al teniente 1.° lo que pasaba en sus departamentos. Bajaba el 2.° de la toldilla de decir lo ocurrido, cuando vino una granada que lo hizo desaparecer.

Escenas como éstas se repetian a cada momento, pasando desapercibidas a causa del estruendo de los cañonazos i del fuego que dominaba a la jente. Como usted ve, el buque quedaba lo mismo que una boya, sin gobierno i sin máquina i esperando por momentos hundirse con todos sus tripulantes; sin embargo de esto, el entusiasmo de los pocos que quedaban en cubierta no desaparecía, i tres o cuatro cañones que aun tenían cartuchos seguían disparando para sostener hasta el último instante la enseña del poder naval en el Pacífico.

El Huáscar no cesaba sus fuegos, i la dirección que tomaba nos hizo comprender que aprovechándose de nuestra completa inmovilidad, no haría tardar mucho su tercer espolonazo.

En efecto, era la una i minuto cuando sentimos el tercer choque, mas terrible aun que el anterior, sintiendo al mismo tiempo las detonaciones producidas par los terribles cañones del enemigo, que esta vez produjeron estragos mucho mayores que los anteriores: una granada penetró por estribor, debajo de la toldilla, mutilando horriblemente a unos i matando instantáneamente a otros. En aquel lugar se encontraban muchos muchachos de doce a catorce años, ayudantes dé timonel, que quedaron vivos pero horriblemente heridos, lanzando por este motivo alaridos capaces de enternecer al hombre de corazón mas duro.

Un cabo de la guarnición llamado Reyes, que sabia tocar la corneta, al ver que el del buque había sucumbido, la tomó i siguió tocando ataque con una firmeza admirable hasta que vino una granada que le voló la cabeza.

Si esto era terrible, querido papá, aun falta lo peor.

Se hallaban en la sala de armas, listos para subir a cubierta, los injenieros Mutilla, Manterola i Gutiérrez, que habían abandonado la máquina por estar llena de agua, junto con los mecánicos Torres i Jaramillo, el sangrador, el maestre de víveres, el despensero i dos carpinteros, cuando vino una granada que los destrozó a todos, no dejando vivo sino a Segura, que también estaba con ellos i que no sabe darse cuenta del modo cómo ha salvado.

Igual suerte corrieron diez infelices heridos que se hallaban acostados después de haber recibido la primera cura.

El buque se undia rápidamente de proa; sin embargo, aun se oian algunos disparos que indicaban que todo el mundo permanecía en sus puestos.

En aquellos supremos instantes estábamos casi todos los oficiales en la toldilla i decidieron esperar que el buque se sumerjiera. Ya la proa desaparecía bajo las aguas, cuando se sintió un último tiro, al mismo tiempo que un ¡viva a Chile! lanzado por los pocos sobrevivientes, demostraba a los observadores de aquella horrible trajedia, el valor de que eran capaces los hijos de nuestra noble tierra.

Casi inmediatamente el buque se hundió con todas sus banderas: la de jefe al tope de mesana, la de guardia en el trinquete, el gallardete al mayor i dos nacionales al pico de mesana, pues se habia tomado la precaución de izar otra por si acaso faltaba la primera....

Tal fué el fin de la gloriosa Esmeralda, que hasta el último instante supo conservar sus honrosos antecedentes, prefiriendo sucumbir antes que arriar su pabellón.

Cuando el buque se hundió yo estaba en la toldilla i casi al mismo instante sentí hundirse el buque bajo mis pies,i el torbellino inmenso que formó el buque al desaparecer bajo las aguas...

Permanecí por algunos instantes sin saber lo que me pasaba, i Dios solo sabe cómo salvé. Cuando saqué la cabeza fuera del agua, vi al Huáscar i una especie de nata formada por cincuenta o sesenta cabezas junto con diferentes trozos de madera, restos del buque.

Yo, que como usted no lo ignora, sé nadar, traté de irme a tierra, i junto con dos marineros que sabia eran buenos nadadores, nos prometimos ayudarnos mutuamente.

Yo veia cerca al Huáscar i veia también sus botes que trataban de salvar a los náufragos, mas no sé que instinto me obligaba a huir de ellos; pero el bote avanzaba con gran lijereza i pronto sentí sobre mi cabeza la voz de un oficial que me decia subiera al bote. No teniendo otra cosa que hacer, subí i allí encontré a varios otros compañeros que ya habían sido recojidos. Pregunté por Riquelme, i tuve el gran sentimiento de saber que habia perecido, recojimos a varios otros, i pronto llegamos a bordo, donde fuimos bien recibidos.

Allí permanecimos cuatro horas, viniéndonos en seguida a tierra, donde permanecemos como prisioneros de guerra. Nos tratan bien. Estamos alojados en el cuartel de bomberos.

VICENTE ZEGERS R.»

Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia Tomo I, Imprenta del Progreso, Antigua Seccion de Obras i Encuadernacion del Mercurio, Valparaiso, 1884, P. 302.

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