viernes, 15 de mayo de 2020

Discurso de Don Máximo R. Lira con motivo del Combate Naval de Iquique y Punta Gruesa

 [Fotografia de Máximo R. Lira]

Señores: Cuando nos llegó la noticia de que la Esmeralda i la Covadonga quedaban combatiendo en las aguas de Iquique con el Huáscar i la Independencia, todos, bien lo recordareis, sentimos sobre el corazón el peso de una angustia indecible.

Aquello, nos decíamos, no ha podido ser un combate; ha debido ser una carnicería. I relegábamos al fondo del alma las esperanzas quiméricas i las ilusiones insensatas.

Creíamos,—¿i cómo no habíamos de creerlo pensando en la enorme desigualdad de aquel combate?—que nuestra vieja i querida Esmeralda i la Covadonga que era nuestro orgullo, i sus bravos tripulantes habían sucumbido llevándose una buena parte de nuestras esperanzas después de un desastre doloroso. Creíamos en el desastre, creíamos en el vencimiento i aun en el eclipse parcial i pasajero de nuestra estrella: en lo que nunca creímos fué en la deshonra.


Eso nó! Vosotros todos, señores, podéis atestiguar que ni en las horas mas tristes de aquel dia de tanta amargura nadie insinuó siquiera la idea de que nuestra bandera hubiera sido arriada de los mástiles de nuestras naves i entregada como trofeo al vencedor insolente.

Pero ¿en qué confiábamos? Confiábamos, señores, en el pundonor de nuestros marinos i en su ciega sumisión a las leyes del honor i del deber. Sabíamos que la bandera nacional que les hemos confiado solo puede tener en sus manos dos destinos: o sirve para tremolar vencedora, o, como se acaba de decirlo, sirve de mortaja a los vencidos que caen i mueren envueltos entre sus pliegues.—(Si! sí! Estrepitosos aplausos).

Nuestra zozobra terminó al cabo. Las noticias posteriores vinieron a manisfertarnos que habían fallado nuestros cálculos. Los héroes de la leyenda homérica habian renacido en Iquique! La temida derrota era una victoria sin ejemplo! Nuestros marinos habian escrito en los anales de la historia universal una pajina que vivirá perpetuamente iluminada por los resplandores de la gloria mientras haya en el mundo i en los siglos quienes admiren el temple superior del acero de los héroes.

Iquique nos había dado una gloria i nuevos nombres para el martirolojio de la patria: Arturo Prat...

Pero aquí me detengo, señores. Creo que no nos es lícito pronunciar ese nombre sin que nos pongamos todos de pié para enviar al héroe un saludo respetuoso.—(La concurrencia entera se pone de pié).

¡Sí, señores! gloria i honor demos al capitán de la Esmeralda, i que mientras llega el momento de perpetuar en bronce i en granito el recuerdo de su titánica hazaña i la memoria de sus dignos compañeros de heroísmo i de infortunio, se les eleve un altar en el corazón de todos los chilenos!...

No pienso, señores, referiros la jornada de Iquique porque ya lo ha hecho con su acostumbrada elocuencia el señor Intendente de esta provincia i porque la conocéis en todos sus grandiosos detalles. Permitidme, no obstante, insistir sobre uno que me parece el episodio mas notable de aquel poema.

Cuando la Esmeralda i la Covadonga divisaron mar afuera dos buques en los que luego reconocieron a sus formidables enemigos, sus jefes celebraron uu rápido consejo. Los momentos eran solemnes. Con el enemigo se acercaban la muerte, cierta i el sacrificio estéril. Habia llegado la hora de las resoluciones supremas.

—¿Qué haremos? se preguntaron.

—¡Pelear! fué la respuesta unánime.

—¿Hasta cuándo?

—Hasta que se haya hundido la última tabla de nuestros buques! hasta que hayamos lanzado al enemigo la última bala de nuestros cañones! Pelear mientras quede alguna fuerza en el brazo, algún vigor en el corazón i algún aliento en el alma.

—¿I después?

—Después, morir! Pero morir arrojando al rostro del vencedor este reto supremo: «¡ Los chilenos no saben rendirse: viva la patria!»

I principió entonces, señores, el titánico combate. Después de largas horas de aquel terrible batallar contra toda esperanza, mientras la Covadonga realizaba el milagro portentoso de su victoria, la Esmeralda se hundía en el mar con sus cañones haciendo fuego hasta el último momento; con los soldados firmes i tranquilos al pié de los cañones; despedazada, pero indómita i gloriosa, i orgullosamente enarbolado en el mas alto de sus mástiles el orgulloso tricolor nacional.

Para los mas, el combate terminó allí: eran náufragos o habían muerto.

Para Arturo Prat, sin embargo, principió otro combate:el jigante debia luchar mientras sintiera en el pecho las violentas palpitaciones de vida. Su buque habia desaparecido,pero allí estaba el del enemigo; i, saltando a él, vengador i terrible, fué a notificar al capitán peruano, asilado en la torre inespugnable, la sentencia de su próxima derrota.

De su derrota inevitable, señores, porque un pueblo cuya suerte está confiada a hombres como Arturo Prat no será vencido nunca.

Para encontrar ejemplos de hechos análogos a estos, es preciso, señores, remontarse a los tiempos de la leyenda homérica, cuando en los combates de la tierra intervenían seres superiores a los de la especie humana.

Pues bien: es deber nuestro, deber que nos imponen la gratitud, el patriotismo i el justo orgullo nacional, deber de pueblo que tiene tradiciones que conservar, perpetuar la memoria de aquellos hombres i el recuerdo de aquella hazaña para admiración i ejemplo de las futuras edades.

Entre los monumentos proyectados en la hora de las inspiraciones felices, figura en primera línea la adquisición por el pueblo de una nave que reemplace a ese símbolo de tantas glorias chilenas que se llamaba Esmeralda.

No es esto supersticioso, pero me parece, señores, que mientras tengamos en nuestra escuadra una Esmeralda que pasee la bandera chilena por los mares, el sol delas glorias patrias no se llegará nunca a su ocaso. Me parece que la Esmeralda ha de traer fortuna a nuestras armas.

Me parece que con la Esmeralda han de mantenerse mas vivas las tradiciones de honor i de heroísmo que han dado tanto lustre a la marina nacional. Creo que necesitamos otra Esmeralda para mantener i afianzar la conquista que la vieja Esmeralda de otros tiempos i de otras glorias hizo en las aguas de Iquique.

Porque, señores,—i quiero decirlo aquí bien alto para que este gran comicio popular ratifique estas palabras—no pueden ser ni mar estraño, ni tierra estranjera el mardon de quedó gloriosamente sepultada la bandera de la nave querida i la tierra que guarda los restos de Arturo Prat.—(La concurrencia se puso de pié poseída del mayor entusiasmo.)

He dicho, señores, que una nueva Esmeralda será un monumento porque ahí tendremos perpetuamente una escuela para los marinos de la Republica.

Allí será donde éstos aprenderán las lecciones que les deja Arturo Prat con su vida i con su muerte, con su hazaña i con su sacrificio.

Allí también, señores, será donde debe escribirse, para grabarlo en la mente i en el corazón de los marinos chilenos, este símbolo augusto de la fe patriótica:

Creo en la santidad del deber;

Creo en la grandeza del sacrificio;

Creo en la lei del honor;

Creo en la verdad de la gloria;

Creo en la inmortalidad de los héroes i en la inmortalidad de la patria!

Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia Tomo I, Imprenta del Progreso, Antigua Seccion de Obras i Encuadernacion del Mercurio, Valparaiso, 1884, P. 290.

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