jueves, 21 de mayo de 2020

Combate Naval de Punta Gruesa - Relato de Manuel Reyno Gutiérrez

 
[21 de mayo de 1879 Combate Naval de Punta Gruesa, óleo de Alvaro Casanova Zenteno]

Amaneció el miércoles 21 de mayo de 1879. El mar estaba en completa calma y sólo una suave brisa mecía las banderas, mientras la neblina cubría la bahía.Hacia el oriente una ligera claridad se dibujaba sobre la ceja de la costa, anunciando la aurora. La camanchaca se extendía por las faldas de los cerros de Molle y el Cerro del Dragón mostraba en la penumbra su quebrado espinazo. En sus puestos los vigías oteaban, desde las cofas, la superficie del océano, mientras los barcos se balanceaban al compás de las olas. El cabrilleo del mar hiere los ojos de los centinelas peruanos que se encuentran apostados a lo largo de la playa, ocultándose entre los peñascos, mientras la bandera peruana ondea al viento en el puesto de mando del General Buendía.

Son las siete de la mañana y todo permanece en calma en la rada de Iquique. La neblina comienza a levantarse sobre el horizonte y el reloj de la torre de Iquique lanza al aire ocho campanadas. De pronto el vigía de la Covadonga grita:

— "¡Humos al norte...!"

Condell termina de vestirse rápidamente y sube a cubierta enfocando sus anteojos hacia el mar. Algunos marineros se encuentran cerca y uno de ellos exclama:

— "¡El Huáscar y la Independencia, mi comandante...!"
— "¿Cómo lo has conocido, pregunta Condell?"
— "Porque yo serví en ellos hace diez años, contesta".

"Condell hizo acercarse a la Covadonga para avisar a Prat de la presencia del enemigo, pero el comandante de la Esmeralda ya había sido prevenido y se encontraba en la toldilla".

La bruma del mar mantenía borrosas las siluetas de los barcos enemigos que avanzaban levantando olas de espumas con sus proas, acercándose a los barcos chilenos. La situación era muy seria para aquellos barcos de madera que veían surgir ante ellos las corazas de los blindados del Perú. El combate seria muy desigual, pero por la mente de aquellos hombres que lo tripulaban sólo cruzo una idea: "Enfrentar al adversario a cualquier costo". Por algo la Ordenanza General del Ejército y la Marina había estampado en sus páginas:

"El oficial que tuviere orden absoluta de mantener un puesto, a toda costa lo hará" y sobre las ondas del océano la brisa había llevado las palabras de Prat: "Nuestra bandera nunca ha sido arriada y no será esta la ocasión de hacerlo".

A bordo de los blindados peruanos

"Amanecía el miércoles 21 de mayo, cuando los blindados peruanos Huáscar e Independencia ponían sus proas al sur en demanda de Iquique. Eran las cuatro de la mañana y la luna en creciente que comenzaba a ocultarse en occidente dibujaba sobre el cielo el espinazo de los cerros contra el cielo. Separados por corta distancia los dos blindados cortaron las aguas con sus proas, dejando atrás una larga estela que hacían brillar las noctilucas".

"Pronto estuvieron lejos del puerto de Pisagua y a las siete treinta de la mañana enfilaban sus proas hacia Iquique. La neblina ocultaba la costa y el puerto yacía dormido bajo ella. Poco a poco se iba haciendo claridad hacia el oriente y se dibujaban las alturas de Molle. Aún no se divisaban los barcos chilenos, pero poco antes de las ocho el vigía de la cofa del Huáscar gritó:

"—¡Iquique a la vista...! y poco más tarde.
"—¡Barcos a la vista en la bahía...!".

Los comandantes de las naves peruanas hicieron tocar zafarrancho de combate, disponiendo sus barcos para el ataque. Sabían que los chilenos bloqueaban el puerto con dos viejas naves: la corbeta Esmeralda y la goleta Covadonga, ambas de madera y sin valor combativo frente a los dos blindados. La resistencia sería inútil y se contaba con una inmediata rendición, tan pronto como se exigiera.

"Reunidos en cubierta los marinos peruanos escucharon la voz de Grau: "¡Tripulantes del Huáscar! Ha llegado la hora de castigar a los enemigos de la Patria y espero que lo sabréis hacer cosechando nuevos laureles y nuevas glorias dignas de brillar al lado de Junín, Ayacucho, Abtao y Dos de Mayo... ¡Viva el Perú...!", y cada cual se dirigió a su puesto de combate.

El Combate


[El Huáscar siendo avistado, haciendo que Condell salga a cubierta a repartir ordenes , preparandose ambos buques chilenos para el combate. Dibujo del Tomo II de "Adiós al Séptimo de Linea, en imágenes" de Jorge Inostrosa C., publicado por el periódico La Nación en 1983]

Mientras se acercaban los blindados enemigos, Prat se dirigió a Condell ordenándole por señales: "Seguid mis aguas" y luego por medio de una bocina le grito:

—"¡Qué almuerce la gente y refuercen las cargas!"

—"All Right", contesto Condell.

Casi en ese mismo momento una granada del Huáscar cayó a unos cien metros de ambos barcos que se mantenían a estrecha distancia. Ambos barcos se separaron un poco y Prat ordenó abrigarse al amparo de la población de Iquique por lo cual Condell maniobró hacia la isla que cerraba el puerto por el sur, rompiendo sus fuegos sobre el Huáscar. La Independencia disparaba por baterías, pero su puntería era bastante dispareja, notándose que temía que sus proyectiles ofendieran a la población. Luego de una hora de combate, el Huáscar dejó pasar por su proa a la Independencia que se dirigió directamente contra la Covadonga. La goleta se encontraba en ese momento a 50 metros de las rompientes de los bajos, y como temiera ser arrastrada hacia la playa y por el fuego que desde tierra se hacia sobre el buque, Condell maniobró para escurrirse pegado al litoral. Una bala de cañón del Huáscar atravesó el casco de la Covadonga, hiriendo al cirujano 1° don Pedro Regalado Videla, que falleció ese mismo día a las 7 de la noche. Otros proyectiles mataron al grumete Blas Segundo Téllez y el mozo Felipe Ojeda.

La Independencia siguió las aguas de la Covadonga tratando de alcanzarla con su espolón, por lo cual dejó los bajos de la isla, en los momentos en que una cantidad de botes salían desde la playa, con intención de abordarla. Condell ordenó rechazarlos con disparos de metrallas de a 9 y fusilería, continuando su rumbo al sur con la nave peruana pegada a su popa. Tres veces la Independencia trató de alcanzar a la goleta chilena para espolonearla y hundirla, pero Condell, maniobrando con seguridad y hábilmente, esquivó los golpes.

La Independencia se acercaba a la Covadonga haciendo fuego con su coliza de proa y las ametralladoras de sus cofas, impidiendo el buen gobierno del buque.

Recordando que tenía entre sus hombres a un grumete de una excepcional puntería. Condell gritó: ¡Que venga Juan Bravo...! De inmediato un muchacho chico, moreno, de ojos vivos y bien plantado, estaba ante él:

—"¡Ordene mi Comandante!", exclamó.

—"¡A ver Juan Bravo, dijo Condell. A la cofa de mesana, rápido... sobre los artilleros de la pieza de proa del enemigo!"

—"¡A su orden, mi comandante!", contestó Bravo y echándose el fusil a la espalda trepó como gato sobre las escalas de cuerda, y en menos de un minuto se apostó en la cofa de mesana que se balanceaba como un columpio a cada andanada que disparaba Orella y a cada viraje de maniobra efectuada por Condell.

"Pero el grumete Juan Bravo debía demostrar que "donde ponía el ojo ponía la bala", y arreglándose como pudo, colocó su puntería sobre los artilleros enemigos que servían el cañón de proa, y fue haciendo blancos sin perder un solo tiro. Llegó un momento en que los artilleros peruanos tuvieron que ser reemplazados por otros, otros y otros, segados por las balas del grumete Bravo a quien se le agotaron las municiones, y entonces hubo que mandarséle una caja de balas". (Silvia Campos)

La Covadonga continuaba su veloz carrera pegada a la costa esquivando el espolón de la Independencia y en esta forma enfrentó los roqueríos de Punta Gruesa. La nave rozó las rocas y Condell, mirando hacia popa a su adversario que lo seguía levantando penachos de agua con la proa, sacando su gorra y elevándola al cielo exclamó:

"—¡Aquí se fregaron...!" y ordenó: —¡Virar hacia estribor en redondo...!
 
[Momento en que la Independencia encalla en una roca en Punta Gruesa, causando la celebración de la tripulación de la Covadonga. Dibujo del Tomo II de "Adiós al Séptimo de Linea, en imágenes" de Jorge Inostrosa C., publicado por el periódico La Nación en 1983]

Al mismo tiempo se escuchaba el estrépito sordo de la fragata enemiga que, levantándose primero de proa, caía sobre babor en los roqueríos de Punta Gruesa.

La marinería peruana que se había tendido para facilitar el golpe de espolón, creyendo que habían alcanzado a la goleta chilena se levantó de un salto gritando "¡Viva el Perú!", contestando así el grito de ¡Viva Chile! que se lanzaba desde la Covadonga. Pero grande fue el estupor de Moore y sus hombres cuando se dieron cuenta que la fragata estaba suspendida y con su casco abierto sobre los puntiagudos picos submarinos. Al mismo tiempo la Covadonga se acercaba para cañonearla pidiendo su rendición. Condell, atento a su adversario, observó que los artilleros enemigos alistaban sus piezas para disparar sobre su buque, alcanzando a gritar a sus marinos: "—¡Guarda con el chancacazo...!" y mientras lo hacía tres proyectiles zumbaron sobre las cabezas de los chilenos. Condell hizo disparar una nueva andanada y la Independencia arrió su bandera, solicitando por bocina al comandante Moore, que se enviara un bote, para tratar la rendición.

—Entrégeme un bote, mi comandante dijo Orella, para ir a la Independencia a traer a bordo al comandante Moore".

—No, Orella contestó Condell, nuestro deber es volver a Iquique para auxiliar a la Esmeralda.

La Covadonga, abandonando a la Independencia puso proa al norte, pero a poco andar, el vigía de la cofa gritó: —¡El Huáscar a la vista...! Condell comprendió de inmediato que la corbeta había sucumbido y era inútil enfrentar al monitor, cuyo armamento pulverizaría a la Covadonga muy rápidamente.

—¡Virar en redondo...! ¡Proa al sur...! ¡A toda máquina...!, ordenó.

La Covadonga se estremeció por el esfuerzo de sus maltrechas máquinas y con la tripulación turnándnose para tapar las averías del casco y desembarcar el agua que entraba a su interior, emprendió su carrera hacía el sur alejándose de la costa para soltar sus velas y aprovechar el viento que la haría navegar mas a prisa. Luego enderezó proa a Tocopilla llegando al puerto en la tarde del día 22 de mayo.

Después del Combate

En Tocopilla, la Covadonga fue recibida por el segundo jefe de la guarnición chilena, capitán Alonso Toro. La nave, que había sido confundida con un buque enemigo, entró a puerto muy maltrecha por los impactos recibidos en el combate. La gente chilena que habitaba el puerto colaboró de inmediato para reparar las averías y dejar al barco en condiciones de viajar a Antofagasta, desde donde el general Justo Arteaga, avisado de la presencia de la goleta, envió un transporte que la condujo a remolque hasta la poza de abrigo de esa ciudad.

Mientras Condell buscaba refugio en el mar, soltando las velas de la Covadonga, el Huáscar había recogido los náufragos de la Independencia e incendiando el buque. Luego regreso a Iquique para desembarcar los cadáveres de Prat, Serrano, Aldea y los sobrevivientes de la Esmeralda e Independencia.

La hazaña causa admiración

La heroica resistencia de la "Esmeralda" frente al Huáscar causó admiración del propio enemigo. El caballeroso Capitán de Navío don Miguel Grau, fue el primero en reconocer el valor de esos adversarios que con su arrojo le habían brindado la ocasión de demostrar su propio valer y el de su barco. Prat había caído sobre la cubierta del "Huáscar" y Condell, maniobrando hábilmente, había conseguido llevar a la Independencia a una trampa mortal en los roqueríos de Punta Gruesa. Chile había perdido un viejo barco de madera, mientras el Perú una de sus poderosas unidades de guerra.

En Antofagasta la gloriosa goleta era reparada, en tanto Condell redactaba el parte oficial para el Comandante en Jefe de la Escuadra, que fechó en ese puerto el 6 de junio de 1879... Y mientras este parte llegaba a manos del Almirante Williams, los oficiales de la fragata de S.M.B. "Turquoise", la prensa de Londres, Francia, Japón, España, Estados Unidos, Ecuador y otros países elogiaban la gloriosa gesta de esos dos marinos que habían dado a Chile una brillante página de gloria.

Un buzo inglés en la Esmeralda

La admiración que produjo en los ingleses, en aquella época señores del mar, llevó al Comandante de la fragata de S.M.B. "Turquoise" a hacer bajar a uno de los buzos del buque hasta el lugar donde estaba hundida la "Esmeralda". Este buzo extrajo algunas piezas de madera de la nave chilena y con ella los británicos hicieron una cruz, enviándole a Condell con la siguiente carta:

"Al bravo Comandante Condell"

"Los oficiales del buque de S.M.B "Turquoise", admirados del glorioso combate de la "Esmeralda" y la "Covadonga", sin ejemplo en los fastos navales, empeñaron sus esfuerzos en hallar el sitio donde la gloriosa "Esmeralda" sucumbió. Querían encontrar allí una reliquia que ofrecer al compañero del heroico Prat, caído cuando se hundía su buque al tomar al abordaje a su enemigo.

"A nadie mejor que al Comandante Condell de la gloriosa "Covadonga", corresponde ser el depositario de la noble reliquia que hoy le enviamos"

Fuente: Reyno Gutiérrez, Manuel, Próceres de Chile: Carlos Condell, Editorial La Nación, Santiago, 1985, P. 23.

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