sábado, 2 de mayo de 2020

San Bernardo, depósito de prisioneros en Chile

 [Fotografia de San Bernardo en la actualidad]

Fue fundada el 9 de febrero de 1821 por Don Domingo Eyzaguirre Arechavala, hombre de incuestionables virtudes humanas y religiosas, considerado por muchos como un «Santo Varón». Don Domingo, con gran visión, trazó un plano de 13 calles rectas y perpendiculares entre sí, además de la calle del paseo, para que la villa fuera construida en un lugar considerado: «un sediento pedrero, donde ni el canto delas diucas se escuchaba».

Gracias al tesón de Don Domingo y al de algunos vecinos principales que continuaron su labor la Villa creció. Aprovecharon, con sabiduría, todos los recursos a que se podía echar mano, tales como el peaje del puente Los Morros; alquiler de tierras para sembrar o sacar adobes; contribución del matadero y licencias sobre los juegos de bolos, carreras y peleas de gallos. En 1838, incluso, se hipotecaron los edificios de gobierno y las manzanas que rodeaban la plaza, para financiar el progreso de San Bernardo.


El llano de Maipo, verdadera hornaza donde el sol estival caldeaba sin contrapeso el sediento pedrero, sólo ostentaba, en vez de árboles, descoloridos romeros, y en vez de pastos, el fugaz pelo de ratón. Allí, según el poético decir de nuestros huasos ni el canto de las diucas se escuchaba.

¡Quien, al contemplar la Satisfecha sorna de nuestro modo material de hilar la vida, hubiera podido adivinar entonces que, andando el tiempo, esos inútiles eriazos visitados por vez primera el año 20 por el turbio Maipo, época en que este río unió parte de su fecundo caudal con las escasas y siempre disputadas aguas del Mapocho, habían de ser los mismos por donde ahora brama y corre la locomotora a través de las frescas arboledas que circundan mil valiosas heredades rústicas, en cada una de las cuales la industria, el arte y las comodidades de la vida, parece que hubiesen encontrado su natural asiento!

¡Quién hubiera imaginado que aquellos inmundos ranchos que acrecían la ciudad tras del basural de la Antigua Cañada, se habían de convertir en parques, en suntuosas y regias residencias.

La influencia de don Domingo Eyzaguirre no murió con él sino que perduró en el tiempo, tanto en lo material, como el canal del Maipo, como en lo valórico, los valores de humanidad, dignidad y protección al desvalido.

En este año de celebración del Bicentenario del inicio de nuestro proceso de independencia, es importante que nuestra ciudad vuelva a poner los ojos en quien fuera su mentor, y descubra en él los rasgos morales de un autentico patriota y verdadero apóstol de los más pobres y desposeídos.

Valores humanos, que conjuntamente con los escasos 18 kilómetros que la separan, por ferrocarril, de la capital, seguramente llevaron al Gobierno de Chile a elegir a San Bernardo como el lugar más adecuado para implementar su política de prisioneros de guerra.

San Bernardo presentaba otra ventaja, contar con tropas suficientes en caso que fueran necesarias para la protección de los prisioneros de guerra. Bien sabe el Gobierno que al custodiar prisioneros, en medio de un conflicto armado, hay que evitar que los ciudadanos comunes, manipulados, asustados o indignados, puedan convertirse en una turba insubordinada que podría poner en peligro la vida o seguridad de cautivos y custodios. Si esta insubordinación ocurriese de todos modos se debe contar con la fuerza necesaria para lograr controlar al populacho.

No se quiso repetir la experiencia del 31 de marzo de 1866 cuando el pueblo de Santiago, indignado por el bombardeo que hizo la flota española contra el desarmado puerto de Valparaíso, estuvo a punto de linchar a los marinos españoles hechos prisioneros, al momento de capturar la corbeta española Covadonga. Los oficiales chilenos, que los custodiaban, se pusieron de escudo arriesgando sus vidas, hasta que llegaron los refuerzos.

En esta guerra el Perú pasó por similar situación en Iquique con los desmanes, contra los prisioneros de la Esmeralda, por parte de un populacho, furioso por el bombardeo ordenado por Williams Rebolledo. En Tarma, a raíz de la captura del Huáscar, el pueblo enardecido debió ser contenido por dos compañías de soldados.

El encargado del depósito de prisioneros de San Bernardo fue el distinguido coronel José Antonio Bustamante Sainz de la Peña, que contaba con una hoja de servicios excelente y en esos momentos era edecán del Congreso. El coronel era hijo del general José Antonio Bustamante Donoso, héroe de la Independencia en cuyo honor la antigua avenida de las Quintas fue rebautizada como Avenida Bustamante.

Casi es posible imaginarse al destacado coronel expresando, al ministro Santa María, enérgica, pero lo más cortésmente posible, su disgusto por ser nombrado carcelero un oficial de tanto mérito; y al ministro, que no gozaba precisamente de buen genio, replicando que para el Gobierno era muy importante contar con él para ese puesto, justamente por sus virtudes personales y profesionales, y a continuación cerrando cualquiera objeción recordándole, al militar, que las órdenes,cuando eran honorables, se cumplían sin dudas ni murmuraciones.
Fuente: Gonzáles del Fierro S., Fernando, Donde triunfó el sentido humanitario :depósitos de prisioneros en la Guerra del Pacífico : el caso de San Bernardo, Sociedad del Canal de Maipo, 2013, P. 53.

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