miércoles, 25 de marzo de 2020

Parte de Juan Martínez sobre la Batalla de Los Ángeles

 [Fotografia de Juan Martínez]

COMANDANCIA DEL BATALLON ATACAMA.

Alto de la Villa, Moquegua, Marzo 25 de 1880.

Señor General:

Cumpliendo con las órdenes de V. S., trasmitidas por el capitán de ingenieros señor Francisco J. Zelaya, el día 21 del actual, a las 9 P. M. en virtud de las cuales esa misma noche mi batallón debía salir a flanquear al enemigo que se hallaba situado en las trincheras de la famosa e histórica cuesta de los Ángeles, inmediatamente después de recibir esta orden salí acompañado de mi segundo jefe, sargento mayor don Juan F. Larraín, para hacer los reconocimientos necesarios a fin de encontrar un sendero fácil que me condujese a través de potreros, tapias y tupidas enramadas hacia la base de los cerros que íbamos a subir.


En esta operación nos ocupamos hasta las 11:30 P. M., habiendo conseguido salvar los obstáculos que se oponían al paso del batallón, por medio de palas y barretas con que rompieron las pircas y cercados algunos soldados que me acompañaban. Así llegamos a penetrar a un campo más expedito, es decir, a los lomajes que circundan el cerro en donde suponíamos se encontrasen apostadas las avanzadas enemigas.

Salvados estos inconvenientes, ordené se amunicionara la tropa, saliendo en seguida a las 12 M.

La segunda compañía, comandada por el teniente señor  Rafael Torreblanca y bajo mis inmediatas órdenes, marchaba de descubierta, quedando el resto del batallón a cargo del sargento mayor señor Larraín con orden de seguir mis huellas quince minutos después para reunirnos en el punto final de nuestro reconocimiento, lo que ejecutó oportunamente.

En estas circunstancias nos sorprendió, a pocos pasos de distancia y la retaguardia del batallón, un vivísimo fuego de fusilería. Sin poder apreciar a causa de la oscuridad de la noche y del sitio emboscado que ocupábamos, la procedencia de aquellos tiros, se introdujo la confusión en una parte de la fuerza de mi mando, haciendo que soldados de las dos últimas compañías disparasen algunos tiros, contestando a los del oculto enemigo.

Hubo un momento en que los proyectiles se cruzaron en todas direcciones, amenazando muy de cerca la vida de mis soldados. Por fin se consiguió tranquilizar a la tropa, gracias a los esfuerzos comunes de todos mis oficiales, ordenando en seguida a mi segundo, que fuese a poner lo sucedido en conocimiento del señor General de la división, quién volvió a las 3:30 A. M. con orden de V. S. de no alterar en nada lo ordenado anteriormente y con facultades de emprender la marcha a la hora y por el sendero que creyese más conveniente. Al mismo tiempo el señor mayor Larraín me comunicó que a su regreso había sabido por oficiales de Cazadores, que el fuego procedía de fuerzas enemigas que se habían introducido al campamento de la caballería, por lo que supuse que éstas estaban al corriente de nuestro movimiento.

Sin embargo de esto, a las 4 A. M. ya mi batallón estaba en marcha. Una compañía, la segunda, marchaba de descubierta por el camino de las lomas, y a media cuadra de distancia iban las demás, escalonadas por el flanco para protegerse mutuamente en el caso, que suponíamos muy probable, de que el enemigo que había bajado a los potreros nos atacara en nuestro ascenso.

Con felicidad llegamos a la conjunción de varias pequeñas huellas en donde todas las compañías se reunieron, marchando unas en pos de otras y emprendiendo el peligroso ascenso por aquellos hasta entonces inaccesibles desfiladeros, que solo permitían a mis soldados subir en una fila, asegurándose con manos y pies y usando de sus bayonetas para escalar las escabrosas pendientes que a cada paso amenazaban despeñarnos al abismo.

Difícil me sería expresar a V. S. los peligrosos obstáculos que fue necesario vencer, como al mismo tiempo el entusiasmo y energía con que mis oficiales y tropa escalaban la cima a pesar de la gran fatiga y rudos sufrimientos a que iban sometidos, y de los cuales, felizmente, lograron salir airosos.

Es así como las primeras compañías y en seguida el batallón casi en su totalidad, llegaron a dominar las primeras trincheras enemigas por su flanco derecho. Después de un bien nutrido fuego de fusilería, deseando economizar los cien tiros por plaza que llevábamos y aprovechándome de la situación aflictiva del enemigo, ordené a los cornetas tocar a la carga, operación que ejecutaron los soldados al grito varonil de ¡viva Chile! lanzándose sobre las primeras trincheras y consiguiendo desalojarlas una a una del enemigo que huía despavorido ante el empuje entusiasta de nuestros bravos, hasta que llegamos a la trinchera que enfrenta el camino de la cuesta de los Ángeles. En este punto mandé cesar el fuego, y al cabo de la segunda compañía Belisario Martínez, enarbolar nuestro glorioso pabellón chileno en lo más alto de la trinchera, a fin de que fuese visto por la artillería y ésta suspendiese sus fuegos.

Me hago un deber en encomiar aquí la inteligencia del digno jefe de la artillería, comandante señor José M. Novoa, quien con sus acertadas disposiciones y certeros disparos, secundó nuestra acción, causando pérdidas al enemigo y distrayendo su atención en tanto que nosotros le flanqueábamos la retaguardia de su flanco derecho.

No pudiendo continuar la persecución del enemigo, que huía en distintas direcciones, a causa del cansancio de la tropa, resolví permanecer en la trinchera hasta que V. S. pasó acompañado de su Estado Mayor y caballería y me ordenó que hiciera descansar a mis soldados. Una hora después recibí nuevamente orden de continuar mi marcha hacia Torata, acompañando a una batería de artillería, mandada por el capitán Fuentecilla; lo que efectué, no sin hacer antes enterrar a los muertos y recoger a los heridos que fueron oportuna y esmeradamente atendidos por la ambulancia de Valparaíso y en especial por su abnegado jefe doctor Martínez Ramos.

A las oraciones llegué al campamento designado por V. S., en donde pernocté con mi tropa, emprendiendo la marcha al amanecer del siguiente día hacia el pueblo de Torata, pero no habiendo enemigo alguno que combatir, recibí órdenes de regresar a este campamento, al cual llegamos con toda felicidad.

Por la lista que acompaño, V. S. podrá imponerse de las bajas habidas en mi batallón en el atrevido asalto de la cuesta de los Ángeles, permitiéndome llamar la atención de V. S. sobre la dolorosa pérdida de mis soldados, José Vicente Zelada y Baldomero Marchant, que murieron en el puesto de honor peleando como bravos. El primero cuenta, además, con el indisputable mérito de haber sido gravemente herido en la batalla de Dolores, y de haber regresado a incorporarse a su batallón tan luego como fue curado en Copiapó. Era un joven de buenos antecedentes y pertenecía a una pobre pero respetada familia copiapina, que pierde en él un apoyo eficaz, a la vez que un amante hijo y un hermano cariñoso.

Réstame hacer presente a V. S. que la conducta de todos mis subalternos, tanto oficiales como tropa, me merece los mayores elogios por la constancia, energía y valor que desplegaron durante los sucesos de la noche, como asimismo en los momentos del peligro, haciéndose dignos de especial mención el teniente señor Rafael Torreblanca, capitán Gregorio Ramírez, teniente Antonio M. López y subtenientes Abraham Becerra y Walterio Martínez, que fueron los primeros en dominar la cima del cerro. Como un deber de gratitud y un ejemplo de estimulo me permito insistir ante V. S. recomendando muy particularmente al teniente Torreblanca, quien en las tres acciones de guerra en que ha tenido la gloria de tomar parte el batallón, se ha distinguido por su valor y buenos acuerdos, en esta virtud me tomo la libertad de pedir a V. S. el inmediato ascenso de este oficial para capitán del cuerpo.

También creo un deber de mi parte hacer presente a V. S. que los méritos contraídos por la cantinera Carmen Vilches durante la penosa jornada del Hospicio al Valle, dando agua y atendiendo a los que caían rendidos por la fatiga, como igualmente peleando en el asalto de la cuesta de los Ángeles con su rifle e infundiendo ánimo a la tropa con su presencia y singular arrojo, obligan nuestra gratitud y la hacen acreedora a un premio especial.

No concluiré sin tener antes el honor de felicitar a V. S., a su Estado Mayor, y por su conducto al Supremo Gobierno, por el bien concebido plan que se desarrolló, mediante el cual hemos obtenido un glorioso triunfo sobre el enemigo, afirmando más aun la justicia y fuerza de la causa de Chile.

Dios guarde a V. S.

JUAN MARTINEZ.

Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia Tomo II, Imprenta i Lib. Americana de Federico T. Lathrop, Valparaiso, 1885, P. 1198.

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