viernes, 23 de julio de 2021

Muerto en el deber: Don Rafael Sotomayor (Editorial de Los Tiempos del 26 de mayo de 1880)

 [Ilustracion de Rafael Sotomayor]
 
La vida tiene sorpresas estrañas. Hé ahí al señor Sotomayor sorprendido por la muerte en todo el vigor de la edad, del alma i de una vigorosa constitución, que parecía nacida para sobreponerse a los mas rudos trabajos. Podía temerse para él gloriosa muerte de soldado, pero no la que hoi arrebata a ese hombre fuerte i animoso, a su país, a su deber, a su familia, al peloton de los amenos servidores de Chile.
 
El señor Sotomayor no era una inteligencia brillante. Era una intelíjencia clara, sólida, modesta, que no sentía prisa por manifestarse. La celebridad jamás le preocupó, i llegado a los honores, no ludió consigo mismo para abandonarlos. Comprendía i temia sus responsabilidades: no con el miedo de los pusilánimes, sino con el lejítimo miedo de los fuertes que miden el peso de la carga i dudan de su fuerza. Ello le enseñó a ser siempre discreto, moderado reflexivo, firme sin rudeza, activo sin vana jactancia, hombre de acción i hombre de consejo. A ser hombre de guerra, nunca habria hecho sonar su espada, ni la habria desnudado sin motivo ni envainádola sin honor. Encargado de tomar un reducto, habría ido tranquilo a su asalto, i habria vuelto a dar cuenta de su comisión, sin que se advirtiera en su voz, en sus ademanes ni en la espresion de su fisonomía otra satisfacción que la del deber cumplido. 
 
Era un flemático, pero un flemático sin egoísmo, hombre de corazón, firme en sus amistades, serio en sus juicios, bondadoso, tolerante: sabia querer a sus amigos i estimar i respetar a sus adversarios. 
 
Esto esplica cómo, siendo hombre de partido que nunca escusó su responsabilidad, Intendente, Ministro de Estado en épocas ajitadas, de pendencia, de injusticia, de odio implacable, no le arrastrara el turbión de los desquites.
 
Intendente de Concepción durante el gobierno del señor Montt, supo conquistarse sólidas amistades i jenerales simpatías entre sus gobernados de aquella provincia, que no manifestaban vivo afecto al réjimen político reinante por aquel entonces. Pero su administración cuidó de evitar las asperezas de la autoridad. Fué mansa como mando i activa como mejora local. 
 
Esa intendencia le dio un puesto de primera fila entre los servidores del gobierno, i no tardó en darle paso hasta el Ministerio, a donde llegó, como Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, en hora ajitadísima. 
 
Se aproximaba la revolución de 1859. 
 
Ser Ministro en tal hora imponía el deber de afrontar todas las audacias del luchador infatigable, ardiente, apasionado. 
 
El señor Sotomayor no estaba en su atmósfera: no era un luchador. I no porque le faltara la enerjía del carácter ni el valor de la empresa. Faltábale el temperamento de la empresa. Sus gustos, sus hábitos, su índole le alejaban de la política batalladora. 
 
Guardó silencio en la asamblea: no habia nacido orador, pero su paso por el Ministerio no fué estéril en actos administrativos i le procuró su parte de influencia en la transformación política con que el Presidente Montt se despidiera del pais.
 
Desde aquella época, 1861, el señor Sotomayor vivió alejado de los negocios públicos, mas no indiferente por la marcha del pais. La veia entrar, con franca alegría, en los caminos de la reforma, i continuaba dispuesto a prestarle sus servicios siempre que fueran reclamados, como lo probó aceptando una misión de patriotismo i de arrojo durante la guerra con España. Se le envió al Perú para auxiliar a la revolución del castigo, que el coronel Prado iniciaba en Arequipa contra el gobierno de la humillación. Siguió al ejército revolucionario en su campaña a Lima, contribuyó a negociar la alianza, i ella firmada, se encargó de conducir a Chile, por entre la escuadra enemiga, a la escuadra peruana. Era de esos hombres que no invitan a nadie a ir al peligro sin hacerle compañía. 
 
Desempeñada su misión, volvió de nuevo a su hogar i a sus funciones administrativas, como Superintendente de la Casa de Moneda. 
 
A pesar de que no se contaba entre los amigos de la administración, siempre era llamado i escuchado en los consejos de gobierno, porque se tenia justa confianza en su rectitud i en su patriotismo. I con justisia. Era un adversario que no confundía la independencia con la violencia i que no olvidaba los deberes del funcionario ni del ciudadano. Sabia que esos deberes deben estar siempre sobre hombres, partidos, facciones, intemperancias, impaciencias, arrebatos de vencidos o vencedores. Todo eso pasa. Aquellos deberes nó. Era un político esencialmente de conciliación. I no porque fuese un flemático o un incrédulo, ni porque las rencillas de la política le fastidiaran, ni, en fin, porque no sintiera las cóleras del sectarismo ni las fascinaciones del poderío: nó! era porque creía que no habia para Chile una política hábil, discreta, capaz de bien, bajo la conducta de partidos esclusivos. No quería emigrados en el interior. 
 
Obedeciendo, sin duda, a esa convicción; se acercó al Presidente Errázuriz en las postrimerías de su gobierno i sostuvo la candidatura del señor Pinto, hasta acercarla buen número de sus viejos camaradas.
 
Hele ahí que vuelve a la vida pública, para no alejarse de ella sino con la muerte. 
 
Se le señala como Ministro del nuevo Gobierno. Su nombre anda en todas las combinaciones ministeriales, se le llama a todas las conferencias, parece uno de los arbitros de la situación. Es indudable que tenia la confianza del Presidente Pinto, a quien le ligaba afecto antiguo, afecto de la niñez i del aula, fortificado, andando los años, por una justa estimación. 
 
Por aquellos días, setiembre de 1876, mientras la caza a las carteras turba el sueño de muchos, solo turba el sueño del señor Sotomayor la perspectiva de entrar en el gobierno. 
 
No se cree a la altura de los deberes de la situación financiera, que reclama iniciativa atrevida, innovadora, infatigable; una idea por dia. O el conductor de la Hacienda nada hace o mueve un mundo. 
 
Pero su presencia en el Ministerio se declara indispensable para dar confianza a los hombres de negocios, que conocen su cordura, i darla a la mayoría del pais, que conoce su rectitud. Se resuelve i entra en el Ministerio acompañado por jenerales simpatías. Quiénes lo acojen porque no será una temeridad; quiénes, porque no será un perezoso ni un cobarde para el bien; quiénes, porque si no esperan de él grandes actos, tampoco temen de él grandes errores: todos, porque todos están seguros de su probidad. Fué un Ministro bienvenido. 
 
Mas, parecía escrito que el señor Sotomayor habia de llegar a la conducta de los negocios de su país en hora infortunada para él. 
 
Recibe una carga abrumadora. Necesita hacer economías, reclamar nuevos impuestos, reorganizar la administración; o continuar viviendo del crédito, que esperimenta enorme i mortal fatiga. Su presencia en la Hacienda alienta al crédito. Pero aquel es aliento artificial, reflejo de la confianza de los negocios en el Ministro. No era posible engañarse, i el señor Sotomayor no se engañó. 
 
¡Qué de problemas i de dificultades! 
 
¿Se alzaría el impuesto? 
 
Protestarían los contribuyentes, si el alza no coincidía con un aumento en las fuerzas productivas. Era indispensable despedir al estanco i a un réjimen aduanero imprevisor, anárquico, inconveniente, ávido cómo fiscalismo i ciego como ciencia. 
 
«Está mui bien, se decía el Ministro. Eso será escudos para mañana, no lo dudo; pero el tesoro necesita hallar los escudos del dia. Va en ello su crédito como deudor». 
 
El empréstito debia triunfar. Era la idea dominante en la corte, el camino rápido i conocido, la liquidación retardada, el diluvio detenido; i todo ello sin lentitudes, sin romper con hábitos inveterados, sin severa labor ni tremendas mutilaciones en las munificencias del Estado. 
 
I después, ¿dónde habria encontrado el señor Sotomayor cooperadores para luchar i vencer? Apenas si habria encontrado en el parlamento, en la prensa, en la opinión, un puñado de hombres de buena voluntad que le procuraran el honor de morir en buena compañía. 
 
No temia a la muerte; pero temia romper de frente con las ideas consagradas. Amigo de las innovaciones; estaba con ellas mientras no se ponian en lucha con el pasado, i para procurar que se entendieran. ¿Su intelijencia era imposible? Guardaba su puesto en los reales del pasado. 
 
Tal le vimos durante el tiempo que condujo la Hacienda. 
 
No resistió a ninguna reforma, pero tampoco puso su hombro a ninguna. Su espíritu parece que esperimentaba igual distancia por la resistencia que por la precipitación. No habia nacido reformador. 
 
Por eso, comprendiendo que un reformador era el hombre del momento dispuesto a llevarle su cooperacion habia aceptado el Ministerio solo para facilitar el parto, i vivía en él siempre el acecho de una oportunidad que le permitiera devolverle su cartera al Jefe del Estado, sin producir pertubacion en la marcha de los negocios públicos.
 
I aprovechó la primera oportunidad.
 
Durante su alejamiento del poder, mantuvo su influencia en los consejos presidenciales, a los que siempre llevó un espíritu tranquilo, conciliador i sagaz. 
 
Elejido Senador, en 1879, no entró en el ejercicio de su mandato. La guerra, a que iba a dar su vida, reclamo sus servicios i desde entonces vivió solo para ella. 
 
Habia llegado para el señor Sotomayor su hora mas disentida, mas brillante i mas gloriosa; habia llegado para él su hora postrera, su grande hora. 
 
Declarada la guerra al Perú, sorprendido en delito de felonía, se ordena a nuestra escuadra hacerse a la mar e ir a bloquear a Iquique. 
 
Se llama al señor Sotomayor para que sea en la escuadra la palabra del pesamiento gubernativo. Como 'siempre, se resiste a la honra que se le acuerda. Pide al gobernante que fije en otro su elección. Su hogar reclama su presencia i la reclama también su modesta fortuna herida, como tantas otras, por la crisis. Al fin cede i parte. 
 
La misión que se le confia es delicada i es equívoca. ¿Qué va a ser en la escuadra? ¿Va a ser consejero o señor? ¿Va a fortificar la acción del Almirante, dando a sus empresas la consagracion de la palabra oficial; o va a vijilarla, a contenerla unas veces, a acelerarla otras, a conducirla síempre? 
 
Es un hecho qué el ilustre muerto no tuvo nunca en la escuadra, en el primer período de la guerra, como no tuvo mas tarde en la escuadra ni el ejército, autoridad, iniciativa, carácter bien definido. Se le llamó a un puesto de lucha, de responsabilidad i, digamos la palabra, de martirio. 
 
Apesar de su sagacidad, que siempre revestía formas, fáciles, sin pretensiones, campechanas, no logró impedir qué se cosechara lo que se habia sembrado. Se habia sembrado rivalidades: debia cosecharse embarazos, celos, descontentos, intrigas, desavenencias, riñas, rupturas. 
 
Aguardando remediar lo irremediable, se llama al señor Sotomayor al Ministerio de Guerra i Marina. Pero nada se obtiene. La rivalidad ha desembarcado. Ya no está en la cámara de la nave capitana. Está en la tienda de campaña del Jeneral en Jefe, donde concluye por ser no menos viva i tenaz que en el mar. 
 
La responsabilidad del ilustre muerto crece. Todo es su obra i su culpa. El guarda silencio. 
 
¿Por qué? Porque sabe que se debe a su país, o porque su ambición le domina? 
 
Hé ahí interrogaciones cuya respuesta no se hará esperar.
 
Mientras llega la respuesta de la justicia i de la historia, ahí está la respuesta que nos da su muerte.
 
Si sus enemigos vieron hasta ayer en ese hombre eminente por su abnegación, por su constancia, por su valor, por su fortaleza para sobrellevar privaciones, ataques, responsabilidades el mal jenio de la guerra,—no lo verán hoi. No es un mal jenio el hombre que acababa de desembarcarse para montar .a caballo i correr la fortuna de nuestras lejiones, que solo se desmonta, del caballo para morir. 
 
JUSTO ARTEAGA ALEMPARTE.
 
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 648.
 

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