lunes, 19 de julio de 2021

El fallecimiento del Ministro Sotomayor (Editorial de El Ferrocarril del 28 de mayo de 1880)

 [Rafael Sotomayor, oleo de Evaristo A. Garrido]
 
Atravesamos una hora amarga de prueba.—Asistimos a un gran duelo nacional. 
 
Cuando sobrevino la guerra, la primera i la mas grave de las preocupaciones públicas fué encontrar al hombre que en el campo mismo de la acción de nuestra marina i de nuestro ejército, pudiera encarnar el alma, la vida i las jenerosas aspiraciones del pensamiento nacional. 
 
El señor Rafael Sotomayor, como secretario jeneral de nuestra escuadra o como ministro de la guerra en campaña, investía la mas alta misión que puede confiar un país a la intelijencia i al patriotismo de sus hijos, en la hora suprema de los grandes peligros.
 
Esa maravillosa improvisación de nuestros elementos militares i la no interrumpida serie de gloriosos triunfos alcanzados en mar i en tierra por nuestras armas, serán un testimonio eterno de las elevadas dotes, de la indomable perseverancia i de la abnegación sin rival con que el señor Sotomayor supo corresponder a las esperanzas de la confianza pública. 
 
Desde el primer momento, i sin vacilación alguna, el señor Sotomayor asumió el honroso i abrumador puesto que se le confiara, desplegando una actividad tan asombrosa como infatigable, sin dejarse abatir o desalentar jamas por las mil contrariedades que, minuto a minuto, surjían en las complicadas tareas de una misión, tanto mas azarosa i delicada cuanto mayor era la falta de preparación, de personal i de elementos al iniciarse la guerra. 
 
Todo lo que se ha pensado o hecho durante los quince meses de campaña, ha sido la labor obligada e incesante del señor Sotomayor, que ya a bordo de nuestras naves o en los campamentos de nuestro Ejército, ha tenido la dirección i la responsabilidad de los sucesos. Su intervención i previsora actividad ha debido ejercitarse sin descanso en los infinitos detalles de ese mundo de atenciones i servicios que forman la dirección de una guerra improvisada, en que es menester crearlo todo, adivinar las aptitudes de los hombres, allanar las dificultades, sea cual fuere su naturaleza, i marchar siempre adelante con la febril impaciencia del que lucha por los prósperos destinos de su país. 
 
El señor Sotomayor ha sido ese batallador infatigable en una lucha ingrata, oscura a veces, i lo que es mas, no siempre bien comprendida i apreciada. 
 
Después de haber recorrido en distintas épocas con jeneral simpatía i no escasa distinción diversos puestos administrativos, se habia conquistado una reputación envidiable i una situación tranquila i respetada en todos los matices de la opinión. 
 
La sagacidad i acierto con que desempeñó una misión diplomática de confianza durante el último conflicto con España, pusieron de relieve las privilejiadas dotes de su naturaleza, —i eran también las que lo designaron para la ruda tarea en que acaba de sucumbir con tan noble i patrótica abnegación . 
 
Cuando se piensa en la inmensidad del sacrificio que se impuso el señor Sotomayor, aceptando la dirección de la campaña, i se considera el celo, la actividad, el entusiasmo, la grandeza de alma i el esfuerzo de voluntad que ha desplegado en el desempeño de su cometido, el dolor de su pérdida asume las proporciones de una grande e irreparable desgracia nacional. 
 
Por una lei inexorable del destino, el señor Sotomayor, violentando los instintos tranquilos de su naturaleza i las modestas aspiraciones de su alma, tuvo que abandonar las afecciones de un hogar—amenazado ya por la desgracia que lo visitó en su ausencia,—para entregarse sin reserva a las ajitaciones, a las inquietudes, a los azares mas amargos i terribles de la vida pública. Cuando anhelaba mas que nunca por el reposo de su familia, tuvo que acudir sin tardanza al llamamiento de la patria en peligro i afrontar con resignación estoica hasta el mas cruel de los rigores que puede desgarrar el corazón de un padre, para no pensar mas que en la guerra i en los medios de hacer triunfar a su país. 
 
Chile le ha visto vijilante, activo i previsor en el puesto del deber, sin tomar un instante siquiera de reposo i devorado por las inquietudes de una responsabilidad abrumadora. La imajen adorada de la patria ha sido, durante quince meses, su preocupación única, su amor esclusivo, su pensamiento fijo i dominante. A ella lo habia sacrificado todo. En vano la muerte se ceba en su hogar. Sotomayor permanece en su puesto i muere al fin esclavo de su deber. 
 
Para que el sacrificio fuera completo, la muerte inexorable lo arrebata al tocar el término anhelado de la fatigosa lucha. Apenas le ha dado tiempo para entrever el logro de sus afanes i desvelos. Ha sucumbido a la vista de Tacna, al salvar la última etapa de la desesperante i grandiosa jornada. Cae herido como por el rayo, cuando mostraba a nuestras lejiones el camino de la victoria i del sacrificio. Los laureles reservados a los vencedores no coronarán su frente, ni encontrarán ya eco en su grande alma los cánticos de la victoria. 
 
En cambio, la lucha heroica i tremenda de Tacna, postrera ofrenda a la patria de su pensamiento, eternizará su recuerdo en la historia i en el corazón agradecido de un pueblo. Ha sucumbido el luchador modesto e infatigable, el patriota abnegado, el hombre probo e intelijente, la encarnación mas elevada i noble del pensamiento público; pero sobrevive su obra escrita en caracteres inmortales por la espada victoriosa de nuestro ejército i el surco luminoso de nuestras naves. 
 
El heroísmo militar habia encontrado su glorificación en Prat i una pléyade de valientes. Estaba reservado a Sotomayor el alto honor i también el inmenso sacrificio de sucumbir en el campo mismo de sus glorias, como la personificación mas bella i noble de las virtudes cívicas del patriotismo en esta lucha homérica de nuestro país. 
 
El dolor, la admiración i el reconocimiento se confunden para tributar un merecido homenaje al patriota eminente, la gran ciudadano que solo abandona con la viva el puesto del sacrificio i del deber.

Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 646.

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