miércoles, 21 de julio de 2021

Articulo de la Editorial de El Independiente sobre la muerte del ministro Sotomayor

 [Ilustracion de Rafael Sotomayor]
 
Honda impresión ha causado en el país el fallecimiento del señor don Rafael Sotomayor, Ministro de la Guerra en campaña, impresión que se esplica por lo inesperado del lamentable suceso, por la alta posición que el finado ocupaba en el Gobierno de la República i por las circunstancias escepcionalmente graves i solemnes en que vino a sorprenderlo la muerte. 
 
Se sabe que mas de una vez habiamos procurado poner en trasparencia, en estas mismas columnas, los inconvenientes i peligros del sistema de dirección militar que el señor Sotomayor encarnaba en el teatro de la guerra. Se sabe que no siempre creímos acertadas sus medidss, ni circunscrita su iniciativa a la órbita que, a nuestro entender, le estaba marcada por la Constitución del Estado i por las facultades inherentes al jeneral en jefe. Ni ocultaremos, por último, para decir toda la verdad, que en mas de una ocasión se nos imajinó divisar los síntomas característicos de las miras políticas en medio de la labor patriótica a que el señor Ministro de la Guerra en campaña consagraba sus esperanzas. 
 
Sin embargo i a pesar de las circunstancias que acabamos de recordar, nos contamos entre los que mas sinceramente habrán deplorado el súbito desaparecimiento de un hombre cuyo valor personal nunca desconocimos i que, por su larga versación en los arduos i complicados negocios de la guerra, deja en el pequeño núcleo de los que con mayor o menor acierto la dirijian, un vacío que será preciso llenar pronto i que es difícil pueda ser llenado satisfactoriamente. 
 
I la dificultad que acabamos de señalar no viene, ni de que creamos nosotros que convenga continuar en el sistema que el señor Sotomayor representaba en el teatro de la gnerra, ni de que nos parezca que en el caso de que se quisiera perseverar en ese sistema, faltase un hombre de intelíjencia i patriotismo a quien confiar el puesto, sino que viene esclusivamente de la hora crítica en que el señor Ministro ha fallecido i de la considerable influencia que su inesperado fallecimiento puede tener en las inminentes i acaso decisivas operaciones de nuestro ejército. 
 
Pero si, por una parte, los conductores de éste han perdido, con perder al señor Sotomayor, a un consejero autorizado i animoso que no escusaba la responsabilidad i que no volvía la espalda a los peligros, ¿no es de esperar, por otra, que la muerte del majistrado que mas directamente representaba al Gobierno de Chile en el campamento haya despertado en los jefes i soldados de nuestro ejército el deseo de imitarlo en el sacrificio i de vengarlo i honrarlo con una próxima victoria? Tal es nuestra esperanza, i de ahí es que nos sintamos exentos de los temores que la muerte del señor Sotomayor ha llevado al ánimo de algunos. Por triste que haya sido el acontecimiento, por grande que sea la pérdida, no tememos que ello traiga por consecuencia en el teatro de la guerra, ni la confusión ni el desaliento, ni la inmovilidad. La batalla estaba ya tan cercana, que seria absurdo suponer que aun el plan no estuviera acordado i que haya podido pasar por la mente de alguien el pensamiento de postergarla. En todo caso, ese pensamiento no ha pasado por la mente del Gobierno, quien, al comunicar al púbico la infausta noticia, la acompañaba en el Diario Oficial, de la siguiente declaración: 
 
«Hoi por hoi, el deber i la triste satisfacción de los miembros del Gobierno tienen que reducirse a anunciar al país que ha perdido uno de sus mas abnegados servidores; que ese servidor ha muerto al pié de la bandera de Chile, próxima a ondear, merced en gran parte a sus esfuerzos, ajitada por el viento de la victoria; agregando que está seguro de que las salvas funerales con que el ejército saludará el féretro del Ministro de la Guerra, no serán otras que los cañonazos que han de romper las filas de la Alianza, hasta desbaratar la tela de ceguedad i odio que aun nos oculta los bellos horizontes de la paz.» 
 
Esperemos, pues, confiadamente que la muerte del señor Ministro de la Guerra no será un impedimento para que lo planes acordados con su cooperación i bajo su vijilancía, se lleven a debido efecto con tanto vigor como fortuna; i que asi la noticia de la victoria, que por momentos aguardamos, venga a dar un nuevo realce a la personalidad del ilustre difunto i a traernos como la preciosa cosecha de lo que sembró su patriotismo. 
 
Pero aun anticipándonos a la noticia de la victoria, i aun no olvidando las observaciones que mas de una vez nos merecieron los actos del señor Ministro de la Guerra, i mas que nada, el sistema de dirección militar que el representaba i encarnaba en el Norte, bien podemos hacerle hoi cumplida justicia reconociéndolo como a una de las mas preciadas víctimas de la magna lucha en que Chile se halla comprometido. 
 
En la guerra no solo mata el plomo enemigo; que también mata la responsabilidad. I el señor don Rafael Sotomayor, que no lo ignoraba i que mas de una vez había dado pruebas de que no temia al plomo enemigo, llevaba hacia muchos meses sobre sus hombros el peso de una responsabilidad abrumadora, de una responsabilidad que a cualquiera otro habria puesto espanto. ¿Cómo estrañar entonces que al fin i cuando la carga se convertía en una montaña, el esforzado jornalero haya caido exánime cuando apenas unos pocos pasos le faltaban para llegar al sitio del descanso i a la hora de la recompensa? Así es como mas tarde vendrá la historia a escribir el nombre del señor Sotomayor entre los de aquellos buenos hijos de esta noble República que rindieron gustosos la vida en defensa de sus derechos sagrados i de su gloriosa bandera. El señor Sotomayor no figurará entre los muertos de ninguna batalla; pero su nombre figurará con honor entre las victorias de la campaña. Había ido muriendo en todas las batallas i todos los dias al influjo de su responsabilidad tremenda, para acabar de morir en la víspera de la que será la mas grande de nuestras batallas i la mas brillante de las glorias de nuestra querida patria. 
 
Sirva ese pensamiento de consuelo a la aprecíable familia del ilustre finado, a la cual cumplimos con el triste deber de enviar la espresion de nuestra sincera condolencia. 
 
Z. RODRÍGUEZ.
 
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 647.
 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario