[Rafael Sotomayor, oleo de José Mercedes Ortega Pereira]
Cuando con mas anhelo esperábamos la deseada nueva del triunfo de nuestro Ejército en los campos de Tacna, nos llegó la triste noticia del repentino cuanto inesperado fallecimiento del honorable señor ministro de la guerra en campaña don Rafael Sotomayor.
Sin ser fatalistas, lo confesamos francamente, un cambio tan súbito de esperanzas halagüeñas por una realidad tan triste, ha hecho surjir en nuestro espíritu, si no temores ni aprensiones que no hai para qué abrigar, algo como uno de esos presentimientos que sacuden dolórosamente el alma.
¿No seria la pérdida del señor Sotomayor anuncio de otras pérdidas todavía mas lamentables?
Un romano antiguo, sin desconfiar precisamente del triunfo, habria creído al ver morir al pro-cónsul al frente del enemigo i en los momentos de darse la batalla, que ésta iba a costar por los menos muchas vidas preciosas para la patria. I estos presentimientos no son hijos de la ignorancia ni de una falsa filosofía, sino obra del alma, que en ciertas situaciones, cuya repetición es eterna, no puede menos de tomar como antecedente de otros males al que de improviso ha venido a aflijirla.
No es hora de emitir juicio sobre el ilustre difunto; un cadáver al que los gusanos no se atreven todavía a morder, enfrena la lengua i la pluma de todo hombre de corazón, como que la muerte escuda siempre con su helada mortaja a los que han sido victimas de su guadaña.
Sin embargo, puede decirse sin temeridad que al finado don Rafael Sotomayor no se le hizo en vida la justicia que merecía.
Cuando a principios de la actual administración fué elevado al ministerio de hacienda, el Mercurio, el no se encontró solo en el aplauso, fué de los pocos diarios que celebraron que un hombre de tanta integridad i pureza fuese llevado a formar parte del gobierno.
No esperamos nunca grandes reformas del nuevo ministro, pero sí mucha honradez, mucha seriedad en sus actos i palabras, i el hecho confirmó plenamente nuestras espectativas. Fuera del ministerio, su buena reputación de político honrado i de administrador celoso quedó en pié, i tanto fué así, que al saberse su nombramiento de ministro de la guerra en campaña no hubo sino mui pocos que no se felicitase de la buena idea del jefe supremo.
Pasan los dias i las censuras comienzan. El demasiado entusiasmo no podia transijir con ninguna demora; i quería triunfos, sobre triunfos i con la velocidad del rayo.
En tal situación de espíritu ¿cómo no culpar al que se suponía brazo derecho del gobierno?
Llegan los buenos dias, la victoria viene a visitarnos en mar i tierra; pero la impaciencia quiere mas, i como no tiene todo lo que quiere, continúa murmurando i en términos a veces demasiado acres i destemplados.
Entre tanto, el ministro a quien con tanta rudeza se atacaba, no pide siquiera ser oido, i con impasibilidad verdaderamente estoica prosigue su tarea, es decir, soportando todo jénero de molestias morales i físicas, haciendo cuantos trabajos le permiten sus facultados, i todo ello sin mas aspiración que la de servir en la medida de sus fuerzas a la patria en peligro.
¿Qué iba a ganar inmolando su reposo, las comodidades de su hogar, el afecto de sus hijos?
Es preciso pensar en esto para juzgarlo debidamente. Si cometió faltas, si han sido de consideración algunos de sus errores, ¿en qué puede amenguar esto su mérito de hombre patriota i servidor abnegado de la nación?
Por lo mismo que el señor Sotomayor no era militar ni marino, debe agradecérsele, o por lo menos tenérsele en cuenta, su celo i laboriosidad en los vastos negocios que se le confiaron.
¿Quién en su lugar no habria dado iguales o mayores motivos de quejas? ¿Abundan tanto entre nosotros las capacidades, no decimos militares, administrativas en el ramo de guerra i marina?
I luego ¿cómo no ver hasta en su desastrosa muerte, que tal es el morir lejos de la familia i sin recojer el fruto de tantas labores i afanes, una prueba manifiesta de los sinsabores que debió pasar en el cumplimiento de su dificilísima misión?
Seamos pnes justos, tributando a la memoria del señor Sotomayor el elojio que merece.
La suerte ha sido cruel en demasía arrebatándole a su familia i a la patria en la plenitud de la vida. Pero ¿qué hacerle si ese es el fallo del destino que por lo jeneral se complace en matar a los que debieran vivir eternamente?
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 645.
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