martes, 6 de julio de 2021

La segunda jornada. (Editorial de El Mercurio del dia 31.)

 [Oleo de la Batalla de Tacna o del Alto de la Alianza]
 
A las largas horas de espera sucedió por fin el momento del gozo, i éste ha sido tan intenso i tan puro que todos los corazones han latido unísonos i todos los labios han prorrumpido en la sacramental espresion que simboliza nuestro frenético entusiasmo patrio. 
 
¡Viva Chile! ¡Viva mil veces nuestro querido Chile! es la voz que todos los habitantes en Valparaiso, sin distinción de clases sociales, han alzado, ardiendo en orgullo i reconocimiento a los favores de la Providencia. 
 
La victoria de Tacna, cuyos pormenores aun ignoramos, pero que desde luego presentimos como los mas honrosos para nuestro Ejército, es de tanta importancia para los resultados definitivos de la guerra, que los mismos peruanos no han cesado de repetir que de esa jornada dependía que el departamento de Tarapacá volviese a manos de sus lejítimos dueños. 
 
Es mui posible, casi seguro que este nuevo i abrumador desastre no quitará a nuestros contrarios las bravuras de lengua, de que han dado ya muestras tan heroicas; mas es indudable también que la jente sensata de aquella república, por escasa que sea, no dejará de influir con el dictador para que tiente alguna proposición de arreglo que evite la entrada en Lima de nuestro Ejército. 
 
Destruida la alianza, como indefectiblemente debe estarlo ya, ¿qué medios de resistencia le quedan al Perú? Aquello de que Piérola, imitando a Pelayo, se refujie en la sierra i desde allí sostenga el gobierno, de la nación i el ardimiento del patriotismo popular, es una de las muchas sandeces que los plumarios a sueldo del dictador han pretendido echar a volar para enardecer el espíritu público. 
 
¿Quién es Piérola para representar la soberanía del Perú? ¿Tiene siquiera su dictadura un oríjen que se parezca a la legalidad? Que Juárez arrastrase consigo la identidad moral del gobierno mejicano, se comprende mui bien, porque era a mas de esclarecido patriota presidente elejido i consagrado por la voluntad del pueblo. 
 
En Juárez debieron ver siempre los franceses al espectro amenazador de la independencia de Méjico, mientras que en don Nicolás de Piérola no podemos ver nosotros mas que un farsante, a quien por una de esas jugarretas del destino le ha caido la suerte, o la infelicidad diremos mejor, de asistir como intruso i desvergonzado director a las postrimerías de su degradada patria. 
 
La dificultad de un arreglo solo estriba en que el pueblo limeño amanezca un dia con ganas de renovar en su engreído dictador el castigo de los Gutiérrez. 
 
I ello no seria estraño, tanto porque el don Nicolás tiene enemigos poderosos, cuanto porque en él desahogaría su cólera i su despecho el desenfrenado populacho, al cual no ha cesado de prometer maravillas para captarse su benevolencia. 
 
Sin embargo, como pudiera suceder que el Perú, cediendo a su fatuidad característica, creyese todavía poder hacer frente a Chile, bueno será que nuestros conductores se ocupen desde luego en disponer la tan deseada espedicion a Lima. 
 
Tomada Lima, el Perú no existe como nación, ni como gobierno, ni como pueblo. 
 
Hoi mismo no es mas que un cadáver galvanizado. Quítese al dictador los hilos de la pila magnética i el muerto dejará de moverse. 
 
Tal es la situación de ese pueblo que ayer no mas juró sobre los manes de sus héroes aniquilar a Chile, haciéndole antes sufrir todos los tormentos de la vergüenza. I la América escuchó estos canibálicos juramentos casi con gozo, llegando la prensa de algunas de sus secciones hasta vaticinar alborozada nuestra cercana ruina. 
 
¡Qué no dijeron los plumarios del Plata, comenzando por aquel pedanton de Santiago Estrada! I en Nicaragua, i el Ecuador, i Colombia, i el Uruguai, cuántos i cuántos no han entonado himnos al Perú i Bolivia, al paso que para nosotros poco se les hacía el matarnos, enterrarnos i cantarnos el De profundis? 
 
El chasco, en verdad, no ha podido ser mas pesado, pero ¿qué es eso para países en que la envidia i el despecho tienen sus sacerdotes i fieles. 
 
Es preciso no olvidar esto para apreciar mejor la importancia de nuestros triunfos. También es preciso recordarlo para apercibirnos a la tercera jornada, que, como ya lo hemos dicho, puede ser indispensable. 
 
Mientras tanto, podemos entregarnos al gozo i al reconocimiento a que por tantos títulos se han hecho acreedores nuestros valientes. 
 
¡Qué noble i grandioso Ejército! Sus lejiones vencedoras eran ayer no mas ciudadanos inofensivos, pobres rotos que no sospechaban siquiera la fortaleza de su brazo i de su pecho. 
 
Cuando mañana la historia se encargue de trasmitir a la posteridad los hechos de este guerra; cuando mas serenos los espíritus puedan estudiar todos los antecedentes i sucesos, entonces, solo entonces se conocerá en toda su luz las virtudes preclaras de nuestro pueblo. 
 
Debemos estar orgullosos de nuestros soldados: son héroes todos. I en su heroísmo a nada comparable, el amor a Chile es el alma, el fuego sagrado que lo inflama i sostiene. 
 
Por lo que hace a los jefes, comenzando por el jeneral Baquedano, injusticia seria no pedir para ellos el premio que merecen. 
 
Los huesos del viejo jeneral su padre deben haberse removido en su sudario al estrépito de los cañones i de los fusiles en la jornada del 27. Para su hijo ha comenzado la inmortalidad en ese dia. Reconozcámosla i celebrémosla.
 
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 662.
 

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