En una sesión celebrada por la Ilustre Municipalidad de Valparaiso, el majistrado que la preside dignamente la pronunció el siguiente discurso, que es un justo homenaje a memoria del eminente ciudadano cuya pérdida lamenta la nación entera.
La proposición con que ese discurso termina, fué unánimamente aprobada por la Ilustre Municipalidad:
Antes de ocuparnos de los asuntos pendientes i de que ahora se os da cuenta, voi a permitirme hacer una indicación a la Ilustre Municipalidad, con la esperanza, o mas bien dicho, con la certeza de que será aceptada por unanimidad.
En estos momentos de ansiedad tan profunda como lejítima; en estos momentos en que vivimos con el oido puesto al estremo del alambre eléctrico para arrancarle la primera palabra de victoria en la terrible prueba por que pasa nuestro Ejército, acabamos de ser sorprendidos por una noticia infausta: la noticia de que ha muerto el primer colaborador de la grande obra, del que durante un año viene dirijiendo los movimientos de nuestra Escuadra i de nuestro Ejército con tan rara fortuna, que apesar de las inmensas dificultades que hemos tenido que vencer, pudo vivir bastante para presenciar nuestro triunfo i el aniquilamiento no ya de dos ejércitos, sino de dos naciones.
Mientras vivió el señor Sotamayor, su obra pudo i debió ser objeto de discusiones, de censuras, de reprobaciones i de aplausos.
Vivimos felizmente en un pais de libertad, en el que cada hombre se siente dueño de sus opiniones i con el derecho de hacerlas valer tal como su conciencia se lo indica en pro del interes de su patria. Pero lo que nunca fué materia de discusión, ni aun cuando el señor Sotomayor vivia, fué su abnegación sin límites para consagrarse al servicio de Chile, i su gran patriotismo.
Conviene que el paíe sepa algo que saben muchos, pero que no está en noticia de todos. Un dia, sin que el señor Sotomayor lo sospechara, fué llamado a la Moneda, i allí se le pidió que aceptara el encargo de ir al norte a representar en medio de nuestra Escuadra i de nuestro Ejército, el pensamiento del Gobierno.
A la primera insinuación, el señor Sotomayor contestó manifestando que el estado de sus negocios era tal, qué su separación de Santiago podia importar su ruina i la de su familia. Razón justa, se le dijo, es esa para no aceptar la comisión si se tratara de la vida ordinaria del pais; pero no es razón bastante en este momento de solemne prueba en que el Gobierno cree que Ud. es el llamado para representarlo en medio del Ejército.
El señor Sotomayor meditó un momento i contestó en seguida aceptando.
Interrogado después sobre cuantos dias necesitaba para prepararse, contestó que necesitaría dos meses; pero no pudiendo pedir ese plazo, declaraba que marcharía en el acto.
I en efecto, señores, al dia siguiente, al bajar del tren se dirijia a mi despacho i me contaba lo que habia ocurrido, i que tan precipitada habia sido su marcha, que no habia tenido tiempo ni para buscar un secretario que absolutamente necesitaba.
El dia anterior a esta entrevista, yo habia tenido otra con un joven que era entonces apenas una esperanza i que hoi dia llena con su gloria, con su fama, las pajinas de la historia contemporánea: me refiero a Arturo Prat.
Habia ido a buscarme para pedirme el permiso de no usar su uniforme de marino.
«Cuando todos mis compañeros, me decia, han salido ya ocupados i han salido en servicio de la patria, me es doloroso i hasta vergonzoso pasear mi uniforme de marino por las calles de Valparaiso. Me parece que a todos va diciendo que no se me considera digno de servir a mi patria en estas circunstancias.»
Como lo supondréis, señores, contesté a Arturo Prat que esperara un poco i que en la guerra que empezaba, hombres como él tendrían muchas oportunidades para servir a su patria.
Cuando el señor Sotomayor me pidió un secretario que fuera intelijente, prudente i hombre de acción, le señaló en el acto a Arturo Prat.
«No le conosco, me contestó: llámele sin que él conosca el objeto, i aquí hablaré con él i formaré mi opinión.»
Llamé en efecto a Arturo Prat, i haciendo el papel de que por haber un testigo estraño no podia hablarle del asunto que motivaba el llamado, le hice discurrir sobre diversas materias i después de pocos minutos el señor Sotomayor interrumpió la conversación diciendo:
—El señor Intendente ha llamado a Ud. para pedirle que me acompañe como secretario en una comisión de confianza con que me ha honrado el Gobierno.
—Pero, señor, dijo entónces Arturo Prat mirándome, la comisión que se me ofrece parece propia de un hombre de pluma, i yo querría una comisión propia de un hombre de espada.
—Será como Ud. lo desea, contestó Sotomayor. Viniendo conmigo nos embarcaremos en el buque almirante i hemos de ser mui desgraciados si no participamos de los trabajos i de los peligros i también de las glorias de la Escuadra.
—Acepto con gusto, dijo entonces Prat.
I en efecto, una o dos horas después se embarcaba.
Mas tarde tuve el gusto de saber que el jefe i su secretario se entendían perfectamente, i que recíprocamente se apreciaban.
No podia ser de otro modo.
¿Sabéis, señores, lo que esos dos hombres han hecho a contar desde aquel dia, i sabéis también cómo han vuelto al seno de la patria?
El capitán de corbeta Arturo Prat volvió primero, i habiendo salido un niño creció en pocos meses hasta ser lo que hoi es: la mas grande figura de la historia contemporánea, la mas pura gloria de Chile.
El jefe ha vuelto mas tarde. Se dio antes el tiempo de vengar a su secretario, i muere cuando Iquiqne es nuestro i cuando, después de fatigas sin cuento, deja a nuestro Ejército victorioso e irresistible a las puertas de Tacna i Arica, que no tardarán en caer.
Cruel ha sido la suerte para con este ciudadano eminente, i con razón decia ayer un diarista, que moría como Moisés después de conducir a su pueblo hasta las puertas de la tierra prometida, pero sin entrar en ella.
Hagamos, señores, que la gratitud nacional i el respeto de todos dulcifique ea lo posible para su familia i para sus deudos este golpe de aciaga fortuna.
Pensemos que para que la semilla de los buenos servidores produzca frutos en el porvenir, es preciso que nos manifestemos siempre dispuestos a reconocer los grandes hechos í a premiar a los que fueron buenos.
Hai almas i hai caracteres para los cuales. no existe otra recompensa que ésta, porque desprecian todas las demás.
Creo que el pais entero abundará en los sentimientos que yo esperimento i que corporaciones tan respetables como esta, que con justo título representan el sentimiento público, deben apresurarse a manifestar su juicio i contribuir de este modo a escribir las pajinas del proceso en que el pais, como supremo juez, ha de declarar que el que hemos perdido fué un hombre superior i gran patriota.
Permitidme que os revele un detalle íntimo i que manifiesta hasta qué punto el señor Sotomayor estaba consagrado al ser vicio de la patria.
Un dia recibió en la cámara del buque en que tenia su despacho una carta en que su respetable esposa lo llamaba para que fuera a presenciar los últimos instantes de la vida de una hija querida.
Creyendo la esposa i la madre que su súplica talvez no fuera oida, permitió que la hija enferma agregara una postdata, que era un llamado tiernísimo hecho al padre, casi desde el borde del sepulcro. La escritura de aquella postdata revelaba una mano debilitada ya por la enfermedad.
Se me asegura que Sotomayor leyó esa carta, dejó correr en silencio sus lágrimas, i la guardó en su cartera para no volver a leerla. Cuando la patria le llamaba a su lado, i la esposa i la hija moribunda le llamaban en sentido opuesto, Sotomayor no vaciló: dijo adiós a la hija para no pensar sino en la bandera de Chile, resuelto a hacerla triunfar o caer en vuelto en sus pliegues.
Digo ahora lo que dije al principio: la obrado este hombre ha podido ser discutida; pero no lo serán jamas sus grandes virtudes de patriota. Esto basta i sobra para que el pais venere su memoria i para que la noticia de su muerte haya revestido las proporciones de una desgracia nacional.
Sí, como lo espero, la Ilustre Municipalidad piensa como yo, le rogaría que me honrase con el encargo de trasmitir la expresión de su condolencia a la dignísima viuda del señor Sotomayor.
Yo cumpliré este encargo con sincero doler, pero a la vez con alegría; con esa alegría que siente el que está seguro de ser el ejecutor de un acto de justicia i de recompensa. Hago en este sentido indicación a la sala.
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 650.
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