miércoles, 23 de junio de 2021

Sorpresa de Locumba

 [Fotografia de Dieglo Dublé Almeyda, 1921]
 
Parte oficial. 
 
Señor comandante en jefe de la 3.ª división: 
 
Tengo el honor de dar cuenta a US. de la espedicion de reconocimiento al valle de Locumba llevada a cabo por el que suscribe. 
 
El 28 del mes próximo pasado manifesté a US. la necesidad de hacer una escursion al valle de Locumba a fin de tener conocimiento de esos caminos i sus recursos para el caso de que nuestro ejército tuviera necesidad de operar en esa lo calidad. Solicité llevar a cabo esta ospedicion acompañado de tres personas bien montadas. US. puso en noticia del señor Jeneral en Jefe esta necesidad, i el Estado Mayor Jeneral me ordenó hiciese un reconocimiento hasta el pueblo de Locumba i del camino que de este punto arranca para Tacna, para lo cual debia llevar 30 hombres. 
 
Manifesté al señor Jefe de Estado Mayor Jeneral cuanto convenia que el reconocimiento se compusiese de las menos personas posibles. 
 
El 31 del mismo mes la espedicion salía de Pacocha compuesta de 26 personas, a saber: el que suscribe, el ayudante del estado mayor de la 3.ª división capitán don Ramón Rojas Almeida, el alférez de Cazadores a caballo don Luis Almarza, 21 individuos de tropa, un cabo de ordenanza i un guia. 
 
En la mañana del 1.° del mes en curso llegamos a Cameara, a 5 leguas de Locumba, en el valle del mismo nombre. 
 
Tanto en las casas de esta hacienda como por dos personas que tomamos en la llanura antes de bajar al valle, supimos que la caballería enemiga, compuesta de 450 jinetes, al mando de Albarracin, por carencia de pastos en Locumba se habia internado a Sagoya, tres leguas al interior, i que la guardia nacional del pueblo, compuesta de 70 hombres, se habia dispersado a sus hogares tan pronto como aquel caudillo se habia alejado. Esta noticia fué reiterada por cuantas personas encontramos en nuestro camino del valle. 
 
En Sitana se nos comunicó que en Locumba solo existian algunas familias que eran víctimas de los desmanes de los chinos, que cometían toda clase de tropelías. 
 
A las 11 A. M. del mismo dia llegamos a las casas de la hacienda llamada Valdivia, de un señor Cornejo, situada como a 800 metros del pueblo de Locumba. Mientras que en ese lugar me ocupaba de tomar apuntes de la localidad, las avanzadas que en dirección al pueblo habia colocado, trajeron a mi presencia a un italiano decentemente vestido que dijo ser cónsul de su país. Este señor me manifestó que en el pueblo no habia fuerza alguna, que los pocos individuos armados que allí existian después de la partida de Albarracin, habian huido al tener noticias de que avanzadas chilenas habian llegado a Sinto; i por último me pidió garantías para las familias i el comercio del lugar. 
 
Comisioné entonces al capitán Rojas para que, como parlamentario, llevando una bandera blanca, entregase a la autoridad que allí encontrase la comunicación que copio: 
 
«Señor gobernador militar o civil de Locumba: 
 
El que suscribe, comandante de las fuerzas chilenas que han llegado a este valle, pone en conocimiento de US. que debiendo pasar con ellas por el pueblo de Locumba, previene que cualquier acto hostil que los habitantes de este pueblo hagan a las fuerzas chilenas, será tratado el lugar como tomado a viva fuerza. Si el procedimiento es contrario, se dará a los habitantes toda clase de garantías. 
 
Espera la contestación de US. para entrar al pueblo su atento servidor.—Diego Dublé Almeida.» 
 
El italiano marchó con el capitán Rojas. Este volvió media hora después comunicándome que en Locumba no habia autoridad alguna por haber salido algunos dias antes el gobernador; que habiéndose reunido varios paisanos, muchas mujeres i niños en la plaza, entre ellos un sacerdote que, a su arribo, salia del templo con varias familias, les había leído mi comunicación. El sacerdote habló entonces a nombre de la jente reunida, manifestando agradecimiento al jefe de las fuerzas chilenas i diciendo que podíamos entrar al pueblo en la seguridad de que no serian molestadas, protestas que también hizo toda la jente que allí habia. 
 
Resolví entonces entrar al pueblo. Llegué a la plaza i allí echó pié a tierra la tropa de caballería, que recibió orden de conservar asidas las riendas de las cabalgaduras. 
 
Se apostaron tres centinelas para que dieran aviso de cual quier movimiento que notaran en el pueblo. Entré a un despacho de un italiano situado en una esquina de la plaza para comprar algo que almorzara la tropa. En este momento se me acercó el sacerdote que habia en el lugar i me invitó a almorzar a la pieza contigua al despacho por el lado de la calle. Allí entré con el capitan Rojas i el alférez Almarza, dejando nuestros caballos al lado de afuera, atados a una baranda, con un soldado al cuidado de ellos. 
 
Mientras se servia el almuerzo, el sacerdote me pidió algunos soldados para enterrar a un individuo que habia muerto, para lo cual no habia conseguido la ayuda de la jente del pueblo. Habia dado la orden para que 8 soldados lo llevasen al cementerio que estaba como a 200 metros de la plaza, cuando supe que la defunción habia tenido lugar solo hacia dos horas. Indiqué al sacerdote que esperase hasta el dia siguiente, i di contra-órden. 
 
Cuando principiábamos a almorzar, el sacerdote se retiró por la puerta interior de la habitación que ocupábamos. En ese instante el sarjento de Cazadores grita: «¡El enemigo, mi comandante!» i al mismo tiempo se sintió una descarga i continuó el fuego con viveza en todo el pueblo. Al levantarnos de la mesa para salir a la calle, del interior de la casa hicieron fuego sobre nosotros. Afuera reinaba la mayor confusión. 
 
Se habia hecho fuego sobre los Cazadores que tenían sus caballos de las riendas. Los caballos, heridos i asustados, arrastraban a los soldados, que no podian montar en ellos, i tenían que abandonarlos para defenderse. 
 
El enemigo hacia fuego desde el interior de las casas, desde una viña que hai cerca, i desde una pequeña altura donde está el cementerio al norte del pueblo. Montado que hube a caballo, me adelanté a la plaza, donde habia tres soldados de Cazadores que a pié disparaban sus armas hacia la viña, pero sin ver al enemigo. 
 
El sarjento de Cazadores se me unió i me dijo que la única retirada que teníamos (el camino por donde habíamos entrado a Locumba) estaba interceptado por caballería enemiga a distancia de 300 metros del pueblo. 
 
No teniendo conmigo sino al sarjento i mi ordenanza, con ellos me abrí paso por entre el enemigo. Este nos persiguió por el fondo del valle como 6 kilómetros, donde encontramos una angosta senda para subir los elevados cerros del lado norte, ascensión que efectuamos a pié para no fatigar los caballos, de los cuales el mió estaba herido de bala. 
 
En nuestra retirada alcanzamos a cinco Cazadores que antes que nosotros habian salido del pueblo. En la altiplanicie no encontramos enemigos. Detuvimos la marcha para protejer a los que pudieran escapar de la celada en que habíamos caído, pero ninguno se presentó. 
 
Continuamos camino hacia Loreto, pero habiéndose estraviado el guia, llegamos en la mañana de ayer a la Rinconada i anoche a este puerto. 
 
En Hospicio encontré la partida que salió de Moquegua para Sinto, que hacia pocos momentos habia llegado, partida que hizo bajar de Sagoya a Locumba la caballería de Albarracin, que probablemente fué la que nos atacó en este lugar, habiendo llegado allí pocas horas antes que nosotros. 
 
Habría sido conveniente que los comandantes de los reconocimientos enviados de Moquegua i Pacocha, que debían en sus operaciones converjer a un mismo punto, hubiesen tenido mutuamente conocimiento de las operaciones que iban a desempeñar para obrar conjuntamente i con mejor acuerdo. 
 
No me es posible calcular el número de enemigos que nos atacó, porque estaban ocultos, como he dicho antes, en el inferior de las casas, en las viñas i en las laderas de los altos cerros. 
 
Del personal de reconocimiento que marchó a mi cargo, han vuelto: 
 
Teniente coronel, don Diego Dublé Almeida. 
Sarjento 2.°, Vicente Espinosa. 
Cabo 1.°, Juan Muñoz. 
Id. 2.°, José Santos Arévalo. 
 
Soldados: Nicanor Ahumada, 
— Agustín Basaes, 
— José Segura, 
— Luis Jara, i 
— Amador Figueroa. 
 
Han quedado en poder del enemigo: 
 
Capitán, don Ramón Rojas Almeida. 
Alféres, don Luis Almarza. 
Corneta, Candelario Ramirez. 
Cabo 1.°, Juan 2.° Muñoz. 
Id. id., Martin Rojas. 
 
Soldados: Doroteo Jara, 
— Fidel Ortíz, 
— Timoteo Ortega, 
— Juan Illezca, 
— Justo Pardo, 
— José Manuel Rivero, 
— Manuel González, 
— Emilio Real, 
— Pablo Galdames, 
— Gavino Muñoz, 
— José de la Cruz Sánchez, 
— Rejinio Morales.
 
Por separado doi cuenta al Estado Mayor Jeneral del reconocimiento de los distintos caminos i recursos de los lugares que he reconocido. 
 
Al dar cuenta de mi cometido, ruego a US. se sirva solicitar del Cuartel Jeneral la orden para que se instruya un sumario para la averiguación de los hechos qne dejo relatados, pues creo que en toda operación militar en que se esperimente el mas lijero fracaso, debe adoptarse este procedimiento por las miles consideraciones que no escaparán a la esperiencia de US. 
 
Pacocha, abril 3 de 1880. 
 
DIEGO DUBLÉ ALMEIDA.
 
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 626.
 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario