viernes, 4 de junio de 2021

La toma de Arica y el castigo a la Alianza (Editorial de El Independiente del dia 9 de junio.)

 [El Morro de Arica en la actualidad]
 
Desde que llegó a Chile la feliz noticia de la gran victoria ganada por nuestro ejército en el alto de Tacna, el pueblo aguardaba por instantes la otra noticia que debia ser como el resultado, el galardón i el complemento de aquélla,—la de la ocupación de Arica. 
 
Nuestro heroico ejército no ha tardado en darnos lo que esperábamos; i aun mucho mas, porque cuando suponíamos que el telégrafo nos trasmitiría el boletín de una jornada fructuosa, lo que nos ha trasmitido es la noticia de una otra jornada gloriosísima. Porque Arica no se ha rendido, sino que ha sido tomada; porque la división que habia llegado a sus puertas no tuvo paciencia para ponerle sitio, sino que se lanzó al asalto de las fortificaciones con el mismo ímpetu de Pisagua, de los Anjeles i de Tacna. 
 
I así es como Chile se encuentra a estas horas, gracias a la pericia i bravura del ilustre jeneral Baquedano i de sus dignos compañeros i subordinados, en posesión de una nueva presa i de una nueva gloria. 
 
¡Nuestras naves de guerra fondeadas tranquilamente en Arica como dueñas de la bahía! La bandera de Chile flameando en la cima del elevado Morro, sobre sus formidables baterías, tomadas a la bayoneta por nuestros invencibles soldados! Los manes del malogrado Thomson deben de haberse estremecido de patriótico orgullo ante tan nuevo i grandioso espectáculo. 
 
No se dirá que Chile niega a los sitios en que caen sus héroes, la consagración de la victoria. La bandera de la patria presta ya sombra grata a las aguas i a las tierras en que cayeron Prat, i Ramirez, i Thomson, i Santa Cruz i los millares de nuestros compatriotas que los acompañaron en el esfuerzo i en el sacrificio. 
 
Con la toma de Arica la tercera campaña ha quedado concluida. La primera llevó nuestra bandera hasta el Loa, la segunda hasta Camarones, la tercera la ha llevado hasta Tacna i Arica después de un paseo triunfal por Mollendo, por Ilo, por Moquegua i por Sama. 
 
Entre Tacna i Arica, la Alianza ha dejado muertos en los campos de batalla, heridos en las ambulancias i prisioneros en nuestro poder unos seis mil hombres. Los demás, impelídos por el miedo, se han dispersado hambrientos, disfrazados e inermes en todas direcciones. ¿Cuántos llegarán i en qué dísposision de espíritu llegarán a Arequipa i a La Paz? El ejército aliado de Tacna—columna en que descansaban las últimas esperanzas de la Alianza—es a estas horas un ejército que pertenece a la historia; fué, para nunca mas tornar a la vida. 
 
Los que han tenido bríos para llegar a Tacna atravesando desiertos i valles de mortífero clima i pasando sobre las trincheras de un ejército de trece mil soldados aguerridos, los que han tomado a la bayoneta las formidables fortalezas de Arica, no necesitarán de mucho esfuerzo para conservar lo que han ganado. 
 
Las conquistas hechas a paso de carga por nuestro ejército entre el 26 del pasado i el cinco del corriente nos dejan en quieta posesión de la puerta de calle de Bolivia i arbitros de darle luz i salida al mundo civilizado o de condenarla para siempre al aislamiento i a la barbarie. En adelante, si la Alianza subsiste, sólo podrá subsistir de nombre. Bolivia puede tener nuevos reclutas, pero ¿qué serian, si no ovejas enviadas al matadero, reclutas que, desnudos, desarmados i forzados, se enviasen contra nuestros invencibles veteranos? Bolivia entrará en sí misma, recordará sus pérdidas irreparables, sus esperanzas devanecidas para siempre, i reflexionará si es que no se halla condenada por el destino a desaparecer del concierto de las naciones. 
 
De todas maneras, las últimas victorias han puesto a. Chile en situación de dar a Bolivia muerte merecida o perdón jeneroso. 
 
En cuanto al Perú, la pérdida ha sido mas cruel, si cabe; porque, si hemos herido a Bolivia en la garganta, a aquél hemos herido en el rostro. En virtud de las bravatas i baladronadas con que preludiaba a la que creia su segura victoria, la derrota, que pudo ser para el Perú sólo una desgracia, ha sido una desgracia i una vergüenza. No hubieran asegurado tanto sus gobernantes, periodistas i jenerales que éramos unos cobardes, incapaces, no ya de vencerlos, pero ni aun de atacarlos, i hoi sería menos amargo su desengañó i mas digna de condolencia su desgracia. 
 
Las últimas noticias nos dicen que se han encontrado en las filas del ejército aliado en Tacna, i especialmente en Arica, jefes pundonorosos i esforzados que han preferido la muerte a la deshonra, i aun a presenciar los infortunios de su patria; i sin duda que ellos, muriendo al pié de sus banderas, habrían abierto al Perú un camino de salud, si los charlatanes de su prensa no se hubiesen empeñado en hacerlo impracticable. 
 
De todas maneras— a la vista del mundo entero está,— el Perú es un vencido. El Dios de las batallas ha pronunciado su fallo inapelable. ¿Tendrá el valor de aceptarlo, ya que no ha tenido la fortuna de evitarlo? Es lo que sabremos antes de muchos dias. 
 
Chile necesita una paz sólida, duradera i gloriosa, cual corresponde a sus victorias. Esa paz la aceptará en el lugar i en el momento en que sus enemigos se la ofrezcan. Pero que no se engañen los enemigos de Chile aplazando el inevitable paso, porque mas tarde podría ser demasiado tarde, i porque si aquella paz no se le trae, él sabrá ir a buscarla a donde quiera que sea menester, en brazos de su invencible ejército. 
 
!A él la gratitud de los chilenos í las bendiciones de la posteridad; a él la satisfacción purísima de haber vengado los ultrajes inferidos a la patria, de haber ensanchado sus fronteras i de haber asegurado por largos años, por muchos siglos talvez, su poderío! 
 
Z. Rodríguez.

Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 671.

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