jueves, 3 de junio de 2021

La Caida de Arica (Editorial de El Ferrocarril del dia 10 de junio)

 
[Oleo de la carga chilena contra las defensas del Morro de Arica]
 
La toma de Arica no es simplemente una batalla o una victoria mas agregada a la historia gloriosa de nuestras armas: — es también un desenlace. 
 
Los truinfos alcanzados en quince meses de hostilidades no importaban todavía esa superioridad abrumadora e inconstestable que enclava la fortuna del enemigo a la voluntad del vencedor. 
Después de los fracasos de Calama, Pisagua, Dolores i los Anjeles, la alianza contaba siempre con un gran ejército, con lo mas veterano i escojido de sus fuerzas militares, con las inespugnables posiciones de Tacna i Arica,—su campo de maniobras desde el comienzo de las hostilidades,— con abundantes elementos de guerra, con un parque casi intacto de artillería i con todo jénero de pertrechos i municiones. 
 
Perdido el departamento de Tarapacá i diezmadas sus fuerzas militares, quedaban siempre a la alianza elementos poderosos de combate para probar nuevamente fortuna i disputar el éxito a nuestras huestes vencedoras. Tenia jefes i ejército que simbolizaban para sus respectivos países lo mas selecto i aguerrido de su organización militar. 
 
Los contrastes de la primera campaña habian determinado una transformación completa de su poder militar. El Perú i Bolivia habian reunido en un supremo esfuerzo todo lo que poseían de mas culminante, intelijente i esforzado para su defensa. La alianza i los acontecimientos habian hecho del ejército de Tacna la gran esperanza, o mas bien la esperanza única de victoria, en la lucha tremenda llamada a decidir de sus destinos. 
 
El esterminio de ese ejército, sea cual fuere la actitud de los gobiernos actuales de la alianza o de los que se improvisen a consecuencia de los recientes desastres, importa el aniquilamiento del poder militar terrestre de nuestros enemigos. Si una tenacidad tan ciega como temeraria no permitiera comprender a los aliados la adversidad inexorable de su destino, los estragos de la guerra, no ya en los campos de batalla sino en sus propios hogares, les harán sentir sin pérdida de tiempo el alcance de las dos últimas jornadas. 
 
La gran cuestión de la superioridad militar ha quedado ya resuelta de una manera irrevocable. La derrota de Tacna i la toma de Arica han sido para la campaña terrestre lo que la captura del Huáscar para la campaña marítima. Ambos acontecimientos marcan un importante desenlace. Acaba de desaparecer el poder militar de nuestros enemigos, como se habia desvanecido ya su poder naval. 
 
Ni los restos escapados al naufrajio de la escuadra permiten rehacer la fortuna marítima, ni los prófugos de Tacna o las lejiones improvisadas de Lima o Arequipa pueden estimarse como elementos serios de futura resistencia. 
 
El desenlace militar está ya alcanzado, aunque persistan nuestros enemigos en la prolongación de una lucha, que será simplemente esterminio para su vitalidad nacional. 
 
La ofensiva sin tregua ni descanso de nuestro Ejército i Escuadra debe hacerse sentir desesperante para los enemigos hasta alcanzar la solución definitiva. 
 
Hemos llegado a un puntó en que la actitud del Perú i Bolivia está llamada únicamente a decidir del límite a que llevaremos nuestras hostilidades. Nuestra iniciativa tiene que ser hoi mas que nunca enérjica e implacable, hasta que los vencidos se sometan al fallo inexorable de su destino. Aniquiladas las bases del poder militar, corresponde a la alianza apreciar las consecuencias de una prolongación de la lucha estéril para su causa, i fecunda solo en sacrificios que el vencido debe siempre indemnizar al vencedor. 
 
Si los aliados se manifiestan rebeldes a las necesidades imprescindibles de la situación, la actividad infatigable de nuestras operaciones militares debe acosarlos victoriosamente en sus últimos atrincheramientos, sin darles tiempo ni reposo para alentar falsas ilusiones de reposición o de fortuna. 
 
La guerra tiene que ser mas enérjica, mas activa, mas infatigable a medida que las victorias dan al vencedor el derecho de apresurar el desenlace.

Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 670.

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