miércoles, 9 de junio de 2021

Otra victoria. (Editorial de Los Tiempos del 9 de junio de 1880.)

 [Oleo del asalto al Morro de Arica por parte de las tropas chilenas]
 
Arica es nuestra. Tenemos una batalla mas i una victoria mas. 
 
Nuestras tropas han tomado a la bayoneta esa plaza, que defendían poderosas fortificaciones, cañones de gran poder i gran alcance, minas que obligaban a sus asaltantes a batirse sobre un volcan. 
 
Nada habia escaseado al enemigo para organizar la resistencia i rodearla de un terrible aparato escénico. 
 
A pesar de todo, bastó una hora para barrer con todos aquellos terrores. Pero, ¿qué hacer contra una infantería que avanza a paso de carga, que no detienen los fuegos mas mortíferos, que salva los parapetos de un salto i que no necesita abrir brecha para entrar en la plaza? 
 
Es preciso morir, o rendirse. Los jefes de la plaza de Arica han muerto. 
 
Aunque no dudamos, ni por un momento, que Arica seria nuestra, no creíamos que seria nuestra después de una hora de combate i con solo el empuje de nuestras bayonetas. 
 
Nuestra infantería ha descubierto una nueva manera de abrir brecha: saltar por sobre los muros de las fortalezas. 
 
Honrando el valor de los defensores de Arica que han muerto en su puesto, no acertamos a comprender la actitud del comandante del Manco Capac, que sumerje su nave, para concluir entregándose prisionero. Destruye a Chile una de sus presas bien ganada, i va, en seguida, a reclamar amparo de la magnanimidad de Chile. Nó sabe batirse, ni rendirse, ni morir. La rendición habria valido mas a ese comandante, que ir a mendigar la vida. Ha ganado la vida, perdiendo barco i honra. 
 
Sentimos vivamente la muerte de los jefes de Arica, que merecían vivir para ejemplo de los suyos i para darnos oportunidad de honrar al valor desgraciado, que solo ha tenido tres representantes durante catorce meses de guerra. 
 
Tacna ayer, como Arica hoi, nos revelan que si la alianza recluta numerosos batallones, tiene mui pocos buenos soldados, mui pocos jefes i ningún jeneral. 
 
Montero en fuga, en fuga Campero, ya no tiene sino a Piérola, que se entretiene en fundar su dinastía, decretándose el derecho de designar a su sucesor, a las mismas horas que su país cae en ruina. Se consagra emperador sin victorias i sin imperio. 
 
¿Qué jentes gobiernan al Perú? 
 
JUSTÓ ARTEAGA ALEMPARTE.
 
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 672.
 

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