[El Momento final del asalto al Morro de Arica - La infantería chilena toma los últimos cañones del Morro. Revista Zig Zag, 1905]
Nuevo i vivísimo gozo inundó hoi el corazón de los habitantes de Santiago, al oir los campanas echadas a vuelo, i el estrépito del cañón que anunciaban la victoria de Arica.
Sí, ya está en nuestro poder la inespugnable Arica, volados sus fuertes i reducidas a polvo su soberbia i jactancia, ya nuestras naves se mecen tranquilas en aquellas aguas i señorean la bahía de donde, hace poco mas de un año, salían el Huáscar i la Independencia a sorprender en Iquique a Prat i Condell, i dar, sin quererlo, a nuestra historia la mas heroica de sus pajinas.
La toma de Arica era el corolario lójico de la victoria de Tacna. Debió caer esa plaza como Iquique después de Dolores: pero los peruanos quisieron hacer de ella su Numancia, consiguiendo tan solo hacer brillar de nuevo el heroísmo i el irresistible empuje de nuestros soldados. Apenas pudieron aquellos resistir una hora al asalto de los chilenos; a pesar del famoso Morro, de los fuertes, muros, fosos i trincheras.
Los peruanos han querido darnos en Arica la ocasión de otra espléndida victoria; en hora buena, ya está obtenida i es la undécima de la presente guerra: Calama, Punta Grueso, Angamos, Pisagua, la captura de la Pilcomayo, Agua Santa, Dolores, los Anjeles, las vegas de Sama, Tacna i Arica.
Digan ahora lo que quieran los periodistas de Lima, ello es que del tenor de sus escritos se deduce que toda la esperanza del enemigo se cifraba en Tacna; allí tenia la flor de sus veteranos i la nata de sus armas; allí estaba el nervio de la alianza, solo hasta allí podían llegar los ejércitos bolivianos, i llegaron para su mal. En Lima no habrá bolivianos.
Ahora bien, ¿qué resta de aquel brillante ejército aliado de cerca de trece mil hombres? Como cuatro mil han quedado entre muertos, heridos i prisioneros, cerca de dos mil habrán caido en Arica, son seis mil, esto es casi la mitad del ejército enemigo. Pocas son las victorias en que el vencido pierde la mitad de sus soldados. Si a esto se agrega el armamento caido en nuestro poder, el natural desaliento de los vencidos, la dispersión consiguiente a una gran derrota i el descrédito de los jefes i la anarquía de costumbre, ya se verá si es o no completa para Chile la victoria de Tacna que se acaba de coronar en Arica.
¿Tantos combates han quebrantado a nuestro Ejército o le han reducido a la impotencia? De ninguna manera; es hoi mas poderoso que en Iquique, es mas veterano i solo anhela de mostrarlo, no en pequeños pueblos de provincia, sino bajo los muros de la soberbia Lima.
¿Querrán nuestros enemigos verlo allá, se convencerán de que la victoria les ha vuelto las espaldas, i de que no les que da mas remedio que ajustar luego, mui luego la paz?
Ojalá Dios, en su misericordia los ilumine, les de la resignación que necesitan para evitar así nuevos torrentes de sangre i de lágrimas: para evitar así los estragos irreparables a que Lima i el Callao están condenados, si nuestras huestes vencedoras son obligadas a combatir, como hasta aquí parece, en el corazón mismo del desgraciado Perú.
Abran los ojos nuestros enemigos i vean, lo que todo el mundo menos ellos ve: el triunfo evidente, incontestable de las armas chilenas en este duelo a muerte de tres naciones hermanas.
Si, aunque nuestros enemigos, los peruanos i bolivianos son hermanos nuestros, i por eso los vetos de El Estandarte Católico son porque cuánto antes se ajuste una paz honrosa, para evitar a los vencidos las amarguras i dolores i hasta las humillaciones de una muerte vergonzosa.
Si ellos se ciegan, si ellos quieren su propia ruina, qué hacer! adelanta! viva Chile, i gloria a la justicia de Dios!
ESTERAN MUÑOZ DONOSO.
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 672.
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