miércoles, 2 de junio de 2021

CAYÓ ARICA! (Editorial de La Patria del 10 de junio.)

 [Fotografía del Morro y de la ciudad de Arica en 1879, vistas desde el fuerte San José, ubicado al norte de la ciudad.]
 
En el momento en que la prensa reproducia ayer en sus millares de hojas volantes esta frase escribíamos llenos de esperanza en la suerte de nuestro glorioso tricolor: «Paciencia que el valor i constancia de nuestro Ejército no tardarán en meter en sus mochilas de viaje el pabellón peruano, que aun flamea en la cima del Morro de Arica, circundado, por irrisión o por sarcasmo, de unas cuantas bocas de fuego,» -el telégrafo traia a Santiago la bendita nueva del ataque i captura de la plaza de Arica. 
 
Arica, el nido de las postreras lejiones veteranas del Perú, el Jibraltar de la alianza, el peñón i ciudadelas erizados de minas i cañones, atacado a paso de carga i a prueba de bayoneta, no pudo resistir dos horas al esfuerzo i bravura de nuestros soldados, i cayó como caerán siempre ante ellos plazas i soldados, fusiles i cañones que se les opongan. 
 
Menos felices que Montero, a quien sobró tiempo en su fuga para despojarse de su casaca militar i de sus condecoraciones, los jefes de Arica o sucumbieron o pisan a estas horas el puente de algunas de nuestras naves que los conducen hacia el sur en el carácter de prisioneros. 
 
No pueden decirnos ahora los bullangueros de Lima que Arica no contaba sino con los cañones i soldados de Pisagua; para todo les sobró tiempo, recursos i ocasión. Tuvieron armas, dinero, disciplina, pólvora, ciencia, mercenarios i entusiasmo; no ignoraban tampoco que la marea del sur reventaría en sus costas, ni que las sibilas del antiguo templo del Sol habian pronosticado que de noche o a la luz del mediodía los defensores de sus plazas verían relucir los cascos i aceros de la Némesis de Chile. De nada carecieron; Chile les amenazó de lejos, los bloqueó como aviso, los cañoneó como preparación, acercó sus batallones como amenaza, circundó sus fuertes paso a paso, i les notificó rendición cuando los juzgó prevenidos i dispuestos a dar a la América el mayor ejemplo de denuedo i heroísmo. 
 
Atacada la plaza por el cañón, lanzados nuestros valientes a la bayoneta, Arica cayó como está decretado que nuestros enemigos sucumban como sin necia jactancia ni vocinglería han pasado todas las funciones de la presente guerra. 
 
Mientras en tierra los peruanos disparaban los proyectiles de sus rifles, en el mar se sumerjia el Manco Capac, sin hacer honor a su bandera, con la resignación de los antiguos Incas entre la espada de los guerreros españoles. 
 
I hai de particular en esta gloriosa jornada que los vencedores de Arica, llenos de ira i de vergüenza por haber sido colocados en la reserva de Tacna, atacaron el Morro i sus flancos a la bayoneta, que se creía sin representación ante el fuego de las armas de precisión. La reserva atacó, flanqueó, dominó el valle i las alturas i clavó en su mas culminante cima la bandera tricolor i su estrella que ha servido de lábaro i de guia en el mar i en los desiertos a nuestras incomparables lejiones. 
 
Tacna i Arica eran los triunfos que en sus campamentos de Pisagua i de Iquique veian nuestros bravos, Arica i Tacna las jornadas que en sus visiones de gloria entreveían los rotos chilenos: Arica i Tacna eran su pasión, su idea i su realidad del presente, realidad, idea i pasión que ha empezado a fermentar en aquellas almas de bronce como aspiración unánime hacia el viaje final de Lima para vencer allí i poner bajo su bota de vencedores a toda aquella canalla a quien si sobra voz i palabrería falta lo que de hoi en adelante será el distintivo del chileno: enerjía, perseverancia e incontrastable valor. 
 
Lima debe ser el premio de nuestros valientes. Sin Lima, Pisagua, Dolores, Tarapacá, Locumba, los Anjeles, Tacna i Arica no serán sino ataques de avanzadas, batallas sin resultados, triunfos sin apoteosis, castigo sin sanción. 
 
En Lima es el término de la guerra i en Lima la paz. i la redención para tanto siervo como en tierra peruana se ve obligado a bendecir las derrotas i a besar el látigo que abre en sus carnes ensangrentado surco. 
 
En Tacna entraron en combate solo siete mil chilenos i en Arica no mas de dos mil, número que aplastó a catorce o quince mil aliados de la mejor i fogueada tropa con que contaban Bolivia i el Perú. En Lima no tocará a los nuestros batirse sino con los cortesanos de la dictadura, con la leva forzada del terror, con los paisanos puestos entre la horca i nuestra bravura, con los reclutas que en las contiendas civiles han huido a la sierra al primer disparo del cañón. 
 
I en último caso, Pisagua quedaría incompleto sin Dolores, Tacna i Arica sin la ciudad de los Reyes, guarida de los que trabajaron el presente conflicto i arrancaron nuestros hombres de paz a sus talleres, a sus fábricas, a sus tranquilos hogares. 
 
Tacna i Arica son victorias con la condición de ir pronto, muí pronto a hospedar a nuestros fatigados rejimientos en las cómodas i suntuosas moradas de los que los arrojaron en la vorájine de los campamentos i en los torbellinos de las batallas. 
 
Tacna i Arica son meras tiendas de campañas: Lima debe ser su victoria, su premio i su galardón. 
 
Nada de ilusiones: mientras los sibaritas de Lima no oigan el rodar de nuestra artillería i no oscurezca su horizonte las nubes de polvo que levanten nuestros soldados, no haya esperanza que soliciten la paz. 
 
La victoria que celebramos hoi que no signifique sino la reparación definitiva de la jornada final. Arica i Tacna sin Lima, serian nuestra bandera sin su estrella, nuestra estrella sin la irradiación de luz que permite en estos instantes a cada chileno amar i sentirse orgulloso de esta tierra, tranquila en la paz, laboriosa en la paz, honrada en la paz, pero que en la guerra sabe rujir i vencer como los pueblos mas esforzados de todos los continentes.

Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 670.

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