lunes, 21 de junio de 2021

Espedicion a Mollendo. (De La Patria.)

 [Fotografia de Arturo Villarroel, quien participo en la expedición a Mollendo]
 
Pacocha, marzo 16 de 1880. 
 
Embarcada en los diversos trasportes la espedicion que debia operar sobre los puertos de Islai i Mollendo, el Almirante de la Escuadra ordenó el reconocimiento de las caletas por donde debía hacerse el desembarco dé las fuerzas. 
 
El señor Arturo Villarroel qué acompañaba a las fuerzas en calidad de voluntario i que en épocas, anteriores habia frecuentado esas costas, indico tres ó cuatro juntos apropósito para ello. 
 
El teniente de marina Señoret fue el encargado de examinarlos, i después de un prolijo reconocimiento, los encontró aceptables. Dióse por lo tanto la orden de desembarco por uno de ellos. 
 
Los primeros botes se desatracaron de los buques a las nueve de la noche i después de hora i media de trabaja se logró poner en tierra 180 hombres de los navales i once oficiales.
 
Desgraciadamente, a esa hora la marea, cuyo efecto se desconocía en esa parte de la costa, dificultó inmensamente la operación e imposibilitó del todo su continuación. 
 
Tuvo, pues, que volverse abordo el resto de la tropa que se habia embarcado en los botes i se decidió buscar un nuevo puntó mas apropósito para continuar el desembarque.
 
Mientras tanto, de los desembarcados se adelantaron Villarroel i cuatro hombres i se dirijieron a marchas forzadas en busca del telégrafo con el objeto de cortarlo e inutilizarlo. 
 
El pequeño piquete de esploradores anduvo feliz en su empresa, pues, dos horas después volvía, habiendo cortado los alambres, echado abajo algunos postes i puesto en incomunicación los telégrafos que ligan esa caleta con Mollendo, Islai i Arequipa.
 
Regresados los esploradores los 180 hombres que habían logrado desembarcar se pusieron en marcha con dirección al puerto de Islai. 
 
A la hora de marcha i despues de atravesar varias quebradas, la pequeña espedicion hizo alto i se dio orden al piquete de esploracion que dirijia el señor Villarroel, de seguir avanzando en la misma dirección. 
 
El grueso de las fuerzas, mientras tanto, después de un corto descanso, siguió su marcha a la vista de los esploradores i a una distancia de 200 metros. 
 
De repente se sintió una descarga, seguida pocos momentos después de fuego graneado. 
 
Inmediatamente la fuerza que mandaba el mayor don Alejandro Baquedano, jefe de toda la columna, apresuró el paso i al poco andar también rompió sus fuegos. 
 
¿Que había pasado? Los esploradores de Villarroel se habían encontrado con una avanzada enemiga, la que preguntó por dos. veces:
 
¿Quién vive? 
 
Los nuestros, contestaron: 
 
Chile! i a la tercera intimación,
 
Navales.
 
Como era de suponerlo, una descarga cerrada contestó a tan franca como decidora respuesta. 
 
Por un momento la situación del pequeño piquete chileno fué bastante difícil, por encontrarse entre las fuerzas del enemigo i las de la división Baquedano de navales. 
 
Felizmente esto duró bien poco i pronto fueron reconocidos los nuestros i reunidos todos continuaron el fuego el que terminó con la retirada de la avanzada del enemigo. 
 
Mientras tanto la duda sobre la ruta que se debía seguir se apoderó del jefe i oficiales de la espedicion. 
 
Ningún dato se tenia sobre las fuerzas que podían haber en las inmediaciones i se temió que la avanzada que acababa de ser rechazada perteneciera a algún cuerpo de ejército destacado en algún punto mas ó menos próximo. 
 
Baquedano opinó por la retirada a una quebrada vecina que por su situación se prestaba a una defensa mas o menos prolongada i por lo tanto podía dar tiempo a recibir socorros de los nuestros. 
 
Esta decisión no llegó a llevarse a cabo por haber prevalecido la opinión del jefe de los esploradores que abogó por la toma de posesión de un morro cercano, de donde podía dominarse los caminos vecinos i conocer con tiempo la aproximación i número de enemigos. 
 
El mismo Villarroel fué comisionado para ocuparle, acompañado de 20 i tantos soldados. 
 
Minutos después toda la fuerza hacia alto en la cumbre de dicha posesión, i pudieron notar entonces que del camino de Islai se aproximaban enemigos. 
 
Los nuestros esperaron i sintieron al poco tiempo el alerteo que salía de las primeras filas peruanas. 
 
En está ocasión no contestaron al ¡quién vive! como la primera vez, sino que, por el contrario, dieron el grito de: 
 
—Perú! 
 
Los enemigos avanzaron con toda seguridad i fué tal su confianza, que lograron dejar en nuestro poder un prisionero. 
 
Por éste se supo que la fuerza a que pertenecía se componía de sesenta hombres. 
 
Tan pronto como él enemigo salió de su error rompió el fuego, el que duró como cinco minutos i terminó, como la primera escaramuza, con la fuga del enemigo. 
 
El número de prisioneros habría sido mayor si los nuestros hubieran bajado i perseguido al enemigo; pero la oscuridad de la noche i la falta de conocimiento de los caminos los obligó a mantenerse en la posesión ocupada.
 
Al amanecer se descubrió que todos los enemigos habian desaparecido i que nada indicaba la aproximación de nuevas fuerzas. 
 
La primera operación en que se pensó fué apoderarse del aparato del vijia, que estaba colocado en una eminencia i a una distancia de 500 metros del campamento en el camino de Islai.
 
Esta operación se ejecutó por el piquete de esploradores que siguió hasta llegar a Mollendo bajo las órdenes de Villarroel, quien, sea dicho de paso, ha prestado a la espedicion servicios importantísimos. 
 
Desde esa altura notaron los nuestros una guerrilla que avanzaba en dirección a ellos i por mucho tiempo no pudieron distinguirla.
 
La gorra blanca i el pantalón colorado los sacó de dudas. Esa fuerza era chilena la que habiendo logrado desembarcar en una caleta mas al norte, avanzaba esplorando los caminos. 
 
Unidas ambas guerrillas esperaron la aproximación de la columna Baquedano i juntas marcharon directamente al pueblo de Islai. 
 
La única novedad que les ocurrió en el resto del camino fué él hallazgo de once fusiles i siete yataganes, una bandera peruana, varios rollos de mochila i otros arreos militares.
 
A poco andar la columna llegó al puerto de Islai. 
 
Su primer cuidado fué la toma de posesión de la aduana, en donde se enarboló la bandera nacional, i en seguida se hicieron las respectivas señales a nuestros buques de guerra i trasportes que habian llegado a la rada en la mañana. 
 
Principió inmediatamente el desembarco; habiendo sido los primeros en saltar a tierra el resto del cuerpo de Navales que tan brillantemente se portó durante el curso de la espedicion, siguiendo los del 3.°, Zapadores i piquete de Cazadores. 
 
El pueblo de Islai se encontraba casi desierto, i decimos casi, porque algunas mujeres habian permanecido en él; el resto de los pobladores habia huido en la noche, en dirección a las quebradas interiores. 
 
Ocupóse el telégrafo i los cuarteles.
 
En el primero existían los máquinas en buen estado i por ciertas señales se conocía que esta oficina habia despachado hasta última hora. Sin embargo, los peruanos, mas previsores que en Pisagua, se habian llevado todos los libros i legajos de contabilidad i comunicaciones. 
 
La tropa acampó en la aduana, edificio que habia servido para igual objeto a los peruanos, quienes, se dice, tenían dias antes ahí tres compañías que servían de guarnición en el pueblo. 
 
De las averiguaciones practicadas se supo que en los tiroteos con el enemigo habian sido muertos dos de ellos. 
 
Después de cortar el telégrafo en todas direcciones, la división completa ya se puso en marcha con dirección a Mollendo. 
 
El orden era el siguiente: 
 
1.° Cazadores, seguían los Navales i el 3.° de línea, i cubrían la retaguardia los Zapadores. 
 
La marcha de la distancia de cinco o seis leguas que se paran a Mollendo de Islai fué dura i penosa. 
 
Cerros altísimos i quebradas profundas, sin agua que beber, llenos de polvo i cubiertos por un sol abrasador. 
 
Estas difíciles circunstancias eran mas pesadas para los Navales, i sobre todo para la columna de 180 hombres que el dia antes habia desembarcado i cuyos soldados i oficiales tenían en su mayor parte la ropa mojada. 
 
Nada era esto, sin embargo, para nuestros soldados, que no deseaban otra cosa que encontrarse con el enemigo i batirse por su patria. 
 
La fuerza chilena, al llegar a inmediaciones de Mollendo, tomó camino de las alturas, desde donde notó que la guarnición peruana, dividida en dos mitades, se retiraba una en dirección a Tambo i la otra al éste, trepando los cerros que se dirijen a las pampas, camino de Arequipa. 
 
Convencido de que no existia peligro alguno para nuestra división, el coronel Barbosa, jefe de nuestras fuerzas, ordenó bajar i tomar posesión de la población. 
 
La entrada de los chilenos fué tranquila i en columna cerrada. 
 
Se formaron en la plaza del puerto, donde se tocó la Canción Nacional i de Yungai i se dieron entusiastas vivas a Chile i en seguida todos los cuerpos, menos los Zapadores, se retiraron a los cuarteles designados al efecto. 
 
La mayor parte tomó por tales la estación del ferrocarril. 
 
Mientras tanto los Zapadores, despues de un corto descanso siguieron al mando del jefe de la división Barbosa, en dirección a Mejía; estación cercana del ferrocarril para Arequipa. 
 
Un poco mas adelante de ese lugar el batallón chileno hizo alto i el jefe Barbosa acompañado de los Cazadores siguió avanzando por la línea del ferrocarril hasta llegar a un punto que dista mas de dos leguas del lugar donde se habian quedado los Zapadores. 
 
Desde aquel punto se divisaron fuerzas enemigas que venían de Arequipa. 
 
A la simple vista ocupaban éstas, formadas en filas de dos, como unas ocho cuadras i a poca distancia se divisaban dos convoyes de muchos carros que se supone fueran los que las condujeron hasta ahí. 
 
Los nuestros, después de inutilizar la línea, principiaron a levantar grandes polvaredas, valiéndose para ello de ramas de árboles, con lo que lograron hacer detener al enemigo, pues debieron suponer éstos que lo que veian era una fuerte división. 
 
Los nuestros dispararon algunos tiros que por la distancia debieron quedarse a mitad del camino i tomaron la vuelta, uniéndose pocos momentos después a los Zapadores, con los que regresaron en toda calma i con las precauciones del caso al pueblo de Mollendo. 
 
Es indudable que la inutilización de la línea produjo favorables resultados para nuestra división, pues, según se supo después, la división salida de Arequipa llegó a Mollendo dos dias después i se componía de 3,000 hombres.
 
En Mollendo, mientras tanto, la fuerza que había quedado de guarnición se ocupaba en destruir los cuarteles i los edificios del ferrocarril. 
 
Fueron estos totalmente destruidos e incendiados. 
 
El viento que soplaba ese dia era desfavorable para la población, razón por la cual el fuego se comunicó a esta, habiéndose perdido por ello las dos terceras partes de la ciudad poco mas o menos i manzanas. 
 
Los jefes de la espedicion trataron desde la primera hora de evitar que esto sucediera i a sus esfuerzos decididos se debe que se salvara el resto de las casas i que a decir verdad era lo mejor que existia. 
 
Los cónsules estranjeros son los primeros en atestiguarlo i serán ellos los llamados para desmentir todo aquello que se propale por nuestros enemigos ea el sentido de la premeditación del incendio. 
 
Las pérdidas oríjinadas por éste son inmensas i un cálculo no exajerado las hace subir a cinco millones de pesos. 
 
Entre los edificios quemados casualmente está la iglesia del lugar, pero se salvaron los santos i alhajas de ese templo, los que fueron entregados a los cónsules estranjeros. 
 
A estos mismos funcionarios se le entregó la aduana con sus mercaderías, no habiéndose dispuesto de ellas, sino de algunos cajones de licor que tomó la tropa i que en casos semejantes es imposible evitarlo. 
 
Se hizo igual entrega de dos carros del ferrocarril completamente cargados de mercaderías i que según se averiguó pertenecían a particulares. 
 
El muelle del puerto principió también a incendiarse; pero no cundió como se esperaba por ser de material sólido i haberse agotado las materias inflamables i esplosivas. 
 
Mientras tenian lugar estas escenas de destrucción, necesarias las unas, casuales las otras, los habitantes del pueblo, especialmente las mujeres, se refujiaban en la plaza donde estaban nuestros soldados, que guardaban con ellas el mayor respeto. 
 
A las cinco i media del dia 12 comenzó el reembarque de la tropa i el 13 a las 12 M. llegaba la espedicion de vuelta a Pacocha.

Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 602.

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