viernes, 21 de mayo de 2021

El Combate Naval de Iquique y de Punta Gruesa, por Gonzalo Bulnes

 
[Óleo del Combate Naval de Iquique, del artista chileno Enrique Lynch del Solar]
 
El 21 de mayo los buques bloqueadores hacian su servicio como de ordinario: uno en la rada, el otro a la entrada de la bahia. El transporte Lamar estaba cerca del primero. Ese dia tocaba la ronda a la Covadonga, y la Esmeralda permanecia en el fondeadero. Era oficial de servicio en aquélla, el guardia marina don Miguel S. Sanz, en ésta don Arturo Wilson. La mañana se presentaba cubierta con el manto húmedo que envuelve en las noches la bahia de Iquique. Cuando los primeros rayos del sol desgarraban la espesa neblina, el vigia de las cofas de la Covadonga gritó: ¡Humos al norte! El oficial de guardia fué a despertar a Orella, quien le ordenó que comunicase la noticia a Condell que también dormía. El valeroso Comandante se vistió rápidamente y subió a i puente, y observando el horizonte con anteojos, vió que, allá a lo lejos, hendían las aguas dos buques, que aseguraban ser el Huáscar y la Independencia, varios marineros que habían servido en ellos. Condell, con la fisonomia alegre y sonriente que le era habitual se acercó a la Esmeralda, para darle cuenta de lo que sucedia. El jefe de la bahia era Prat. 
 
¿Qué hacia el Huáscar? 
 
Al reconocer las embarcaciones chilenas él y la Independencia izaron grandes banderas de combate. Grau hizo tocar generala y arengó a la tripulación congregada al pie del puente diciéndole:
 
“Tripulantes del Huáscar: Ha llegado la hora de castigar al enemigo de la Patria, y espero que lo sabreis hacer cosechando nuevos laureles y nuevas glorias dignas de brillar al lado de Junin, Ayacucho, Abtao y 2 de mayo. ¡Viva el Perú!” 
 
A medida que se formalizaba así en el horizonte el cuadro del combate, la población de Iquique saltaba de sus lechos presa de la mayor emoción, y corria a la playa a presenciar la captura de los barquichuelos chilenos, confundiendo sus alaridos de triunfo con el ruido de las campanas que se habían echado a vuelo. Un testigo de vista refiere que no se oían sino estas exclamaciones: ¡Viva el Perú! ahora si! ahora si!, y la multitud corria desalada a disputarse un puesto para ver mejor. Este drama emocionante tuvo por proscenio el mar: en la platea o sea en la playa, bullia una población numerosa, ebria de entusiasmo y de esperanzas al principio, silenciosa y aterrada al fin. 
 
Prat dormía como Condell, cuando Wilson llegó a comunicarle lo que la Covadonga avisaba por banderas. La noticia se hizo pública inmediatamente en la marineria. Prat ordenó que la Esmeralda saliera a reconocer los cascos enemigos que, hasta ese momento, aparecian como puntos informes en el brumoso horizonte. Anduvo en la dirección del oeste hasta cerciorarse que eran los blindados peruanos, y regresó diciendo por señales a la Covadonga: ¡seguir mis aguas! 
 
Estos fueron los movimientos preliminares del combate. Cuando la Esmeralda viraba a la vuelta de tierra, el Capitán Prat pronunció desde el puente ante la tripulación formada, estas palabras que constituyen un Código en las tradiciones de nuestra Marina: 
 
“Muchachos: la contienda es desigual. 
“Nunca se ha arriado nuestra bandera ante el enemigo y espero que no sea ésta la ocasión de hacerlo.
“Mientras yo viva esa bandera flameará en su lugar y si yo muero mis oficiales sabrán cumplir con su deber”. 
 
Y sacándose la gorra la batió en el aire gritando ¡Viva Chile! 
 
La Covadonga habia llegado a ponerse a distancia de voz. Prat, con una serenidad estoica, dijo por bocina a Condell: 
 
“¡Que almuerce la gente!” 
“¡Reforzar las cargas!”
 
El valeroso Condell le contestó: All right! 
 
Mientras este dialogo inmortal tenia lugar de buque a buque, los blindados peruanos avanzaban; el Huáscar adelante, en actitud de ataque, la Independencia detrás. La Esmeralda y Covadonga se encontraban todavía muy cerca. Acababa de terminar el dialogo de los jefes, y resonaban los vivas con que la marinería había contestado al discurso de Prat, cuando reventó entre ambos una granada que cayó en el mar. Al ver esto el Lamar emprendió la fuga hacia el Sur. Prat, aun queriéndolo, no habría podido hacer lo mismo porque con haber levantado ligeramente la presión del vapor, las viejas calderas de su buque reventaron, y la máquina no estaba en aptitud de desarrollar un andar mayor de dos a tres millas por hora. Viéndose impotente e inerme se acercó a la ribera para colocarse en la misma linea de la ciudad, y obligar al Huáscar a disparar por elevación. 
 
Cuando la Covadonga se alejaba corriendo la playa, el Huáscar le asestó un cañonazo que le atravesó el casco de banda a banda, matando a1 cirujano Videla, a un contramaestre y a un marinero. La tripulación tapó la via de agua, y el buque se alejó perseguido por la Independencia. Observado en tierra el movimiento de Condell, la autoridad militar lanzó a su paso botes cargados de tropas, que le hicieron descargas de fusilería, y asi pasó triunfalmente la gloriosa goleta la altura de la isla bajo los dobles fuegos de las lanchas y de la Independencia. De allí pusó proa al Sur, inclinándose a la costa. 
 
El combate se dividió por el sitio y los protagonistas. Prat quedó con su buque inmóvil en el fondeadero, situado al norte de la población de Iquique, haciendo causa común con la ciudad, y la Covadonga, navegando a cuatro millas por hora, se alejaba de Iquique perseguida por la Independencia, que procuraba cortarle el camino en las puntas acantilladas que penetran en el mar. 
 
Deberemos, pues, dividir esta relación en dos cuadros que se desarrollaron simultáneamente aqui y allí, en Iquique y en el Sur, rivalizando por el colorido, la grandeza y el heroismo. 
 
Cuando el Huáscar se encaminaba al punto ocupado por la Esmeralda, se desprendió del muelle un bote con el capitán de puerto, un oficial de marina, Porras, el que poniéndose al habla con Grau, le comunicó que el frente de la Esmeralda estaba protegido por torpedos. Con este aviso Grau temió comprometer su buque y se detuvo a 500 a 600 metros, y desde allí con la calma de quien ejercita las tripulaciones en el blanco empezó a dispararle metódicamente sus grandes cañones de a 300. Pero sus tiros pasaban por alto, trazando un circuito en el espacio que, momento a momento, se oscurecía con el humo de la pólvora. En cambio la Esmeralda le contestaba con sus inofensivos cañones lisos de a 40 y con fuego graneado de fusileria, pero los proyectiles rebotaban en la coraza del monitor como pedradas en un muro de granito. 
 
La fisonomia de la Esmeralda era de entusiasmo: entusiasmo en los oficiales que hacían de cabos de cañón, Riquelme aquí, Wilson, Vial, Zegers, allá, los que a cada disparo lanzaban ¡hurras! para entusiasmar a la tripulación, mientras los músicos tocaban a degüello haciéndose la ilusión de un combate imposible. Serrano dirigía la batería que enfrentaba a1 Huáscar, Sánchez la de tierra. Prat estaba en el puente, Uribe en el castillo de proa. Los toques de corneta no decayeron mientras el buque estuvo a flote. Un testigo de vista, llama la atención a este detalle. Al referir cada una de sus peripecias repite: “Y la corneta sin cesar al ataque iba tocando”. Del seno de aquella nave no salina protestas, ni quejas, sino voces de alegría, especialmente cuando un tiro daba en el blanco: ¡Hurra! Viva Chile!
 
La corbeta estaba engalanada como para una fiesta. Era la victima de los viejos cultos que marchaba ataviada al sacrificio. Banderas por todas partes: una en el pico de mesana; otra en el palo mayor; otra en el de trinquete; un gallardete en el palo más alto, que serpenteaba sacudido por el viento. 
 
La impresión en tierra iba cambiando. En el primer momento nadie supuso que la Esmeralda resistiese; opinión que se confirmó cuando se la vió dirigirse a la playa. El Coronel Benavides, Jefe del Estado Mayor, creyó que era para vararse, y despachó el batallón N.o 7 de Cazadores de la Guardia a recibir los prisioneros. Pero eran las 10 de la mañana y esto no sucedia. Había transcurrido hora y media de combate, el furor de la resistencia aumentaba y la impresión pública se modificaba, porque el entusiasmo y alegría del primer instante se tornaba en sorpresa en el elemento nacional, en asombro y admiración en el extranjero. Esto va malo, se dijo el Coronel Benavides, y hay que concluir. Y acto continuo ordenó, que saliera de su cuartel una batería de artillería de a 9, y se colocara en una morrillada que enfrentaba la posición de la Esmeralda para bombardearla por un costado, mientras el Huáscar le disparaba por el opuesto. 
 
El testigo de vista que he citado dice sobre la impresión que iba surgiendo en tierra: 
 
“Nuestra estática mirada la veía crecer v agigantarse con una fascinación tal que nos infundia un verdadero estupor tanto heroísmo”. 
 
La artillería atravesó las calles seguida por el pueblo que gritaba animando las mulas, o empujando las ruedas de las cureñas para que se rindiese de una vez aquel grupo de hombres que luchaban en el mar a la desesperada. Colocados los cañones en posiciones, comenzaron a disparar alternativamente con el Huáscar. Hasta entonces ninguno de los proyectiles del monitor habia dado en el blanco. No sucedió lo mismo con los cañones de tierra. Una granada mató tres hombres en la cubierta de la Esmeralda, otra hirió tres mas. Prat ordenó entonces que el buque saliese del punto en que habia permanecido dos horas para tomar otro fondeadero. 
 
Fué una empresa ejecutar esa evolución. La máquina no obedecía, y con dificultad la corbeta se trasladó pesadamente al nuevo sitio. 
 
Esta fue la segunda posicion. Alli permaneció hasta su glorioso hundimiento. 
 
Un escritor que ha narrado estos hechos designa el primer periodo así: la Duda del Huáscar. En efecto el Huáscar dudaba. Por temor a los torpedos imaginarios de Porras, Grau no se había atrevido a acercarre a la Esmeralda, y habia gastado inútilmente sus esfuerzos y su pólvora sin acertarle un solo cañonazo. 
 
El periodo de duda continuó hora y media más. 
 
En realidad la resistencia era imposible para el Comandante chileno. No podía maniobrar. Las balas de sus cañones lisos de a 40 no hacían ningún efecto en la coraza del monitor.
 
En la relación oficial que pasó Grau sobre los perjuicios sufridos por su buque se lee: la linea de agua sin producir dafio alguno, sino ligeras aboyaduras”. 
 
“Siete balas que han golpeado en el costado de la parte comprendida del trancanil a la línea de agua sin producir daño alguno, sino ligeras aboyaduras”.
“Dos cascos de bombas tocaron la torre del Comandante sin producir daño alguno”. 
“Una bomba que chocó en la torre al pie de los postes donde estalló moviendo un poco la unión de las planchas, y haciendo salir unas lineas a los pernos próximos a este sitio”. 
 
No sucedía lo mismo con los disparos del Huáscar. Una granada atravesó la corbeta, abriendole una via de agua que fué necesario tapar aceleradamente, y le produjo un incendio que también fué dominado. 
 
En esa situación, es decir, luchando sin esperanza, sin más estimulo que el honor del sacrificio, permaneció la Esmeralda desde las 8 1/2 hasta las 11.30 A. M. 
 
A esta hora, Grau, exasperado con la obstinación de la defensa, quiso poner fin a un drama que no tenía nada de honroso para su país, y ordenó que el monitor hiciera uso del espolón, y disparase sus grandes cañones cuando los buques estuvieran al tocarse. La orden se cumplió. El monstruo de hierro retrocedió como animal bravío que se encoge para atacar, lanzó por la chimenea un espeso chorro de humo, y precipitándose a todo vapor contra el barco inmóvil procuró asestarle el golpe en la mitad del casco. 
 
Todo lo que la Esmeralda pudo hacer para desviar el choque fué girar sobre su centro y recibirlo de refilón, debido a lo cual el golpe del ariete fué menos eficaz de lo que pudo esperar Grau, pero no así el efecto de los cañonazos disparados a toca penoles que fué espantoso. Se calcula que redujeron a pedazos unos 40 ó 50 hombres, porque un instante después la cubierta presentaba el aspecto de un matadero, en que se veian brazos, piernas, cabezas palpitantes. Eran las 11 1/2. Es el momento de los gestos inmortales y de los supremos heroismos. 
 
El espolonazo del Huáscar fué recibido con una descarga cerrada de la bateria de la Esmeralda, y otra de rifles del personal distribuido en todas las secciones del buque. La vieja corbeta crujió como si se desarmara. El Huáscar retrocedió casi instantáneamente, pero antes de desprenderse del costado de la Esmeralda, el Comandante Prat saltó sobre él, espada en mano, dando el grito: “Al abordaje, muchachos!” La voz no se oyó en la confusi6n del combate. La dominó el estruendo de los cañones, los gritos de los soldados, los quejidos de los moribundos. Prat no tenía en ese instante cerca de si, sino al sargento 1.° de la guarnición don Juan de Dios Aldea y a un marinero, cuya identidad no se pudo establecer porque los cadáveres no fueron reconocidos antes de ser sepultados: glorioso soldado anónimo que tuvo el honor de hacer con Aldea la guardia de su preclaro jefe, en el momento inmortal de su carrera. El salto de Prat fue visto por los testigos de la playa. 
 
“En el mismo momento del espantoso choque, dice la relación citada, vióse a un gallardo oficial que espada en mano saltaba desde el castillo de popa sobre el lomo de aquel Proteo del mar, haciendo flotar en el aire los faldones de su marcial levila elegantemente ceñida sobre el arrogante cuerpo”. 
 
La cubierta del Huáscar no tenia ningún defensor, porque la guarnición permanecia durante el combate, en parte en la torre de la artilleria de donde disparaba por troneras, y el resto en un compartimento separado de la cubierta por rejas de hierro. El Comandante dirigia el buque desde una torre blindada con ranuras a la altura de los ojos. 
 
Todo esto habia pasado en minutos, y la tripulación chilena se dió cuenta de lo que sucedia sólo al ver al Huáscar recular de prisa, llevando a su bordo a Prat y a sus heroicos acompañantes. Los defensores de la Esmeralda notaron que cuando Prat, arrogante y grande, se paseaba en la cubierta del Huáscar les dirigió una mirada que ellos interpretaron como un reproche, como si les dijera: ¿por que me habéis abandonado? 
 
Alcanzó Prat a recorrer los pocos pasos que separaban el punto del abordaje y la torre de mando, y cayó al pie de ella herido por un tirador invisible. Hallábase con una rodilla en tierra, desfallecido y casi exánime, cuando un marinero salido de la torre de la artilleria le asestó un tiro en la frente que le produjo instantáneamente la muerte. Aldea había recibido varios balazos en distintas partes del cuerpo, y se apoyaba también exangüe en uno de los palos del buque. 
 
A bordo de la Esmeralda arrancó un grito de dolor este drama que duró segundos, y de todos los labios partió el juramento de vengar al Comandante. 
 
“Cada uno, dice el relato de un oficial sobreviviente, quiso ser un héroe para imitar su ejemplo”. 
 
Sobrevino después un instante de relativa calma. Grau quiso dar tiempo a la Esmeralda de rendirse antes de echarla a pique. Sus fuegos fueron menos activos. Cerciorado ya de que no habian torpedos se le acercó tanto que el efecto de sus cañones seria espantoso. Como nadie pensaba rendirse, esa suspensión de los fuegos, ha escrito Uribe, “no hacia más que aumentar nuestra agonia”. 
 
Grau, al ver que la tregua no daba resultado, repitió el ataque del espolón, y los disparos a toca penoles. El Huáscar renovó la evolución anterior; retrocedió, despidió por su chimenea un torbellino de humo, y dando toda fuerza a la máquina se precipitó contra la embarcación indefensa. Repitió Uribe entonces lo que Prat hiciera la primera vez, girar ligeramente para presentar un costado. Pero esta vez el espolonazo abrió una via por donde el agua se precipitó a la Santa Bárbara y a las máquinas. En la primera se ahogaron todos los que se encontraban en ella, y los ingenieros de las máquinas tuvieron que subir de carrera para no correr la misma suerte. El buque quedó sin gobierno, y sin más municiones que las que había en cubierta. Los dispauos a toca penoles se llevaron algo como la tercera parte de la tripulación sobreviviente. Un cañonazo destrozó a los ingenieros en los momentos en que trepaban a la cubierta, huyendo de la msquina inundada, y otro limpió una mesa en que estaban tendidos los heridos en la cámara de oficiales. Sólo una imaginación dantesca podria rehacer el cuadro que la Esmeralda presentaba en esos momentos. Y sin embargo, el espiritu de la tripulación no decaia, y al contrario el ardimiento del principio era mayor si cabe, y mayor el espiritu de sacrificio. 
 
En el instante preciso del segundo espolonazo, el teniente Serrano llevando en la mano derecha su espada y en la izquierda un revólver amartillado, dió un grito ¡Al abordaje! a un pelotón de soldados que tenia listos para esa operación, y aunque el Huáscar retrocedió muy ligero, alcanzó a saltar sobre su cubierta aquel insigne oficial, seguido de 10 ó 12 hombres armados con rifles y machetes. Estaban en ese momento en la cubierta del monitor, el teniente don Jorge Velarde con dos marineros, los que huyeron dejándolo solo. Velarde recibió un balazo y murió ese mismo dia. Corrió Serrano a la torre de la artilleria que giraba en engranaje con el marcado propósito de entorpecerla, pero no alcanzó a hacerlo porque lo acosaba una lluvia de balas de rifle y de ametralladoras que partian de troneras invisibles, y habia subido a la cubierta un destacamento de 40 tiradores que acabó con ellos. Dos o tres escaparon lanzándose al agua y subiéndose después a la Esmeralda por cables que les largaron de a bordo. El glorioso Serrano recibio una bala de ametralladora en el bajo vientre. 
 
La Esmeralda convertida en una boya, cubierta de banderas, continuaba flotando, y el corneta tocando a degüello. Uno habia sido muerto. Otro recogió el instrumento y siguió tocando, hasta que un proyectil le voló la cabeza. Tomólo entonces un tercero quien tocó a zafarrancho mientras el buque se mantuvo a flote. 
 
Transcurrieron unos veinte minutos después del segundo espolonazo y el Huáscar se preparó para darle el tercero, el golpe de gracia, ya que la inundación de la maquina impedia a la Esmeralda hacer el único movimiento que habia podido ejecutar: virar para salvar la parte vital, como pudiera hacerlo un condenado a muerte que torciéra el cuerpo en el patibulo para no recibir el tiro en el corazón. 
 
Esta vez el Huáscar podia elegir el punto de ataque como en un ejercicio, y asi lo hizo. El diario peruano de Iquique refiriendo el combate el mismo dia decia: 
 
“Era preciso que se diese fin a un drama tan sangrieto y que no reconoce ejemplo en la historia del mundo”. 
 
Embistió el Huáscar por tercera vez sobre el centro de la Esmeralda, y fué recibido con una descarga cerrada de los pocos cañones que tenian proyectiles, pero la herida que el ariete le abrió en las entrañas fué tan grande que el noble barco se inclinó de proa, como ave que dobla el cuello para morir. Iquique presenció atónito, que a medida que el buque se sumergia, los cañones seguian disparando, y que un tiro resonó cuando la proa estaba perdida en el agua. Se dijo que ese disparo lo hizo el guardiamarina Riquelme, noble joven que se distinguió por su heroismo en el combate. 
 
La tripulación se lanzó al agua, y la gloriosa corbeta se hundió en el mar. Lo ultimo que se vió fue la bandera. La relación peruana que acabo de citar dice:
 
“A1 hundirse la Esmeralda un cañón de popa por el lado de estribor hizo el último disparo, dando la tripulación vivas a Chile. El pabellón chileno fué el último que halló su tumba en el mar”. 
 
El Huáscar echó botes para salvar los náufragos y pudo recoger a Uribe, a Sanchez, a Wilson, a Zegers, a Vial; al jefe de la guarnición, subteniente Hurtado; al cirujano Guzmán, a su ayudante Segura y a 49 marineros, o sea, la cuarta parte de los que entraron en combate. 
 
La impresión en Iquique fué de estupor. No hubo vivas ni manifestaciones de alegria. De ello dejan constancia los diarios peruanos contemporáneos. 
 
El buque se hundió a las 12.10 P. M., más o menos. 
 
El epilogo de este terrible drama fué la muerte de Serrano ese mismo dia, a bordo del Huáscar, y la del glorioso sargento Aldea en el hospital de Iquique tres dias después. De su heroico compañero anónimo no se supo más. Serrano soportó grandes dolores. Fué asistido por el médico del Huáscar, don Santiago Tavara. Cuando los náufragos llegaron a la cubierta del monitor iba entre ellos el cirujano de la Esmeralda, don Cornelio Guzmán. Serrano vivia aún y Guzmán solicitó permiso de verlo, el que le fué negado. Una repulsa tan contraria a los deberes de la humanidad envuelve un misterio que no esta esclarecido. ¿Por qué se privó al plorioso moribundo del consuelo de expirar entre los suyos, asistido por un corazón amigo, a quien pudiera confiar sus últimos encargos? Se dijo que habia sido un castigo impuesto a la indomable arrogancia del heroe expirante, pero cuesta creerlo porque no se concilia ni con la hidalguia que debe suponerse en el enemigo, ni con la humanidad de Grau. 
 
Se dió a los prisioneros ropa y zapatos de tropa por no haber otra a bordo, y vestidos en esa indumentaria, oficiales y soldados fueron llevados a un compartimento bajo cubierta, sin vista al mar, donde permanecieron el resto del dia. La situación en que se encontraban les impidió ver o darse cuenta de lo que más tarde ocurrió, es decir de las operaciones en que el propio Huáscar tomó parte, porque como no tenian comunicación con el exterior, no pudieron saber ni adonde iba el Huáscar ni lo que hacia cuando persiguió a la Covadonga y salvó a los náufragos de la Independencia, de tal manera que al bajar en Iquique las nobles victimas preguntaban con ansiedad por Condell: ¿Estaba prisionero? La Covadonga, ¿se habia hundido en el mar? 
 
En la tarde los cadáveres de los chilenos fueron bajados a tierra y colocados en la vereda de la calle que hay entre el muelle y el edificio de la Aduana. 
 
Serrano tenia el estómago cubierto con una lona de buque, Prat la cabeza. Dos soldados se paseaban al frente para impedir que la curiosidad pública los descubriera. Tomó la iniciativa de enterrarlos un hombre de bien de la colonia española, en quien el altruísmo es ingénito, don Eduardo Llanos, y le ayudó otro meritorio compatriota suyo llamado don Benigno Posadas. la colectividad española, y sólo ella, acompañó al cementerio de Iquique los despojos de los heroes. 
 
El Teniente Velarde, de la dotación del Huáscar, fué sepultado por sus compañeros en Mejillones al diá siguiente del combate. 
 
La defensa y hundimiento de la Esmeralda no es el drama completo representado en Iquique el 21 de mayo: falta el combate de la Covadonga, de la cual nos separamos, cuando rebasaba la isla de la bahia, entre los fuegos de las lanchas y los de la Independencia.
 
Condell, sereno y festivo, inclinó su buque lo más posible a tierra. No creo que lo hiciera como se supuso entonces, juzgando las intenciónes por los resultados, como el pescador que atrae al pez con el cebo, llevando a su enemigo por invisible mano a los escollos insalvables, sino, porque en el derrotero que adoptaba habia suficiente fondo para él, no para su perseguidor. La Covadonga recorrió la curva del arco que forma la playa, y la Independencia la cuerda, con rumbo fijo a la primera puntilla. 
 
Nadie creía en Iquique que los buques chilenos intentarian resistir. Su error era muy explicable. La Covadonga tenia 2 cañones de a 70. Era un viejo lanchón de madera de 412 toneladas. ¡Su contendor una fragata con 4 1/2 pulgadas de blindaje, de 2.000 toneladas, armada con 18 cañones de a 70, con 8 de a 150, y con 1 de a 300! 
 
Cuando la Independencia navegaba para colocarse en la primera punta, la Covadonga, estropeada va con el cañonazo que le habia asestado el Huáscar, continuaba por las rompientes, recibiendo las andanadas de la Independencia que le hacia fuego por baterias, a los que ella contestaba con todos sus cañones, oyéndose a cada disparo los aplausos de la tripulación como se habian escuchado en la Esmeralda. No pudo Moore detenerla alli porque los arrecifes le impidieron acercarse a tierra, y sus tiros no eran bastante certeros para hacerla cambiar de rumblo u obligarla a detenerse.
 
Hubo un momento en que Condell se creyó perdido y alcanzó a hablar de abrir las válvulas y hundir la embarcación. 
 
Reinaba a bordo de la Covadonga un espiritu admirable de sacrificio. De capitán a paje, todos manifestaban la inquebrantable resolución de combatir hasta la muerte. Cada disparo acertado provocaba gritos de entusiasmo. 
 
La Covadonga salvó la peligrosa punta y siguió su derrotero al Sur. 
 
Los fuegos se cruzaban de una y otra parte. Ambas embarcaciones se detenian para presentar el costado y disparar, hecho lo cual continuaban su derrota. En esa marcha paralela de Molle a Punta Gruesa la Independencia hirió a la Covadonga en los palos, en las jarcias, en los botes de los costados, en las carboneras. Habiendo tomado la Independencia la estela de la Covadonga, la pieza más peligrosa para ésta era la coliza que aquélla tenia en la proa, pero el osado a la par que inteligente Condell u Orella, pues ambos rivalizaban en serenidad y ardimiento, dispuso que el jefe de la guarnición, el sargento Olave, se encargase de impedir que esa pieza disparara. Olave se colocó con cuatro rifleros en el castillo de popa de la Covadonga, los que cazaban -no es otro el termino apropiado- a todo artillero peruano que se acercaba a la pieza, logrando asi el resultado extraordinario de apagar con cuatro rifles el más peligroso cañón del enemigo. Este accidente y el ardor de la persecucion hicieron perder el tino a Moore. No se explica de otro modo que hubiese metido su buque en los arrecifes, y que dos veces antes de enfrentar Punta Gruesa intentara espolonear a la Covadonga. Asi llegaron los combatientes a este sitio celebre en los anales de la guerra del Pacifico. 
 
La Covadonga seguida por la Independencia, casi tocándose con ella, a una distancia que no excedia de 100 a 200 metros, salvó un escollo sumergido en esa punta que él ni su adversario conocían, pero el barco rechinó porque la quilla habia tocado fondo, a pesar de tener tan poco calado, y acto continuo Condell, comprendiendo lo que iba a suceder, lanzó esta alegre expresión: “¡Aqui se fregaron!”, y ordenó instantaneamente virar para atrás. 
 
La Independencia sin comprender ese movimiento que la acercaba más al enemigo, embistió con el espolón siguiendo exactamente el peligroso derrotero que la Covadonga acababa de salvar, y al hacerlo chocó en el arrecife oculto, y se montó sobre la roca, quedando tendida de costado con su quilla destrozada. Exige la maniobra del espolón que la marineria se tienda sobre el estómago para no ser derribada con el golpe, de modo que al sentir el espantoso choque se puso de pie y gritó: ¡Viva el Perú!, creyendo que era la Covadonga la que habia sufrido el golpe del ariete. Condell, veloz como el rayo, no bien cayó tumbado el adversario, pasó y repasó por su frente disparándole seis cañonazos que le destrozaron la cubierta y el casco. La marineria gritaba que estaba rendida. La fragata arrió su estandarte, y Moore con una bocina pidió que se le enviara un bote. 
 
Este hecho fué negado cuando se publicó el parte oficial de Condell, pero lo aseguraron los sobrevivientes del combate, y está atestiguado con la firma del Presidente Prado en el sumario que mandó instruir al capitán Moore. 
 
Destruida la Independencia se discutió rápidamente en el puente de la Covadonga lo que convenia hacer. Orella pidió que se le diera un bote para ir a traer a Moore, a lo cual no accedió Condell, creyendo preferible volver a Iquique a auxiliar a la Esmeralda cuya suerte no conocia, opinión que predominó. La Covadonga se dirigió a la vuelta de Iquique, y habia alcanzado a andar algo menos de una milla cuando divisó a1 Huáscar que venia a su encuentro, lo que la obligó a virar de frente y poner proa a1 Sur. 
 
A la sazón eran las 2 P. M. El Huáscar estaba desocupado de la Esmeralda. La corbeta yacia en el fondo del mar, y sus pocos sobrevivientes iban embarcados en él. Cuando Grau divisó a la Independencia montada sobre la roca, su frente se nubló con una impresión de dolor. Era demasiado hábil para no comprender que las puertas de su Patria habian sido arrancadas de quicio. Vió a su paso a los náufragos, escapando a tierra en los botes de la embarcación perdida, y un grupo de hombres amontonados en la destrozada cubierta. Siguió, sin embargo, su derrotero al Sur, creyendo poder alcanzar a la Covadonga que huia a una distancia de seis a siete kilómetros a razón de tres millas por hora, pero luego refleccionó que no debia avanzar sin reconocer la catástrofe que dejaba atrás, y volvió a reunirse con la Independencia. Ordenó quemar el buque y recibido a bordo Moore y los pocos sobrevivientes que quedaban en la embarcación, puso por segunda vez proa al Sur para apresar a la Covadonga que se divisaba como un punto en el espacio. La correría no duró largo tiempo. Sea por la impresión natural de una desgracia tan grande, o porque se formó la conciencia que no la alcanzaria en lo que restaba de luz, Grau volvió a Iquique. La Covadonga largó sus gloriosas velas mar afuera, y de alli enderezó a Tocopilla a donde surgió en la tarde del siguiente dia, haciendo agua por todas partes, con la tripulación rendida de baldear y tapar con lonas los huecos que se reabrian a cada momento. En Tocopilla la recibió el capitán don Alonso Toro Herrera, 2.° jefe de la guarnición. El primer jefe la habia tomado por enemigo y se preparaba para resistirla. Cuando se supo en tierra lo ocurrido, la población se precipitó a la nave a reparar sus gloriosas heridas. El General Arteaga, prevenido por Condell del estado en que llegaba la Covadonga, envió un transporte a buscarla, el que le dió remolque hasta Antofagasta y la colocó en la poza de la bahia; canal protegido por rocas inabordables para buques de mediano calado. 
 
Por uno de esos caprichos del destino, cuando el Huáscar volvió a Iquique en la tarde del 21 de mayo, llevaba a su bordo a Prat, a Serrano, a Aldea, a los sobrevivientes de la Esmeralda, a Moore y a una parte de los de la Independencia.

Fuente: Bulnes, Gonzalo, Guerra del Pacífico Volumen 1, Editorial del Pacifico S.A., Santiago de Chile, 1955, P. 180.

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