[Prat guiado al sacrificio guiado por el genio de la Patria, oleo de Cosme San Martín]
Hai hombres de grande alma que surjen repentinamente atrayendo sobre sí las miradas i la admiración del mundo, i, al mismo tiempo que conquistan la inmortalidad para su nombre, honran a su patria i enaltecen la causa que sustentan.
Uno de estos héroes de inmortal renombre es ARTURO PRAT, destinado a figurar en primera línea entre los mas famosos marinos de la tierra i entre los grandes mártires del deber, que iluminan con sus acciones la historia de la humanidad.
Su vida entera viene a reconcentrarse en el dia para siempre memorable, cuando sucumbió combatiendo por su patria sobre la cubierta del buque enemigo, que tan grande fué el resplandor que despidió al caer!
No obstante, su vida modesta i pura consagrada por completo al estudio i al cumplimiento severo del deber, es el antecedente preciso i como la preparación indispensable de su glorioso fin. Los que tuvimos la honra de estrechar la mano del héroe i poseer su afecto, bien conocemos cuánto su noble gallardía en el combate fué la consecuencia lójica de su conducta durante el curso ordinario de su vicia.
PRAT en todos los momentos i situaciones de su existencia, es digno de la gloria que supo conquistarse.
Nadie calcula el caudal de aguas que arrastra el Niágara hasta no verlo desatarse de súbito en portentosa catarata i hundirse atronador en el abismo, mientras el iris perpetuo corona su frente. Nadie adivina la rapidez con que el meteoro cruza el espacio, miéntras no llega el momento cuando, encendiéndose en viva llama, ilumina los cielos para anunciarse a la tierra asombrada.
Ese rio de manso rodar, pero profundo i caudaloso, ese astro errante, que avanza invisible i sin descanso, emblema son de la vida del héroe, apenas perceptible para los que no pusieron la mano sobre su noble corazón, i llena de sublime grandeza i de súbita iluminación al hundirse en el Pacífico, para alzar hasta los cielos el tricolor de la República.
ARTURO PRAT nació el 3 de Abril de 1848 en la hacienda de Bellavista, cerca de Quirihue, en la antigua provincia de Concepción. Otros señalan esa misma localidad con el nombre de San Agustín de Puñual.
Su cuna se meció, pues, a la sombra de los árboles seculares que crecen entre el Itata i el Biobio, donde en otro tiempo acamparon las tribus araucanas de indómito valor. Nació al mundo respirando el aire sano de los campos, al pié de los Andes jigantescos, i en brazos de una familia noble i honrada que supo inspirarle sentimientos tan puros como aquellos aires, tan elevados como aquellas montañas, tan patrióticos como los que impelían a aquellas tribus heroicas, admiración de los siglos.
Su familia, batida por la desgracia, crisol de las armas fuertes, abandonó las rejiones del Sur para establecerse en Santiago. Quince meses tenia entonces el futuro marino, cuando por vez primera lo mecieron cariñosas las aguas del Pacífico.
Don Agustín Prat, su padre, hombre austero, de vida pura i alma bien templada, se vio reducido a la inacción por un ataque de parálisis, muerte anticipada del cuerpo que concentra la vida i vigoriza el espíritu. Era digno de preparar al héroe para las luchas de la vida. La madre completaba aquella primera educación, honda i decisiva, impregnando su corazón de amor i enseñándole junto con las primeras letras los primeros deberes. Ella misma, antes que ARTURO cumpliera sus nueve años de edad, lo condujo de la mano hasta las puertas de la escuela superior de Santiago, rejentada por el hábil preceptor don José Bernardo Suarez. Allí el niño, como lo cuenta su maestro en una pajina palpitante de emoción, pronto se abrió camino i descolló entre sus compañeros, distinguiéndose por la viveza, la intelijencia, la feliz memoria i una conducta sin tacha.
El 28 de Agosto de 1858 se incorporaba a la Escuela Naval, junto con Luis Uribe, su segundo en la Esmeralda. Acabamos de ver un daguerreotipo de la época, que muestra a los dos cadetes unidos desde la escuela, Prat a la derecha, a la izquierda Uribe. ¡Misteriosa coincidencia!....
Tranquilos se deslizaron los primeros años del joven marino, dedicados al estudio. A fines de 1859 se le embarcó en el vapor Independencia, i comenzó a familiarizarse con el Océano. El 21 de Julio de 1864 era guardia-marina examinado. La captura de la Covadonga le valió el grado de teniente 2.°, que le fué concedido tres dias después de aquel memorable hecho de armas, el 29 de Noviembre de 1865.
De estos detalles dejaremos que hable con su acostumbrado laconismo la hoja de servicios del comandante Prat, mientras llega el momento de ocuparnos de él en mas largo i meditado trabajo, que dé a conocer al hombreen todo el esplendor de su belleza moral. Por ahora nos limitaremos a hacer lijeros apuntes i a diseñar al héroe a grandes rasgos, presentándole en algunas circunstancias notables de su vida pública.
Mas tarde, acaso nos atrevamos a alzar en parte el púdico velo de un hogar ayer feliz, bendecido por el amor, i hoi vestido de luto i cubierto de tanta gloria! Cuando se penetre en aquel santuario; cuando se vea a la digna compañera del héroe, brillante de juventud, ayer tan dichosa i hoi con el corazón desgarrado; cuando se acaricie a los tiernos huérfanos que no comprenden por qué se llora, ¡ah! entonces se palpará mejor la estension del sacrificio del heroico joven que tuvo las previsiones terribles de la muerte, i apretándose el corazón besó por última vez a sus hijos i, sin mirar atrás, voló a entregar su vida por la patria.
Apartemos la vista de eso que daña, como dañan las grandes luces que deslumhran i ciegan, i, finjiéndolo aun vivo, sigámosle a través de los estudios, viajes i comisiones que emplearon la actividad de su existencia.
PRAT siempre mereció la estimación de sus jefes. Notable por su carácter i la solidez de sus estudios, no tardó en llamársele al profesorado en la Escuela Naval establecida a bordo de la Esmeralda, de la que llegó a ser sub-director, i donde desempeñó sucesivamente las clases de ordenanza, táctica, maniobras marineras i construcción naval.
Durante su primera estación en Mejillones concibió el proyecto de alcanzar el título de abogado. La cuestión no era sencilla en aquella época de severidad escolar. Debería forzosamente rendir desde el primer examen de humanidades hasta el último de derecho; habria de estudiar él solo, como lo hizo, toda la lejislacion, sin tener a bordo ni con quien consultarse; tendría que atender a sus pesadas obligaciones, i que vencer mil dificultades para rendir a tiempo sus exámenes. Nada lo arredró; dio sus exámenes con lucimiento, granjeándose el aprecio de sus examinadores. Sus últimas pruebas, sobre todo, llamaron la atención i le valieron felicitaciones que en tales casos mui rara vez se obtienen. Comenzó sus. estudios en 1870 i los terminó seis años mas tarde, siendo de notar que PRAT es el único marino de la escuadra chilena que haya obtenido el título de abogado.
De él quedan algunos trabajos, entre los que recordaremos su brillante defensa del teniente Uribe, i las palabras que pronunció al cerrarse las tumbas de dos ilustres marinos de nuestra primera armada, Blanco i Simpson. En poder de la señora Carmela Carvajal, su noble viuda, están todos sus borradores de abogado, i algunos referentes a un proyecto de lei de navegación i reglamentos anexos, varios gruesos volúmenes manuscritos que contienen la traducción de una obra sobre construcción naval, artículos sueltos, su diario de marino, i otro interesantísimo diario privado que llevó desde mui niño. Descuellan entre estas reliquias del héroe sus sencillas cartas a su esposa, que con las de ésta a él, forman dos preciosos volúmenes, por él mismo prolijamente compajinados. Allí, como en una clara fuente las flores del campo, se refleja el alma severa i la existencia feliz de aquella pareja, unida por el amor mas puro i verdadero de que pueda formarse idea.
La escuela Franklin de Valparaíso, asociación libre de jóvenes que se reúnen para instruir a los obreros, lo recuerda con orgullo entre sus profesores. El allí iniciaba al pueblo en las verdades de la ciencia, desplegando a sus ojos atónitos las maravillas de la creación.
Siempre severo consigo mismo e induljente con los demas, se granjeaba las simpatías de cuantos lo conocieron. Leal, pundonoroso, modesto en estremo i reservado, sirvió a cuantos pudo, i jamas ofendió a nadie. Era tal el temple de su carácter i la limpieza de su alma, trasparentada en sus hermosos ojos profundos i de extraordinario brillo, que a primera vista inspiraba cariño i respeto. Su trato era afable i suave, i aunque mui sensible a todo lo que era gránele i jeneroso, no manifestaba esteriormente su entusiasmo; como no se inmutaba delante de ningún peligro, ni de ninguna desgracia ocurrido en el servicio. Durante una salva mi artillero cayó horriblemente mutilado a sus pies por un saquete de pólvora que reventó. El ni se movió de su puesto; dio las órdenes convenientes, i la salva continuó sin ninguna interrupción. I, sin embargo, ese mismo hombre se arroja vestido al agua sin saber nadar, para salvar a un grumete. En el combate siempre se le vio tan sereno e inmutable como en un ejercicio.
Lo mismo el dia en que bajó a Iquique a notificar el bloqueo a las autoridades de aquel puerto. Su serenidad i su arrogante apostura sin afectación, impuso a aquella multitud desbordada i frenética, que le abrió paso i guardó respetuoso silencio, como pocos dias mas tarde cuando se descubría delante del cadáver del heroico joven.
PRAT era ilustrado no solamente en su profesión, firme de carácter, recto en sus juicios, lacónico en su espresion, fino en sus maneras i en su trato ordinario, sobrio i severo a la par que afable i cortes. Mas escuchaba que hablaba. Mucho se preocupaba de los destinos futuros del hombre, i cuando se engolfaba en consideraciones de este jénero, daba espansion a su corazón i su lengua se desataba, con tal de encontrarse entre sus íntimos. En materia de creencias pensaba libremente, en política profesaba la doctrina liberal i era por naturaleza independiente i progresista.
Tratándole, se llegaba a la convicción de que en su alma noble i limpia jamas pudo albergarse la mentira. Todo su ser se revelaba contra tan feo vicio. Puede asegurarse que PRAT en su vida faltó a la verdad, i si insistimos en este rasgo prominente de su carácter moral, es porque él, por sí solo, pinta a un hombre.
No se concibe ni la mas leve sombra siquiera en aquella vida clara i trasparente, ni la mas leve debilidad en aquel corazón nobilísimo formado para el amor i robustecido por el sentimiento del deber.
No ha sido el deseo de renombre lo que lo llevó al sublime sacrificio. Nó; ha cumplido fríamente con su deber, como él lo concebia; i aunque hubiera peleado seguro de permanecer en la oscuridad, se habría portado de la misma manera.
Sereno, reservado, intelijente, ilustrado, sagaz i observador, era el hombre llamado a desempeñar con acierto la misión especial que le confió el Gobierno a mediados de 1878, cuando nubes de tormenta se amontonaban en el Plata.
Al estallar la guerra a que nos ha provocado la perfidia del Perú, se nombró a Prat secretario consultor del asesor de la escuadra don R. Sotomayor. Pero, ese papel un tanto pasivo, no cuadraba a sus aspiraciones. Se sentía avergonzado de no estar en campaña, en su puesto de combate, i aun escusaba vestir su uniforme, hasta que en Abril se le confió el mando de la goleta Covadonga. El la alistó a toda prisa i la tripuló cuidadosamente con magnífica jente de mar, como lo han probado.
En las aguas de Iquique don Juan Williams al partir le entregó la gloriosa Esmeralda. Allí se encontró rodeado de magnánimos corazones, i de hombres acostumbrados a amarlo i respetarlo desde la escuela, como el heroico Serrano, fiel hasta la muerte, que cayó también al pié de la torre del Huáscar.
La Fama luego contó a don Juan Williams cómo cumplió su encargo el comandante PRAT.
Sequemos una lágrima de admiración i de orgullo, i detengámonos a narrar los episodios que ligan el nombre de ARTURO PRAT al de la vieja corbeta, hundida con el tricolor al tope.
A mediados de 1861, recien nombrado guardia-marina sin examen, se embarco PRAT por primera vez en la Esmeralda, nodriza cariñosa que lo mecia al arrullo de las olas i testigo en tres solemnes ocasiones del arrojo i valentía de aquel niño sublime.
Chile vivia consagrado a las tareas de la paz, olvidando por completo que la guerra suele asolar al mundo. Para guardar sus estensas costas no poseía mas buque de línea que la corbeta Esmeralda, nombre glorioso de la historia de nuestra marina; pero, nave de pobres condiciones, destinada, sin embargo, a sustentar nuestro pabellón.
Un dia la aparición de la escuadra española en son de guerra contra el Perú, conmovió a Chile. El pais sin vacilar se puso de pié, i, aunque desarmado, abrazó la causa de la república hermana contra sus antiguos dominadores. Acto tan jeneroso debió costarle mui caro, no tanto porque provocaba la saña de una fuerte potencia, no tanto por la sangre i el oro que derramaría en ancha vena, cuanto por el acto pérfido con que iba a pagársele su gallarda hidalguía.
Al primer grito de la guerra la corbeta se estremeció orgullosa como el caballo de batalla al eco del clarín. El 17 de Setiembre de 1865 dejaba su fondeadero i al grito de ¡viva Chile! cruzaba entre las naves de España i se perdía en el horizonte, cual blanca gaviota, rozando la superficie del Océano. Se alejaba llevando las bendiciones i las esperanzas de Chile.
Nadie sabia el paradero de la Esmeralda hasta que el 26 de Noviembre de aquel año surjió repentinamente de entre las aguas del Papudo, para arrojarse con increíble audacia sobre la goleta española Covadonga, i, a la vista casi de la escuadra enemiga, la rendía i la tomaba.
Allí recibió el guardia-marina PRAT el bautismo de fuego, con la misma serenidad con que asistía a los ejercicios, i aquella acción de guerra, que desesperó al almirante Pareja hasta el suicidio, le valió el grado de teniente 2.°
Pasó a la Covadonga desde el momento de su rendición, a las órdenes del bizarro Thompson, i en esa graciosa golondrina española, destinada a rendir mas tarde a un poderoso blindado, se batió con denuedo en las aguas de Abtao el 7 de Febrero de 1866.
En Abtao mandó en jefe el comandante Villar de la marina peruana, por ausencia de don Juan Williams. La pequeña Covadonga fué el único buque que salió al encuentro de las fragatas españolas, consiguiendo dañar gravemente a la Blanca, la cual fué sacada a remolque del teatro del combate. Ninguna de las naves peruanas se movió del seguro apostadero, a pesar de las órdenes reiteradas que de Villar recibió la Union, comandada por Grau. Abandonaron la goleta chilena a su propia suerte, conformándose con ser mudos testigos del temerario arrojo de sus tripulantes. Hoi sin embargo, faltos de memoria i de pudor, colocan el nombre de Abtao entre sus glorias nacionales!
Recordemos otro episodio.
El dia 24 de Mayo de 1875 un furioso temporal azotaba las costas de Valparaíso, tan bravio como pocos iguales se recuerdan. No había buque en la bahía que no se viera en serio peligro. La Esmeralda, débil juguete de las olas, cortó sus amarras, i en lo mas recio del conflicto su hélice se paralizó, enredada en las jarcias que el viento acababa de arrancarle.
La ansiedad en tierra era indescriptible. La población se agolpaba a la playa impotente para prestar ningún auxilio a aquel buque abandonado al furor de las olas, reliquia gloriosa i querida, que llevaba a su bordo los jóvenes cadetes de la Escuela Naval.
En medio de la jeneral angustia con que todas las miradas se clavan en el buque, un marino se abre paso i se arroja temerariamente mar adentro. Es ARTURO PRAT. Segundo comandante de la Esmeralda, a la sazón, estaba en tierra con licencia cuando supo el peligro que corría su buque. Sin perder tiempo corrió a la playa i se arrojó al mar, resuelto a salvarlo o a perecer.
Tras de esfuerzos sobrehumanos consiguió llegar al costado de la Esmeralda. Atracar el bote era imposible por el embate de las olas. PRAT se arroja al agua i la aborda por un cable.
Allí se encuentra con el comandante Lynch. Con igual asombroso arrojo, él también habia conseguido llegar a bordo. Lynch enfermo i esténuado, desfallecía: su voz enronquecida ya no dominaba la tempestad. Su segundo llegaba a tiempo.
PRAT de pié, atado sobre la toldilla que barrían furiosas las olas, siguió dirijiendo la maniobra para varar la corbeta en la playa arenosa del Almendral, única salvación que le quedaba.
El jentío inmenso de tierra presenciaba anhelante aquella riesgosa operacion, i a cada movimiento del buque, ya para evitar los escollos, ya para salvar las olas, se oia un grito contenido de júbilo i de esperanza.
El momento supremo habia llegado. La voz de PRAT vibraba clara i distinta sobre el ronco hervor de la tempestad; los corazones latían violentos; la ansiedad era mortal. De repente un grito atronador, unánime, jigantesco anunció la salvación de la corbeta.
Por un cable lanzado a tierra se descolgó la tripulación, hombre a hombre.
Solo los dos audaces jefes quedaban a bordo disputándose el último peligroso lugar. Lynch pasó adelante; Prat fué el último en dejar el buque.
Gastado por el esfuerzo sobrehumano fué llevado a su casa, donde, presa de una fiebre violenta, pasó algunas horas, perdido el conocimiento.
Él i su buque estaban reservados para mas gloriosos destinos.
Llegamos al gran dia.
El 21 de Mayo la vieja Esmeralda con la goleta Covadonga mantenían el bloqueo de Iquique, en ausencia de nuestra escuadra.
Al amanecer se avistaron dos vapores: eran los poderosos acorazados peruanos Huáscar e Independencia.
Contra los dos buques mas débiles de nuestra armada avanzaban dos de las mas formidables máquinas de guerra entre cuantas surcan el Pacífico. Contra naves de madera, pequeñas, de poco andar, naves blindadas, fuertes, ajiles, poderosamente artilladas con cañones Armstrong de a 300 libras, con torres de fierro i espolón acerado! Debieron creer fácil i segura su presa. Hoi ya saben que no hai barco pequeño para corazones grandes.
En el breve lenguaje de las señales marítimas, ¿que hacemos? preguntó a su jefe el bizarro Condell, pidiendo órdenes desde la Covadonga.—Pelear! contestó la Esmeralda, i ambos buques tocaron zafarrancho i ocuparon sus posiciones de combate.
El diálogo no había concluido. Terció el Huáscar, intimando rendición.—¡Sin cuartel! contestó el capitán Prat, dirijiéndose a la Covadonga. I volviéndose a los suyos:— «Muchachos, les dijo, la partida es desigual. No importa; sabéis que nuestra bandera jamas se ha arriado, i no seremos nosotros quienes la deshonremos! Mientras yo esté vivo esa bandera flameará en su lugar. Si muero, mis oficiales cumplirán este deber de chilenos!»
Un alegre viva a la patria contesta al comandante. Todos están igualmente animados del mismo patriótico ardor que brilla en los ojos del jefe.
El Huáscar avanza. A tiro de cañón iza su bandera i la afirma con el primer disparo. El cañón de Orella le contesta desde la Covadonga con certera puntería. Dada esta señal rompen las baterías en vivísimo fuego al grito de ¡viva Chile!
A una orden de Prat, la Covadonga, comienza a batirse en retirada seguida por la Independencia. «Fué entonces, dice un diario de Iquique, cuando se trabó un combate recio por nuestra parte i desesperado por la del enemigo, que ha demostrado un heroísmo espartano.»
Ambos se dirijian hacia el Sur, donde iba a desarrollarse el interesantísimo drama marítimo, que concluyó con la rendición del formidable acorazado, hundido en el mar i sin bandera por la pequeña Covadonga.
El Huáscar i la Esmeralda quedaban frente a frente.
Nuestra corbeta se encontraba cerca de tierra. Parece que se hubiera querido amontonar sobre ella todas las dificultades posibles para aumentar su gloria. Mientras por un costado sus cañones de a 40 contestaban los fuegos de los cañones de a 300 de la torre jiratoria del Huáscar, por el otro hacia frente a los fusileros i a la artillería de tierra i combatía contra los botes que como una jauría, se destacaron de la orilla con jente de abordaje, sin atreverse a llegar hasta el león acosado.
«Cuatro piezas Krupp, (veinte, dicen otros) cuenta el periódico enemigo, desde tierra empezaron a hacer un fuego pronto i certero, al cual contestó la corbeta con una andallada i con tiros de fusilería tan sostenidos que parecían los de dos ejércitos que se baten encarnizadamente.»
Las bombas del Huáscar comenzaron a incendiar la población; sus balas iban las mas, a rebotar en el cerro arenoso de Huantaca.
«La Esmeralda, entretanto, sontenia el fuego con un tesón admirable, haciendo certeras punterías a flor de agua i por elevación.» (1)
El combate duraba ya mas de dos horas. El Huáscar, cerrado por todas partes como una inmensa tortuga de impenetrable concha, sumerjido en el agua hasta el borde, sin presentar mas blanco a los tiros enemigos que su torreón doblemente forrado, se decidió al fin a lanzarse sobre la vieja corbeta estropeada por los años i las balas, para partirla con su espolón.
I se decidió cuando su comandante estuvo bien seguro de no hallar torpedos en su camino, i cuando sabia por esperiencia que las balas de su antagonista rebotaban sin dejar huellas en la coraza que lo amparaba. Entonces, guardado en su torre i confiando en la pericia de Checkle, el práctico ingles de la bahía, endilgó heroicamente su máquina contra la Esmeralda, imposibilitada para esquíbar el poderoso encuentro!
Por un refinado lujo de precaución, hizo preceder el choque de «dos cañonazos que inutilizaron algunas piezas de la Esmeralda. La corbeta principió a hacer agua. Al habla ambos buques, Grau la intimó rendición, pero el jefe de la corbeta chilena se negó a arriar su bandera.» Recibió el choque de soslayo en la popa al costado de estribor, sin dejar un momento de descargar sus cañones.
Entre la intimación i la respuesta hubo un momento solemne sobre aquella solemne situación. Los fuegos pararon; en tierra la ansiedad crecía. El silencio fué profundo. Se aguardaba por momentos ver la bandera de rendición, reemplazando al pabellón de Chile, caído como el águila soberbia herida en su vuelo.
Una banderola negra izada al palo mayor, como la que nuestros padres enarbolaron en Rancagua, anunciaba al enemigo la heroica resolución!
Mas tarde, la Esmeralda sufría un segundo espolonazo en el centro, a babor, sobre la máquina, que quedó inutilizada.
Sin gobierno, haciendo agua por todas partes, la gloriosa corbeta aun se mantenía a flote haciendo fuego sin cesar. El monitor apuntaba impunemente sus grandes cañones muí de cerca, sobre un blanco inmóvil i seguro. Una de sus granadas barrió con 30 hombres, entre ellos los injenieros i maquinistas.
«Era preciso que se diera fin a un drama tan sangriento, i que no reconoce ejemplo en la historia del mundo.» agrega el escritor enemigo que citamos.
El combate duraba cuatro horas. Eran las doce del día: el fuego no amainaba un momento. La cubierta i los puentes nadaban en sangre, i los cadáveres horriblemente mutilados obstruían el paso. El Huáscar a presa segura, con toda fuerza de su máquina, venia cortando las aguas a estrellarse contra la tablazón inmóvil donde flameaba nuestra bandera.
La escena mas grandiosa que han visto los mares iba a tener lugar.
Resueltos estaban todos a morir como chilenos. El. comandante impartió rápidamente sus ultimas órdenes. Los artilleros en sus puestos para el último disparo viendo manar sangre de sus cañones, pisando sobre cadáveres, sentían abrirse el abismo a sus pies i solo en la patria pensaban.
El choque fué poderoso. Crujió la corbeta abierta por la proa, se inclinó a babor, i comenzó a hundirse. Los cañones del Huáscar tronaron sobre aquel hundimiento. Era hacer fuego sobre un cadáver que se tragaba el mar. Pero hé ahí que del costado hundido de la corbeta brota la llamarada del último cañonazo i al grito sublime de ¡viva Chile! se sepulta con sus heroicos artilleros, cada cual firme en su puesto.
La población aterrada, estupefacta ante aquel acto, guardó profundo silencio.
«El pabellón chileno fué el último que halló tumba en el mar.»
Parece que no pudiera exijirse mas al heroísmo humano.
I entre tanto, cuan varonilmente hermoso aparece el capitán PRAT!
Al abordaje, muchachos! gritó a sus bravos, al primer choque, i hacha en mano saltó el primero como un león sobre la cubierta del Huáscar. Dos hombres lo siguieron: los demás, en el rápido retroceso del buque, cayeron a la mar.
¡Qué imponente aparición! El comandante Grau desde su torre, aterrado ante aquel imponderable arrojo, gritaba desesperado:
«¡Ríndase, capitán!»
«¿RENDIRSE UN CHILENO? ¡JAMAS!... ANTES LA MUERTE!» contestó Arturo Prat.
I allí, dando la muerte a pecho descubierto, cayó el heroico joven, agobiado por el número, para alzarse mas grande a la vida de la inmortalidad.
El capitán de la Pensacóla, de la marina de los Estados Unidos, ha pronunciado la primera palabra del juicio universal:
«.Desde que hai mar, dijo, i desde que hai marina, jamas se ha presenciado nada mas grande i heroico que la conducta de PRAT i sus compañeros.»
Valparaiso, Mayo 30 de 1879.
E. DE LA BARRA.
(1) Todo lo que va entre comillas es tomado de la descripción del combate que dio un testigo ocular en el COMERCIO de Iquique el dia siguiente de lo ocurrido. Se cita de preferencia la versión del enemigo.
Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación
completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás
publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de
Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia
Tomo I, Imprenta del Progreso, Antigua Seccion de Obras i Encuadernacion
del Mercurio, Valparaiso, 1884, P. 345.
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