(Crónica del 19 de Febrero.)
La partida del 2.° de línea ocupó ayer la atención de todo Valparaíso. I decimos con todas sus letras «de todo Valparaíso» porque no creemos que haya habido un solo hijo de esta noble ciudad que no haya acudido a presenciar el embarque de nuestros guerreros, o que, al menos, no haya acompañado con un voto de ardiente entusiasmo la despedida de los compañeros que van a afianzar en el Norte de la república el honor i los derechos de Chile.
A la 1 i media salían las tres compañías del 2.°, de su cuartel del Barón, i a las 2.40 llegaban al muelle, acompañadas de una multitud que las vitoreaba con aclamaciones triunfales.
En su trayecto atrajo una multitud de todo jénero; pocos compadecían a los futuros vencedores de los campos de Calama i Chinchín; muchos los felicitaban, creemos que casi todos los envidiaban. Noble envidia la que aspira a la gloria!
Vimos, es cierto, correr algunas lágrimas; pero, sí las que caian de los ojos femeninos brotaban del corazón de una madre, de una hermana o de una esposa; las que regaban las mejillas del guerrero se evaporaban al recibir el sol del patriotismo.
En el muelle de la Bolsa los esperaba una multitud cuyo número podría calcular tan solo quien ha presenciado nuestras grandes fiestas patrióticas. No calculamos en menos de 7 a 8,000 las personas que acudieron a dar el último adiós a los defensores del honor chileno. La tropa marchó durante todo el trayecto al son de la música marcial, ejecutada por la excelente banda del número 2.°, i llegó al embarcadero tocando la Canción Nacional de Chile: no podía ser otra la música que lanzara sus postreras vibraciones sobre las playas de Valparaíso: esos acordes triunfales serán también los primeros que se envié como saludo a las playas de Antofagasta.
Inmediatamente se procedió al embarque, presidido por el señor Saavedra, Ministro de la Guerra, i el señor Altamirano. El trasporte de la tropa al vapor Rimac se hizo en 4 lanchas de don Pacífico Alvarez: era muí natural, el.señor Alvarez ha sido el hombre del movimiento de toda la campaña de la bahía; también es verdad que siempre ha sido el hombre de la actividad intelijente i ordenadora.
Tres lanchas navegaban llenas de soldados, a lancha por compañía; en una 4.ª lancha se embarcó la banda; los oficiales se embarcaron en distintos botes; i en la falua del resguardo ocuparon asientos los señores Saavedra i Altamirano, el Comandante del cuerpo, teniente coronel don Eleuterio Ramírez, el porta-estandarte i algunos otros caballeros.
A las 3.10 minutos, se dio la orden de desatracar, i las embarcaciones abandonaron el muelle entre los estruendosos vivas de 7,000 espectadores, quienes saludaban, sombrero en mano, a la tropa que partía.
A las 3 i inedia ya se encontraba todo el cuerpo a bordo del Rimac i cada cual se daba a preparar su alojamiento.
Entre las manifestaciones que la tropa hacia a su jefe, hubo escenas verdaderamente conmovedoras i patrióticas, de las cuales solo me limito a narrarle una.—De entre las filas de los soldados salió al frente uno de gallarda figura, i que por su aspecto parecía un joven de familia, i le dijo estas palabras:
—«¡Comandante: yo, el último de los soldados que marcha en este digno cuerpo, al cual tengo el honor de pertenecer, le pido que en el primer encuentro con el enemigo, me señale un puesto de peligro i de honor, i le prometo delante de todos mis compañeros aquí presentes, que no volveré a su presencia sino trayendo en esta mano aunque no sea mas que un pedazo de una bandera enemiga!»
El Comandante, mui conmovido, como todos los caballeros que lo acompañaban, le contestó al momento:
—«Le cobro esta palabra, i si usted sabe cumplir con lo que promete, yo a mi vez le protesto que un soldado que así se porte, no volverá de la campaña con el mismo grado con que hoi marcha a ella. Como una prueba del cariño que profeso a todos, le estrecho su mano con toda sinceridad, saludando en usted a todos mis compañeros i soldados, que se cubrirán de gloria i con ella al ejército chileno i a su patria querida.»
Grandes vivas i hurras fueron la contestación a estas elocuentes palabras, i los kepíes de los soldados volaban por el aire en señal de entusiasmo.
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DISCURSO DEL COMANDANTE E. RAMÍREZ.
«Señores:—A nombre del batallón 2.° de línea i del mio propio, doi las mas sinceras gracias por la espontánea i noble manifestación de que hemos sido objeto, tanto de parte del pueblo de Valparaíso, como de vosotros mismos, que formáis en las filas de los esclarecidos ciudadanos de esta localidad.
«Pero debo recordaros que el honor que hacéis ahora al cuerpo de mi mando, a quien ha cabido en suerte el ser llamado uno de los primeros a la defensa de los intereses i de la honra de nuestra patria, lo recibo, no solamente en nombre del batallón 2.° de línea, sino en el de todo el ejército, que como nosotros está llamado a defenderla.
«Permitidme, pues, en este momento, recuerde a los viejos compañeros de armas que formaron en las filas del Carampangue, Chacabuco, Maipú, Buin, Santiago, Colchagua, Carabineros i Yungai, del último de los cuales se ha formado este batallón, i que han legado a la historia de nuestras pajinas gloriosas hechos inmarcesibles de abnegación i heroicidad.
«Esa huella luminosa de victorias, seguirá siempre este batallón, continuando de esta manera la tradición de acontecimientos que han enaltecido al ejército chileno i mantenídolo en la esfera respetuosa de que ha gozado dentro i fuera de la república.
«La manifestación de que somos objeto, la acepto con tanta mayor razón, cuanto que ella envuelve un deseo vehemente de gloria i prosperidad para el ejército del pais, del cual nosotros somos en este momento, una pequeña parte, i como un aliento, que lo impulsará, como en todo tiempo, por el sendero de la victoria i del honor.»
Este discurso fué aplaudido con entusiasmo, i a él siguieron algunos del mismo tenor. Los soldados aclamaron ardientemente a su jefe.
DON ISIDORO ERRÁZURIZ.
«Soldados de Chile:—El dia de hoi es un dia solemne para vosotros; vais a marchar a los últimos confines del Norte de la república a defender el honor i los intereses de la patria, i a cubriros de una gloria que será también la suya.
«Soldados: la patria os seguirá en vuestra marcha teniendo los ojos siempre sobre vosotros i alentándolos, bendiciéndolos i llenándolos de entusiasmo con el recuerdo de sus glorias i la espresion de su cariño.
«Vais a probar a las tropas enemigas que el valor del chileno no ha decaído un solo momento i que sois los dignos sucesores de los soldados que combatieron como buenos en los campos de Yungay i que escribieron gloriosos hechos en el recuerdo de Cazma. Vais aprobar que tantos años de próspera calma i tranquilidad productora no han enervado nuestro valor; vais a retemplar vuestros ánimos en presencia del enemigo i a colocar el nombre del soldado chileno sobre el de todos los soldados americanos. La infantería chilena no debe olvidar las glorias de Yungay; la caballería chilena debe inspirarse en los grandes recuerdos que la legó el ilustre. Baquedano; todas las armas del ejército chileno deben continuar dignas de sus antiguas glorias.
«Soldados: la situación es grave; jamas, desde la época de la independencia, se habia visto Chile en circunstancias como la presente; jamas habia exijido mayor valor, constancia i disciplina de parte de sus guerreros.
«Pero es preciso que no os engañéis; no creáis que vais a combatir contra un enemigo indigno de vosotros; el soldado boliviano es valiente, sobrio i bien disciplinado. Esos enemigos deben obligaros a ostentar iguales cualidades, i a hacer alarde de todo vuestro empuje.
«No olvidéis que, a mas de la gloria, se encuentra la fortuna al alcance de vuestro fusil, de vuestra bayoneta o de vuestro sable. El que ha partido como simple soldado, puede volver como cabo, tal vez como capitán. El valor no reconoce imposibles; toda la fortuna pertenece al valiente.
Haced que los boletines militares puedan consignar vuestro nombre con respeto i cariño, i que al leer los partes del combate puedan enorgullecerse de vosotros vuestros hijos, hermanos i esposas.
«Soldados, que os anime el gran espíritu de la patria!
¡Yo os saludo i os bendigo, soldados de Chile!»
Este discurso fué interrumpido a cada paso por entusiastas aclamaciones. Al final, los aplausos fueron unánimes i repetidos; los soldados estaban conmovidos i esclamaron «Viva Chile!»—El orador recibió las felicitaciones de los jefes i de los concurrentes.
Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos
oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra
que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo
documentos inéditos de importancia Tomo I, Imprenta del Progreso, Antigua Seccion de Obras i Encuadernacion del Mercurio, Valparaiso, 1884, P. 87.
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