lunes, 15 de marzo de 2021

Parte oficial de Manuel J. Jarpa sobre las batallas de Chorrillos y Miraflores

 [Fotografia de Manuel J. Jarpa]

Rejimiento de Artillería núm. 2.
 
Lima, enero 20 de 1881.
 
Señor Coronel:
 
Cumplo con el deber de dar cuenta a US. de las distintas operaciones ejecutadas por las tres baterías de mi mando en las jornadas del 13 i 15 del presente mes.
 
A las 2 P. M. del dia 12 recibí, por el conducto de US., orden del señor jeneral, jefe de la división, de ponerme en marcha desde Lurin hacia Chorrillos. Cumpliendo con esta orden, seguí el camino de la división hasta las 4 i media A. M. del dia 13, hora en que marchando en línea paralela con el rejimiento Chillan hacia las posiciones que US. nos ordenó tomar, las granadas i aun el fuego de rifle del enemigo, que recien se rompía por ambas partes, principió a alcanzarnos mui de cerca.
 
Al efecto, cinco minutos después una granada de grueso calibre caia en la última mitad del Chillan, obligándola a abrirse; pero felizmente, la serenidad i acertadas disposiciones de los jefes de este cuerpo hicieron que en el acto se dispersara en guerrilla.
 
De esta manera, i como aun no alcanzaran a divisarse las posiciones enemigas, por principiar a amanecer, ordené tomar las primeras alturas que tenia a la derecha.
 
En este momento contaba solo con una batería, la del capitán don Eduardo Sanfuentes, pues las otras dos, siguiendo el camino de otros cuerpos i con motivo de la gruesa camanchaca venida al amanecer, siguieron un camino mas recto i pudieron afrontar al enemigo mas oportunamente i romper sus fuegos sobre las fortificaciones del centro.
 
Sin embargo, en el momento mismo que desplegaba la batería Sanfuentes sobre las primeras alturas, el rejimiento Lautaro marchaba en guerrilla a tomarse por asalto el último fuerte de la izquierda de la línea enemiga.
 
Después de dos tiros para medir la distancia, que era de mil ochocientos metros, ordené el fuego por baterías, orden que siguió cumpliendo la batería del capitán señor Jorje von Koeller-Banner, que era una de las dos que se me habian separado en la noche i que llegaba a unírseme en ese momento. Siete descargas por batería i el arrojo a toda prueba de los que asaltaban, fué bastante para que antes de veinte minutos de un reñido combate los soldados del Lautaro treparan a la cima de las posiciones enemigas, poniendo a sus defensores en la mas completa derrota.
 
Como en ese momento, por las posiciones que al rejimiento Chillan, cuerpo con que yo avancé, se ordenó tomar, quedáramos enteramente separados i recibiera orden de US. i del señor jeneral, jefe de la división, para marchar en el acto hacia adelante, pedí al señor coronel Lagos, jefe de la tercera división, que al acaso pasaba por ese punto, alguna tropa de infantería para que protejiera mis baterías, que en ese momento quedaban enteramente aisladas de todo otro cuerpo del ejército.
 
Tanto por la buena voluntad con que este jefe, sin que yo perteneciera a su división, se prestó en el acto a satisfacer mi pedido, mandando dos compañías del rejimiento Aconcagua que me acompañaron hasta el paso mas difícil de la batalla, cuanto en cumplimiento de mi deber, he creído de necesidad dejar constancia de este hecho.
 
Inmediatamente después, cumpliendo con las órdenes que aparte de sus ayudantes se sirvió US. impartirme personalmente, avancé con el material de las tres baterías (pues en ese momento se me habian reunido las del capitán don Emilio Antonio Ferreira), cargado a lomo de mulas hasta rebasar nuestras guerrillas de infantería, para alcanzar a tomar posiciones sobre una altura desde donde podíamos dominar las fortificaciones que el rejimiento Buin trataba de tomar, confiado solo en su bravura i en el empuje de los suyos.
 
Aun cuando por haber hecho una travesía de seis cuadras bajo un vivísimo fuego de fusilería i de cañón, tuve la desgracia de perder herido de bastante gravedad uno de mis capitanes, don Eduardo Sanfuentes, cúpome, sin embargo, la satisfacción de llegar oportunamente para apoyar con el fuego de mis tres baterías el asalto llevado a efecto por el rejimiento Buin de una de las principales fortificaciones enemigas, la que, por estar en el centro de la línea, era eficazmente protejida por los fuegos de las fortificaciones laterales.
 
Tomada que fué esta primera línea al enemigo, US. me ordenó avanzar sobre Chorrillos, orden que cumplí en el acto, descendiendo sobre el valle de ese lado.
 
No habria avanzando 500 metros cuando el señor jeneral jefe de estado mayor me ordenó detenerme con el objeto de reorganizar la nueva línea que debia atacar la segunda del enemigo.
 
En cumplimiento de esta orden i como estuviera a la orilla de una aguada, hice refrescar el ganado de las baterías dándole agua i un largo rato de descanso; pero como no volviera a recibir nueva orden i US. hubiera seguido adelante con el jeneral, jefe de la división, emprendí de nuevo la marcha.
 
Desgraciadamente, las minas de que estaba sembrado el camino que hacíamos eran tantas, que escapándose una a la vista de los infantes que me acompañaban, hizo esplosion, no recordando por el momento el número de víctimas que hubo en esa tropa, pero que el capitán Campos, que la mandaba en jefe, consignará en su parte.
 
Este pequeño percance pasó desapercibido para el resto de la jente, que continuó su marcha con imperturbable calma, hasta que un ayudante en nombre de US. me ordenó acelerar el paso hacia el lugar en que con el señor jeneral se encontraba.
 
Momentos después i sin otra novedad llegaba a ese punto, donde recibí orden de colocarme en batería i romper los fuegos sobre el fuerte del morro de Chorrillos, a distancia de 3,000 metros i la Casa de Cabos a 350.
 
Mas, como parte del rejimiento Esmeralda se encontraba ya en el pueblo i la caballería avanzaba a vanguardia i en la misma dirección, US. me ordenó disparar solo al fuerte, por el fundado temor de herir a los nuestros tirando sobre el pueblo.
 
Esto sucedía peco mas o menos a las 12 M.
 
Tres cuartos de hora habria trascurrido de un vivo fuego de fusilería i de cañón, cuando la caballería, no pudiendo avanzar, hubo de retroceder momentáneamente.
 
Alentado el enemigo con esta falsa retirada, salió de sus fortificaciones i avanzó resueltamente a asaltar las baterías, como en efecto, parapetados siempre detras de murallas, llegó hasta una distancia de 50 metros.
 
En esta circunstancia, cruzado por ambas partes i casi por retaguardia por los fuegos de una numerosa infantería que marchaba oculta, protejida poderosamente por la artilleria del morro i sin tener en ese momento, aparte de algunos dispersos, infantería que me protejiera, pues la que hasta ahí me acompañó, sin que yo lo supiera, debió de ser destinada a otro punto, ordené la retirada. Mas, como el enemigo en ese instante estuviera a tan próxima distancia, aquella no alcanzó a llevarse a efecto, pues no habiendo tiempo que perder solo me quedó el recurso de ordenar la última defensa que la artillería tiene para estos casos: varios disparos a metralla i un sostenido fuego de carabina practicado en el mejor orden contuvo diez minutos al enemigo en su atrevido avance. Felizmente, por las disposiciones de US., en el momento mas difícil apareció el rejimiento 3.° de línea con su comandante señor Gutiérrez a la cabeza, a la vista solo de cuyas tropas el enemigo huyó a sus primitivas posiciones, salvándose así las baterías con tan oportuno ausilio.
 
El fuego de cañón continuaba, sin embargo, aunque tardío, desde el morro.
 
A las dos i media P. M. llegó un tren de Lima, el que, cerca ya de la estación, rompió también sus fuegos de cañón sobre nosotros, cruzándose de este modo con los del fuerte, cuyos defensores tomaron nuevo aliento con tan inesperado ausilio.
 
En esta situación me ordenó US. mandar una sección de dos piezas hacia ese punto, comisión que encomendé al alférez don Guillermo Armstrong, a quien diez minutos después ordené replegarse sobre las baterías, por no tener tropa de infantería que lo protejiera i estar solo a cien metros del enemigo, por quien pudo fácilmente ser cortado.
 
Media hora mas tarde los fuegos del morro habian sido completamente apagados por las baterías de mi mando, perfectamente secundadas por las de campaña, qué desde retaguardia i a última hora dispararon sobre el mismo punto.
 
Momentos antes cuando avancé a ordenar al alférez Armstrong se replegara con su pieza, él señor jeneral jefe de la división dispuso que una de las baterías a mis órdenes, la del capitán von Koeller-Banner, avanzara hasta colocarse en la última fortificación enemiga; orden que fué en el acto cumplida, siendo la batería acompañada por el mismo señor jeneral i por su jefe de estado mayor, i que en gran peligro estuvo de ser perdida, a consecuencia de haber recibido los últimos mui certeros tiros del enemigo.
 
Eran las cuatro de la tarde i nuestra infantería dominabaya el morro, cuando aun desde el tren se nos molestaba contiros de cañón. De orden de US. dispuse entonces marcharancuatro piezas al mando de los alféreces Armstrong i Benzan, con el objeto de ofender desde la línea férrea al tren artillado.
 
Esta vez fué el rejimiento entero de Navales protejíendo las fuerzas; de modo que, no cabiéndome cuidado alguno por este lado, dispuse que la batería del capitán Ferreira marchara a tomar posesión del morro i desde ahí protejiera con sus fuegos el ataque de las otras piezas sobre el tren. En seguida, i de orden del señor coronel Barbosa, tenia por objeto cortar la retirada del enemigo.
 
Mientras tanto, los alféreces ya citados desempeñaban con toda exactitud la comisión que les confié, haciendo que el tren huyera precipitadamente a las primeras descargas por baterías que desde la línea le hicieron.
 
El mismo señor Armstrong al darme cuenta de este resultado, me espuso que por estar fatigada la tropa que lo protejía, tuvo necesidad para avanzar hasta la línea, de pedir cien hombres al Buin, los que en el acto le fueron facilitados por su comandante señor Juan León García, i cuya tropa lo protejió hasta el último.
 
Esta fué, señor coronel, la última operación ejecutada por las baterías de mi mando en la batalla del 13.
 
Réstame solo ahora decir a US. que, si al principio de la batalla tuve el sentimiento de ver caer herido al capitán Sanfuentes, quien, mientras me acompañó, observó una conducta que nada me dejó que desear, en cambio, momentos después pude convencerme de que su segundo, el teniente señor Artigas, a quien di el mando de la batería, se portó de tal manera que no me dejó notar la pérdida sufrida.
 
Por otra parte, tengo la satisfacción de que, sin embargo, de no haber estado por mas de cinco horas de combate a mas distancia de trescientos metros del enemigo solo he tenido un capitán, un sarjento, dos soldados, un corneta heridos, aparte de siete mulas que me fueron inutilizadas. Este satisfactorio resultado ha tenido por causa el hecho de haber estado la mayor parte del tiempo bajo las fuerzas de fusilería, cuyos proyectiles, en jeneral, nos rebasaban por la proximidad del enemigo.
 
Las baterías fueron mandadas por los capitanes señores Eduardo Sanfuentes, Emilio A. Ferreira, Jorje von Koeller-Banner i teniente señor Luis Artigas, que entró a reemplazar al primero.
 
En cuanto a la conducta i puntería de los oficiales i tropa,no hai recomendación posible, pues todos se han portado a la altura de su deber, como US. i el señor jeneral jefe de la división, abrigo la confianza, deben haberlo observado, desde que durante los momentos mas difíciles estuvieron siempre con ellos.
 
Antes de terminar debo hacer presente a US. que desde el principio de la acción vino a ponerse a mis órdenes, en clase de ayudante i de orden del señor jeneral jefe de estado mayor, el capitán señor Julián Zilleruelo, quien me acompañó durante todo el tiempo.
 
Es cuanto en cumplimiento de mi deber, tengo honor de decir a US. sobre los hechos ocurridos en la jornada de mi referencia.
 
Paso ahora a dar cuenta a US. de las operaciones ejecutadas en la batalla que un dia después, en las cercanías de Miraflores, tuvo lugar.
 
Después de empeñada la acción i permaneciendo la división acampada en Chorrillos esperando orden para marchar a la línea de batalla, el señor Jeneral Sotomayor me ordenó mandar una batería, con varios cuerpos de infantería, que dispuso se dirijieran hacia la derecha de nuestra línea con el objeto de detener al enemigo que pretendía flanquearnos por ese lado. 
 
Mientras tanto, el que suscribe, con las otras dos baterías i el resto de la división, continuó en el mismo punto esperando donde se le destinara. Al efecto, momentos después, una orden del coronel comandante jeneral del arma me hacia salir a marcha forzada con el objeto de atacar al enemigo por el centro.
 
En ese mismo momento marchaban en esa dirección dos escuadrones de caballería, a quienes me uní en la marcha hasta llegar al punto en que se creyó conveniente operar. Una vez ahí, el señor Ministro de la Guerra que marchaba con nosotros, poniéndose a la cabeza do la caballería, ordenó dar una carga, que debia protejer con los fuegos de las baterías. Inmediatamente de moverse la caballería sobre el enemigo establecí varias piezas en batería i mandé romper el fuego sobre las de San Bartolomé, cuyos disparos con cañones de grueso calibre i grande alcance no solo llegaban sino que pasaban por mucho la línea en que me encontraba. Viendo que mis tiros eran cortos, sin embargo de disparar a toda alza, aun cuando alcanzaban al enemigo que huia, no así a las baterías del enemigo; i que por el contrario, las punterías de éste por momentos se hacian mas certeras, al estremo de caer dos granadas a ocho o diez metros mas adelante de mis baterías, que salvándolas de rebote no me hicieron baja alguna, pedí al señor Ministro veinticinco hombres de caballería con el objeto de avanzar hasta el alcance de los fuertes. Pero el señor Ministro, en atención a que la derrota se habia pronunciado ya en toda la estension de la línea enemiga i ser la hora mui avanzada, me ordenó apagar el fuego i retirarme en el acto.
 
En cumplimiento de esta orden marché sobre Miraflores, en cuya plaza acampé la noche de la batalla.
 
El teniente Artigas con la batería de su mando protejió eficazmente el avance de nuestra infantería, en circunstancia que al pretender los enemigos flanquearnos por ese lado, lo rechazaron i pusieron en completa dispersión.
 
No habiendo tenido baja alguna qué lamentar en este segundo hecho de armas, cábeme la satisfacción de decir a US. que tanto los oficiales como la tropa de mi mando se portaron de nuevo como en la jornada del 13.
 
Es cuanto, respecto a estas dos batallas, puedo decir a US. sobre la parte que cupo a las baterías de la división.
 
Dios guarde a US.
 
Manuel J. Jarpa.
 
Al señor Coronel, jefe de la 2.ª brigada de la 2.ª división.
 
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 1011.
 

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