viernes, 12 de marzo de 2021

Inauguracion del monumento al General Manuel Baquedano

 [Fotografia de la inauguracion del monumento al General Manuel Baquedano, el 18 de septiembre de 1928]

S. E. el Presidente de la Repúbli­ca presidió ayer a las 10 horas, la Inauguración del Monumento al General don Manuel Baquedano, que se levanta en medio de la antigua Plaza Italia.
 
Concurrieron también todos los Ministros de Estado, miembros del Cuerpo Diplomático y altos funcionarios de la Administración Pública.
 
La Plaza General Baquedano.
 
Todos los alrededores de este nue­vo paseo se hallaban invadidos por un gran gentío.
 
Frente al monumento cubrían guardia de honor cuatro soldados del Regimiento Cazadores, y a su alrede­dor formaban los Veteranos del 79 presentando los viejos estandartes que se usaron durante  la  Guerra  del Pacífico.
 
Tropas de todos los Regimientos de la guarnición con sus bandas de mú­sicos, brigadas de scouts, escuelas públicas, Cruz Roja de las Mujeres de Chile, etc., seguían inmediatamente después de la fila de los Veteranos.
 
Llega el Presidente de la República.
 
En la tribuna oficial, colocada en el lado poniente del monumento, to­maron colocación todos los Ministros de Estado, los miembros del Cuerpo Diplomático, y otras personalidades oficiales.
 
Su Excelencia el Presidente de la República, llegó a las 10.10. En estos, mismos instantes, todas las bandas rompieron con los acordes de la Canción Nacional, mientras él públi­co, presa de un entusiasmó indescriptible, vivaba entusiastamente al Primer Mandatario de la Nación y a la Patria. El Excmo. señor  Ibáñez agradecía estas manifestaciones con notoria emoción.
 
SE INICIA LA CEREMONIA
 
Acallados los acordes del Himno Patrio, se inició inmediatamente el acto inaugural del monumento.
 
El Presidente de la Comisión Pro-Monumento, Coronel don Juan Carlos Pérez, pidió a S. E. descubriera el monumento.
 
A continuación habló el Intendente Municipal don Manuel. Salas  Rodrigúez, quien se dió por recibido  del monumento  a  nombre de la ciudad de Santiago.
 
En representación del Ejército y de la Marina de Guerra, hablaron después los Ministros del  ramo, General don Bartolomé Blanche y co­mandante don Carlos Frodden, res­pectivamente.
 
En seguida hablaron el Almirante en retiro, señor Martín, el General en retiro, señor Gacitua, y el capitán don Arturo Salcedo.
 
A continuación el capitán señor Ji­ménez, repartió a los asistentes, em­pezando por S. E., las medallas conmemorativas del acto.
 
DESFILE DE LAS TROPAS
 
Como acto final de esta ceremonia, efectuó un desfile de las fuerzas armadas frente a la tribuna oficial.
 
A la cabeza marchaba la Escuela Militar, en correcta presentación. Se­guían después la Escuela de Grume­tes,  que vino especialmente a este acto, la Escuela de Carabineros y los Regimientos de la guarnición.
 
EL RETIRO DE S. E.
 
Minutos antes de las 11.30 horas, cuando había terminado la ceremonia, S. E. el  Presidente de la República, se retiró de este sitio para dirigirse a la Catedral, donde se iba a verifi­car luego después el Te-Deum.
 
El público despidió cariñosamente y con vivas demostraciones al Pri­mer Mandatario.
 
LOS DISCURSOS
 
Damos a continuación el texto de los discursos pronunciados por el Presidente de la Comisión, Pro-Monumento, Coronel señor Pérez, y por el Ministro de la Guerra, señor Blanche:
 
Discurso del coronel señor Pérez
 
“Excelentísimo Señor:
 
El benemérito General don Ma­nuel Baquedano, fué un soldado que perteneció a la escuela rígida de la ciega obediencia al superior; como militar, ninguna consideración podía apartarle de las férreas prescripcio­nes de la ordenanza.
 
Ya, en 1879, contaba con gran prestigio en el Ejército, donde figu­raba en primera linea por su indiscutible valor, su sobriedad y su modes­tia, cualidad esta último, que impidió por largo tiempo hacerle apreciar de­bidamente por los hombres de Go­bierno.
 
El General Baquedano, poseía, a su vez, la cualidad que, de preferencia, debe adornar a todo General en Je­fe; “un  carácter  firme"; éste y su bondad justiciera diéronle el  éxito que de él esperó el Supremo  Go­bierno, al confiarle, después de la brillante acción da “La Cues­ta de Los Angeles”, el mando en jefe del “Ejército del Norte", de aquel glorioso Ejército que supo conducir de victoria en victoria, hasta dar termino feliz a la primera y segunda campaña de la Guerra del 79, facilitando con ello el advenimiento de la paz; paz tan bien cimentado, que no ha vuelto a ser interrumpida hasta la fecha.
 
La prosperidad da la Nación, du­rante este lapso, ha estado bien de manifiesto y no es posible ne­gar que ello, en gran parte, se deba a los frutos conquistados por aquellos Ejércitos que supo nuestro General  Baquedano llevar siempre a la victoria; victorias que, dada la calídad de los combatientes, fueron conquistadas tras Arduos sacrificios, y pocas veces visto, mayor número de bajas.
 
El heroísmo de ambos contendores hizo resaltar, más aún las glorias de nuestro Ejército y los méritos de su General en Jefe.
 
El pueblo chileno, dando un solem­ne mentís al tan pregonado pago de Chile, ha querido, sin duda, refundir en el General en Jefe, su gratitud a los Ejércitos de la Campaña del 79.
 
La Comisión encargada por el Supremo Gobierno de llenar aquella as­piración nacional, desde largo tiem­po sentida, de perpetuar su  gratitud en un monumento a la memoria del General don Manuel Baquedano, se complace de haber llevado a  término su cometido, dentro de los recursos de que ha logrado disponer. Por dis­posición de la ley, este monumento ha debido erigirse por suscripción popular, y ha cabido a la Comisión la colecta y recepcion  de los fondos erogados con este fin, dando cada cual un recibo por la suma erogada, en estampillas con la efigie del benemérito General, a fin de mantener un perfecto control al res­pecto.
 
Durante seis años de labor ininte­rrumpida, silenciosa, pero tesonera, ha visto desaparecer o alejarse a va­rios de sus miembros que la honra­ban y prestigiaban, llegando a caer en suerte a su primer secretario, te­ner la honra de presidirla en los mo­mentos que llega al término de sus labores.
 
Hemos procurado, Excmo. señor, interpretar el sentir popular y la vo­luntad del Supremo Gobierno: aquí veréis al benemérita General; ídolo del pueblo y de su Ejército, repre­sentado por su figura ecuestre, cabalgando su “Diamante”, su caballo chileno predilecto, en la circunstan­cia histórica de llegar a la Alameda de Santiago, a tomar el mando del Ejército victorioso, momentos antes de hacer su entrada triunfal, de re­greso de la homérica campaña, para recibir la apoteósis de un pueblo. Allí lo veréis, con su habitual mo­destia,  dentro de la arrogancia del soldado.
 
Una joven orna su pedestal con guirnaldas de flores de copihues. ¿Qué ofrenda más genuínamente nacional que las flores de nuestros bosques seculares que ciertamente inspiraron los colores rojo y blanco de nuestro emblema nacional, co­lores que desde tiempos inmemoria­les los llevaban en sus emblemas guerreros aquellos soldados y hé­roes, nuestros abuelos, los indómi­tos araucanos, cuya sangre es tambien nuestra sangre.
 
La mujer chilena, bondadosa, es­forzada y patriota, como otras no podrán superar, muéstrase agrade­cida al guerrero bajo cuyas órde­nes sus hermanos, sus padres, sus hijos supieron vencer o morir, mu­jer de raza espartana no se retrae ante su dolor por los ausentes in­molados en aras de la patria idolatrada.
 
Queda guardando las espaldas del general en jefe de los ejércitos de la patria en la campaña del 79, uno de sus soldados, dignos todos del bronce de los inmortales, simboli­zando al soldado que guardará las espaldas de la patria, en cumpli­miento de su deber, pues así lo he­mos jurado y lo jurarán a su tur­no, de generación en generación, los que vengan tras de nosotros.
 
Completan el monumento, relieves que representan episodios culminan­tes de las últimas acciones de sus gloriosas campañas: allí veremos representada para perenne memoria, la toma del Morro Solar por la Di­visión Lynch y la carga de Grana­deros en Chorrillos.
 
Y, a propósito de uno de estos relieves, permitidme, Excmo. señor, un pequeño paréntesis: la elección, de estos episodios ha permitido dejar eterna constancia de la union indisoluble que debe reinar entre el Ejército y la Armada Nacional; aquí vemos honrada la memoria de un ilustre marino, el benemérito almirante don Patricio Lynch, coman­dante de la I División de Ejército, que tan gloriosamente supo compor­tarse. Ya la Armada Nacional había sabido exteriorizar esta mutua ad­miración y aprecio dando a su cor­beta-escuela  de  guardiamarinas, el nombre de nuestro general Baque­dano, paseándola orgullosa por to­dos los mares del orbe.
 
No es de extrañarse de estas de­mostraciones de mutua admiración y comprensión de ambas instituciones, en un país que por los dicta­dos de la naturaleza deberá siem­pre contar con la cooperación del Ejército y Armada para asegurar su patrimonio y hacerlo respetable ante propios y extraños. Bien sabe­mos que mientras el mundo exista, deberán existir las instituciones ar­madas, no como amenaza para sus vecinos, que jamás la nuestra lo ha sido, sino que para evitar que, al creérsenos indemnes, pueda ocurrir lo que por doquier la historia nos enseña. En todos los tiempos, nues­tros marinos y soldados han podido y podrán exclamar ante los enemi­gos de se  patria, como el capitán de nuestros abuelos, el gran Caupolicán,  “nunca os odié, mas, como amo a mi patria sobre todas las  cosas, por  ella viví, por  ella muero”.
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La Comisión ha procurado que este monumento de gratitud na­cional, sea a su vez un símbolo de nacionalismo. Las entrañas de nues­tras montañas han vertido, gene­rosas, sus materiales preciados. La piedra, los componentes del bronce y cuanto en el véis, es producto na­cional; nacional es el laureado escultor, profesor don Virginio Arias, artista tan modesto como admira­blemente desprendido, a quien, otro­ra, ya cupo en suerte glorificar el arte nacional en París, en fecha me­morable, con su obra genial, “El descendimiento de la cruz”, mármol que se admira en nuestro Palacio de Bellas Artes, y, por tanto dig­namente acreditado para esculpir los bronces del monumento que en­tregamos.
 
Chileno es también el arquitecto don Gustavo García, a cuyos des­velos debemos el pedestal y cuya obra magna, la actual Biblioteca Nacional, daban méritos sobrados para cooperar a la obra de repara­ción y justicia en que estaba empe­ñada la Comisión.
 
Hijos de Chile son los fundido­res, talladores y demás artífices soldados de estos ejércitos de obre­ros de  la paz, quienes animados de gran interés y patriotismo, con ca­riño digno del objetivo perseguido, han ayudado a vencer las dificul­tades que se presentaban para llevar a feliz término esta obra, que por su magnitud, es la primera que se realiza en el país.
 
Se debe hacer mención especial de la Escuela de Artes y Oficios, con justicia altamente reputada por su brillante organización y compe­tencia de su personal dirigente. En este establecimiento se fundió los bronces que podremos admirar en el monumento, fundición artística sabiamente dirigida por el jefe del taller de fundición, maestro de mu­chas generaciones, señor Guichard, ampliamente alentado por los seño­res Director e ingeniero jefe, seño­res Mardones y Gantes, caballeros que honran los puestos que les ha confiado el Supremo Gobierno.
 
Las Fábricas y Maestranzas del Ejército nos han proporcionado el famoso bronce Keller, el mismo empleado en los monumentos de los grandes Reyes de Francia; así co­mo también al mejor de sus fundidores, quien ha tenido  oportuni­dad, con otros compañeros, de es­pecializarse en la fundición artística. Por las obras que veréis, no debería dejar de aprovecharse es­tos elementos para proseguir en obras, semejantes dentro del país y llevar adelante, lo antes posible, la creación de la escuela correspondiente.
 
Antes de terminar, séame permi­tido dedicar nuestra última palabra de reconocimiento al pueblo todo, que acudió presuroso al llamado de la Comisión a depositar su óbolo, con generosidad y patriotismo jamás desmentido, y a vos, Excelentí­simo señor, sin cuya ayuda y opor­tunas disposiciones, no habríamos podido llegar al fin tan anhelado.
 
La Comisión pro monumento Ge­neral Baquedano hace entrega de este monumento a la ciudad de Santiago, a esta ciudad tan querida por el benemérito general.
 
Señor Intendente: Velad por él, como habéis demostrado saber ha­cerlo con todo lo que se os encomienda. Modesto es el monumento, como lo fué el preclaro ciudadano y gran soldado a quien está dedi­cado: pero, estad cierto de que está sólidamente construido y de los más nobles materiales de que se ha podido disponer, dentro de los re­cursos con que se ha contado.
 
La Comisión no duda de que la ciudad de Santiago lo mirará con el cariño que se merece.
 
Por nuestra parte, como soldados, cada vez que hayamos menester re­templar nuestro espíritu, acudiremos presurosos a este sitio donde, desde hoy en adelante montarán guardia de honor los manes de aque­llos a quienes nuestro general Ba­quedano supo llevar a la victoria o a la gloria inmortal.
 
¡Sí, señores, a la gloria inmortal!
 
¡Ya que inmortales son los soldados que caen por su patria y su bandera!
 
Excmo. señor: Servíos descorrer el velo que cubre este monumento y dad por cumplida una aspiracion nacional.
 
Discurso del Ministro de Guerra, general Blanche, a nombre del Ejército.
 
"Excmo, señor, señores:
 
Hace cerca de media centuria, el 15 de marzo de 1881 a lo largo de esta Avenida, desde las primeras horas de la mañana desembocaba de todas partes de la ciudad y se juntaba en toda su extensión un publico que se mostraba más y más nervioso a medida que el tiempo avanzaba. En los movimientos, conversaciones y semblantes se pintaba la alegría inmensa que los embargaba. Era el placer de ver nuevamente a deudos queridos ausentes por largo tiempo, quien al padre o hermano, quien al esposo o prometido; era placer de haber alcanzado algo intensamente deseado; era el placer de la victoria.
 
En ese día hacía su entrada triun­fal el Ejército Vencedor que dos años antes había desfilado por esta misma Avenida en demanda de la fron­tera norte y que ahora regresaba cargado de glorias, después de memorables campañas y a su cabeza venían el general en Jefe, don Manuel Baquedano y el contra-almirante en Jefe de la Escuadra, don Galvarino Riveros.
 
Todas las clases sociales se daban cita en esos instantes para rendír homenaje a los vencedores; desde el Primer Mandatario de la Nación has­ta los más modestos ciudadanos se congregaban para aclamar a los que volvían coronados por los laureles del triunfo, los más esclarecidos ciu­dadanos y distinguidos oradores en frases de sincero afecto y ardiente patriotismo agradecían los esfuerzos desplegados y sacrificios hechos en el cumplimiento del sagrado deber que habían tomado sobre sí, tanto los que regresaban tostados por el sol septentrional y curtidos por las heladas camanchacas del desierto, como los que habían dado la vida en los campos de batalla.
 
En 1879, la guerra había sorprendido al país sin la  menor preparación; sé encontraba en la forma más precaria en cuanto a organización y elementos, pero el patriotismo de sus hijos había dado lo que faltaba, su­pliendo con el sacrificio de sus soldados aquello que no había podido obtener para responder a las exigencias de la técnica militar de la época.
 
Hasta ahora el pueblo no había podido materializar sus agradecimientos al vencedor de Los Angeles, Tacna, Arica, Chorillos y Miraflores; no había logrado rendirle en el bronce de los héroes el homenaje de gratitud que deseaba—hoy lo hace con este magnífico monumento, modelado por la mano creadora de un artista chileno, trabajado por arti­ces de nuestra Escuela de Artes y Oficios, vaciado en bronce de cañones cuya vida son páginas de la his­toria patria y que descansa sobre el pedestal de granito, formado por hermosos trozos de piedras extraídos de nuestro suelo.
 
El pueblo, honrando al general en Jefe, honra a los soldados que fue­ron el instrumento que tuvo aquel para llegar a la victoria. Por consi­guiente, este monumento también es a la memoria de los soldados que no alcanzaron a ver flotar los colores nacionales en las trincheras enemigas porque cayeron en el asalto, es a la memoria de los qué en las mar­chas por el desierto sucumbieron ex­tenuados por la sed, es a la memo­ria de los que murieron en las tien­das de campaña a causa de sus he­ridas, es a la memoria, de los que expiraron en los hospitales consumi­dos por las tercianas  que diezmaron vidas en pleno vigor, es a la memo­ria del soldado que personificó el vigor de la raza y que supo condu­cir a la victoria a los hombres que puso el país a sus órdenes porque conocía sus defectos y sabía apreciar sus virtudes.
 
El Gobierno se asocia a este ho­menaje que se rinde al general Baquedano en la forma más calurosa y entusiasta porque es justo, por­que es merecido. Por mí parte, como representante del Ejército, saludo a memoria de este hombr  que en un momento de nuestra historia supo responder ampliamente a la  confianza que se depositó en él.
 
Séame permitido dirigirme al es­píritu de este gran soldado, plasma­do en esta  estatua para decirle:
 
“Mi general, desde el fondo de mi alma de soldado y ciudadano deseo que jamás tengamos que desenvai­nar la espada para defender el ho­nor de la Patria o sus derechos, pe­ro sí la Divina Providencia en sus inescrutables designios determina lo contrario, podéis estar cierto que ca­da cual sabrá cumplir con su deber, tal como lo hicieron vuestros sol­dados" .
 
El discurso del Ministro de Marina, señor Frodden
 
A nombre de la Armada, hizo uso de la palabra el Ministro de Mari­na, capitán señor Frodden, en los términos siguientes:
 
“Excmo. señor, señores:
 
La Marina se asocia  regocijada al homenaje que el país entero rin­de en este acto a uno de sus gene­rales más gloriosos y que ha dado a la patria honor y triunfos impe­recederos.
 
Siendo un niño, se batió al lado de su padre en las campañas de 1838, después en las de la Araucanía y más tarde, cuando fué necesario conducir hasta la victoria a nuestro Ejército en la guerra del 79, fué el general Baquedano el ele­gido por sus virtudes militares y por el respeto que inspiraban su pa­triotismo y  su tenaz resolución.
 
El Ejército ha debido sentirse siempre orgulloso de tal jefe y la Marina comparte el orgullo de su hermano de sacrificios y de glo­rias.
 
Los combates de Iquíque y de An­gamos dieron el dominio del  mar. Tacna, Chorrillos y Miraflores, resolvieron el éxito definitivo en tierra.
 
No es extraño, pues, que cuando se exterioriza como hoy, el reconocimiento de los méritos del esclarecido general, vibren unidos a nuestra emoción los restos de aquellos que desde el mar solidarizaban con sus triunfos y se muestre  henchido de gozo el corazón de nuestros marinos.
 
Y allí está en testimonio esa corbeta, cuna de nuestros oficíales, que pasea por los mares el recuerdo glorioso de este nombre invicto; y aquí se halla presente en esta ceremonia. La Escuela de Grumetes forjadora de nuestras tripulaciones. Quiere así la Armada manifestar su mas elocuente homenaje al Ejército digno heredero de tan alta tradición y cuyo simbolo fué este general glorioso.

Se siente flotar en este instante en nuestros barcos de guerra y entre sus mastiles el mismo ambiente de generoso patriotismo y de confraternidad de las fuerzas armadas que guiaron siempre victoriosamente al país en los grandes peligros nacionales: se inclina la insignia de nuestras naves sobre el recuerdo del general ilustre, y el representante de la Marina formula ante este monumento—que es la materialización del agradecimiento de todo un pueblo que sabe honrar a sus héroes porque es capaz de comprenderlos y de imitarlos—el voto solemne de la Armada de Chile de ser siempre, en consorcio con el Ejército, la leal depositaria y mantenedora de las glorias comunes y del civismo inmaculado que constituye alma de ambas instituciones".

Fuente: La Nación. Miercoles 19 de septiembre de 1928, P.13

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