martes, 26 de enero de 2021

Parte oficial de José Velasquez sobre las batallas de Chorrillos y Miraflores

 [Fotografia de José Velásquez Bórquez]
 
Parte del comandante Jeneral de Artillería.
 
COMANDANCIA JENERAL DE ARTILLERÍA.
 
Lima, enero 26 de 1881.
 
Señor jeneral en jefe:
 
Dos dias después de haber fondeado en la caleta de Curayaco el convoi que conducía al ejército de Chile, es decir, el 22 del próximo pasado, ordené al capitán don José Joaquin Flores que practicase un reconocimiento de la costa, para ver si se encontraba mas al norte un lugar que permitiese el fácil desembarco del numeroso i pesado material de la Artillería de campaña. La caleta arriba mencionada hacia imposible el desembarco por lo escabroso de su playa, i presentaba, ademas, la sería dificultad del largo, medanoso i ondulado camino que la separa del valle de Lurin.
 
El capitán Flores volvió el mismo dia 22 por la tarde, trayéndome la noticia de que una caleta que dista una legua de Lurin, era la que presentaba mas facilidades a la operación que necesitábamos llevar a cabo. El resultado de esa espedicion fué puesto en conocimiento de US. i del señor jefe de estado mayor jeneral.
 
El domingo 26, el Copiapó se dirijia a la caleta elejida por Flores, la de Pescadores, con una parte de la Artillería de campaña, que fué desembarcada en ese dia. Al subsiguiente vino el Itata, trayendo un buque a remolque con el resto. En menos de cuarenta i ocho horas de trabajo todo el tren de cañones, carros i municiones quedó en tierra, después de un esfuerzo digno de la situación en que se encontraba el ejército.
 
Debo a este respecto una palabra de gratitud a los señores marinos Manuel Rio Frió, Manuel Señoret i Manuel Altamirano, por la buena voluntad, constancia e intelijencia, con que secundaron mis propósitos en tarea tan dura i llena de inconvenientes i peligros.
 
A las tres i media de la tarde del 30 las baterías de campana se pusieron en movimiento i llegaron a Lurin a las cinco i media con los caballos en perfecto estado i listos para una marcha en el momento que se considerase necesaria.
 
El 2 del presente, el que suscribe i sus ayudantes acompañaron a US. a un reconocimiento por los caminos de Manchai i Cienagrilla, que conducen a Lima.
 
El 6, los mismos acompañaron también a US. al reconocimiento que se hizo sobre las posiciones que el enemigo ocupaba en la línea de San Juan i de Chorrillos. Dos piezas de artillería Krupp, del último modelo, llevadas para ver las dificultades del camino, calcular las distancias i conocer el alcance de los cañones peruanos, formaron parte de las fuerzas reconocedoras. US. pudo, en ese momento, apreciar el efecto de sus fuegos, dirijidos a una distancia de seis mil metros.
 
Acordada la marcha del ejército para el 12, la artillería de campaña, puesta por orden de US. a mis órdenes (la de montarla quedaba a la de los jefes de división) se puso en marcha por un camino buscado i abierto por el mayor Jarpa i el capitán Flores, que desviándose hacia el Este, antes de llegar al puente de Lurin, sigue los potreros del valle, toma en seguida el llano i va a cortar después el camino real a poca distancia del campamento enemigo.
 
El que suscribe se decidió por esa vía porque, como siempre, no quería gastar los caballos en el pendiente i arenoso camino que cruza el puente i sigue por la falda de los cerros del Este, que llevaban algunas de las divisiones. US., mejor que nadie, comprende lo que importa esa marcha con un tren pesado i numeroso como el de la artillería de campaña por caminos casi desconocidos i en medio de la niebla i oscuridad de la noche. Las dificultades con que a cada instante se tropezaba eran salvadas por los artilleros, con paciencia i enerjía dignos de su nombre de soldados chilenos.
 
A las tres de la mañana me reuní a las baterías del primer rejimiento, que por un error habian seguido el rumbo de la tercera división i continuamos juntos la marcha. En cuanto a la artillería de montana, seguia paso por paso los movimientos de la infantería.
 
A las cuatro i media se pudo, merced a grandísimos trabajos, subir las piezas de las baterías mandadas por los capitanes Nieto i Ortúzar a las alturas que dominan la derecha i el frente de las primeras posiciones enemigas.
 
Seis minas que no produjeren daño estallaron durante la colocación de aquéllas.
 
Mientras tanto las otras dos baterías del segundo rejimiento tomaban posiciones a la izquierda, en la llanura.
 
Las dos del primero, acompañadas por la del capitán Flores, tomaban el camino que va por la espalda de las alturas indicadas i entraban al llano de San Juan, con el objeto de apoyar a la tercera división, que iba a emprender el ataque por ese lado.
 
Eran las cinco i diez minutos de la mañana del 18 i nos ocupábamos todavía en subir las piezas, cuando comenzaron a verse los disparos de fusilería del enemigo a las tropas de nuestra primera división. En el acto hice romper los fuegos sobre los puntos mas altos i atrincherados de la línea contraria. No obstante mis deseos i las exijencias de aquella situación ordené a los pocos tiros, que cesara el fuego, porque todavía la indecisa claridad de la mañana no permitia ver bien los objetos, i nos esponíamos de esa manera a herir a los nuestros, que avanzaban rápidamente.
 
Mandé, por tanto, adelantar las baterías, en busca de posiciones que, aunque menos dominantes, nos permitieran dar mas certeza i seguridad a sus fuegos. Tropezando a cada paso con las dificultades del terreno, las baterías llegaron al llano, que ocupaban ya las del primer rejimiento i que protejian a la tercera división batiendo los puntos de resistencia del enemigo.
 
Arrojado éste de sus primeras posiciones i rechazado punto por punto, se iba replegando sobre las alturas de Chorrillos, cañoneado sin cesar por la artillería de montaña que subía a la altura i descendía al plano con la misma facilidad que los infantes.
 
Como a las dos de la tarde, recibí de US. la orden de atacar el morro de Chorrillos, artillado con cañones de grueso calibre i en donde el enemigo, replegado con el resto de sus tropas, hacia la última i mas porfiada resistencia.
 
Para dar cumplimiento a esa orden, hice colocar a mil quinientos metros i en los potreros del valle, las brigadas de montaña del comandante González i del mayor Jarpa, que abrieron sus fuegos con acertadas punterías. Durante media hora recibieron los proyectiles de los cañones de grueso calibre del morro i los de un cañón de campaña montado en una locomotiva, que habia venido desde Lima a situarse en Miraflores.
 
A las dos de la tarde llegaban al combate las baterías de campaña de los capitanes Nieto i Montauban, rompían el fuego a dos mil doscientos metros del morro. US. fué testigo ocular de los magníficos disparos de la batería del primero de los capitanes. Cada granada era puesta en el blanco. En breves instantes los cañones del morro dejaron de responder.
 
Con tan poderoso ausilio se pudo, a las tres de la tarde, arrojar de allí al último enemigo i dar término a uno de los mas grandes i gloriosos hechos de armas del siempre vencedor ejército de Chile.
 
El 14 fué un dia de descanso para la artilleria. Era necesario dar un poco de reposo a hombres i caballos, después de las vijilias i contrariedades de tan ruda i larga jornada.
 
El 15 a las cinco de la mañana, de orden de US., puse en movimiento la artillaría de campaña i practiqué un reconocimiento de las posiciones del enemigo en Miraflores. Me acompañaron los oficiales de esta comandancia jeneral. Me acerqué cuanto fué posible i pude convencerme de que los peruanos se movían hacia nosotros, ocupaban sus trincheras i se alistaban para la resistencia i el ataque. Trenes cargados de tropas llegaban segundo por segundo de Lima.
 
Cuatro horas mas tarde, la artillería de campaña de ambos rejimientos tomaba colocación en distintos potreros, cuatro o cinco cuadras a vanguardia de la tercera división, la mas avanzada i que acampaba en Barrancos. Para ello fué preciso romper paredes, arreglar el terreno i cortar en muchas partes el espeso ramaje que impedia la vista i el paso de los proyectiles.
 
Convencido como estaba de que el enemigo observaba nuestros movimientos i podia, en cualquier momento darnos un golpe de mano, puse estos hechos en conocimiento de US. i pedí, en repetidas ocasiones, la inmediata protección de la artillería, desde la primera hora al alcance de las balas de rifle. US. ordenó entonces el avance de la tercera división i autorizóme para dar a la infantería la colocación que creyese prudente i necesaria.
 
A las doce, debo confesarlo, volvió un tanto la tranquilidad a mi espíritu,—inquieto desde el amanecer porque veia al enemigo acercarse mas i mas sin encontrar delante de nosotros una línea que le opusiera fuerte resistencia,—cuando vi a la tercera división avanzar apresuradamente para servir de muro i defensa a nuestros cañones. Desde esa hora las líneas que se situaron frente a frente del enemigo, comenzaron a ser reforzadas por distintos cuerpos. Ya no habia que temer por la suerte de la artillería, colocada como he dicho a vanguardia.
 
Eran las dos i cuarto de la tarde i descansábamos tranquilos de las fatigas del dia, confiados en la tregua que, según voz jeneral, debia durar hasta las doce de la noche. De repente, el enemigo, seguro de herirnos, inicia el combate con una descarga cerrada de fusilería. La confusión i la sorpresa que reinaron en ese momento no se pueden contar.
 
La artillería contestó inmediatamente i el fuego se hizo por todas partes nutrido i jeneral. Al cabo de una hora, viendo las bajas que las balas hacia, i que el enemigo comenzaba a flanquearnos por nuestra izquierda, con verdadero peligro para los. cañones, ordené que algunos de éstos fueran puestos en mejor situación a retaguardia, para apoyar al ejército en caso de una retirada. Por otra parte, sus fuegos no podian ser bien dirijidos a causa del humo que envolvía el campo peruano i el nuestro i que no permitía ver quiénes eran hermanos o enemigos. Quinientos o mil metros mas a retaguardia las baterías recomenzaron el combate.
 
Hubo un momento, las cinco de la tarde, en que se me pidió con apuro la artillería de montaña para protejer el avance de la infantería, pero nada podia hacer desde que ella me habia sido quitada para ponerla a las órdenes de los jefes de división. En ese instante las baterías de los capitanes Errázuriz i Fontecilla aparecían haciendo fuego desde los cerros de nuestra derecha i del oriente de Lima sobre las fuerzas peruauas que pretendían flanquearnos por ese lado i que rechazó la brigada del señor coronel Barboza, protejida por las dos baterías nombradas, cuyo mando en jefe tenia el mayor don E. Gana.
 
A las cinco i media de la tarde, nuestro ejército era dueño de Miraflores i por consiguiente de las formidables trincheras que lo defendian.
 
En esta otra gran victoria, que cierra por hoi la era de triunfos del ejército, la artillería, señor, ha visto caer a muchos distinguidos oficiales i soldados. Desgracia es esa que solo encuentra su lenitivo cuando se piensa que han caido en su puesto i defendiendo noblemente su bandera. Pero hai una desgracia, sobre todas las desgracias, que nunca lamentaremos bastante: la muerte del capitán don José Joaquín Flores, pérdida irreparable para la artillería i de la cual nunca podrán consolarse los que tuvieron la honra de ser sus compañeros de armas. El capitán Flores, señor, no necesito de elojios, que hartas pruebas públicas dio en esta larga campaña de su bizarría, intelijencia i distinguidas dotes militares. Ojalá que la patria pueda apreciar mas tarde en lo que vale el sacrificio de tan noble hijo suyo.
 
También cayeron en el campo, como buenos, el teniente del primer rejimiento, don Luis León Caballero i el alférez don Ramón Ernesto Gaete. Las bajas de oficiales de la artillería son los tres muertos nombrados i doce heridos del segundo rejimiento, ademas de un contuso. El comandante Wood recibió una bala en el cinturón, salvándole el mango de su revólver. Tenemos también nueve artilleros sirvientes muertos i cincuenta i dos heridos.
 
No es posible, señor jeneral, recomendar particularmente a ninguno de los señores jefes, oficiales i soldados de la artillería. En las memorables jornadas del 13 i del 15 creo, i tengo la satisfacción de decirlo, que todos hicieron lo que han hecho siempre en esta campaña tan gloriosa para Chile.
 
Tenemos hasta ahora en nuestro poder cincuenta cañones de grueso calibre i cien de campaña i de montaña; mas de cincuenta mil granadas i balas; diez mil rifles; cerca de seis millones de tiros de fusil; un centenar de quintales de pólvora; i numerosos pertrechos i elementos de guerra.
 
Mui luego tendré el honor de pasar al estado mayor jeneral el parte detallado de todo lo consumido en las dos batallas últimas, i de incluirle las listas del personal que se encontró en ellas i de los animales inutilizados.
 
Al concluir, señor, creo de mi deber dedicar una recomendación especial a los jóvenes oficiales de esta comandancia jeneral que me han acompañado en las batallas de Chorrillos i Miraflores. En ambas cumplieron su deber con toda serenidad, intelijencia i actividad, a entera satisfacción del que suscribe.
 
Los oficiales a que me refiero son los siguientes:
 
Sarjento mayor Alberto E. Gormaz
Capitán             Roberto Ovalle Valdes
»                        Juan Brown
»                        Salvador Larrain
»                        Elias Lillo
»                        Emilio Vieytes
Teniente            Salvador L. de Guevara
»                         Anjel C. Bazo
»                         Alonso Toro H.
 
i capitán de corbeta don Alejandro Walker Martínez, que en Lima fué agregado a esta comandancia.
 
El parque, puesto a mis órdenes un dia antes de la batalla de Chorrillos, fué servido, sin embargo, con notable espedicion i celo por su jefe el mayor don Ezequiel Fuentes, el mayor don Pedro Herreros i los oficiales que servían bajo su dirección. En la batalla de Chorrillos cayó gravemente herido, en el momento de repartir municiones, el teniente don Roberto Aldunate Bascuñan, uno de los mejores oficiales del parque de artillería.
 
Dios guarde a US.
 
JOSÉ VELASQUEZ.
 
Al señor jeneral en jefe del ejército de operaciones.

Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 993.

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