[Ilustracion del ejército chileno a Lima, del 17 de enero de 1881]
LA GRAN VICTORIA.
(Editorial de El Mercurio del dia 22 de enero.)
Por fin la poderosa mano de Dios se tendió irritada i tremenda sobre la cabeza tan lijera como orgullosa de la nación peruana. Todo cuanto dijimos desde la primera hora de la lucha se ha cumplido al pié de la letra.
A una série de tan espléndidos triunfos en mar i tierra debia seguirse, i en efecto se ha seguido como lójica consecuencia, una gran victoria definitiva. ¡Lima está en nuestro poder!
Las batallas de Chorrillos i Miraflores son dos hechos de armas que levantan la bien sentada fama de nuestros soldados a una altura a que no ha llegado hasta ahora en este continente ejército ninguno.
Para comprender lo que la rendición de Lima significa como gloria militar es preciso tener en cuenta muchos antecedentes, muchos hechos de complicadísimo encadenamiento, i aun asi, siempre quedará, mientras la historia no venga a iluminarnos por completo, cubiertas con opaco velo, infinitas circunstancias i peripecias que, cuando se conozcan a fondo, realzarán mas i mas los laureles inmarcesibles de esta grandiosa campaña. ¿Quién sino nosotros los chilenos, que sabemos el empuje de nuestros bravos, pudo jamas imajinar que 25,000 hombres, ayer no mas pacíficos trabajadores, habian de penetrar hasta el corazón del Perú después de destruir un ejército de 45,000 soldados provistos de todas armas i de todos recursos, i favorecidos con cuantos elementos de defensa son dables a un pueblo que ha tenido tiempo i medios de sobra con que organizar la mas invencible resistencia?
Se recordará que el vicario castrance señor García en la San fiesta de conmemoración de la batalla de Ayacucho, despues de bendecir los sables, los fusiles, lanzas, cañones i máquinas infernales, decía: «¡Soldados del Perú! Tenéis todo lo que la ciencia moderna ha inventado para defender la patria i esterminar al enemigo. Nada os falta, porque elgrande hombre que rije nuestros destinos lo ha previsto todo, lo ha organizado todo. Corred, pues, a la lid, que el Dios de las batallas está con vosotros para aniquilar hasta el último de los bárbaros invasores.»
Dicho esto, bendijo el señor vicario castrense la espada de Piérola; i éste, levantándola en alto, pronunció aquella célebre proclama, en que cada palabra es una promesa de victoria i un cántico de gracias a la Providencia por los triunfos que en su justiciera sabiduría tenia reservados a la heroica nación peruana i a su menos heroico dictador.
¡I bien! ¿En qué ha venido a parar todo ese grandioso edificio en que el dictador don Nicolás de Piérola cifraba su orgullo i sus esperanzas?
¿Ha aplastado siquiera, al derrumbarse, a los filisteos, como lo juró tantas veces el Sansón peruano?
¿Qué fué de aquellas lejiones invencibles para quienes morir por la patria era no solo un compromiso solemne sino la mas perfecta dicha?
¿Qué se hicieron aquellos doscientos cañones preñados de viudez i de orfandad para los chilenos?
¿En dónde están aquellas mil quinientas minas de dinamita cuyos hilos eléctricos tenia el dictador en su diestra para sacudirlos en el momento mas rudo de la pelea i hacer volar por los aires, divididos en pequeños fragmentos, a los insensatos profanadores de la tierra mil veces bendita de los Incas?
¿Qué fué de aquel ardimiento bélico, de aquel frenesí de destrucción, de aquel entusiasmo cívico que la historia del mundo debia guardar en sus anales para ejemplo i consuelo de la humanidad?
¿Qué suerte han corrido esas lejiones de ciudadanos formados sobre el patrón de la Lejion Tabana que en la hora suprema deberían sellar con su muerte la fúnebre grandeza de ese país orgullo i sustentante de la América?
¿En qué rincón están escondidos esos plumarios llamados Aramburú, Jaimes, Chacaltana, Reyes Ortiz, Neto, Perillán Buxó, Obin, etc., etc., que durante dos años no han cesado de insultar i calumniar a Chile, en sus hombres públicos, en sus ejércitos, en sus matronas, en sus mismos mártires?
¿Qué poder tuvo al fin esa bendición del vicario castrense a quien en sus místicos arrobos el Dios de los ejércitos se le apareció mas de una vez ofreciendo su divina protección a la noble nación peruana, a esa hija predilecta del cielo por sus virtudes ejemplarisimas?
Lo que fué todo aquello ya se ha visto: un desengaño horrible, el mas tremendo de los castigos.
Aun para los que no creen en Dios este acontecimiento no puede menos de significar algo mui superior al esfuerzo humano.
El Perú desde los dias de su emancipación no ha hecho mas que agotar su savia en desórdenes que le han valido el renombre de Sodoma americana.
No ha tenido, salvo raras escepciones, gobernantes medianamente honrados i hábiles, sino esplotadores ruines i torpes tiranuelos.
Sus ejércitos no han servido sino para entronizar el crímen i llevar el espanto a la sociedad.
Sus riquezas, en vez de darle holgura, crédito i progreso, le han pervertido i estragado a punto de no tener la menor fé en el trabajo i la virtud i hacerle esperar todo de la revolución i del desquiciamento.
Ha sido un escándalo viviente, un contajio siempre activo, una vergüenza constante, i lo que es peor, un peligro de todas las horas para sus vecinos.
Nación naturalmente falaz, rencillosa i trapacera, sus relaciones internacionales han tenido que ser una madeja de enredos i bellaquerías contra las cuales no quedaba otro recurso que, o tolerarlo todo, como nos sucedió a nosotros durante veintiún años, o dar al traste con la condescendencia i lanzarse por la vía de la reparación i del castigo.
Hé ahí pues el por qué de esta guerra i de estos triunfos, que a la vez que acarician nuestro amor nacional vendrán a ser la redención futura del Perú porque son su enseñanza i su pena.
Forzado a reconocer que ya no puede vivir sino del trabajo i de la honradez, será trabajador i honrado.
Desengañado de su fuerza, que creyó poderosa i solo es impotencia, será en adelante circunspecto i previsor, virtudes ambas que le reconciliarán con los países a quienes tanto ha provocado con sus perfidias i sus insolencias.
Curado, en fin, de su monomanía de creerse la gran potencia del Pacífico, tratará de buscarse reposo, consideraciones por su modestia, simpatías por el ejercicio de prácticas que no han estado jamas en uso ni en su réjimen político ni en su modo de ser social.
I rejenerado por el escarmiento que tan duro ha sido para él, sacará provecho de su riqueza natural, del injenio de sus hijos, de las mil condiciones de fortuna con que lo ha agraciado la naturaleza.
Por lo que hace a Chile, su gloría, al dar remate a la campaña con la rendición incondicional de Lima, es inmensa i no podrá nación alguna del mundo arrebatársela.
Ha vencido a dos repúblicas de tres millones cada una. Ha destrozado cinco ejércitos: el de Buendia en Pisagua i Dolores; los de Montero i Campero en Tacna i Arica i los dos o tres con que Piérola se prometía vengar a su patria i resarcirla con usura de todas sus pérdidas. En el mar ha destruido la escuadra peruana, arrebatándole dos naves i echando a pique la que pasaba por la mejor de ellas.
Por último, la bandera chilena flamea hoi desde el Estrecho de Magallanes hasta Lima i en todo ese larguísimo trayecto lo acompañan la admiración de los buenos i la confianza de los que viven a su sombra.
¿Puede haber mayor gloria? ¿Hai nación alguna de América que haya conseguido otro tanto?
Tenemos derecho para enorgullecemos del esfuerzo titánico de nuestro suelo. Ha dado cuanto tenia, i su sangre, que aun está fresca en los campos de batalla, acredita que la dio sin tasa i sin mas ínteres que servir a la patria idolatrada.
Al pensar solo en esto se conmueve hasta la última fibra de nuestro ser, haciéndonos sentir en toda su intimidad todas las variadas emociones del deleite.
«Si se me diese a escojer una patria, decía Lauartine, escojeria yo a la Francia a pesar de lo que me ha hecho sufrir.»
Igual cosa decimos nosotros i lo dirán todos los chilenos ardiendo en santo amor por Chile.
Solo falta ahora que la paz solemnemente ajustada haga volver al hogar a los veinte mil brazos que abandonando de repente el combo, la azada i el arado, manejan hoi el fusil como veteranos.
¡Qué dia será aquel de regocijo i de premio!
Todo cuanto se haga para corresponder a nuestro ejército sus innumerables fatigas será corto; ha merecido todo, i es preciso pagarle con largueza, que nunca será bastante, lo que se le debe.
Para nuestros jefes, que han sido modelo de lealtad i pundonor, el congreso i el gobierno sabrán hacerse intérpretes de la voluntad del país que es en este punto unánime.
Premiemos, pues, a esos bravos que tanto lustre han dado a Chile!
Entre tanto la plegaria de tres millones de chilenos sube al cielo por ellos.
¡Qué hermoso espectáculo! ¡Chile entero llorando de agradecimiento por sus hijos que le han dado el primer puesto entre las naciones de América!
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 975.
Y que penosa la respuesta a tan encendidas palabras!!!! la pobreza y el abandono a los héroes retornados. El pago de Chile, una vez más.
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