[Fotografia de Luis La Puerta]
Conciudadanos:
Nuestras armas terrestres y marítimas han sufrido desastres parciales en el Sur de la República.
Habiéndonos Chile declarado la guerra en Abril, sorpresiva y alevemente, el Perú, que descansaba en la fe de una nación que nos había manifestado siempre un afecto mentido, estaba desarmado: lo que ahora sucede pudo y debió suceder al principio de la guerra. No tuvo lugar entonces por la impericia del Gobierno y de las armas chilenas. Si hoy comienzan las hostilidades efectivas, regocijémonos de ello. El Perú, pueblo viril y celoso como el que más de su honra, desplegará en la acción todo el valor y toda la energía que lo caracteriza.
Peruanos:
El Gobierno cuenta hoy con elementos bastantes para vengar la ofensa que se ha inferido a la patria, y las vengará, no lo dudéis. Efímera será la ocupación del territorio por fuerzas chilenas, como al fin resultarán efímeras las pequeñas ventajas que han obtenido por el momento. Tenemos soldados, tenemos armas, y pronto tendremos elementos de otro género. Los recursos del país son inagotables, como son inextinguible su patriotismo y su ardor bélico.
Fe y confianza en el porvenir; agrupaos en torno del Gobierno y pronto veréis surgir ejércitos y armadas que se harán temibles por su valor y heroísmo en los combates.
Conciudadanos:
La capital, centro indispensable para la formación de nuestros ejércitos, verá en breves días desfilar de sus cuarteles legiones numerosas que, engrosadas en su tránsito al cuartel general del Sur, darán a éste la seguridad del poder para destruir al enemigo.
Peruanos:
Todos de pié y con la fe de la victoria. De mi parte os prometo que nuestros enemigos serán arrojados en el tiempo preciso de nuestro territorio y de nuestros mares.
LUIS LA PUERTA.
Lima, Noviembre 25 de 1879.
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EL COMITÉ DE DEFENSA NACIONAL AL PUEBLO.
El pueblo magnánimo, noble y generoso que, bajo el amparo de la divina justicia aceptó con resolución el reto de su desleal vecino, no pudo menos que tener la conciencia del triunfo de su causa, esperando que victoria tras victoria, coronarían su frente levantada con orgullo, ante los principios de honor nacional y de civilización universal, para anatematizar el insulto de filibusteros cobijados bajo la sacrílega bandera de reivindicación.
El poder estaba en su brazo; la altivez en su semblante; en su corazón la confianza; por manera que a un fin glorioso debía ser guiado surcando los mares, recorriendo la tierra al son del heroísmo y a paso de vencedores.
Pero, para quien por un momento se detenga en reflejar ese bello propósito sobre el espejo de la realidad, seguramente el triste cuento de los reveses, en más de un momento, habrá dado motivo para sentirse herido más y más, a medida que errores, desaciertos y crímenes van descubriéndose en la reflexión.
De todo lo que se siente y se presiente, resulta que la República está al borde del abismo, y el momento serio, muy serio, llega en que la cuestión de vida o muerte es el tema del porvenir.
Salvar, pues, la existencia de la querida patria, es el espíritu que anima a los ciudadanos, cuyo prospecto va en seguida: llamando mediante él, a la familia peruana a agruparse para escoger los medios de volver a la vida; o al menos, para que no falte el supremo esfuerzo que detendrá el juicio del mundo entero, si por la naturaleza de los hechos se tentara a escribir para nuestra vergüenza en las playas de Iquique y en la cumbre de San Francisco: “Todo ha perdido el Perú, inclusive su honor”.
No. El Perú salvará su honor, cueste lo que desechará de entre sus hijos a los culpables que lo han entregado o que piensen en entregarlo, y combatirá contra todos los elementos, sin omitir medio alguno, hasta llegar a colocarse a la altura que le corresponde.
ACTA.
Los ciudadanos infrascritos, haciendo uso de la garantía que les acuerda el artículo 29 de la Constitución Política del Estado, se comprometen por la presente, dentro de los límites de la citada ley; y al efecto invitan a los ciudadanos de esta capital a constituirse en una asociación permanente, durante la actual guerra con la República de Chile, bajo la denominación de Comité de defensa nacional, con el fin de contribuir todos y cada uno de los asociados, por cuantos medios lícitos estén a su alcance, a la recuperación de la honra nacional e integridad territorial que han sido holladas por las armas enemigas; reservándose discutir y excogitar aquellos medios en las reuniones posteriores que tuviere a bien celebrar la Junta Directiva del Comité, que se elegirá oportunamente por la mayoría de él.
Los medios que acordare el Comité de Defensa Nacional con el objeto expresado, previas convenientes discusiones y votaciones, serán consignados en un acta, que se elevará al Supremo Gobierno en los casos en que su realización requiera la acción oficial.
En la ciudad de Lima, a los 26 días del mes de Noviembre de 1879.- (Siguen las firmas.)
En la sesión de hoy, fue aprobada por unanimidad, la siguiente proposición:
Considerando:
1º Que en cada palmo de tierra que cubre el pabellón peruano, está el asiento de la honra e integridad nacionales, cuyo legado nos viene del heroísmo de nuestros padres para trasmitirlo sin menoscabo ni mansilla a nuestros hijos;
2º Que por nuestro pacto de concordia o Constitución del Estado, el ceder la menor porción del territorio a poder extraño, es el más negro crimen de lesa Patria;
3º Que aun cuando no existiera tal disposición, el hecho sería ante el sentido común, de Inconsecuencia inexplicable hacia los que nos dieron su sublime ejemplo de la independencia, a la vez que sería una defraudación a los que nos pedirán estrecha cuenta en la posteridad;
4º Que declarada una guerra contra el Perú, cada ciudadano no tiene derecho para tomar en cuenta su fortuna y su vida, sino como secundarias a la salvación de la República y al triunfo de su cansa;
5º Que si los simples ciudadanos no tendrían disculpa para eximirse de tal obligación, mucho menos la tienen los que forman su centro con el carácter y con ha responsabilidad de autoridades;
6º Que éstas, colocadas al frente de los pueblos en los supremos momentos del sacrificio, son en realidad sus centinelas avanzados; y el abandonar a éstos a su suerte en tal lance, equivale a la deserción en campaña, frente al enemigo, en un centinela de facción;
7º Que por el recuerdo de las víctimas de Pisagua, Mejillones y Huanillos, y por la sangre del inolvidable Grau y sus valientes compañeros, nos llenaríamos de mayor ignominia con cualquier hecho innoble, porque reduciría de una vez el precio de sus vidas a la insignificancia de los sacrificios estériles;
8º Que a pesar de tales consideraciones e innegables razones, nuestro territorio, en el puerto de Iquique, fue entregado por las autoridades peruanas a los cónsules extranjeros, sin que siquiera hubiera habido previa fórmula de intimación por parte del enemigo; como si el sagrado suelo de la patria se hubiese convertido en res nullius, y nuestros hermanos en propiedad transmisible, peor que parias, peor que los esclavos vendidos por la moneda convencional de la traición.
Por todas estas poderosísimas razones, hemos acordado protestar, como en efecto
PROTESTAMOS
en nombre de nuestro pabellón humillado; en nombre de la Constitución del Estado; en nombre de nuestros padres y de nuestros hijos; en nombre de nuestro deber como ciudadanos; en nombre del honor de la autoridad; en nombre del honor militar; en nombre de la sangre y de las victimas del patriotismo; en nombre de toda dignidad y de todo derecho, contra la entrega del puerto de Iquique a los cónsules para que éstos se lo entregaran, como en efecto lo han entregado a nuestros enemigos; y a más pedimos que sean juzgados con todo el rigor de las leyes los autores y sus cómplices para sufran inmediatamente el ejemplar castigo que merecen.
Lima, Diciembre 3 de 1879.
Fuente:
Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de
todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones
referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y
Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia Tomo II,
Imprenta i Lib. Americana de Federico T. Lathrop, Valparaiso, 1885, P. 397.
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