(De El Comercio de la Paz.)
Abril 19 de 1879.
Ayer, ante la imponente majestad que presentaba, no diremos un ejército sino un pueblo reunido, al pié de los majestuosos Andes i en la misteriosa altiplanicie, cuna de pueblos cuya historia se ha perdido, contrajimos con nuestros compañeros el compromiso de escribir una relación de la salida del ejército nacional. El entusiasmo nos hizo creernos capaces de semejante empresa. Después de la reacción natural a tanta emoción, nos trajo el dolor a la realidad i al sentimiento de nuestra impotencia. Renunciamos, pues, a nuestro propósito. Conocimientos del tecnicismo del arte de la guerra, pluma ejercitada a espresar con el pobre medio del lenguaje humano lo que el alma siente: mas que todo, ánimo frió i sereno para observar impasible tan sublime espectáculo en su conjunto i en sus detalles, son menester para hacerle justicia.
Espectáculo que nuestra jeneracion ve por la primera vez, ¡quiera Dios lo sea por la última! El de una nación armada que sale en defensa de su honra i hacienda.
Solamente un chileno podría dar cuenta de lo que pasó ayer. Todo otro americano tenia el alma demasiado conmovida para observar filosóficamente lo que sucedia a su vista e historiarlo concienzudamente. Con cuanta mas razón un indio boliviano, descendiente como el peruano de esa grande i civilizada raza quechua, de la que no desciende el chileno, hijo espúreo del presidario i de la hembra del salvaje araucano.
Desde la media noche se movía en todo sentido el pueblo a fin de facilitar la pronta marcha del ejército.—Los cuerpos dejaron sus cuarteles, llenos de brío i bélico ardor.— Aun recordamos la espartana arenga del jefe del Rejimiento Murillo a sus compañeros en la puerta del cuartel— «Valientes hijos de Murillo, juremos nuevamente vencer o morir.»—A lo que respondió en formidable coro:—«Lo juramos ante Dios i la patria.»—I como carecían de banda, estos heroicos muchachos entonaron ardientes el glorioso himno nacional.—En efecto, el valor i la sensibilidad se ligan íntimamente i solamente el cobarde es frió i feroz. —La música es un elemento esencialmente marcial.
Formados los cuerpos en la plaza a las diez de la mañana, les dirijió S. E el capitán jeneral, con la elocuencia varonil que le caracteriza, una proclama llena de nobles i honradas ideas.
Habló de la justicia de nuestra causa, del valor inútil sin la subordinación i la disciplina, del honor, del deber, de todas esas ideas que conmueven las fibras del alma en los momentos supremos. Manifestó al pueblo el imperioso deber que tenia de conservar el orden interior mientras sus hermanos derramaran su sangre por salvar la honra nacional en el esteríor.—Hizo constar con lejítimo orgullo la unión íntima de todos los bolivianos alrededor del pabellón nacional, la desaparición de todos los partidos que tanto han desangrado esta pobre patria, que sin ellos ostentaría hoi sino mas entusiasmo, mas grandes medios materiales para aplastar al común enemigo de América. Quizá recordaba en esos momentos que ahora medio siglo rompian infames traidores el brazo del vencedor de Ayacucho, dejando funesta simiente que solamente esta guerra puede eradicar, pues los bolivianos no somos traidores.
Pues en movimiento el ejército, salió con dificultad por en medio de calles atestadas de jente de todas las clases sociales, de lágrimas, de flores, de sonrisas, de hurras atronadores; marchaban casi confundidos el soldado i el paisano incapaz de servicio activo, la delicada señorita i la humilde i heroica rabona, hasta el alto de la Garita, donde nos detuvimos largo tiempo. S. E. el capitán jeneral, conocedor del corazón humano, comprendía la necesidad de dar espansion a sentimientos tan lejítimos. Ese adiós fué sublime. ¡Quién lo describiría! Honor a las matronas bolivianas que han sabido dominar su amor i sus temores sobreponiéndose a todo ante el sagrado deber que impone la patria, aun al mas débil de sus hijos. Honor a los guerreros que disimulaban con forzada sonrisa el dolor que les causaba la separación, por el pensamiento de lo que sufrirían los seres queridos que dejaban preocupados con los riesgos que correrían.—¡Honor a todos!—En medio de tales i tan encontradas emociones reinaba el mas perfecto orden, la mas perfecta disciplina. La escena era digna de los buenos tiempos de Roma.
Y no fué este adiós el último. Nos siguieron nuestros hermanos i hermanas hasta el alto. Allí nuevas emociones pronto vencidas. A la una i cuarto se puso el ejército en marcha; i los que, sea a cuidar del orden o a preparar nuestra marcha para incorporarnos al ejército, tuvimos que ver alegres i tristes a la vez, volteando el alto vimos que nuestra ciudad querida, la cuna de Murillo, estaba coronada de un arco iris tan hermoso como rara vez lo hemos visto i que nos presajiaba pronta i feliz conclusión de la campaña.
Dominados aun de la impresión de tan consolador espectáculo borrajeamos estos renglones en la cartera. Los mandamos a la prensa. Son indignos del dia de ayer, mas son el eco fiel de lo que nuestra alma sentía en esos momentos. Y entretanto algún filósofo que impasible contemplara tan conmovedora escena, no diria para su capote: «Es posible, Dios mió, que sea necesario gastar tantas lágrimas i tanta sangre, sacudir la América española de estremo a estremo i detener la marcha de la civilización i el progreso solamente porque Chile tiene sus finanzas en mal estado i no ha encontrado medio mas sencillo de restablecerlas que el apoderarse de los tesoros del litoral boliviano, contando con su aparente debilidad?»
Muera Chile!
Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos
oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra
que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo
documentos inéditos de importancia Tomo I, Imprenta del Progreso, Antigua Seccion de Obras i Encuadernacion del Mercurio, Valparaiso, 1884, P. 203.
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