[El regimiento 2.° de Línea en Lurin, óleo de Juan Crass Carter]
(El Mercurio, Abril 2 de 1879.)
Al saberse ayer aquí que el honorable Consejo de Estado por unanimidad de votos habia acordado declarar inmediatamente la guerra al Perú, una emoción de gozo indescriptible se apoderó de todos los corazones.
La incertidumbre, la tardanza, lo enigmático de la situación, eran un tormento para el patriotismo, cuyas impaciencias no reconocen freno cuando se ve que a medida que el peligro avanza retrocede la acción que debe conjurarlo.
Hoi ya, por misericordia de Dios, el velo que cubría nuestra vista ha caído hecho pedazos a nuestras plantas, dejándonos al descubierto al pérfido enemigo que no contentó aun con venirnos engañando con sus insidiosas seguridades de afecto, quería darse el placer de saborear las torturas de nuestro orgullo i nuestra paciencia.
Es preciso que los documentos que ha tenido en vista el Consejo de Estado sean mui poderosos para obligarle a proceder como lo lia hecho. Se nos dice que las piezas enviadas por nuestro Ministro en el Perú, entre las cuales se halla la copia del tratado secreto con Bolivia, son abrumadoras; que en ellas está patente la maquiavélica conducta del ex-Presidente Pardo i no menos visible la política del hombre que hasta ayer no mas creíamos un dechado de lealtad i de hidalguía.
El jeneral Prado, al enviarnos al señor Lavalle con propuestas de mediación mientras que por otro lado maniobraba para hacernos caer en alevosa emboscada, ha procedido como el digno jeje de un gobierno que por sus infidencias características, su proverbial falta de honradez i carencia absoluta de todo decoro, es la piedra de escándolo de todos los países de Europa i América.
El reto ha sido alevoso, lo mas aleve que puede concebirse; aceptémoslo, pues, i en nombre de Dios i de la patria corramos a vengarnos!
Pero es preciso que la venganza sea tan terrible como el insulto; que los dejenerados descendientes de los incas reciban el castigo que merecen por su traición cobarde, por su envidia ruin, por sus odios inveterados i gratuitos contra Chile, que jeneroso i magnánimo corrió por dos veces a libertarlos del ignominioso yugo que los oprimía; que aun después de los mil i un motivos de resentimiento perdurable voló a interponerse entre la España poderosa i su desleal hermano, sin acordarse de que no tenia para defenderlo otras armas que su coraje.
Valparaíso fué bombardeado, reducidos a cenizas sus magníficos almacenes de aduana, i todo ese sacrificio no tuvo mas causa que nuestro necio afecto por el Perú, por esa República que no ha cesado desde los días de la independencia de trabajar sordamente por nuestra ruina.
Pero todo esto que habría para siempre encadenado con lazos de indisoluble gratitud a la nación menos sensible i noble, ha sido como escribir en el agua, peor que eso aun: fundamento para acrecentar el odio tradicional i hacer mas esplosivas las susceptibilidades de su rencoroso amor propio.
¿Qué podemos entonces esperar del Perú? ¿Qué nos concite, valiéndose de las cabalas de su artera diplomacia, la animadversión de la América? ¿Qué sea el auxiliar de Bolivia para hacerse pagar bien caro por ella su auxilio aun en caso de derrota e imponernos a nosotros la lei, si la suerte de las armas nos fuese adversa?
Eso es lo único que del Perú podemos esperar. De consiguiente, es preciso aplastarlo, reducirlo a la impotencia de hacer el mal: i que lo conseguiremos es una idea encarnada en el espíritu de todos los chilenos, que para esa obra no habrá sacrificio por que no pasen ardiendo en santo i varonil entusiasmo.
A estas horas quizás las Cámaras habrán aprobado el acuerdo del Consejo de Estado. ¿Qué nos queda que hacer entonces? Correr todos a ofrecer en los altares de la patria querida todo lo que poseemos: dinero i sangre tenemos de sobra; derramémoslos pues sin tasa, si es preciso, para defenderla.
Nuestro suelo produce soldados heroicos con la misma fertilidad que el Perú lúcumas i chirimoyas; convoquémoslos en nombre de la patria i correrrán a alistarse en tropel, serán veteranos en unos cuantos días, i en unos cuantos días también podrán caer como el rayo sobre las afeminadas lejiones que vienen a provocarlos.
Si se necesitan mas buques, mas armamento, etc., cómprese todo sin regatear, i todo vendrá a nuestras manos antes que los tan cacareados pertrechos del enemigo.
El Perú nos lleva la ventaja de la premeditación, pero nosotros les llevamos la del denuedo, la del empuje irresistible de nuestros soldados, en cuyas venas circula la sangre de fuego del español mezclada con la lava de los volcanes de Arauco.
Pizarro degolló como a ovejas en la plaza de Lima a los miles de indios que custodiaban el palanqnin de Atahualpa; Valdivia no pudo matar un solo araucano impunemente; aquellos eran menos que mujeres, éstos mucho mas que hombres, eran todos titanes del patriotismo. Las afiladas tizonas españolas se mellaron en el pecho de granito de los hijos de Chile, mientras que en la sedosa piel de los incas no hicieron mas que afilarse mas.
Siendo ello así ¿qué nos importa que sus ejércitos se dupliquen; que sus naves de guerra cambien su vieja artillería por poderosos cañones; que sus buques de madera vuelen como las gaviotas; que sus cholos se preparen bebiendo vino con pólvora para la matanza; que los bribones de la prensa de Lima destilen inmunda hiél; que el jeneral Prado, convertido en pobre manequí de los populacheros, no descanse en animar con .su presencia i sus consejos el simulacro de los combates contra las boyas i los espanta-pájaros que sirven de blanco a los fusiles i la artillería de su terrible ejército?
¡Nada! ¡nada! Venceremos al Perú i a Bolivia juntos, i los venceremos, primero porque nuestra causa es justa, i segundo porque nuestros blindados no llevan a su bordo mercenarios estranjeros, sino patriotas, i porque nuestro ejército de tierra sigue un estandarte que hasta ahora no ha sido profanado nunca en los sesenta i tantos años que lleva de existencia.
¡A la guerra! ¡a la guerra, pues! No puede asistirnos el menor escrúpulo ni sombra de remordimiento.
Hemos hecho cuantos esfuerzos son imajinables por evitar una colisión con el Perú. Los mismos diarios de Lima nos enrostran la cobardía de haber hasta ahora soportado sin murmurar las altivas insinuaciones de nuestros vecinos, i en fin la América entera sabe i puede decirlo que a trueque de no comprometer nuestra paz i nuestro crédito, nos hemos llevado durante cuarenta años sufriendo pacientemente todas las intemperancias de los Gobiernos i pueblos con quienes hemos tenido litijios de intereses.
Nuestra diplomacia ha sido el Calvario de Chile.
El cáliz de la hiél lo hemos bebido hasta las heces.
No se podia ya aguantar mas, so pena de descender hasta el último escalón en el concepto del mundo i esponernos a todas las injurias de pueblos que son mui inferiores en todo i por todo al nuestro.
La guerra al Perú i a Bolivia no solo es de imprescindible necesidad por el honor, sino de indeclinable deber para sincerarnos ante la opinión de la América, que, por lo visto, cree que entre nosotros se ha borrado hasta el recuerdo de lo que fuimos.
Ante semejantes consideraciones no hai sacrificio que duela; por el contrario, todos son i deben ser gratamente aceptados.
La sacudida, lejos de debilitarnos, nos prestará mas vigor.
La larga paz enerva, afemina los caracteres, embota las susceptibilidades jenerosas del orgullo i concluye por hacer olvidar a los pueblos que el honor es el primero de sus elementos de vida.
Si nuestros recursos pecuniarios son cortos para la empresa, en cambio tenemos hoi un continjente de fuerzas con que no contábamos, i es el ardimiento patrio, para el cual no hai egoísmo que valga, ni nada costoso, ni nada imposible.
La gloria nacional es una pasión que vivifica, que depura los corazones, que ilumina los espíritus, que hace de un país aletargado por la miseria o por los vicios un centro de luz, de trabajo, de fraternidad, de todas esas virtudes que solo brotan al choque de los grandes aprestos.
Hé ahí el lado bello de la situación que no debemos perder de vista para que la esperanza tiernamente acariciada en todas las almas, centuplique nuestras fuerzas i nos dé la espléndida victoria que necesitamos.
¡A la guerra! ¡a la guerra, pues! I el Dios de las batallas nos protejerá como protejió a nuestros padres en las jigantescas luchas que sostuvieron para legar a Chile, su patria adorada, el esclarecido nombre que lleva.
Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos
oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra
que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo
documentos inéditos de importancia Tomo I, Imprenta del Progreso, Antigua Seccion de Obras i Encuadernacion del Mercurio, Valparaiso, 1884, P. 208.
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