Hemos dicho que las divisiones de Ramírez i de Arteaga, tan pronto sintieron los primeros estampidos del cañón, a pesar de su postración i cansancio, se lanzaron de trote en demanda del campo en que se debatía ya la suerte de Santa Cruz i de los suyos; más, era tal la fatiga de aquellos soldados i tan ardiente i quemante el sol de aquella mañana, que sólo después de sesenta minutos de forzada i rápida marcha, pudieron la brigada de Marina, el Chacabuco i el 2º de Línea llegar a la zona del fuego, para salvar los restos de nuestra vanguardia.
Eran más o ménos las nueve i media A. M. cuando el comandante de la Artillería de Marina, don José Ramón Vidaurre, disciplinario i valiente oficial ordenaba al capitán Silva Renard desplegase en guerrilla su compañía, con el fin de despejar en cuanto fuese posible el campo i poder emplazar las dos piezas Krupp del teniente Besoain i las de bronce, sistema francés, del capitán don José Gregorio Díaz.
I tan pronto como se efectuó el despliegue del capitán Silva Renard, rompió sus fuegos este cuerpo, teniendo a su frente a su segundo, don Maximiano Benavides i a toda su brillante oficialidad, entre los cuales se hicieron notar por su valor i pericia el sarjento mayor don Guillermo Zilleruelo, los capitanes don Gabriel Álamos, don Félix Urcullú i don J. M. Moscoso; el teniente don Elías Yáñez i el sub-teniente don Manuel Blanco, que haciendo lujo de valor í desprecio por la vida, levantaron bien en alto los fueros de su rejimiento junto con la bandera inmaculada de la Patria.
La Artillería de Marina, no hai para qué decirlo, era un cuerpo veterano, i sus jefes, los señores José Ramón Vidaurre i don Maximiano Benavides, eran viejos soldados que venían sirviendo desde antaño i que tenían anotadas en su hoja de servicios más de una acción de guerra.
Su oficialidad era escojida; i en este duro trance dió pruebas evidentes de su amor a la Patria i a su bandera.
Lo repetimos, Vidaurre lanzó a su frente al capitán Silva Renard que entró al fuego desplegándose en guerrilla, pero con tan mala fortuna que casi instantáneamente fué gravemente herido.
Tras Silva Renard se desplegaron en batalla las demás compañías de la Artillería de Marina, más, no completas, porque los rezagados de este cuerpo, como en todos los de la División, eran numerosos.
La línea de ataque se formaba bajo un fuego mortífero; i sólo hombres de hierro como el comandante Benavides i su ayudante don Miguel Moscoso, corriendo de aquí para allá, alentando gritos i vivas a Chile, a sus soldados los capitanes don Gabriel Álamos i don Félix Urcullú i demás oficiales podían soportar tan espantosa faena.
El fuego era abrumador; el enemigo estaba ensoberbecido; era inmensamente superior en número i bien amunicionado e intelijentemente dirijido, no trataba ya de mantener sus posiciones sino que, al contrario, preparaba ahora un movimiento envolvente, de flanqueo, por la derecha de la Artillería de Marina, cuando apareció el Chacabuco con el comandante don Domingo de Toro Herrera a su cabeza, a reforzar i formar línea de combate.
El Batallón Chacabuco, imitando a la Artillería de Marina i teniendo presente lo apremiante de la situación, no esperó juntar toda su jente; i su comandante, don Domingo de Toro Herrera, se lanzó a la pelea con los primeros doscientos cincuenta hombres que pudo juntar.
Avanzó “sin esperar a los rezagados” porque se trataba de salvar a los Zapadores, rejimiento con el cual los chacabucos eran como hermanos; i eso, i el deseo de entrar pronto al fuego, hizo que el denodado comandante Toro Herrera lanzara sobre el enemigo a su cuarta compañía con el capitán don Carlos Campo, a su cabeza, i él, en seguida, se precipitó como una tromba sobre el enemigo, con el resto de su batallón.
I el capitán, don Carlos Campo, al oír la voz de su jefe desplegó su compañía en guerrilla i ayudado por sus oficiales, tenientes señores Francisco Javier Lira i Enrique Lorca i subtenientes José Francisco Concha i Valeriano Donoso, rompió el fuego situándose a la derecha de la Artillería de Marina, pero, un poco más avanguardia.
De capitán a corneta pasaban lista de revista en la 4ª de Campo, 103 hombres, pero, en ese momento, esa compañía no presentaba al fuego sino unos 70 a 75 soldados; los demás hasta llegar al número anotado fueron poco a poco incorporándose a la línea de fuego, de muerte í de gloria.
Por espacio casi de un cuarto de hora la 4ª sostuvo i contuvo el empuje del ala izquierda peruana, es decir, impidió el avance del Zepita que en persona acaudillaba el mismo don Andrés A. Cáceres, dando así tiempo para que el Comandante Toro Herrera i el Mayor don Polidoro Valdivieso, lanzasen a la línea de combate a los capitanes don Roberto Ovalle Valdes i don Manuel Jerman Echeverría, que mandaba respectivamente la 1ª, 2ª i 3ª compañía.
La línea de batalla del Chacabuco quedó al fin formada, pero, no con los 455 hombres de su dotación o más bien dicho, de los chacabucos presentes en Tarapacá, sino por unos 250 a 280 hombres; que los demás tomados por la inmensa fatiga de dos días de marcha, sin agua, fueron poco a poco entrando en pelea más tarde.
Más, los peruanos que estaban ocultos, rompieron, de repente sus fuegos sobre el Chacabuco, a poco más de cien metros de distancia, i atacando con bríos al batallón chileno, trataron de envolverlo, llevando sobre él un ataque de frente i por su flanco derecho. Pero todo fué en vano, porque el Chacabuco hizo alto, i bajo el horrible i sostenido fuego que se le hacía por fuerzas dobles, consiguió al fin, formar su línea de batalla i avanzó resuelto sobre las posiciones peruanas.
El Comandante de Toro Herrera que por primera vez se batía, cosa que acontecía también a su batallón, tenía de Ayudante a un viejo soldado, a don Félix Briones, oficial de alientos, de carácter alegre i festivo i mui entendido en tramitaciones militares, i al subteniente don Luis Sarratea, i ayudado por ellos i llevado de su entusiasmo i de su santo amor a la patria, pudo organizar la línea, socorrer a sus primos, los Zapadores i sostener con bríos imponderables el avance de las veteranas i numerosas tropas enemigas.
El movilizado Chacabuco, primer cuerpo cívico que se formó en 1879, recibía su bautismo de fuego en una pila bautismal en que, si no había agua, ni santos óleos con que perdonar el pecado orijinal de aquellos bravos, había en cambio, pólvora, sed e innumerables enemigos a quienes combatir i vencer.
I nuestro Chacabuco, sin padrinos, i solo con la Artillería de Marina, sostuvo sus posiciones, i al fin de cuentas, salvó su nombre, su honor i sus banderas, en aquella hecatombe famosa que se denomina Tarapacá i en que se peleó únicamente por salvar la honra i gloria de Chile i para recibir su bautismo de fuego.
Fuente: Molinare, Nicanor, Asalto y toma de Arica : 7 de junio de 1880, Impr. de "El Diario Ilustrado, Santiago de Chile, 1911, P. 23.
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