[Estado con Merced. 1880. Colección de Fotografía. Museo Histórico Nacional]
En 1882, Santiago tenía el aspecto de una aldea, con escasas manifestaciones de actividad. La gente de esa época era floja. Julián Mellet, que nos visitó por esos años, dice "que la manera de vivir de los santiaguinos era muy sencilla; los que no estaban ocupados en el comercio, se levantaban muy tarde, lo mismo acontece hoy, ver en las puertas de las pulperías (bodegas donde se vendía vino y charqui), diez o doce individuos fumando su cigarrillo y "pelando al prójimo".
Las casas, de cuyo modelo quedan algunas, especialmente en el barrio de la Chimba, estaban formadas por un rectángulo de piezas, en cuyo centro había un patio empedrado, donde por lo general, lucía un naranjo. Las dueñas de casa eran muy aficionadas al cuidado de las plantas y por todas partes, patio y corredores, se veían macetas, donde crecían delicadas flores.
Para la atención de las visitas y para la "tertulia", cada casa de familia acomodada, disponía de un salón, que tenía más o menos la siguiente disposición: El estrado del salón ocupaba todo un lado de la pieza y estaba amoblado con sillones revestidos de finos tapices. Ornaban la sala, dos mesitas de cayou, con algunos candelabros de plata, el mate, algunas imágenes religiosas, un espejo y dos lámparas de cristal. En el centro del salón, y sobre la estera que hacía las veces de alfombra, estaba el brasero.
En ese tiempo vino la moda de los lunares. Las damas, con la coquetería que han conservado hasta ahora, se pintaban uno cerca de la boca; luego después optaron por pintarse dos o tres. También data de esa venturosa época, el uso del abanico y de los guantes de Preville.
Las señoras gustaban de tener esclavas mulatas, vestidas como ellas mismas, naturalmente, sin joyas.
Las fiestas sociales en el hogar, eran muy sencillas. Las damas ocupaban un lado del salón, y los caballeros, el otro. Se hacía un poco de música. Las señoritas de la casa, eran las encargadas de entretener a la concurrencia, y por lo general, si una de las niñas tocaba el piano, la otra era diestra en el manejo del violín. Era el tiempo de la gavota, la contradanza y el minuet.
Jorge Vancouver, en su libro de las memorias dice: "Las mujeres chilenas a quienes he tenido la suerte de frecuentar, son muy honorables. Debo decir que nunca he visto algo que pueda inspirar la menor sospecha respecto a la fidelidad que guardan a sus esposos o que deshonre a las que no son casadas. En las reuniones familiares es frecuente la presencia de un sacerdote, y hay algunos muy espirituales y de muy buen humor".
Fuente: Manríquez Belmar, Francisco, Efemérides militares, civiles y pequeñas historias: ayudamemoria amena, para el estudiante, el soldado y todo ciudadano chileno, Santiago, Arancibia Hermanos, 1975, P. 228.
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