["Regreso de Escala a Chile. Parece que aunque manco trae todo lo que se puede traer" Caricatura del periódico El Barbero, celebrando la victoria de las armas chilenas en la Campaña de Tarapacá, donde muestra al general Erasmo Escala en actitud muy altiva, viajando por mar hacia Chile cargado con un variopinto botín de guerra desde el Perú. Pese a ser manco, dice la leyenda del dibujo, Escala lleva todo lo que puede cargar. En su hombro parte del territorio peruano, y en su única mano porta un maletín donde se aprecia a los presidentes del Bolivia, Hilarión Daza, y al del Perú, Mariano Ignacio Prado. Además, en cajones ubicados en la parte posterior de su bote se leen sus otras conquistas: las salitreras, guaneras, chirimoyas y “botes averiados”, seguramente aludiendo al Huáscar y la Pilcomayo capturados por la Escuadra Chilena. Este grabado fue visto en las calles el 29 de noviembre de 1879. ]
(De EL MERCURIO de Valparaíso, Noviembre 26 de 1879.)
Aunque todavía carecemos de detalles para apreciar en todo su valor el triunfo obtenido por nuestras armas el 19 de Noviembre, puede decirse con toda certeza que la victoria ha sido espléndida y decisiva.
Once mil peruanos y bolivianos completamente destrozados por cuatro mil chilenos, en un territorio extraño y en condiciones todas adversas, si no puede ser, para los que conozcan el valor irresistible de nuestros soldados un acontecimiento sorprendente, lo será, sin embargo, y mucho, para todos aquellos que, como los argentinos, cantaron anticipadamente y en todos los tonos, desde el más lúgubre y solemne hasta el más ramplón y chocarrero, nuestra irreparable y desastrosa ruina.
El Perú, como nación autonómica, como potencia marítima y terrestre, ya no existe. Solo queda de él un pueblo ignorante, envilecido, desorganizado y por lo mismo dispuesto a recibir de nosotros el perdón que queramos acordarle.
Por lo que hace a Bolivia, vuelve a concentrar su poder de tribu bárbara y grosera en el interior de sus serranías. Su suerte está ya trazada en el libro de la Providencia; será todo menos una nación regular y apta para dar vida a los elementos de riqueza que existen en su suelo, y de esta desgracia, que para ella es la muerte, nadie más que Bolivia ha tenido la culpa, si bien es fácil pensar que víctima de un dictador sin conciencia ni conocimiento ninguno de las necesidades de su patria, no ha podido hacer otra cosa que lo que ha hecho. Pudo ser el aliado de Chile, cambiar su posición de pueblo mediterráneo por la de un país capaz de buscar en el comercio y la vida libre de los pueblos civilizados el bienestar que hasta ahora no ha conocido y que de seguro no conocerá nunca mientras no tenga el valor de dar un puntapié a sus caudillos militares y el buen sentido de organizar los variados elementos de su existencia futura.
Deshecho el ejército de Iquique, es decir, desbaratada la alianza peruano boliviana, ¿qué debemos hacer nosotros?
He ahí, la cuestión. ¿Tomaremos a Arica, donde todavía reside impune el necio y vanidoso generalísimo del Perú, o dejaremos que las necesidades que deben acosarlo necesariamente lo pongan a disposición de nuestras armas?
Hay quien cree que al ejército de Arica debe dejarse perecer de inacción y de aislamiento; hay otros que opinan porque se le desbarate y extermine para no dejar núcleo de fuerzas militares al Perú, y de consiguiente para que solicite de Chile la paz que éste quiera imponerle.
Para nosotros este temperamento tiene mayores inconvenientes que el primero. Tomada Arica como lo ha sido Iquique, el Perú no puede alegar, para consolarse de sus vergonzosas derrotas, ni siquiera el pretexto de haber sido anonadado por la fuerza de la situación.
Además, no sería prudente dejar a nuestra espalda un ejército que por diminuto y desmoralizado que se suponga, siempre representa al Perú como poder defensivo, como fuerza armada, como entidad en que reside la última fibra de su autonomía.
Corramos, pues, hacia Arica, destruyamos sus fortificaciones con los cañones de nuestra poderosa escuadra, y atacándole por mar y tierra a un tiempo nuestras armas, su rendición será el premio más hermoso que pudiera ofrecernos nunca la ridícula jactancia de los peruanos.
Una vez tomada Arica, veremos lo que más nos convenga, en la inteligencia de que nuestros aliados no volverán, aun quedándonos allí, a molestarnos con sus audacias.
Dicen los historiadores cristianos que las aguas del Mar Muerto testifican el castigo de Dios sobre esas naciones que, como Gomorra, provocaron por sus infamias la cólera celeste. Igual cosa dirán mañana del Perú nuestros nietos y cuando vayan a computar los elementos de que dispuso el Perú para defenderse de Chile con los que éste opuso para contrarrestar sus maquinaciones, se asombrarán que nuestra patria haya logrado, sin mayor esfuerzo, poner el pié sobre la cerviz de la nación que, más rica que todas las del continente sudamericano, no ha sabido por su corrupción y cobardía, ni siquiera defender su honra como la defienden los más degradados pueblos de la tierra.
El epitafio del Perú puede quedar contenido en estas pocas líneas:
“Nueva Sodoma halló el tremendo castigo que merecía. Los chilenos fueron el fuego con que la Providencia quiso consumir su vida licenciosa. Sus riquezas pasaron a manos de su vencedor, y su nombre, que era lo único que habría podido salvar del cataclismo, será el escarnio perdurable de las gentes”.
Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación
completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás
publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de
Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia
Tomo II, Imprenta i Lib. Americana de Federico T. Lathrop, Valparaiso,
1885, P. 400.
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