¡Guerra ad portas...!
La beatifica paz con que soñaban los chilenos y que creían que jamás se iba a romper se vio de pronto amenazada. Como un rayo caído en cielo despejado surgió la decisión del general Hilarión Daza de poner un impuesto al salitre chileno que se exportaba por Antofagasta y que era contrario a lo estipulado en el Tratado de 1874, suscrito entre Bolivia y Chile.
Como las compañías salitreras reclamaran a Chile, este país intervino y trató de llegar a un acuerdo con el de Bolivia, pero Daza se mantuvo inquebrantable en su decisión. La razón de esta terquedad del Mandatario altiplaníco, resultó ser un Tratado Secreto, suscrito por los Presidentes Prado, del Perú, y Ballivan, de Bolivia, en el cual se ligaban para auxiliarse mutuamente ante cualquiera agresión foránea. Como la agresión contra Bolivia, la estimaba el Perú, que seria por parte de Chile, ya que ambos países mantenían diferendos por causa de sus fronteras en la región desértica del desierto de Atacama, era lógico suponer, cuando se conoció su existencia, que el Perú estimaba que Bolivia llegaría a la guerra con Chile y el prestaría la ayuda correspondiente, para luego eliminar a este rival de la región salitrera de Antofagasta. El pensamiento peruano, desde el punto de vista de sus intereses económicos, no podía ser mas realista. Su economía era desastrosa debido a sus continuas guerras civiles y las revoluciones de dos caudillos no lo habían hecho mejor en su país.
Planteado el conflicto entre Chile y Bolivia, el Perú ofreció sus buenos oficios para servir de mediador, pero el pueblo de Chile, al tener conocimientos del Tratado Secreto, comprendió que esta nación buscaba ganar tiempo para obrar de consumo con Bolivia y plegarse a la guerra contra su patria.
La atmósfera comenzó a caldearse. Cuando el Perú envió a su representante, don José Antonio de Lavalle, hubo de soportar la hostilidad del pueblo de Valparaíso que aconsejaba que no se le recibiera.
Después de entrevistarse con el Presidente Aníbal Pinto y que fracasaran las diversas formulas que se barajaron para obtener la solución del conflicto, el Gobierno chileno, ya en conocimiento del Tratado Secreto y de las intenciones del Perú, vio que el camino que quedaba para cortar el espinoso asunto desembocaba en la guerra.
El día 5 de abril, Lavalle se embarcaba en el vapor Liguria, de regreso a su patria. Toco a Lynch acompañar al diplomático peruano hasta el barco, y al despedirse de Lavalle, haciendo alusión a una posible guerra entre sus panes, le expresó:
—"Crea usted que me será muy sensible desenvainar mi espada contra el Perú, y que desearía que hubiere algún medio de evitar la guerra. Ruego usted que se digne ofrecer mis respetos al señor Prado, de quien soy amigo personal"(1)
Era media mañana del dia 5 de abril de 1879. El mar lucía esplendoroso y tranquilo, mientras el sol quebraba sus rayos sobre los cerros de Valparaíso. Lavalle retornaba al Perú, seguro de que la guerra era inevitable y por la tarde los suplementos del "Tiempo" y de "Las Novedades", esparcían la noticia por la capital:
"¡DECLARADA LA GUERRA CONTRA PERÚ Y BOLIVIA!"
(1) Manuel G. Balbontín.— Patricio Lynch .— El Principe Rojo.
Los transportes
Lynch deseaba que se le diera un lugar en los barcos de guerra para desempeñarse en un puesto de responsabilidad en la guerra, pero a pesar de haberlo solicitado, haciendo valer su amistad al Almirante Williams y al Ministro Domingo Santa María, solo consiguió que se le entregaran funciones en el servicio de trasportes que estaban bajo el mando de una autoridad civil, como era el Intendente General del Ejercito y la Armada. Esta situación era mortificante para un hombre que amaba el mar y los riesgos que se corrían estando en el puente de los barcos, pero a pesar de sus constantes visitas a Santa María, no consiguió que Pinto le diera la responsabilidad que tanto deseaba.
Sin embargo, fue una suerte para Chile que fuera Lynch quien se encargara del manejo de los transportes navales, servicio de tanta importancia como la que cumplían las naves de superficie, en la continuación de la guerra. El transporte de tropas y elementos hacia el teatro de operaciones norte era vital para el desarrollo de las operaciones, pero por falta de conocimientos, el gobierno dio a esta labor un papel secundario. De aquí resultaron todas las fallas que se notaron en los primeros días de la guerra y el atraso de las operaciones: el abastecimiento de municiones y equipo no tuvo otro freno que la falta de mano militar en el empleo de los medios de acarreo que debían hacerse por la larga vía marítima.
Por fortuna, Lynch conocía perfectamente el litoral chileno por haberlo visitado en el desempeño de su profesión y del cargo que le asignaron en 1876, y pudo cumplir con un plan de abastecimiento de carbón, víveres y elementos para los barcos de la Escuadra, al mismo tiempo que se preocupaba de su abastecimiento en el mar durante las operaciones que se ejecutaban.
Combate de Antofagasta
En agosto de 1879, Lynch se encuentra con sus transportes en Antofagasta, cuando el centinela de la cofa del "Abtao" divisó, a medianoche del 24 de agosto, una luz sospechosa en dirección noroeste que se acercaba al puerto. El vigiá la siguió hasta que a las 3.20 de la mañana del 25 desapareció. En previsión de una sorpresa los barcos que estaban en la bahía, Magallanes y Abtao, se tocó zafarrancho silencioso en éste mientras la Magallanes enviaba un bote para reconocer al misterioso barco que se divisaba entre las sombras de la noche, resguardándose detrás de los barcos mercantes extranjeros surtos en la bahía. El bote de la Magallanes alcanzó a una distancia de cien metros del del "buque fantasma" y grande fue la sorpresa del oficial que iba en el débil barquito al encontrarse ante la mole del "Huáscar".
Dada la alarma en el puerto el Huáscar lo abandonó con rumbo al sur, para regresar más tarde y romper sus fuegos contra las naves enemigas surtas en la bahía. El Huáscar toma como blanco de sus cañones al Abtao y le produce serias averiás. Colocado a bastante distancia para ser ofendido por los cañones de los barcos chilenos, continúa su cañoneo hasta las tres y media de la tarde, hora en que lo suspende y se retira.
Mientras el Huáscar combatía contra los barcos en la bahia, Lynch llegaba al fuerte Bellavista, donde se preparaban los cañones que podían, por su alcance, a tocar al Huáscar. A la 1.35 rompió sus fuegos el fuerte con el cañón de 300 libras, pero la carga que se utilizó fue excesiva. Manejado por Lynch, el proyectil cayo a pocos metros del blindado peruano, pero la vibración rompió los topes de la pieza que saltaron en mil pedazos poniendo en peligro la vida del capitán de navío, el que sin inmutarse solo trato de que se reparara la averiá para continuar el tiro, lo cual resulto imposible. La batería continuó disparando con el resto de sus cañones, dirigida por Lynch, y uno de los proyectiles impactó al blindado a flor de agua. El combate lo continua el Huáscar contra las baterías de tierra, cuando se da cuenta que los cañones de los barcos no responden sus fuegos y a las 4.30 pone proa al norte, alejándose del puerto.
Sereno, con la misma calma con que había estado en otras ocasiones a bordo de los barcos, en momentos de riesgo, Patricio Lynch se manifestó aquella tarde, disparando personalmente un cañón, como si estuviera en un campo de ejercicio.
Pisagua
Llegó el día 8 de octubre y el amanecer entre la bruma de la mañana, los blindados Cochrane y Blanco Encalada, buscaban la escurridiza nave peruana que, mandada por ese señor del mar que tuvo el Perú, el contralmirante Miguel Grau, navegaba acompañada por la Unión, rumbo al norte.
Los blindados chilenos, formando dos divisiones se enfrentaban con el enemigo para disputarle el dominio del mar. Forzando sus máquinas el Huáscar avanzaba pegado a la costa, dejando atrás al Blanco, la Covadonga y el Matias Cousiño, pero a las 7.15 de la mañana los vigiás peruanos anunciaban: —¡Tres humos al norte...! eran el Cochrane, el Loa y la O'Higgins que le cerraban el paso y lo cortaban por la proa.
El Huáscar no pudo escapar del cerco de la flota chilena y fue capturado, luego de haber muerto el almirante Grau. El mar quedaba despejado para Chile.
De inmediato el alto mando chileno comenzó a preparar la campaña de Tarapacá y el día 28 de octubre el ejército estaba embarcado en doce transportes, custodiados por los buques de guerra Cochrane, Amazonas, Loa, Magallanes, Covandonga, O'Higgins y Abtao, al mando del capitán de fragata don Manuel T. Thompson. Los doce barcos de transportes iban al mando del capitán de navío Patricio Lynch. Tanto en el desembarco de Pisagua, como en Caleta Junín, la actividad de Lynch fue encomiable para el manejo de las lanchas que debían desembarcar las tropas para depositarlas en tierra.
Ocupada Pisagua, el Ejército continuó hacia el interior para batir a las fuerzas del general Buendía que marchaban desde Iquique hacia el norte.
Lynch a comandante de armas de Iquique
El 22 de noviembre, los cónsules acreditados en Iquique comunicaban al comandante del blindado Cochrane que las autoridades peruanas habían hecho abandono del puerto, por lo cual una compañía de 115 hombres ocupó el puerto y más tarde desembarcaba un batallón del Regimiento Esmeralda, encargándose de la guarnición de la ciudad.
El 23 el Ministro Sotomayor procedía a designar comandante de armas, gobernador marítimo y comandante de resguardo al capitán de navío Patricio Lynch. Desde este momento comienza a levantarse la figura de Lynch en el horizonte de la Guerra del Pacifico. "Frío, sereno, sagaz, bravo, sin arrogancia ni precipitación, conocedor profundo no sólo de la superficie del corazón humano sino de sus abismos, sumiso al deber y a la consigna, el coronel Lynch educado, por otra parte. desde la niñez en la escuela de las aventuras y de los peligro, era tal vez el único jefe de nuestro ejercito que había tenido hígado suficiente para realizar las responsabilidades de aquella misión y aún para aceptarlas." (Vicuña Mackenna).
Iquique tenía en aquellos momentos la enorme importancia de ser la oficina reexpedidora de todos los mensajes que se cursaban desde el norte hacia el sur y del Gobierno hacia el teatro de operaciones. Desde luego la ciudad conquistada al enemigo necesitaba una amplia reorganización a fin de adaptarla al pensamiento nacional. Había que organizar sus servicios y, sobre todo, ponerla en situación de servir la causa nacional. Sus habitantes pertenecían al adversario y ello hacía que fueran informadores de cuanto era necesario silenciar en beneficio de la guerra. Lynch procedió a asegurar el servicio telegráfico, para el secreto de los mensajes que se cursaban en ambas direcciones y para ello, cambió el personal de las agencias, asegurándose así que la oficina de Iquique fuera realmente un organismo al servicio de Chile.
En marzo de 1880 se organizaba en Iquique un batallón cívico de infantería, compuesto de seis compañías de cien hombres cada una y se nombraba comandante al capitán de navio graduado Patricio Lynch.
Iquique, oficina de trámite
El hecho de ser terminal del cable submarino, Iquique era la oficina de reexpedición de los mensajes que se recibían del norte y del sur, y uno de los mensajes más dolorosos para Lynch, fue el que tuvo que retransmitir el 21 de mayo de 1880 a Santiago, anunciando el fallecimiento del Ministro Sotomayor, que "murió de un ataque apoplejíco que le quitó la vida en cinco minutos".
Desde ese momento que estuvo a cargo de la gobernación del puerto su actuación fue continua, enviando los partes de las acciones que se realizaban en el norte.
El 21 de abril autorizaba el envió de quince telegramas encontrados en el archivo peruano y que se relacionaban con el combate de Iquique el 21 de mayo de 1879. "Dichos telegramas confirman la grandeza y heroísmo del inmortal Arturo Prat, habiéndoseles completa justicia. Por ser escritos estos telegramas en el momento del combate y estar archivados bajo el rubro de "reservados" los he creído de interés para el que trate de escribir la historia de la Guerra del Pacifico", dice el jefe de la oficina de telégrafo Letelier Leal a Lynch, por lo cual éste los enviá a Santiago y autoriza su entrega a la prensa.
Pero lo más importante de este reexpido, fueron los telegramas relacionados con las victorias de Tacna y Arica, que llegaron a Santiago y pusieron las cosas en su lugar, luego que los informes de José Francisco Vergara, habían sumido al Gobierno en la incertidumbre de lo que había ocurrido en esas memorables jornadas. Lynch comunicaba todos los datos referentes a lo que Baquedano había conseguido con su triunfo en Tacna y en el telegrama del 8 de junio decía textualmente:
"Señor Ministro de la Guerra:
¡VIVA CHILE!
"Arica asaltado y tomado a la bayoneta.
"Todos los fuertes en nuestro poder.
"Manco a pique.
"Nuestra escuadra fondeada tranquilamente en la bahía.
"Los honores de la jornada corresponden a los Regimientos 3° y 4° de línea.
"Felicito al Gobierno y a la nación por el triunfo más glorioso y completo alcanzado en la presente guerra por nuestro invencible ejército.
"Voy a comunicar.—
LYNCH".
Su trabajo en Iquique hizo que el Gobierno lo recompensara con el grado de capitán de navío efectivo, expidiéndosele el nombramiento con fecha de 17 de julio de 1880.
Fuente: Reyno Gutiérrez, Manuel, Próceres de Chile: Patricio Lynch, Editorial La Nación, Santiago, 1985, P. 23.
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