[Muerte de Eleuterio Ramirez, oleo de Juan Crass Carter]
Para escribir con verdad la emocionante escena del sacrificio i muerte de Ramírez, hemos tenido a la vista una multitud de documentos, de publicaciones i de relaciones de sobrevivientes de la histórica i gran jornada de Tarapacá.
Hemos estudiado no solo la parte chilena sino también la peruana i boliviana, i de ahí sacado la narración anterior.
Hace, un año, más o ménos, charlando sobre cosas de otro tiempo, sobre arte, pintura; haciendo recuerdos de las campañas de San Martín sobre el paso de Los Andes, con el artista i pintor, don Félix Jordan, nacido en Bolivia, i que como bueno i patriota cargó de 1879 a 1880 los galones de oficial en el ejército de su nación, batiéndose en Tacna como oficial ordenanza de su cuerpo, la Guardia de Cochabamba, recordamos la batalla de Tarapacá a propósito de La Columna Loa.
I así charlando llegamos a Ramírez i a su muerte.“Dígame, don Nicanor, ¿sabe Ud. cómo murió el Comandante del 2º de Línea? me preguntó don Félix.
Sí, conozco un poco ese episodio, le contesté, i si gusta puedo narrárselo; i a renglón seguido le di mi lata, que debo confesar oyó Jordan, a fuero de viejo soldado, sin pestañar.
Pues bien, me dijo don Félix, ha de saber Ud. que en Cochabamba se encuentra una preciada prenda de don Eleuterio Ramírez; sus anteojos de campaña, los posee el Intendente de Policía de esa ciudad, el señor Comandante don Trinidad Guzmán...
¿Cómo los hubo? le preguntó en el acto.
Allí voi, continuó Jordan:
Don Trinidad Guzmán, que de paso diré a Ud. es persona mui buena, hizo la Campaña del Pacífico i se batió en Tarapacá; pertenecía en ese tiempo a La Columna Loa, de quien Ud. me hablaba hace poco, como segundo jefe.
Su cuerpo, El Loa, fué uno de los que atacó al 2º de Línea en la batalla de la tarde, i por una feliz circunstancia pudo encontrarse en el asalto que se dió a la casita en que, herido, se asiló Ramírez, i ver que éste hacia o hizo fuego hasta que se le concluyeron las cápsulas de su revólver.
Pues bien, hubo un momento en que los nuestros, es decir, tropas aliadas, penetraron al recinto en el que habían más de cincuenta heridos, que nada podían hacer ya, por su gravedad i por estar desarmados casi todos.
Entre ellos, yacía Ramírez, que casi agónico, se encontraba en ese momento presa de fuerte desmayo i desarmado, en esos instantes el fuego había cesado, en verdad no había con quién batirse.
Don Trinidad Guzmán, penetró también, digamos, a la ambulancia, i pudo ver al Comandante Ramírez que sin habla i tomado por la fatiga i con su revólver aun en la mano, parecía en verdad un muerto.
Poco después, el señor Comandante, volvió en sí, i nuestro compatriota Guzmán habló breves instantes con él, lo confortó i atendió. Sus heridas eran gravísimas i la vida tendría que escapársele en poco más.
A su lado se encontraban sus anteojos de campaña, los tomó i dió a don Trinidad Guzmán.
En esas circunstancias, llega un oficial peruano, al frente de un pelotón de soldados, penetra a la habitación, vé al Comandante del 2º de Línea en tierra, agonizando, i como un rayo se acerca a él i con su revólver, a quema ropa, le dispara un tiro en la frente i lo mata. (El Teniente Rodríguez, del Zepita.)
Mi compatriota, don Trinidad Guzmán, increpó duramente a aquel desgraciado, su mala acción i tomando a Ramírez en sus brazos, recibió su último suspiro.
En Cochabamba, donde como he dicho a usted, don Trinidad Guzmán era Intendente de Policía, gozaba este viejo veterano de reputación intachable por su hombría de bien i de soldado, a él oí varias veces contarlo que narro a usted”.
¿Vivirá aun en Bolivia, el señor Comandante don Trinidad Guzmán?
I si aun existe ¿conservará aun en su poder los anteojos de campaña del héroe de Tarapacá?
Ojalá que algún compatriota nuestro, de los muchos que hoi viven en Cochabamba, al leer estas líneas busque al señor Guzmán, si vive, o a sus herederos, si por desgracia ha fallecido; i recupere ese objeto que debe figurar en el Museo Militar nuestro.
Fuente: Molinare, Nicanor, Batalla de Tarapacá : 27 de noviembre de 1879, Impr. Cervantes, Delicias 1177, 1911, P. 66.
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