[Retrato de Eleuterio Ramirez]
(Editorial del Diario Oficial.)
Diciembre 13.—El gobierno, como el país, se ha rendido al fin a la triste evidencia de la muerte de este brillante jefe del Ejército.
Las primeras noticias, trasmitidas sobre el sangriento combate de Tarapacá, tan glorioso para nuestras anuas, hacian confusa e insistente referencia a la mala suerte que en él habia tocado al comandante del 2.° de línea; pero la espectacion pública, animada de profunda cuanto lejítima simpatía por la persona del bizarro jefe, escatimaba el precio ya pagado de nuestra gloria, e insistía en borrar de la lista de los heroicos muertos el nombre de Ramirez, de quien se esperaba vida mas larga i servicios mas eminentes aun, que aquellos que hasta el momento tenia prestados a su patria.
Desgraciadamente, estas nobles esperanzas, que son un primer homenaje tributado al mérito de Ramirez, han sido bariadas. El comandante del 2.° de línea no rindió su espada, una vez herido; ni fué encontrado entre los sobrevivientes, en el vasto i confuso hospital de sangre en que quedó convertido el campo de batalla.
Como sus subalternos del 2.°, como los gloriosos adolescentes del Chacabuco, como los veteranos de Zapadores i Navales, Ramirez ha caído para no levantarse sino en los altares de la patria agradecida i en el recuerdo i culto de todos sus conciudadanos.
Su cuerpo descansa bajo la tierra sobre que vivo lidió heroicamente. Esa tierra que empapó con su sangre, i a la que el altivo heroísmo de sus soldados, mezcló, para mayor consagracíon, las cenizas del estandarte que todos juraron servir i defender hasta la muerte.
No es, pues, con los votos de la esperanza, sino con los homenajes de una veraz gratitud que debemos ocuparnos en aquella vida, que solo parece corta en atención a lo mucho que aun se esperaba de ella, i que interrumpida por la muerte en el campo en que se peleaba por el honor i por el derecho de Chile, presta abundante material para el público reconocimiento, para el estímulo de los demás ciudadanos i para la gloria nacional.
Soldados como Ramirez siembran ellos mismos el laurel a cuya sombra han de dormir en la tumba i de vivir en la historia. No hai mas que acercarse a ese árbol—su hoja de servicios, severamente calificados,—para que el homenaje del recuerdo sea digno de ellos i del pueblo que lo tributa.
Cuarenta i tres años de edad, no cumplidos, contaba apenan Ramirez, i de ellos veinticinco, mucho mas de la mitad de ese período, habia consagrado esclusivamente a su patria.
Vijilante i soldado de raza, puesto que era nieto, hijo i hermano de militares, algunos de ellos de alta escala i renombre, a los diezinueve años entró a servir en el cuerpo de Jendarmes, con el grado de subteniente. En las filas de esa milicia, ménos brillante si se quiere, pero tan abnegada i valerosa como la del Ejército, recorrió en rigorosa escala los puestos de subteniente, teniente i ayudante mayor.
A los cuatro años de este aprendizaje en la custodia i defensa de las garantías sociales, pasó (1859) a las filas del Ejército, con el grado i empleo de ayudante mayor.
El debate de la cosa pública se habia estremado por entonces hasta apelar a las armas, i el espectro de la guerra civil hacia en Chile su última siniestra aparición.
Ramirez tuvo en esa época el mando de una compañía del batallón 5.° de línea, i al frente de ella se batió bravamente en el asedio de Talca, a las inmediatas órdenes del Ministro de la Guerra, jeneral García; en la batalla de Cerro Grande, en donde su valor e intelijencia fijáron la atención del jeneral Vidaurre, quien hizo de ambas cualidades i del oficial que principiaba a exhibirías, especial recomendación; i en el encuentro de Los Maquis, en que fuerzas veteranas inferiores en número, disiparon masas superiores de indios i montoneros que amenazaban destruir la población de Arauco.
A contar desde noviembre de 1859, ya no fueron por fortuna las tristes hazañas de la guerra civil las que ocuparon el valor i la intelijencia del bravo capitán del 5.° de línea.
El núcleo del Ejército volvió por entonces a faenas militares menos ingratas que las de la contienda civil, si bien tan duras i penosas, i Ramirez, ora en acantonamiento, ora en marcha, ora en los combates con el araucano, tomó parte activa en la reducción de aquel territorio, que la colonia legó, bravio aun, a la República i que ésta ha ido incorporando lenta pero seguramente al tesoro de su civilización, gloria i progreso, mitad por el esfuerzo do la guerra, mitad por las artes de una sabia administración.
Cinco años i nueve meses contaba Ramirez de capitán de la 4.ª compañía, no ya del 5.° sino del mismo cuerpo en cuyo mando ha sucumbido gloriosamente, cuando sobrevino la guerra con España, que apenas alcanzó a ser anhelosa espectativa de luchas i de gloria para los valientes de nuestro Ejército.
Llamado a hacer la custodia de nuestras costas, Ramírez estuvo de guarnición en Caldera, i de allí vino con 200 hombres, atravesando el desierto, al puerto de Chañaral, en donde debian recibirlo las naves de la ingrata nación por quien ofreció Chile entonces su sangre i derrochó sus tesoros. Frustrado el plan del embarque, regresó de nuevo a Caldera, sobrellevando otra, vez los ya probados contratiempos i rigores de semejante travesía.
Poco después, tocóle el honor do asistir a la intentona de Calderilla, en donde españoles i chilenos reanudaron por breves instantes el trueno de fuego durante cincuenta años interrnmpido, a contar desde Maipo i Chiloé.
Ascendido a fines de 1868 en premio de sus aptitudes i servicios, al grado i al empleo de sarjento mayor, en las filas del 2.°, mandó en jefe el combate de Chigüaihue, en la Araucanía; combate en el que con 150 infantes desbarató i acuchilló una masa de 2,000 indios agolpada en son de asedio sobre los fuertes de Collipulli, Perarco i Curaco. En 5 de enero del subsiguiente año, ya bajo órdenes de un superior, renovó la hazaña, orillas del Malleco, en las que igual número de bárbaros dejaron, con muchos muertos de sus filas, él copioso botin de sus rapiñas, i entre él no pocos cautives que así fueron i rescatados en tiempo.
Continuando esta ruda campaña, llegó Ramírez hasta las márjenes del Cautín, i empujando siempre con ancho i valeroso pecho la masa araucana irruptora de campos ya reivindicados para el trabajo i la sociabilidad productora, contribuyó a afianzar en aquellos ricos territorios i de un modo definitivo, la fecunda jurisdicción del elemento civilizado.
En 1870 pasó a figurar en las oficinas administrativas del Ejército, con el carácter de sarjento mayor, primer ayudante de la Inspección Jeneral del mismo; i antes de esto en no breves intervalos de tiempo, corridos desde el 67 al 69, desempeñó conjuntamente los deberes de oficial de linea i los de jefe de una brigada de policía de Copiapó, así como las delicadas funciones de ayudante de la Comandancia de Armas.de Angol i jefe dé las fuerzas de infantería que cubrían la linea en aquel acantonamiento.
Graduado de teniente coronel en 1872, i con la efectividad del grado en 1874, desempeñó desde esta última época la gobernación militar de la 2.ª sección de los fuertes del Malleco, hasta el 18 de diciembre de 1876 en que fué a ocupar, como ascenso de poligro i de confianza, igual puesto en la 1.ª sección. De allí pasó poco después, con su cuerpo, el 2.° de línea que acaba de conducir al combate i a la gloria, a la baja frontera, de donde fué llamado de los primeros por el clarín de ésta guerra en que ha sucumbido lleno de bravura i de honor.
Destinado a obrar sobre Calama con el mando inmediato de la infantería, desplegó en tal ocasión dotes de serenidad e intelijencia que le valieron jenerales cuanto merecidos elojios. Aquel estreno bajo el fuego de una guerra estranjera pudo sernos mas costoso, pero Ramirez con un golpe de vista certero i rápidas disposiciones, salvó una parte de sus infantes i precipitó el feliz desenlace de la operación.
Su segunda exhibición en los campos de batalla de esta campaña, fué tan digna de su bravura como trájica por sus personales consecuencias.Todos los informes trasmitidos del teatro de la guerra, están conformes en presentar a Ramírez al frente de sus dignos subalternos, rivalizando con ellos en serenidad, en ímpetu i en resistencia. Herido una primera vez, desoyó esta advertencia de la muerte i con ella los afectuosos ruegos de sus oficiales, que le suplicaban que se retirase del campo, siquiera en busca de una primera cura. La naturaleza de Ramírez era demasiado caballeresca i heroica para ceder el puesto del peligro a la primera sangre. Apenas fué posible que aceptara una venda a la lijera en el herido brazo, i atando a éste las riendas con que gobernaba su caballo i empuñando con el otro la espada, lanzóse a lo mas recio del peligro i a lo mas nutrido del fuego a probar que, como de Josías de Bantzau, también podía decirse de él que solo cuidaba de conservar entero el corazón í el honor.
Esta visión sublime del soldado que se consagra combatiendo, fué la última que alentó i regocijó solemnemente a los oficiales i soldados, de su glorioso rejimiento. Luego, en la confusa brega de aquel combate, en que las olas del valor chileno no conocían lo que traian o lo que llevaban en su terrible flujo o reflujo, nadie supo a ciencia cierta cómo rindió su vida el Valeroso Ramirez, si bien hai quienes presumen i aun aseguran que el enemigo se deshonró una vez mas, irrespetando en aquél la bravura del veterano i la jerarquía del jefe, como se dice que profanó en Urriola las gracias de la juventud realsadas por el heroismo. ¡Vergüenza para los cobarde, si los hubo, de tan odioso linaje!
Ramirez no era por cierto un guapo vulgar, ni un soldado sin mas horizontes ni mas conciencia que los de la letra muerta dé las ordenanzas militares.
Su valor, que tan alto rayó en mas de una ocasión, provenia de una suprema elevación del alma, i de profundas cuanto vigorosas, convicciones del deber; i se mostraba no inconsciente i frió, como el del instinto embotado o el de la indiferencia que nada sabe amar i apreciar sino lleno de emoción i de sacrificio, cómo que luchaba con las enérjicas aspiraciones de conservación de una naturaleza rica, amante i amada.
Soldado de pensamiento i de estudio, Ramírez entreveía el ideal del verdadero hombre de espada, i se esforzaba por acercarse a él, mediante el estudio i el cultivo entusiasta de sus mas nobles prendas morales; por una observación constante, lecturas copiosas, hábitos de sencillez i sobriedad i las maneras noblemente, desembarazadas del veterano que conoce el mundo i ama el trato de los demás hombres.
Su fisonomía franca, espansiva i risueña era una de esas pajinas en que la modestia i la reconcentración han borrado el testimonio de una fuerza interior que se reserva para las grandes ocasiones j pajinas que necesitan dé la electricidad del peligro, como de poderoso reactivo, para revelar lo que contienen. Asi fué la de Prat así era también la de Ramirez.
Con frecuencia enviaba al gobierno informes, memorias, esposiciones sobre administración, táctica i contabilidad militar, que eran el resultado de su estudio, de su anhelo por el brillo de la carrera militar, i de su patriótico celó. Con iguales móviles e idénticas miras, fundó i redactó el Faro Militar, que fué un ensayo apreciable en su jenero.
Conocía perfectamente el manejo de las armas, sobre todo las de la infantería, a que siempre perteneció i cuya naciente historia ha contribuido a ilustrar con su carrera i con su digna muerte.
Dentro del cuartel, en el manejo de los asuntos de su cuerpo, como subordinado i como jefe, se mostró constantemente lleno de pundonor e integridad, tan capaz de obedecer como de ser obedecido, sintiendo respeto e inspirándolo a su turno, ejerciendo sobre sus subalternos la autoridad del cariño i el poder de su mando. Poseía el sentimiento de las jerarquías naturales i comprendía todos los deberes que éstas imponen, con lo cual tenia una amplia i firme base para su carrera de soldado.
Habia, pues, en Ramírez tela para un oficial jeneral de no exigua talla, mientras que las condiciones de ciudadano i la ruda escuela en que labró su reputación i su carrera, unas i otras de respeto a la lei i de amor al orden legalmente constituido, habrían en todo caso impedido que sus mayores merecimientos i su mayor gloria hubiesen costado nada a la conciencia del patriotismo i al honor de la República.
¡Hermosa vida, heroica muerte, limpia i jenerosa memoria!
El dolor que tal pérdida produce es del jenero de aquellos que nutren i fortifican él alma de los pueblos jóvenes i creyentes, que elevan su moral e iluminan i aun ensanchan la grandeza de sus destinos.
¡Felices los que como Ramírez mueren para que su patria viva i prospere!
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 485.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario