A las diez de la noche del dia 13 del presente zarpó de Antofagasta con dirección al norte una escuadrilla compuesta del blindado Blanco Encalada, la cañonera Magallanes i el trasporte Itata.
El objeto de este viaje era caer sobre Iquique al amanecer del 15 i sorprender a los buques enemigos que se suponía pudieran estar allí, o en caso contrario, hostigar i alarmar a los iquiqueños, que se sabia estaban trabajando en las obras de defensa del puerto.
La navegación no tuvo durante la noche del 18 mas novedad que las gruesas oleadas que hacian dar fuertes balances a los buques, oleadas que formaban contraste con la serenidad del mar durante el dia i la noche siguientes.
El 14, a las cuatro de la mañana, se encontraba la escuadrilla a la altura de Iquique, e inmediatamente cambió rumbo en dirección al puerto. El dia principiaba a clarear apenas.
Poco después, avanzando siempre, se reconocieron dos buques anclados en la bahía, el uno era el vapor británico Santa Rosa, i el otro una barca que se creyó debia estar cargando salitre.
La entrada al puerto se hizo en esta forma: la Magallanes por el lado norte, el Blanco Encalada por el centro, i el Itata por el sur, con el objeto de evitar que pudiera escaparee algún buque enemigo caso de haberlo dentro del puerto.
Desgraciadamente estas esperanzas salieron frustradas. Según se supo por el vapor de la carrera, el Oroya habia salido la noche anterior de Iquique, sin duda en dirección al norte.
El dia 15, como a las nueve i media de la mañana por haber sabido que la noche anterior habian salido de Arica con dirección a Iquique el Atahualpa con un trasporte, convoyados por el Huáscar, salió la escuadrilla precipitadamente a su encuentro. Habia probabilidades de encontrarlos en el camino.
Antes de zarpar se mandó visitar al Santa Rosa.
Según la visita practicada por un oficial del Blanco, venían a su bordo no menos de cinco mil i tantos bultos con destino a Iquique.
Aunque despachados por una casa estranjera, se sospechó que estos bultos contuvieran víveres i quizas elementos de guerra para el ejército peruano; pero Ja noticia de que zarpando pronto podia encontrarse a los buques enemigos hizo abandonar la engorrosa i larga operación de un rejistro.
Estas sospechas, sin embargo, se corroboraron con la con ducta observada por las autoridades peruanas.
Primero llegó a bordo del Blanco el vice-cónsul británico en Iquique a preguntar si se pondría impedimento a la descarga del vapor, i luego se hizo portador de un mensaje del prefecto para el jefe de la espedicion preguntando si tendría garantías para mandar lanchas al Santa Rosa sin que fueran destruidas por la escuadra chilena.
Se le contestó que hiciera lo que mejor le acomodara, i que las fuerzas chilenas no podían comprometerse a nada. Esta contestación evasiva debe haber sido mui poco satisfactoria para el prefecto, porque a las diez de la mañana no se veia aun ningún síntoma de movimiento en la bahía.
Una vez salidos de Iquique principiaron los buques a navegar hacia el norte, yendo el Itata mui ceñido a la costa, i siguiéndolo un poco mas afuera la Magallanes. El Blanco Encalada, a toda fuerza de máquina, iba como a cinco o seis millas de tierra.
El Itata, de superior andar a los otros buques, iba siguiendo las ondulaciones de la costa para reconocerla por si se habían mandado algún aviso a los buques enemigos a fin de que regresasen a guarecerse en Arica.
Acababan de pasar por Caleta Colorada; en este momento pone el Blanco la señal de que se divisa un vapor al norte.
Efectivamente, un poco al sur de la punta Mejillones se distingue la humareda de un vapor que parece dirijirse hacia el sur.
Eran las diez i cuarto de la mañana, i los tres buques espedicionarios navegaron a todo vapor a fin de dar caza a la embarcación sospechosa.
A veces aparecen dos humaredas distintas, i esto, que viene a confirmar las noticias recibidas en Iquique, hace que en el Blanco i la Magallanes se toque zafarrancho jeneral de combate.
A las once de la mañana se puede ya distinguir claramente que la humareda que tanta alegría cansó a bordo era producida por un vaporcito que parece navegar a toda fuerza procurando ganar la costa.
Pocos momentos mas tarde fué indudable para todos que aquel era un bote-torpedo, i entonces desde el Itata, que era el buque mas próximo, se le disparó un cañonazo de intimación.
El Itata habia cortado la retirada al bote colocándose entre él i la playa, i éste entonces, viendo que era imposible escapar, detuvo al instante su marcha.
Al acercarse a él se notó que sus tripulantes parecían afanados en echar al agua algunos de los objetos que llevaban a su bordo.
Entre tanto el Itata arriaba un bote con jente armada, i en él se embarcaba el teniente coronel señor Roberto Souper, encargado de reconocer el bote -torpedo.
Pronto se vio que el señor Souper, después de una corta conferencia con los tripulantes del vaporcito, hacia trasbordarse a su bote a tres de ellos i se metía él en la lancha, en donde solo quedaba un negro, que parecía mui asustado i receloso.
Luego, dándole remolque, se acercó al Itata con intención de hacer subir a él a los prisioneros.
Pero como en estos momentos cambiase rumbo el Blanco Encalada i se acercase, al lugar de la escena, se resolvió mandar a su bordo a los prisioneros para que allí fuesen interrogados.
Efectivamente, se les trasbordó al blindado, que siguió poco después su camino al norte, con recomendación especial de que no detuviese su marcha hasta encontrar a los buques enemigos.
El Itata, mientras tanto, se ocupó de hizar a su bordo el bote-torpedo, operación que demandó mucho tiempo, porque fué necesario sacarle la máquina i parte del blindaje.
El bote tendrá unos treinta pies de largo; su máquina, en mui buen estado, puede darle un andar de diez millas en mar llana, i tiene en toda su cubierta un blindaje de media pulgada de espesor, a prueba de bala de rifle.
Sus tripulantes eran cuatro: el negro yankee, que venia .de fogonero; un griego, maquinista, i dos norte-americanos, uno de ellos jefe de la embarcación, i el otro director jeneral de la sección de torpedos del Perú.
A éste, de nombre Scott, se le encontró, junto con una gran cantidad de dinero i billetes, un contrato celebrado con el gobierno del Perú, en que éste se compromete a darle una suma de 50,000 pesos por cada blindado chileno que eche a pique, i 10,000 por cada buque de madera.
Al jefe de la embarcación, de apellido Sheltzer, se le encontró a su vez un contrato celebrado con Mr. Scott, en que éste le aseguraba una suma de 10,000 pesos por cada blindado chileno que eche a pique, i 5,000 por un buque de madera.
Estos aventureros habian ofrecido anteriormente sus servicios al Gobierno chileno, i como no fueron aceptados, se dirijieron a Lima a hacer igual ofrecimiento al Perú que, menos escrupuloso que nosotros, se apresuró a contratarlos, adelantando a Scott una considerable suma de dinero.
De ella se encontró en poder de Scott una suma como de 5,000 pesos, entre oro, plata i billetes. En oro i plata alcanza la suma a unos 800 pesos, siendo el resto billetes del Banco del Perú.
La circunstancia de encontrarse los contratos entre los billetes impidió sin duda que arrojasen al mar esos comprometedores documentos, como habrian podido hacerlo sino hubiesen perdido la cabeza al reconocer a los buques chilenos. Alcanzaron sin embargo, a echar al agua un cajón de mistos para torpedos, la pila eléctrica, los botalones para aplicarlos, dos torpedos ya listos, i cuatro carabinas Winchester que venían en el bote.
El negro arrojaba al agua el carbón de la máquina, i se confundía en mil contradictorias esplicaciones. Apenas estuvo a bordo del Blanco, él ver el aparato de soldados, que salió a esperarlo, i temiendo quizas que lo fusilaran confesó de plano cuanto sabia, agregando que debia venir en camino de Arica para Iquique otro bote-torpedo igual al capturado.
Con esta noticia siguió el Itata navegando cerca de la costa i reconociendo todas las ensenadas i caletas que pudieran dar abrigo a alguna embarcación enemiga, mientras el Blanco i la Magallanes continuaban su rumbo al norte.
Un poco al sur de Mejillones regresó la Magallanes a dar aviso de que no entraran al puerto, porque se sospechaba que hubiera allí torpedos fijos, según lo habia comunicado un buque anclado en ese puerto.
Mientras tanto el Blanco Encalada se habia detenido a la altura de Junin, caleta situada al sur de Pisagua, i aunque se sospechaba que su demora seria ocasionada por haber avistado algún buque enemigo, se supo después que no habia tenido mas objeto que esperar a los otros buques.
Idéntica cosa sucedió en Pisagua, de donde, después de reconocer el puerto, salieron a las cinco de la tarde, perdida ya la esperanza de encontrar a los buques enemigos. Ya habian tenido demasiado tiempo para recibir avisos i regresar a Arica al abrigo de las fortalezas.
Al anochecer se encontraban frente a Camarones, i siguiendo la navegación al norte pasaron a las diez i media de la noche frente a Arica.
Iban a unas nueve o diez millas de distancia de la costas desde abordo se divisaban claramente las luces de la población.
Siguieron el viaje al norte ocultándose del enemigo, con el objeto de ponerse en acecho de los buques peruanos.
El 16 a la altura de Sama se pusieron al habla con el va por de la Compañía Inglesa Pacific. Su capitán dice que cree que dos monitores van en marcha para Iquique, porque se figura haberlos encontrado en el camino.
La escuadra entró a la- caleta de Sama, tanto para hacer una lijera recorrida a la máquina de la Magallanes, que lo reclamaba cuanto para engañar al enemigo que al saber la noticia que habrá recibido por el Pacific la creerá navegando con rumbo al sur.
Los tres buques chilenos anclan en el fondeadero. El mar está mui ajitado, como raras veces se ve por estas rejiones, i un botecito que hai anclado en la caleta es pronto arrebatado por las olas i destrozado contra las rocas que bordan la ribera.
Esto no impide que los sameños se alarmen hasta no mas. De la única casita que hai en la playa, i que parece ser el cuartel jeneral de las fuerzas que defienden esta parte de la costa, salen a cada momento apresurados mensajeros, i se ve que hai en tierra unos cien hombres de guarnición, cincuenta de ellos parapetados tras una trinchera de tierra colo cada frente al desembarcadero, i oíros tantos desplegados en guerrilla en la ancha falda que se estiende hacia el norte.
El dia adelanta, mientras tanto, i ha principiado a dejarse ver un solcito muí poco confortable para los defensores de Sama. Pronto los guerrilleros se tienden tras algunas piedras que han trasportado a mano.
A las once de la mañana llegan por el sur unos sesenta hombres a reforzar la guarnición de Sama. La mayor parte de ellos se quedan tras los morritos del sur, mientras el resto pasa a reforzar a los de las trincheras.
A las doce i media se divisan nuevas tropas por el norte. Es un batallón entero como de cuatrocientas plazas con su correspondiente banda de música a la cabeza, que hace alto junto a las rocas de esa parte de la playa i permanece allí a la espectativa.
En esta posición permanecen las tropas hasta las seis de la tarde, a cuya hora principia la escuadra a levar anclas, poniendo la proa al sur.
Al entrar la noche cambió rumbo al oeste, siguiendo la costa a unas ocho millas de distancia. El Blanco Encalada va a la cabeza del convoi, siguiéndolo el Itata por la aleta de estribor i la Magallanes por la de babor.
Corre un fuerte viento sur; la noche está cerrada i chubascosa, i hai bastante oleaje.
A las nueve cambia rumbo al norte.
El 17 están frente al pintoresco pueblo de Pacocha, cabeza de la línea del ferrocarril de Moquegua. A las siete de la mañana entran en la bahía, en donde solo hai fondeadas siete lanchas, una de ellas cargada, i una pequeña balandra.
La población casi en masa ha huido al notar la aproximación de la escuadra chilena i se ven muchos grupos dirijirse apresuradamente en dirección a los cerros que espaldean el pueblo, i hacia la antigua Ilo, situada un poco mas al norte i ya casi abandonada después del gran terremoto de 1876.
Hai en tierra mucha tropa resguardada tras un foso abierto en la parte sur del muelle, i desde a bordo se ven las banderolas peruanas i las relucientes bayonetas de los soldados.
Se calcula su número en unos 300 hombres.
Se habia tenido la intención de echar a pique las lanchas ancladas en el puerto; pero sabiéndose después que pertenecían a la sociedad de Gambetta i Ghersi, italianos i ajentes de la compañía inglesa, se cambió de resolución.
A las nueve de la mañana ponen proa al sur i abandonan el puerto, navegando sin novedad durante todo el dia.
En la mañana del 18 amanecieron frente a Arica.
Aunque el Blanco Encalada pasó a unas doce millas de distancia de la costa, anunció que en el puerto estaban fondeados el Huáscar, un monitor i dos trasportes.
En vista de esta noticia se pusieron en acecho al sur del puerto, esperando que saliese para el sur alguno de los buques enemigos.
Pero habiendo encontrado al Valdivia, de la compañía inglesa, entre Vítor i Camarones, se vio que era inútil continuar allí, i siguieron mui despacio el viaje.
A las ocho i media de la noche se encontraban frente a Pisagua. Navegaban cerca de la costa, i se distinguían persituado en perfectamente las luces del muelle i del campamento el Alto.
A las nueve de la noche avistó el Itata una luz por babor i se dio aviso al Blanco Encabada, pero sin resultado, porque se supo era de Junin.
Durante la noche continuó la navegación al sur. A las ocho de la mañana del 19 entraron la Magallanes i él Itata a Iquique a reconocer el puerto, mientras el Blanco Encalada quedaba fuera de la bahía.
Parecía que en la Isla se trabajaba apresuradamente en obras de fortificación, i algunos llegaron a asegurar que se veían dos cañones montados en las baterías; pero el comandante del Blanco Encalada, señor López, aseguró que todo ello no es mas que una farsa de los peruanos, porque hace un mes se conoció él mismo en bote la Isla i vio sobre un parapeto dos tubos semejantes a cañones que habian colocado allí.
Siguieron rumbo al sur.
A la una de la tarde pasaron frente a Patillos. A las once estuvieron en Chucumata, i en todas partes de la costa peruana se notó la cuidadosa vijilancia empleada en sus costas por el enemigo. No hai una sola caleta, por insignificante que parezca, que no esté custodiada por un piquete de tropa, ni el menor trozo de ribera donde no se divise la garita de un vijía pronto a comunicar la presencia i los movimientos de los buques chilenos.
A las dos i media de la tarde se encontraban frente a Pabellón de Pica.
Ese puerto, donde nunca habia antes menos de treinta grandes fragatas cargando huano, estaba ahora completamente desierto de embarcaciones.
En Huanillos asilo antes de unos sesenta buques cargadores del valioso abono, no habia tampoco ninguna embarcación fondeada.
A las nueve de la mañana del 20 entraron a Tocopilla.
Todo el dia lo ocuparon el Blanco i la Magallanes en recibir carbón del Itata, i para ello fué necesario tomar por la fuerza las lanchas de una sociedad inglesa que es la única que las posee por haber sido respetadas, en las distintas visitas hechas por los buques peruanos.
A las dos i media de la tarde la escuadrilla dejó la bahía llevando algunos enfermos de la guarnición.
A las nueve de la mañana del 21 llegaron a Antofagasta habiendo pasado el dia anterior en Mejillones, en donde no habia ninguna novedad.
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 315.
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