jueves, 26 de noviembre de 2020

Parte oficial peruano de Manuel Belisario Suárez sobre la Batalla de Dolores

 [Fotografia de Manuel Belisario Suárez]
 
ESTADO MAYOR GENERAL DEL EJÉRCITO DEL SUR.
 
Tarapacá, Noviembre 23 de 1879.
 
B. S. J.Más que el parte de la acción de armas que tuvo lugar en el cantón de Santa Catalina el día 19 del presente, tengo que dar a V. S. cuenta de la situación de las fuerzas y las diversas causas que la han creado, no obstante los esfuerzos de este E. M. G. para evitarla.
 
Como lo que hoy acontece, tiene en los primeros días de la campaña y en la manera como se la ha dispuesto, una generación que debe buscarse para encontrar sentido a los sucesos últimos; como este parte tiene que servir de base al juicio del ejército del Sur ante el país y ante la historia, he creído de mi deber y se ha de servir V. S. permitirme abandonar, hasta cierto punto, la fórmula de esta clase de documentos y dar a éste un carácter tan excepcional, como lo son los hechos que deben prestarle materia.
 
La función de armas del 19, presentada aisladamente, sería algo de imposible de explicación, que envolvería en una atmósfera de dudas y sospechas el crédito de la nación y su ejército; pero ese mismo suceso, colocado en su propio lugar, iluminado con el auxilio del cuadro entero de la situación a que ha servido de desgraciado pero natural e inevitable término, deja en su sitio que, venturosamente para el Perú, no es de los menos honrosos, el patriotismo, el valor y la honra de nuestros soldados, cruzados en su marcha de triunfo y extraviados en uno de los movimientos estratégicos más valientes y justos que puede ofrecer la memoria de las combinaciones militares.
 
La toma de Pisagua el 21 de Noviembre, cambió fundamental y violentamente la manera de ser del ejército que defendía Iquique; le trazó aritmética e improrrogablemente los días para perecer de hambre, para deber la subsistencia a la victoria o para abrirse, al menos, paso en busca de una comunicación indispensable y por todas partes cerrada, con S. E. el director de la guerra y el  resto  del  país  de  que  muy  pronto iba  a  quedar aislado. Sin embargo de ser indudablemente esa única la línea de conducta, ni V. S. ni el que suscribe, ni el ejército pensaron adoptarla en nombre de la necesidad; muy al contrario, si se deliberó fue solo para buscar el camino a las filas contrarias o el lugar más conveniente para el sacrificio, que todos aceptaban con alegre resolución. Recuperar Pisagua, en cuyo suelo se profanaba el de la patria, o conservar Iquique ya por solo su título de cuartel general, era lo que debía decidirse; tanto V. S. como el que suscribe hicieron diferentes consultas a S. E. el capitán general de Bolivia y a su jefe de vanguardia, sin obtener contestación, sin ver llegar de esas filas, ni el aviso ni la combinación, ni el plan que se esperaba. La marcha estaba mandada, y se emprendió sin recurso alguno, porque aun cuando el Gobierno tiene celebrado con los señores Puch, Gómez y Cª. un contrato de provisión de carne, en el cual se ha pasado sobre lo excesivo del precio en cambio de la seguridad del suministro, se ha visto del todo burlada esa previsión en el momento en que debió lograrse el fruto de ese sacrificio aceptado solo a tal precio; y la provisión que fue regular mientras la residencia en los pueblos la hizo innecesaria, se suspendió en los días mismos en que debimos confiar en esa seguridad que creíamos deber  a la no pequeña retribución del fisco. Salió el ejército, como a V. S. le consta, casi desnudo, muy próximo a quedar descalzo, desabrigado y hambriento, a luchar, antes que con el enemigo, con la intemperie y el cansancio durante la noche, para evitar en las pampas el sol abrasador, y, en una palabra, con el equipo que al principio de la campaña era ya inaparente para emprenderla, porque ninguno de los pedidos que V. S. y este despacho han reiterado, fue satisfecho en los siete largos meses de estación en Iquique.
 
Por fin, el 18, sin brigadas, sin elemento alguno de movilidad proporcionada al ejército, porque el señor coronel inspector de campo don Manuel Masías se retiró dejando como única huella de su actividad las cenizas de los almacenes de Agua Santa, emprendimos sobre el enemigo, después de probar en un ligero choque con la primera avanzada chilena que se nos presentó, la entusiasta decisión de los soldados. Al amanecer del día 19 avistamos los parapetos de San Francisco, artillados y defendidos por lo mejor, sin duda, de las tropas contrarias, que habían hecho de ellos el centro de sus operaciones sobre las oficinas y la línea, férrea. Consultando con V. S. las condiciones de nuestra fuerza, convinimos en estudiar la intención y posición de los enemigos, avanzando algunas divisiones y estableciendo la línea hasta dejar dentro de ella el agua, lo que conseguimos a poca costa, posesionándonos convenientemente y en situación de tomar con seguridad y calina las medidas más apropiadas, a medida que se desarrollaran los acontecimientos. Este movimiento, ejecutado con una precisión y un orden admirables, puso de nuestra parte todas las ventajas porque habíamos logrado elegir nuestro campamento y la libertad de acción que permite adoptar y seguir un plan.
 
En ese estado, ordenó V. S. que se le enviaran una división de infantería, un regimiento de caballería y seis piezas de artillería para unirla a la división de exploración y a la primera brigada de la primera división del ejército aliado, y que el que suscribe, con el cuerpo de ejército que quedaba a sus órdenes, atacara la posición por el flanco izquierdo, mientras lo verificaba V. S. por la derecha. Posteriormente y a instancias mías, se resolvió emplear lo que quedaba de la tarde en dar a la tropa el alimento debido y descanso necesario para emprender un ataque con todas las probabilidades de éxito, y el que suscribe comunicó esta determinación a los jefes superiores, y habló a la tropa que estaba a sus inmediatas órdenes, que lo recibió alborozada y entusiasta.
 
La jornada había concluido por ese día y me retiraba a dirigir y presenciar el reparto de las raciones, cuando los primeros tiros del cañón enemigo y un vivísimo fuego de fusilería, me obligaron a regresar a las posiciones avanzadas, en las cuales, sin orden alguna, se había comprometido un verdadero combate. Las columnas ligeras de vanguardia, organizadas en días anteriores, escalaron el cerro fortificado y no tardaron en seguirlas los cuerpos de la división vanguardia; el batallón Ayacucho, de la de Exploración y algunas otras fuerzas de la división primera. Ese ataque, visto solo como un esfuerzo del valor, como un fruto de la resolución más decidida y heroica, honra el valor e ilustra las armas nacionales. Tres veces ganaron nuestros valientes la altura y desalojaron a los artilleros apoderándose de las piezas bajo el fuego de los Krupp, de las ametralladoras y de una infantería muy superior, defendida por zanjas y parapetos; pero las fuerzas del ejército aliado en completa dispersión, sin orden, sin que nada autorizara ese procedimiento, rompieron un fuego mortífero para nuestros soldados e inútil contra el enemigo.
 
El campo se cubrió de esos soldados fuera de filas que disparaban desde largas distancias, avanzaban a capricho o escogían un lugar para continuar quemando sus municiones sin dirección ni objeto; en cada sinuosidad del terreno, tras de cada montón de caliche y aun entre cada agujero abierto por el trabajo, había un grupo que dirigía sus fuegos sin concierto, sin fruto, y produciendo un ruido que aturdía y una confusión que no tardó en envolverlo todo. V. S. como yo, como todo el personal de nuestras inmediatas dependencias tuvo que contraerse a contener ese desborde, y aun cuando yo intenté dirigir la altura, el ataque en que estábamos empeñados, ya que sin plan, con ejemplar denuedo, enseñaba al enemigo a respetar nuestra bandera, que se enseñoreaba sus parapetos; pero tuve que abandonar también ese empeño a ruego de los soldados heridos por la espalda mientras combatía denodadamente.
 
Mientras tanto, sordos a la corneta, indóciles al ruego, a la amenaza, a la exhortación y a todo, los soldados bolivianos sin jefes, continuaban su obra con la precipitación y frenesí propio de quien no tiene otro objeto que hacer incontenible el desorden.
 
La conducta de las divisiones bolivianas, que hicieron irreparable la primera imprudencia, que nos improvisaron un campo de batalla inesperado y más digno de atención que el del enemigo, plan inicuo preparado desde la introducción de nuestras tropas de ciertos hombres que han necesitado inflamar a su país para hacer surgir sus aspiraciones personales, en medio de la ofuscación que debe producir en los espíritus un desastre lejano y cuyo colorido dependerá de la intención con que se lo presenten sus mismos autores. Ambiciones que han llegado al paroxismo y que nada respetan, se dieron cita en el mismo campo de batalla para exhibir ante su patria, como obra de la mala dirección del ilustre Presidente de la  República aliada, lo que no ha ido sino su propia obra: el valor, el patriotismo mismo de esos soldados les han servido de elementos de seducción y, contando con ellos, es que se ha preparado y consumado el descrédito de la propia patria, y una infidencia sin nombre a la alianza que, con tan noble y abnegado celo, representa y consolida con sus virtudes cívicas el capitán general de ese ejército que hemos visto tan fuera de su centro e impulsado a la fuga en nombre de los intereses del país que tan alevosamente se han falsificado.
 
Es triste consignar tan deplorable extravío; pero debe constar que no hemos emprendido una retirada ante las fuerzas chilenas, incapaces de abandonar sus parapetos y reducidas a la actitud más estrictamente defensiva, sino que vimos surgir la desmoralización en nuestra filas y hemos sido victimas del golpe acertado por la perfidia contra dos naciones y contra un principio de trascendencia continental, a favor de la confianza de nuestros campamentos.
 
Nuestra artillería que desde el principio se distinguió por su acierto, contuvo la tentativa de ataque de los chilenos en los últimos momentos. Cerró, al fin, la noche y el ejército peruano, moral, unido y dispuesto con igual ardor a los combates, se encontró con el incalificable abandono de la división de caballería que se retiró en masa del campo de batalla, sin tomar parte en la acción, sin que hasta ahora se conozca el lugar a donde se ha dirigido, ni los motivos de esa fuga que mutiló un ejército y favoreció la dispersión del otro, dando un funesto ejemplo a todos y manchando el lustre de nuestras armas, que habían brillado imponentes sobre las fortificaciones enemigas.
 
La postración propia de tan penosa jornada después de tres días de sed, de vigilia, hambre, y más que ella la perspectiva de la falta absoluta de recursos, porque hasta el agua exigiría encarnizados y estériles combates, nos obligaron a coordinar un cambio de posición, donde sin esos inconvenientes se preparara el verdadero combate, conforme al plan que cruzaron la deslealtad y la impaciencia. Se acordó pues dirigir la marcha a Tiliviche, satisfacer allí las necesidades de la tropa que todo aseguraba; pero el guía general del ejército, José Cavero, perdió su bestia, muerta en el combate, y aquellos a quienes tuvimos que confiarnos y la densa niebla, nos extraviaron haciéndonos girar en un círculo vicioso que nos condujo seis veces al frente del campamento enemigo, sin ninguna hostilidad de parte de él; teniendo por último que llegar a esta capital, después de dos penosísimas marchas. Fue en la primera jornada donde tuvo lugar la pérdida de la artillería, y el comandante general del arma la explica en estos términos: “Creyéndose abandonados los artilleros y expuestos a caer de un momento a otro en manos del enemigo, que podría llegar por la línea férrea, muy inmediatos de la cual estábamos, resolvieron inutilizar el  material, clavando las piezas, destrozando las ruedas y cajas de munición y retirando, en fin, las mulas que pudieron quedar en pié después de dejar su carga: de todo esto solo tuve conocimiento horas después, en que reuniéndose a mí el comandante de la brigada, mayor Puente, me informé de lo ocurrido”.
 
En acápites anteriores decía el mismo comandante general previendo lo que sucedía más tarde. “En ese estado de indecisiones resolví volver al campo donde dispuse lo necesario para dormir allí, y creyendo algún asalto nocturno, ordené al mayor, comandante de la brigada, hiciera alistar punzones y arponados para que, en caso inevitable, clavaran las piezas y continuara la defensa con los mosquetones, parapetados en el carrizal más inmediato a retaguardia”.
 
La desaparición total del ejército boliviano y la existencia del nuestro, sin más que las pérdidas del combate, horroroso testimonio de nuestro valor, y las muy pocas producidas por la fatiga, garantizan la moralidad y abnegación probada de nuestras tropas en el peligro.
 
Los partes divisionarios que completan éste, darán a V. S. más detallado conocimiento de las operaciones de cada cuerpo, y las relaciones que les sirven de anexos perpetúan la conducta de los que faltaron a su deber, abandonando las filas y reclaman el castigo que merece esta traición, primero a la patria, después al ejército de que forman parte.
 
Sírvase V. S. dar a este oficio el giro por mi parte solo debo agregar que con excepción de los anotados en la lista de faltas, los señores jefes y oficiales de este E. M. G. del ejército, y la tropa del Perú, han cumplido patrióticamente su deber, mereciendo especial mención el jefe de la sección de estadística don Eulogio Seguín, que sin pertenecer al ejército me ha servido de ayudante, recorriendo la línea con notable valor, contribuyendo a los esfuerzos comunes para reorganizar la fuerza aliada que se desbordaba. V. S. ha podido apreciar por sí mismo la conducta de las divisiones, pero no puedo menos de hacer especial mención de la 2ª y 3ª de ejército, que nombradas de reserva, mantuvieron ese puesto con ejemplar serenidad y disciplina verdaderamente militar en medio del fuego enemigo, sin ceder ni a la exaltación natural que produce el peligro y la efervescencia del combate.
 
Las relaciones de muertos y heridos, son desde luego incompletas por el desorden de la ocasión y por las causas a que puede atribuirse la desaparición de algunos de los que aun no se incorporan.
 
Dios guarde a V. S.
 
BELISARIO SUÁREZ.
______________________________________________
 
RELACIÓN DE MUERTOS Y HERIDOS.
 
Batallón Lima núm. 8.
 
Muertos: Subteniente, don Mariano Aranjo Palma y 46 individuos de tropa.
Heridos: Sargento mayor graduado, don José V. Villarán; Teniente, don Pedro J. Delgado; Soldados: Guillermo Reinoso y Rodolfo Gómez.
En la ambulancia: teniente don Eugenio Galindo.
Sargento 1º Valentín Carteló y 2º Ramón Morales Bermúdez.
Soldados: Rafael de la Vega, Juan Ayulo y José M. Paredes.
______________________________________________
 
Batallón núm. 6.
 
Muertos: capitán graduado, don José Alfaro; id. id. don Manuel Prieto.Subteniente, don Bernardo Godoy.
Heridos: Coronel graduado, don Rafael R. de Arellano.
Teniente coronel, don Mariano Torre.
Sargento mayor graduado, don José Flores.
Capitán, don Simón Medina; id. graduado, don Domingo Rivero.
 
Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia Tomo II, Imprenta i Lib. Americana de Federico T. Lathrop, Valparaiso, 1885, P. 322.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario