[Oleo de Thomas Somerscales del Combate Naval de Angamos]
Octubre 9.— ¡Qué hermoso es el espectáculo de un pueblo de valientes que se ajita como un inmenso lago al impulso de la abrisas de la victoria! ¡Cómo, entonces, bajo la influencia del santo amor a la patria, todo lo que es pequeño, innoble i bajo, desaparece para dar paso a todo lo que une, eleva i engrandece! I ese espectáculo lo ofrecía ayer Chile entero, desde los arenales del desierto en que acampa nuestro ejército, hasta las últimas poblaciones del sur, a las cuales pudo ir la fausta nueva en alas de la electricidad. El grito de ¡Viva Chile! que lanzaron nuestros marinos, al ver alzada la bandera blanca sobre la poderosa nave, cuya cubierta fué regada por la sangre del heroico Prat, vino a anunciar de improviso a los dos millones de habitantes de esta privilejiada tierra, que una nueva pajina de gloria acababa de ser escrita en sus anales; que la sangre de sus mártires quedaba vengada; que empezaba el escarmiento para sus ensoberbecidos enemigos; i que virtualmente quedaba asegurada una victoria que abre inmensos horizontes al prestijio, a la grandeza i prosperidad de esta república laboriosa, honrada i pacífica, a quien, en mala hora, llamaron al campo de las lides sangrientas la perfidia, el odio i el despecho.
La escuadra peruana, que iba en su arrogancia hasta proclamarse la señora del Pacífico, vencida moralmente en Iquique por los héroes de un combate lejendario, acaba de ser material i definitivamente deshecha frente de Mejillones.
El invencible Huáscar, acostumbrado a huir, tuvo que rendirse la primera vez que estrechado por nuestras naves de guerra, se vio en la precisión de empeñar combate. Ignorando, a la hora en que escribimos, las circunstancias en que se realizó el encuentro i la rendición, nos guardaremos bien de escribir una palabra sola que pueda ir a caer como una gota de acíbar en el corazón de los vencidos. Entre el heroísmo i la cobardía hai muchos grados; i para que un hombre de guerra merezca el respeto de sus afortunados enemigos, no es condición indispensable que se haya mostrado digno de un pedestal. Basta con que haya salvado el honor de su bandera batiéndose como un hombre de honor, i confiamos en que asi habrá sabido batirse el marino que supo honrar la memoria de Prat i enjugar las lágrimas de su esposa en los mismos momentos en que el gobierno, del Perú se cubría de ignominia procurando eclipsar, con ineptas invenciones, la auréola que circundaba la cabeza del héroe.
Aunque las horas de las emociones profundas no son propias para la reflexión, bien se ve que el pueblo de Chile, al celebrar con inusitadas manifestaciones de júbilo la captura de la mas poderosa de las naves enemigas, abarcar en su inmensa magnitud las variadas i trascendentales consecuencias de tan feliz acontecimiento.
La captura del Huáscar, es la Esmeralda vengada.
Es la escuadra enemiga destruida.
Es la guerra marítima terminada.
Es la costa peruana, i con ella las únicas fuentes de la riqueza pública i privada del Perú, a merced de nuestras naves i de nuestros batallones.
Es el abatimiento, la desmoralización, el desconcierto i desorganización del enemigo.
Es su ejército fraccionado, incomunicado i puesto en la imposibilidad de recibir víveres, municiones i refuerzos.
Es la alianza con Bolivia sometida a una prueba que, según todas las probabilidades, traerá su próxima i completa disolución.
Es, en una palabra, el bloqueo de los enemigos de Chile, mientras llega para ellos la hora de que confiesen su derrota o de que les impongamos la victoria.
Pero, con ser de grande importancia las consecuencias que en la pronta i feliz terminación de la campaña, tendrá la captura del Huáscar i consiguiente incorporación de ese poderoso blindado a nuestra escuadra, ellas no son las únicas ni acaso, las que mejor esplican la indecible alegría i el indescriptible entusiasmo producido por el acontecimiento de ayer.
Chile es ya dueño del Huáscar, i ha dado un jigantesco paso hacia la victoria; pero Chile estaba cierto de que el blindado peruano habia de caer en su poder, i de que la victoria habia de venir al fin a consagrar la justicia de su causa i a premiar el denuedo de sus marinos i soldados.
Pero si Chile estaba cierto de la victoria, estaba impaciente de la tardanza, porque comprendía que ella amenguaba su prestijio ante la América i mantenía en torno suyo una atmósfera favorable a los que hacian contra él la propaganda de las emulaciones, de los odios i de las interesadas calumnias.
La toma del Huáscar ha venido a disipar esa atmósfera pesada i malsana en que respirábamos con trabajo. Hoi nuestro derecho aparecerá ante el mundo afianzado por nuestra fuerza; i desde hoi podemos desdeñar a los envidiosos i mantener nuestros derechos con la templanza de quien tiene, tras la razón de su buen derecho contra los incapaces de oirla, la suprema razón de sus cañones.
Los que especulaban con la marcha lenta de nuestras operaciones bélicas tendrán que dedicarse a alguna otra especulación mas lucrativa. De hoi en mas hasta los mas candorosos desistirán del propósito absurdo de hacernos aceptar como razones las amenazas.
Empeñado aun en la guerra que dos repúblicas le promovieron, Chile ve ya el éxito asegurado i sus principales consecuencias realizándose en propio beneficio i en daño de sus insensatos provocadores.
Quisieron apagar en el Pacífico la luz de la estrella esplendente de nuestro hermoso tricolor; i es el sol de la bandera peruana el que se eclipsa, i es nuestra estrella la que brillará como el sol.
Quisieron apropiarse las riquezas de que nuestro suelo es pródigo i que los brazos de los chilenos saben centuplicar, i hélos ahí espuestos a perder las suyas i a sumirse en un abismo de miserias.
Pretendieron hacer de Chile una Polonia americana i borrar su nombre del mapa del continente, i hé ahí ya a Chile en situación de medirlos con esa misma vara si tuviera de ellos los instintos rapaces i la conciencia de judío.
Pero Chile, que no te echará a dormir sobre los laureles segados, no abusará de su victoria.
Si abusara, sería indigno de la predilección con que siempre lo ha distinguido la Providencia.
Hoi, después de algunos meses en que ha parecido complacerse en probar el temple de su alma, vuelve a prodigarle sus mas alentadoras sonrisas.
Los campos, tapizados de verde alfombra, anuncia para los agricultores, trojes repletas; para los pobres, pan barato, i para el Gobierno, cajas llenas.
El alza considerable i persistente de los cobres, dará poderoso impulso a la minería, ocupación lucrativa a millares de brazos i a la actividad industrial i comercial del pais, nueva vida.
I para colmo de esos dones con que el Cielo nos favorece,las brisas de una gran victoria naval vienen a ajitar la bandera de la patria sobre nuestros hogares, disipando las desconfianzas e inundando de júbilo todos los corazones.
¡Gloria a Dios en el cielo i gloria en la tierra a los bravos que, batiéndose como héroes a la sombra del sagrado estandante de la patria, renuevan su pasado, engrandecen su presente i aseguran su porvenir!
Z. RODRÍGUEZ.
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P. S.—Después de escrito lo anterior, hemos visto el parte telegráfico oficial del jefe de nuestra escuadra, señor don Galvarino Riveros, i él ha confirmado nuestras presunciones respecto a la porfiada resistencia del Huáscar. Creemos hacernos intérpretes de los sentimientos de este noble pais, manifestando la dolorosa impresión que nos ha causado la muerte del hábil i caballeroso comandante del blindado peruano,que, en cumplimiento de su deber, ha sucumbido batiéndose con un valor digno de mejor causa. El contra-almirante Grau era un adversario digno de medirse con los que han tenido la fortuna de vencerlo; i Riveros i Latorre, haciéndole cumplida justicia, se honran así mismos i honran al pais cuya bandera han sabido llevar a la victoria.
Z. R.
Fuente: Boletín de la Guerra del Pacifico 1879-1881, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1979, P. 361.
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