miércoles, 21 de octubre de 2020

Llegada del Huáscar a Valparaiso

 [Ilustracion de la llegada del monitor Huáscar a Valparaíso, 1879]
 
A las doce del dia del 19 del presente los vecinos de Valparaíso i todos los paseantes que habian ido aquella ciudad a esperar la llegada del monitor ex-peruano, oyeron con indecible entusiasmo tres disparos de artillería: era el anuncio de que al dia siguiente a la misma hora entraría al puerto el buque esperado.
 
Efectivamente, el Huáscar estuvo a la vista a las siete de la mañana del dia 20.
 
Poco antes habia llegado de Santiago el cuerpo de Bomberos Armados: su presencia fué causa de gran animación.
 
A esta hora comenzó también a embanderarse la ciudad, i las naves fondeadas en la rada subían a los mástiles sus banderas i gallardetes.
 
El Huáscar se llevó cruzando en la boca del puerto hasta las doce del dia, a cuya hora puso proa al fondeadero i comenzó a avanzar mui lentamente. Ostentaba en sus palos dos banderas nacionales, una de ellas de gran tamaño que le ha sido obsequiada por la Compañía Salitrera de Antofagasta.
 
De la bahía se desprendieron centenares de chalupas, botes, lanchas i pequeños vapores adornados con banderas, flores i coronas i cargados de jente. Desde el muelle hasta tres millas afuera se habia formado una cuádruple fila de estas embarcaciones. Algunas hubo que llegaron hasta el costado del mismo Huáscar cuando apenas se divisaba su casco de la población.
 
A las doce i media comenzaron los fuertes a disparar sus cañones, empezando por el Rancagua i terminando por el Callao.
 
A esa hora, desde Playa Ancha hasta Viña del Mar se veia un espeso cordón de espectadores de todas condiciones i sexos que ocupaban las esplanadas, la plaza, las colinas, las rocas mismas donde rompen las olas. Valparaíso entero habia dejado sus habitaciones para ver al invencible monitor.
 
Cuando el Huáscar llegó a la boca del puerto, de los cerros, de las esplanadas, de los buques i embarcaciones menores, de todas partes se lanzó un grito grandioso i unísono de ¡Viva Chile!
 
A las doce i media se detenia en la estación del puerto el tren en que venia la comisión de señoras de Santiago que traía la bandera obsequiada al Huáscar chileno.
 
La comitiva tuvo un feliz viaje, i cuando el tren, a las doce i cuarto, se detenia en Viña del Mar, el Huáscar entraba a la bahía de Valparaíso.
 
La comitiva fué recibida en la estación por el Intendente señor Altamirano, la Municipalidad i el Directorio de la filarmónica, que condujo a todos los huéspedes de la capital al salón filarmónico para que reposaran de las fatigas del viaje.
 
Poco antes de la una el monitor soltaba anclas no lejos de la esplanada i lo esperaban allí multitud de chalupas i lanchas.
 
A la una i media salió de la Intendencia la comitiva que debia ir a bordo a recibir la bandera peruana del Huáscar.
 
La componía el señor Intendente, el Comandante Jeneral de Marina, el Comodoro Riveros, varias señoras, caballeros i jefes del Ejército i de la Armada, que llevaban la hermosa i rica bandera de seda que las señoras de Santiago obsequiaban al monitor capturado frente a Punta Angamos.
 
Ya a esa hora formaban carrera en la plaza de la Intendencia el batallón núm. 1 de infantería, el 2 de artillería cívica i los Bomberos Armados de la capital.
 
La plaza de la Intendencia estaba adornada mui sencillamente.
 
Sobre la estatua de Cochrane se alzaban gallardetes con colgaduras de mirtos i flores.
 
A las dos de la tarde, esta comitiva se embarcaba en dos falúas de nuestros buques de guerra i se dirijía al Huáscar.
 
En la primera embarcación iban las señoras Emilia Toro de Herrera, Emilia Márquez de la Plata de Santa Maria, Intendente de Valparaíso, contra-almirante Goñi, comodoro Riveros i el Ilustrísimo Arzobispo electo señor Taforó.
 
Llegados a bordo, una comisión de tres señoras puso en manos del jefe de la nave la bandera que fué inmediatamente bendecida por el señor Taforó, sirviendo de madrinas las señoras Toro de Herrera, Márquez de la Plata de Santa Maria, i de padrinos los señores Altamirano i Riveros.
 
La bandera fué izada dos veces consecutivas en la popa del monitor, pronunciando el siguiente discurso el arzobispo electo señor Francisco dé Paula Taforó:
 
Pacem reliquo vobis:
Pacerá meam do vobis.
Os dejo la paz: os doi la paz.
 
«Señores:
 
Estas fueron las últimas palabras del Salvador del mundo al despedirse de sus discípulos para volver al seno de su padre. Pacem, etc. Ah! El sabia mui bien que nuestra pobre humanidad habia sido condenada a la lucha i a la muerte; que la vida del hombre sobre la tierra no debia ser sino una constante milicia, i por eso les recomienda la paz. Paz con todos los hombres; paz con nosotros mismos: pacem reliquo vobis; pacem meam do vobis.
 
Pero, señores: ¿por qué fatalidad la misma relijion de paz i caridad se ve obligada a consagrar con sus piadosas bendiciones los instrumentos de la guerra? Ella, cuyo espíritu solo tiende a formar de todo el universo una sola república i de todos los hombres una familia de hermanos, ¿se complacerá en poner en nuestras manos el arma fratricida?
 
Os diré, señores: es porque ella, aunque nos mande amar hasta nuestros mismos enemigos, no prohibe a las naciones defender con las armas, si fuese necesario, sus derechos cuando éstos se vean injustamente atacados.
 
Tal es la necesidad de la guerra entre los pueblos.
 
Nuestra patria, por desgracia, se ha visto forzada a optar entre esta calamidad o su deshonra. I vosotros lo sabéis tan bien como yo, ¡cuánta violencia no ha tenido que hacerse antes de decidirse a romper con dos repúblicas hermanas, con quienes nos ligaban los vínculos mas dulces i estrechos de la amistad i hasta de la sangre!
 
¿Os parece, señores, que los triunfos que ella ha obtenido hasta aquí no han sido mezclados i hasta saturados de amarguras, no solo por la muerte de algunos de sus mas caros hijos, sino también por la pérdida i las desgracias de sus contrarios?
 
Ah! qué tremenda responsabilidad para aquellos que provocan guerras injustas i fratricidas por orgullo o ambición!
 
Bajo nuestros pies, en esta misma nave, humea todavía la sangre de tantos hermanos nuestros, dignos de defender mejor causa!...Yo siento resonar en mis oidos el estampido del canon destructor!... Yo diviso volar los miembros palpitantes, salpicar la sangre de los heridos a los vencedores...regarse con ella el pavimento i hacinarse los cadáveres como en una fúnebre hecatombe!...
 
¡Piedad! Señor, piedad! Paz para vuestros hijos! Compadeceos de ellos, i haced por vuestra misericordia infinita que sea ésta la última sangre que se derrame entre hermanos! Dignaos, Señor, aceptar la mia; pero que todos ellos vivan i tornen a darse un abrazo fraternal!
 
Perdonadme, señores: yo sin quererlo os entristezco i acibaro el regocijo de esta fiesta. Es que el laurel de la victoria va siempre entrelazado con el melancólico ciprés!
 
Empero, debemos consolarnos de esta desgracia con la justicia de nuestra causa. I ved aquí por qué la Providencia ha querido premiar el valor de nuestros guerreros.
 
Continuemos, pues, haciéndonos cada vez mas dignos de sus favores i lejos de ensorberbecernos con los triunfos obtenidos hasta aquí, inclinemos nuestra frente hasta el polvo reconociendo únicamente en ellos el poder de Aquel que sabe dar la victoria a los que se hacen dignos de ella.
 
Mostrémonos siempre humanos i clementes con nuestros adversarios, economizando en cuanto fuere posible la sangre hermana. I al colocar este estandarte que acaba de recibir la unción del cielo sobre el mástil mas elevado de esta nave, de esta nave que hacia poco era la pujanza i el orgullo de la escuadra enemiga, elevemos nuestras acciones de gracias al Dios i Señor de los ejércitos.
 
¡Jóvenes marinos! El honor i la suerte de la patria está en vuestras manos! Jurad sobre esta bandera no rendirla sino al pié de los altares; i cuando sea imposible vencer por la superioridad de las fuerzas enemigas, a imitación de Prat, Riquelme, Serrano i sus gloriosos compañeros, morir con gloria, i que ella sea vuestro último i mas glorioso sudario.»
 
A las tres estaba la comitiva de vuelta i hacia su entrada en la plaza de la Intendencia.
 
A la cabeza marchaba la banda de música cívica número 1, en seguida la bandera de la Esmeralda, encontrada a bordo del Huáscar el 8 de Octubre, llevada por marinos del Blanco; tres o cuatro metros mas atrás venia la bandera peruana del monitor, que era llevada por ocho marineros del Blanco, marchando adelante el señor don Miguel Dávila.
 
La marcha del muelle a la plazuela de la Intendencia se hacia casi imposible. Un mar de jente invadía cuanto local se encuentra en ella i muchas personas estuvieron espuestas a perecer ahogadas.
 
La comitiva con las banderas seguía la calle formada por las fuerzas cívicas i los bomberos de Santiago en dirección a la iglesia del Espíritu Santo.
 
Imposible es describir los gritos de júbilo que el pueblo lleno de entusiasmo lanzaba al ver el pabellón peruano.
 
Abrían la marcha, después de las banderas, los alumnos de las escuelas públicas, i seguía el resto de la comitiva oficial. Las tropas formadas en columnas de honor, que venia a retaguardia, desfilaron delante de S. E. el Presidente de la República, que se encontraba en uno de los balcones del palacio de la Intendencia.
 
Las calles de tránsito de la procesión estaban literalmente de bote a bote. Sin las fuerzas que custodiaban a la comitiva, a ésta le habría sido imposible abrirse camino.
 
El comercio i cuanto negocio hai en la ciudad habia cerrado sus puertas, i creemos que jamas Valparaíso habia presenciado nada igual.
 
De todos los balcones arrojaban flores i vivaban a Chile.
 
Poco antes de la cuatro, la comitiva llegaba a la parroquia del Espíritu Santo.
 
Se habia tenido la precaución de mantener cerradas las puertas del templo, que de lo contrario habría sido invadido desde las primeras horas de la mañana.
 
Apesar de esto, costó un triunfo a muchos de los comisionados penetrar al templo para presenciar el Te-Deum, que fué oficiado por el señor cura párroco don Salvador Donoso.
 
El señor Groñi, comandante jeneral de marina, dirijió las siguientes breves i sentidas palabras al señor cura al poner en sus manos la bandera capturada:
 
«Al templo de Dios vengo, señor cura, a entregaros en depósito la bandera peruana que enarbolaba el monitor Huáscar el 8 de Octubre, en que fué rendido por nuestros bravos i diestros marinos en combate leal.
 
Al entregaros este trofeo, tengo encargo de rogaros lo conduzcáis hasta el altar de la patria, en donde el pueblo de Valparaíso con vos nos postraremos para dar las gracias al Ser Supremo por la protección que nos ha dispensado, i pedirle a la vez guie al pueblo chileno que henchido de patriotismo camina a la victoria.»
 
El señor Donoso contestó:
 
"Señor Comandante Jeneral de Marina:
 
Acepto gustoso la honrosa comision que a nombra de las autoridades os dignáis confiarme para guardar en la casa de Dios esta bandera bicolor, rendida en leal combate por los denodados marinos de la escuadra chilena.
 
Mientras el Supremo Gobierno decreta se traslade a la capital de la república este trofeo de la gloriosa victoria alcanzada en Punta Angamos, el ya célebre 8 de Octubre de 1879, quedará bajo las bóvedas del templo del Espíritu Santo, como un tributo de gratitud nacional pagado a la Divina Providencia por la señalada protección con que en ese día quiso favorecer al pueblo de Chile.
 
Nada mas propio, señores, que ofrecer solemnemente al Divino Libertador del mundo estos emblemas que recuerdan a las naciones las horas felices en que sus hijos han sabido combatir por la mas noble i la mas justa de las causas confiadas por El mismo a la hidalguía del corazón humano, el amor i honra de la Patria.
 
Como chileno i como sacerdote, os felicito, señores, i me felicito a la vez al depositar al pié del ara santa, donde dia a dia se recuerda la grandiosa victoria del Rei de los ejércitos, este estandarte conquistado con sangre jenerosa a nombre de la relijion que confia en Dios i a nombre dela Patria que confia en el heroísmo de sus valientes defensores.
 
Como chileno, me complazco al ver en esta manifestación del patriotismo común del pueblo i de sus gobernantes, la estrella del amor patrio iluminando los vastos horizontes del porvenir con la luz bienhechora de la prosperidad terrena, i no puedo menos de esclamar conmovido: ¡Bendita patria mia! ¡Jamas serás vencida porque te amamos con profundo e intenso cariño! Antes que osada planta pretendiera dominarte i poner a tu cuello la ominosa cadena de vergonzosa esclavitud, nuestra sangre seria tu sudario i nuestros cadáveres el pedestal de tus aleves conquistadores!
 
Como sacerdote, me complazco al contemplar en esta manifestación el triunfo de mi fe, de esa fe que nos legaron nuestros padres como el mas valioso tesoro para hacer franca i ruda guerra a los que osaran algún dia violar sus cenizas i profanar nuestros altares. Pro aris et focis! Certare (Cicerón.)
 
Sí, señores, por los altares i por las tumbas de Chile la augusta relijion que profesamos nos enseña a triunfar i nos enseña a ofrecer al Altísimo los trofeos de la victoria.
 
¡Bendita relijion del Cristo! Tú has velado siempre nuestros hogares i has dado a nuestros soldados su indomable altivez. Al partir a estranjeras i enemigas playas te han pedido tu bendición maternal, i confiando en tus divinas promesas, por el amor a su patria, han jurado en tu nombre vencer o morir.
 
Una i mil veces mas bendita seas, porque nadie como tú enseñas a los pueblos a defender el suelo querido donde se elevan sus pacíficas moradas i donde se alza majestuosa la cruz del Cristo sobre las torres de sus templos.
 
He aquí, señores, el doble objeto de la presente solemnidad, la doble significación de este estandarte traído por vosotros a la casa de Dios para ser depositado en sus atrios: un tributo al amor de la patria i un homenaje al amor de la relijion.
 
La espléndida victoria que en él se simboliza nos alienta i nos impulsa con fuerza irresistible para llegar cuanto antes al fin de la jornada. Ya está destruida la escuadra enemiga i mediante la protección del cielo somos dueños del mar. ¡Bendito, sea Dios!
 
Confiemos en Él i pronto vendrá el triunfo de nuestro ejército de tierra; la derrota i la rendición de las huestes aliadas para ensalzar nuestro glorioso tricolor. ¡Adelante en el nombre de Dios! ¡ Adelante en el nombre de la patria!
 
Sí, señores, no lo dudéis; para mí no está lejano el dia en que volvamos a reunimos para guardar en este mismo templo otras banderas i otros trofeos que la Divina Providencia nos depara como premio i galardón a nuestras cristiana esperanza. Os invito desde luego con el alma llena de santo entusiasmo i con mi corazón dispuesto siempre a rendir el homenaje de la mas ardiente gratitud al Dios de los ejércitos.
 
Por hoi, entonemos el himno de la victoria, un solemne TeDeum al Antor de todo bien, cuya misericordia todo Chile admira i bendice recordando el glorioso 8 de Octubre de 1879. Doblemos reverentes nuestra rodilla ante su augusta majestad i aguardemos tranquilos esa hora tan justa i tan umversalmente ansiada en que los pueblos que contemplan nuestra heroica defensa pueden saludarnos diciéndonos: «¡Chilenos! Habéis vencido i os felicitamos a nombre de la civilización i del progreso, porque supisteis confiar en Dios i no rehusasteis sacrificio alguno por el grande, por el noble, por el sublime amor a vuestra patria.»
 
Señores: hé aquí vuestros votos i los mios. Pidamos entretanto a Dios con humilde i ardiente plegaria, que los acoja bondadoso, i os aseguro, sin temor de ser engañado, que presto llegará a nuestras playas, batiendo sus lijeras alas, el ánjel protector de Chile para anunciarnos la inefable nueva del último i espléndido triunfo alcanzado en jenerosa lid por nuestro brillante ejército del Norte.»
 
Concluido el discurso del señor Donoso, la niñita Carmela Délano, de seis o siete años de edad, se dirijió con una corona de laurel al comodoro Riveros i se la presentó como una pequeña recompensa por el triunfo obtenido en Angamos, pronunciando, al hacer la entrega, el siguiente discurso:
 
Ilustre Comodoro de la escuadra chilena:
 
«Las señoras de Valparaíso nos encargan ofrecer esta modesta corona de laurel como un humilde pero sincero testimonio de la admiración i gratitud que habéis sabido despertar en los corazones de vuestros compatriotas por vuestra pericia i denuedo en el glorioso combate de Punta Angamos.
 
Guardadla, señor, como un recuerdo del ya memorable para vos i para vuestra patria 8 de Octubre de 1879.
 
Nosotras, entre tanto, pedimos a nuestros ánjeles de guarda que interesen al vuestro para que siempre os proteja bajo sus alas cariñosas i conserve vuestra interesante existencia para el honor i gloria de nuestro querido Chile.»
 
En pocas pero sentidas palabras el señor Riveros manifestó su gratitud a las señoras de Valparaíso, diciéndoles que conservaría con sumo placer ese precioso obsequio conque ellas se dignaban favorecerle.
 
De la corona pendían dos cintas con estas inscripciones:
 
«.Las señoras de Valparaíso al capitán de navio don Galvarino Riveros.—Recuerdo del 8 de Octubre de 1879.»
 
Inmediatamente después se celebró el Te Deum.
 
La batería de artillería de línea hizo dos descargas, una al principio i otra al terminar la ceremonia.
 
Una vez concluido el Te Deum, una parte de la comitiva que habia acompañado al intendente i demás majistrados, se dispersó, continuando el resto viaje a la Intendencia.
 
Desde que terminó la ceremonia, todos se apresuraron a ir a visitar al Huáscar; pero eran muchos los llamados i pocos los escojidos, como se dice, pues si se hubiera dejado subir a todos los que deseaban, no habrían cabido en el buque, que era recorrido en todas direcciones por los que subieron a bordo.
 
Todos se apresuraban a preguntar por el sitio en que habia caido Prat, i muchos besaron la cubierta en el punto en que murió el héroe de Iquique.
 
Todos también querían llevarse algún recuerdo del Huáscar, alguna astilla, i, si se les hubiera dejado hacer, se habrían llevado el buque en los bolsillos.
 
A las 3 P. M. debia darse principio, según el programa, a la función gratis para el pueblo ofrecida por la Ilustre Municipalidad.
 
El público se habia duplicado sin duda ese dia. Mientras en las calles i plazas del puerto era casi imposible marchar por aquella compacta multitud, las puertas del circo i localidades interiores se encontraban ocupadas por un jentío numerosísimo, hasta hacer temer un accidente.
 
La función concluyó cerca de las 6 de la tarde.
 
A esa hora, dos bandas colocadas en la esplanada anunciaban a los paseantes que mui luego se encenderían unos preciosos fuegos de artificio confeccionados por el conocido señor Robert.
 
El entusiasta vecino don Pacifico Alvarez i algunos otros propietarios de lanchas habían facilitado sus embarcaciones para situar en ellas las piezas que debían quemarse.
 
Cerca de las 8 se dio principio al incendio de los fuegos, que fueron mui lucidos, llamando mucho la atención sobre todo la pieza que significaba el combate entre el Huáscar i el Cochrane.
 
Concluidos los fuegos, la concurrencia se dirijió una parte al teatro de zarzuela i el resto al circo.
 
Tales han sido las fiestas de ese dia, dignas en todo del gran acontecimiento que se celebraba.
 
Fuente: Ahumada Moreno, Pascual, Guerra del Pacífico: recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia Tomo I, Imprenta del Progreso, Antigua Seccion de Obras i Encuadernacion del Mercurio, Valparaiso, 1884, P. 515.

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