En medio del estampido del cañón que retumbaba sobre las aguas dormidas del Pacífico; en medio del ardor de la pelea, alumbrada por relámpagos de muerte, la frente alta, el corazón sereno y la fé en el alma, cayó Grau sobre la cubierta del Huáscar, como habia caído Nelson sobre la cubierta del Victory!
Desde que la terrible nueva llegó á Buenos Aires, un sentimiento de profunda tristeza se amparó de todos los corazones, conmovidos ante esa tumba, que se abre en medio del fuego de una lucha que cubre de gloria la bandera Peruana, en cuyos pliegues enlutados caía el cadáver de Grau, en manos de su vencedor afortunado.
Una sola palabra llegó hasta nosotros, primero, por el hilo misterioso del telégrafo, la Sibila de los tiempos modernos, el Huáscar se ha rendido!
Si!—contestó el pueblo todo de Buenos Aires, presintiendo el heroísmo, y el valor indomable del héroe—« Si: el Huáscar se habrá rendido; pero estando muerto Grau, cuando no haya podido batirse mas, cuando alguna bala haya despedazado aquel cráneo en que brillaba la luz del heroismo americano.»
El temple de Grau, sus hazañas en esta desgraciada campaña, su carácter caballeresco, el amor que tenia a su bandera, la fé con que se estaba batiendo, daban derecho al pueblo de Buenos Aires, a que eso pensase del comandante del Huáscar.
Y todos habiamos tenido razón en anticipar aquel juicio!
Ayer empezaron a llegar los detalles del combate naval.
Son pocos los que se tienen; pero bastan para trazarse el cuadro de aquel episodio de sangre, de heroismo y de martirio, en el que la gallarda figura del valiente Grau se destaca ciñendo ya la corona que la mano de la inmortalidad coloca sobre la frente de los grandes héroes.
Es fácil hacerse una idea de ese combate, y de esa muerte.
El Huáscar ha emprendido una nueva campaña, de esas que le habian dado ya reputación universal.
De improviso se encuentra con los dos buques mas poderosos de la flota chilena, tripulados también por valientes, por hombres que han jurado a su vez morir al pié de su bandera.
No importa.
Grau no es hombre que mida el peligro.
Le busca, le provoca, y cuándo le encuentra, le afronta con esa sublime serenidad del soldado convencido, del soldado de dos almas, como dice Pelletan, del patriota que se bate en nombre de sus convicciones, de su deber y de sus compromisos.
El combate ya está empeñado.
Es desigual.
Los buques chilenos, son dos.
Están mejor artillados.
Sus piezas son mas modernas: sus corazas invulnerables a los proyectiles del Huáscar.
Pero eso qué importa?
Grau tiene fé, y tiene confianza en sus compañeros.
Fuego!—grita.
Fuego!—grita siempre con el alma encendida en las llamas del entusiasmo, que le hace ver en lontananza la Patria, que le pide un dia de gloria, la familia que ruega por su ventura, la muger amada que teje una corona que ofrecerle en el seno del hogar, el dia esperado del dichoso regreso, los hijos elevando una plegaria al Dios de las batallas, para que en esa le acompañe, los amigos en fin, teniendo la conciencia de que donde no venza Grau, caerá muerto, pero como caen los héroes y los mártires.
Fuego!—vuelve á gritar, cuando una bala de cañón le lleva un brazo; pero
Bravo y valiente en la lucha
Vió sereno su brazo rodar;
y esclamó:
Tengo un miembro de menos,
Y mi patria una gloria de mas!
Está bañado en sangre.
No importa: el fuego de la pelea le enardece; el enemigo vomita sobre el Huáscar, montañas de proyectiles.
Grau los vé caer con la sonrisa de un niño.
La cubierta ya está empapada en sangre.
Los cadáveres empiezan a caer en torno suyo; pero, oficiales y tripulación se sienten orgullosos de verse mandados por un gefe como aquel, que con un brazo menos, sigue dirigiendo el combate.
En aquella noche sin estrellas, ya no es fácil que escape nadie sobre la cubierta del Huáscar.
Estalla una bomba formidable, y Grau cae...
Le ha hecho pedazos las dos piernas.
Es ya casi un cadáver.
Sus compañeros le rodean, le toman en los brazos y le bajan a la Cámara, en medio de aquel concierto infernal, del cañón que truena, del vapor que muge, del entusiasmo que enardece, del sol que reverbera sobre las aguas enrojecidas, y del canto de victoria que están entonando unos y otros, como si comprendiesen ambos que ninguno podia, ni debía ser derrotado.
Pero ay!
Ya estaba escrito: Grau no debía sobrevivir a la carnicería.
Cuando le acaban de colocar en la cama, sin piernas y con un brazo menos, penetra otra bomba, revienta, acaba con todos los que allí estaban, y apaga en el cuerpo de Grau el resto de vida que le quedaba, al compás sombrío del cañón, que sigue retumbando, y del murmullo de las aguas, que en aquel momento podría haberse tomado por el sollozo inmenso de la América republicana, cayendo sobre la tumba amada del mártir Peruano, al que consagro estas líneas, en nombre de la amistad que a él me ligó, sellada un dia por su galantería sobre la cubierta del Huáscar, y en nombre del dolor con que Buenos Aires ha sentido la noticia de su heróico fin.
HÉCTOR F. VARELA.
Fuente: Héctor F Varela, Corona Funebre: Homenage de la República Argentina a Miguel Grau, Imprenta de El Porteño, calle Belgrano 79, 1879, P. 1.
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