[Fotografia de Huamachuco en la actualidad]
En la noche del 9 de julio es probable que el coronel Gorostiaga no haya podido dormir..Veía al frente a un poderoso enemigo; las tropas chilenas se componían en una tercera parte de reclutas, estaban fatigados con tantos viajes, tenian poquisimas municiones i su caballada en esqueleto comparativamente con la del enemigo, que era soberbia, numerosa i escojida.
Por otra parte, no podia abrigar la esperanza de ser protejido por la división de tres mil i tantos chilenos que perseguian a Cáceres en el sur. Ademas no tenía orden del jeneral en jefe sino para atacar a los 900 hombres de Recabárren i de súbito se habian unido estas tropas con las de Cáceres.
¿Cómo podia dudar?
¿Cómo no estar perplejo, por valiente que sea un jefe?
I que Gorostiaga era un valiente, de sobra lo había probado a la cabeza de su invencible batallón Coquimbo, dirijiendo el cual, las balas habian abierto anchas heridas en su cuerpo.
Una serie de circunstancias imprevistas, una serie de coincidencias lo ponían delante de un enemigo mui superior en número.
Pesaba sobre él una inmensa responsabilidad.
Si no vencia, habría podido ser acusado de desobediencia, de precipitacion, de haber comprometido i llevado a la muerte a 1,700 chilenos, aceptando un combate excesivamente desventajoso.
Se comprende, pues, su actitud indecisa i al afirmar nosotros que no tenia plan de combate, rectificamos un hecho histórico i hacemos justicia a su situación, sin aminorar por ello en un ápice, ni el valor, ni la láctica, ni la pericia de un jefe que durante todo el tiempo que estuvo a cargo de las tropas que comandaba, supo desplegar dotes admirables de administración, de orden, de disciplina, de firmeza i de caballerosidad.
Mientras mil ideas atormentaban el cerebro del jefe, vean nuestros lectores lo que pasaba en el corazón de cada uno de los lejionaríos.
La víspera de la batalla de Huamachuco el ejército enemigo hizo una sangrienta burla de nuestras tropas.
Como se recordará, el 9 i 10 de Julio del año 1882, despues de 48 horas de combate, una compañía del Chacabuco pereció heróicamente en la plaza de la Concepcion. No escapó ni un solo soldado, ni un solo oficial; fueron acribillados por las balas de todo un ejército, i como Prat sobre el Húascar, murieron al grito de ¡Viva Chile!. Sus heroicos jefes, cuyos corazones se conservan hoi en un relicario en el templo de la Gratitud Nacional, rindieron la vida alentando a sus soldados.
Los enemigos, verdaderos chacales en vez de hombres, prendieron fuego al cuartel en que yacian los cuerpos mutilados de los moribundos de esa lejion de héroes, i bailaban en derredor de la espantosa pira.
Pues bien, un año mas tarde, el 9 de Julio de 1883, víspera de la batalla de Huamachuco, el ejercito de Caceres celebraba frente al nuestro, con salvas de fusil i cañón, el aniversario del triunfo de la Concepción. Tan seguro estaría de la victoria, cuando asi tan cruelmente hería las fibras mas delicadas del sentimiento!
Este acto ruin e infame produjo en nuestras tropas un encono difícil do esplicar. Cada soldado i cada jefe sentía correr fuego por sus arterias.
El recuerdo de la horrible pira de la Concepción, allá en el campo do batalla frente a los victimarios, suscitó un ardiente deseo de morir como los 73 héroes, o de vengarlos de una manera también horrorosa.
¡Peruanos imprudentes! hicieron cuanto la fatalidad les pudo sujerir de mas espantoso para despertar la ira del león acosado; no se quejen mas tarde si la venganza es tremenda, i si no se da cuartel ni se perdona la vida.
Por eso decíamos que la calma de la noche del dia 9 era la calma de los volcanes apagados, próximos a producir estrepitoso estallido.
Esa noche, por otra parte, fué pira nuestras tropas de estraordinario sufrimiento, física i moralmente.
Corria un viento glacial que penetraba basta los huesos i muí pocos tenían siquiera un pobre capote con que abrigarse, pues, como dijimos mas arriba, sus abrigos cayeron en poder de los peruanos al tocarse retirada al cerro de Sazón.
Las caras de los oficiales como las de los soldados aparecían demacradas, taciturnas i sombrías. «Eslo es intolerable». «Es preciso que esto concluya». «¿Que diran los cholos?» «¿Creerán que les tenemos miedo?»— tales eran las palabras que pronunciaban todos...
Fuente: Valenzuela, Raimundo del R., La Batalla de Huamachuco, Imprenta Gutenberg, Santiago de Chile, 1885, P. 40.
Nuestros héroes...
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